El clero no tuvo el mismo comportamiento en la guerra de 1808 que en la de 1936, a pesar de que en ambos casos se produjo la invasión de España por ejércitos extranjeros; el francés en la primera y el italiano y alemán en la segunda. Claro que la naturaleza de estas dos guerras es distinta, estando el clero gallego, en su inmensa mayoría, siempre al lado de las posiciones conservadoras que garantizaban el goce de sus privilegios.
El clero regular gallego, que había recibido en sus conventos a muchos monjes franceses que huían de la revolución en el país vecino, se vio influido por lo que estos contaban: persecución de la religión, cuando en realidad la perseguida fue la Iglesia, que en buen número de sus miembros no aceptó la nueva legalidad en Francia. Quizá unos cien monjes gallegos se lanzaron al campo de batalla en una actitud que se repetirá en otras ocasiones, particularmente en la guerra carlista de 1833. Los sacerdotes, salvo algunos liberales, que los hubo, tanto en las Cortes de Cádiz como en sus parroquias, siguieron las consignas de los obispos, la mayoría de ellos dubitativos hasta saber cual era el postor más seguro para sus intereses. Es el caso del obispo de Tui, Juan García Benito; el de Lugo, Felipe Peláez, que salió al encuentro del duque de Dalmacia para congraciarse con él. El de Mondoñedo, Andrés de Aguiar, permaneció en su diócesis; el de Ourense, el más notable de todos ellos en el momento, Pedro Quevedo y Quintano, consideró en un primer momento a los soldados franceses como huéspedes (existe un famoso texto que así lo atestigua). Primero fue Presidente de la Junta de Lobera, se manifestó contra las Cortes de Cádiz y la labor legislativa que estaba haciendo y luego sería Regente de España, pero antes se dio un paseo por Portugal por si acaso. El de Santiago, Rafael Múzquiz, fue polémico en la Junta Suprema de Galicia, partidario del levantamiento contra el francés y perseguido por la población en Vilaxoán y en Rianxo, de la que se salvó por piernas. También pasó una temporada en Portugal demostrando así su idea de patriotismo, a pesar de que la ocupación de Galicia por el ejércto francés no pasó de seis meses (primera mitad de 1809).
En general se puede decir que el alto clero primero tuvo dudas, luego se inclinó al bando que más garantías le ofrecía y, en otros casos, participó en las Juntas de defensa y demás organismos provisionales para evitar el triunfo de las ideas liberales en España.
El precedente de la desamortización que el ministro Godoy había hecho de ciertos bienes del clero, hacía prever a éste que el liberalismo traería más pérdidas en el patrimonio y privilegios de la Iglesia. En realidad se suele olvidar que la desamortización de Godoy, que afectó a un séptimo de ciertas propiedades eclesiásticas, fue autorizada por el papa. Es lo que pasa cuando una Iglesia que se presenta como institución espiritual, se deja llevar por los intereses temporales: termina colaborando con el poder civil, a veces en un sentido y otras veces en otro.
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