La diócesis de Tui, refundada en plena edad media, ha sido una de esas que en la jerga eclesiástica se llama "de entrada", es decir, como las rentas de sus obispos no eran cuantiosas, servía para que el prelado se fuese acostumbrando antes de que se le trasladase a otra donde los ingresos fuesen pingües. Ciertamente hubo obispos en Tui que ya venían de serlo en otras diócesis, lo que se puede comprobar al estudiar cualquier episcopologio. En mi caso me he fijado en los obispos tudenses desde finales del siglo XIV hasta el siglo XIX.
La mayor parte de ellos -y no son pocos- eran de familias nobles, sobre todo hidalgas; menos dos o tres todos habían nacido en la Corona de Castilla; practicaron el más descarado nepotismo muchos de ellos, nombrando hermanos, sobrinos y otra parentela en parroquias curadas, canongías y otras prebendas. Muchos de ellos provenían del clero regular, sobre todo de la orden franciscana y en cuanto a su formación casi todos habían estudiado cánones, teología o moral, pero poco se sabe sobre su formación a fondo, si bien es cierto que algunos han dejado testimonio en libros publicados.
Una característica de los obispos tudenses, pero también de la Iglesia española en general, es la afición a los pleitos, casi siempre por cuestiones temporales. La mayoría de dichos pleitos fueron con los cabildos, pues estos solían prolongarse en el tiempo mientras que los obispos pasaban de largo tras unos pocos años (si bien algunos tuvieron un pontificado largo). También hubo pleitos entre el cabildo y el cura párroco de alguna iglesia por el derecho de aquel a recibir la luctuosa; Diego de Anaya Maldonado, obispo a finales del siglo XIV, fue acusado de reconocer como papa a Pedro de Luna, por lo que fue procesado por Martín V, pero tan buenos oficios tuvo el obispo que ganó el pleito. El mismo, una vez fue nombrado arzobispo de Sevilla, tuvo contínuos pleitos con el cabildo de aquella catedral.
Muchos de los obispos tudenses, sobre todo antes del siglo XIX, participaron en la vida política como consejeros, miembros de la Inquisición, embajadores y otros cargos cortesanos; algunos de ellos no residieron nunca en Tui. Abundaron los que no hicieron trabajo pastoral alguno, pero otros han dejado muestras de obras de caridad, fundaciones piadosas y obras materiales (hospitales, cárceles, etc.). No fueron pocos los obispos pendencieros, pues muchos fueron extraídos sin miramientos sobre sus virtudes o preparación, aunque los siglos XVIII y XIX mejoraron el panorama respecto de los anteriores.
Como ejemplo de esto último, pero podríamos poner otros muchos, relatamos a continuación la versión que nos da el mejor conocedor de la diócesis tudense (aparte los profesores García Oro y Ofelia Rey) que es Ávila y la Cueva: se trata del pontificado del obispo Alfonso Galaz Torrero (1682-1688) predicador del rey Carlos II. En cierta ocasión el cabildo puso en arresto en la torre de San Andrés de la catedral al canónigo tesorero Clemente de Inigo. El obispo no lo aprobó y "mandó venir gente armada con chuzos, espadas desnudas, achas de rajar, y palos de hierro..." (1683) haciendo romper la puerta de la torre de las campanas de la catedral. Sacó de su prisión al canónigo tesorero y encerró al doctoral Avis y Nieto, que ya en tiempos del obispo Villamar (1660-1666) había intrigado. "En seguida -sigue diciendo Ávila y la Cueva- entrando toda esta gente armada en la iglesia rompió y franqueó la puerta de la sala capitular...".
Como decimos, no es el único caso, pero no viene aquí a cuento hacer escarnio de un estamento que más tiene de picaresca en muchos de sus miembros que de autoridades religiosas, para lo que muchos no habían sido preparados sino superficialmente.
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