sábado, 29 de octubre de 2011

La Europa de las revoluciones

El libro de Albert Soboul "La Revolución Francesa", publicado en 1966 en España (Madrid, Tecnos) sigue teniendo una validez, a mi entender, extraordinaria.

Dice este autor que los orígnes intelectuales de la revolución están en la filosofía burguesa del siglo XVII. Así, Descartes enseñó la posiblidad de dominar a la naturaleza por medio de la ciencia (a la naturaleza humana y sus vicios también). "Filosofar -dijo Mme. de Lambert a principios del siglo XVIII- es devolver a la razón toda su dignidad (lo que ella llama razón es lo que Descartes llama ciencia). "El verdadero filósofo -escribe Voltaire- en 1765- labra los campos incultos, aumenta el número de carretas y, por consiguiente de habitantes, da trabajo al pobre y le enriquece, fomenta los matrimonios, da al huérfano instituciones, no murmura contra los impuestos necesarios y pone al campesino en situación de pagarlos con alegría. No espera nada de los hombres y les hace todo el bien de que es capaz". No esperar nada de los hombres (de la sociedad) ya es tener una idea negativa de los vicios que la misma ha ido generando a lo largo de los siglos; pero al mismo tiempo Voltaire concede a la razón, a la filosofía, la capacidad para que las cosas cambien a mejor. 

La revolución francesa viene preparada, pues, por un nutrido grupo de ideas racionalistas e ilustradas y por quienes las defendían: filósofos, aristócratas y burgueses. Estos creían que era necesario que el Estado se acomodase a ciertas exigencias de la burguesía: el diezmo y la servidumbre debían desaparecer; igual los derechos feudales y la mala distribución de los impuestos, pues perjudicaban a la agricultura. Debían desaparecer el mayorazgo y las "manos muertas". Era necesaria la libertad de trabajo y la libertad de empresa. Las costumbres jurídicas múltiples, las aduanas interiores, la diversidad de pesos y medidas perjudicaban al comercio e impedían un mercado nacional.

La economía y la sociedad francesas -como en el resto de Europa- eran esencialmente rurales. La población urbana en Francia era, en el siglo XVIII por término medio, el 16%, mientras que en 1846 la población rural era el 75%. Considerar esto es importante porque explica un aspecto de la revolución en Francia: el activismo campesino, que solo coincidía con los intereses de la burguesía en abolir el feudalismo. El campesinado iletrado en su mayor parte no sabía lo que era el Estado, la división de poderes, los derechos civiles, pero sí sabía que los abusos de los señores sobre personas y rentas le perjudicaba. No aspiraba el campesinado a un cambio de régimen, pero sí a librarse del yugo feudal. La burguesía, por el contrario, quería un cambio radical, al menos cierta burguesía ilustrada que ya era la dueña del dinero, tanto en Francia como en otras regiones de Europa.

El "gran miedo" se debió, sobre todo, a la actividad de los campesinos y ello sirvió para que muchos se hicieran propietarios de tierras, cuando en el siglo XVIII -seguimos hablando de Francia- solo el 35% de la tierra estaba en sus manos. Durante este siglo la proletarización del campesinado había ido en aumento, pues aunque los salarios nominales habían ido subiendo lo habían hecho más los precios. En algunas regiones (la cuenca parisina) grandes arrendadores acaparaban las tierras en detrimento del campesinado (eran la burguesía rural). Contra estos grandes arrendadores se desató el odio del campesino proletarizado, pero había también campesinos acomodados e incluso ricos. Entre los campesinos ricos y los pobres hubo contradicciones, pues los primeros eran contrarios a los derechos comunales que limitaban la libertad de explotación y el derecho de propiedad privada.

Las cargas soportadas por los campesinos explican el por que estos se lanzaron a la revolución, aunque como sabemos hubo campesinos refractarios a la misma. Los impuestos reales consistian en pagar por las tierras, y a ello hay que añadir el impuesto "per capita" y la vigésima (sobre las rentas de los bienes muebles); tan solo el campesino estaba olbigado a las prestaciones personales para la conservación de caminos, los transportes militares y la milicia, y estos impuestos fueron incrementándose a lo largo del siglo XVIII en función de las necesidades de un Estado que no estaba acomodado a los nuevos tiempos. El diezmo se debía al clero y los impuestos señoriales (los más duros e impopulares) eran derechos sobre la administración de justicia, sobre la caza, la pesca, los palomares, los peajes, los derechos sobre mercados... Los señores tenían también derechos reales sobre la tierera: el dominio eminente en los casos de enfiteusis, censos y "gavillas" de mieses de las cosechas, derechos de laudemio o de venta en casos de venta o de herencia. A esto hay que añadir las vejaciones y los abusos.


Durante el siglo XVIII, no solo en Francia, hubo una reacción señorial y hay una relación entre la subida de precios y dicha reacción señorial, ya que se revalorizaban los derechos señoriales y el diezmo. Lo que los ambiciosos de la época no se dieron cuenta es de que el estancamiento de la economía campesina estancó también las técnicas agrícolas. Aportaciones como las del agrómono inglés Arthur Young se vieron sin aplicación en el continente.

Otro aspecto importante es el poder económico del clero, basado en el diezmo y la propiedad territorial, aumentando e el siglo XVIII las rentas del clero. El regular tenía más propiedades en las ciudades que en el campo, mientras la relajación moral parece evidente. Parte del clero, influido por la filosofía, abrazaría la revolución, ejemplo señero de lo cual es Henry Reymond, obispo de Grenoble.

En Francia, a finales del siglo XVIII, la burguesía controlaba una producción que superaba a su representación cuantitativa en el conjunto de la sociedad y de dicha burguesía obtenía el Estado capitales en forma de empréstitos y cuadros para la Administración. Por eso no es equivocada la interpretación según la cual la revolución estuvo también dirigida no solo por la burguesía de los negocios, sino por la de toga, la que ocupaba altos puestos administrativos. 

En cuanto a la nobleza se daba una gran diversidad en Europa, y también en Francia. En este país la propiedad territorial nobiliaria era más fuerte en el norte, el 20% en el cojunto de Francia. Había una nobleza palatina, en parte arruinada porque llevaba un nivel de vida que sus rentas no podían soportar. Por eso se producen casamientos con ricos o ricas herederas; hay una acercamiento entre cierta nobleza y cierta burguesía, con agrado por ambas partes. La nobleza provinciana -dice Soboul- es una "plebe nobiliaria"; la nobleza de toga nació en el siglo XVI, es decir, con el Estado moderno, a partir de la burguesía que había comprado cargos. La nobleza feudal, por último, estaba arruinada en parte.

La revolución se dio entonces teniendo en cuenta varias causas, la primera la impotencia financiera de la monarquía. El ministro Calonne, en 1783 acudió al empréstito para solucionar este problema, que la guerra de independencia de las colonias inglesas en América, en la que participó Francia, agravó. Los gastos militares se llevaban, en 1788, un 26% del presupuesto y la deuda absobía el 50%. Ante la imposibilidad de exigir más impuestos a las clases laboriosas, no quedó más remedio que la igualdad general ante el impuesto, tanto entre regiones como entre personas. Esto es lo que intentaron Calonne y luego Brienne, con la revuelta de los privilegiados. El primero intentó liberalizar el comercio de granos, suprimir las aduanas interiores y eliminar ciertas cargas que soportaban los productores; es decir, en orden a los deseos de la burguesía. De todas formas la nobleza seguía exenta de cargas personales (el tributo, el trabajo y el alojamiento de soldados, entre otras). Brienne (1787) opositor del anterior, se vio obligado a intentar su programa, pero de nuevo se opuso la aristocracia por medio del Parlamento de París, exigió la convocatoria de Estados Generales y se dieron los acontecimientos de Grenoble, donde la burguesía empezó a exigir ciertas convocatorias.

Para Jaurés la revolución francesa fue burguesa, pero democrática, al participar las masas populares contra el hambre y los campesinos contra el feudalismo, y la opone a la "conservadora" revolución inglesa de 1688.

Situación aparte era la de los siervos, una minoría pero que vivía en condiciones miserables. Los hijos de los siervos no podían heredar el patrimonio acumulado por sus padres salvo que pagasen al señor importanes derechos, lo que se llamó "mano muerta". Esta fue abolida por el ministro Necker en 1779 en las tierras de realengo.

La ocupación de territorios europeos por la Francia revolucionaria ocasionó el mismo fenómeno que en España: cuenta con simpatizantes de las ideas liberales pero con opositores a la ocupación militar. A estos países se exporta la idea de Saint-Just de que "los pueblos que viven bajo el despotismo carecen de patria"; e igualmente la idea de d'Holbach de que "allí donde los ciudadanos son libres" allí está la patria.

La ocupación de Bélgica, según Louis Bergeron, fue acompañada de la reapertura de las bocas del Escalda al comercio internacional, mientras Dumouriez proponía apoderarse del centro financiero de Amsterdam. En la época de la revolución había países donde una burguesía mercantil estaba en condiciones para protagonizarla: es el caso de Holanda, Bélgica (no independiente todavía) Suiza y la Italia del norte, países que estaban vinculados a Francia por razones económicas.

También en estos países había fuerzas retardatarias de la revolución: en Lieja, durante el siglo XVIII, sesenta canónigos del capítulo de Saint-Lambert ejercían con el obispo -elegido por ellos- una verdadera co-soberanía y dominaban estados en los que participaban algunos miembros de la alta nobleza y unos cuantos burgomaestres. Las ciudades renanas, a finales del siglo XVIII, tenían un escaso dinamismo económico, donde a su vez había tres obispos electores partidarios del antiguo régimen, pero lo importante en esta región alemana es su vida intelectual: las universidades y los períódicos.

Así las cosas hay una doble manera de ver la revolución que ya intuyeron los contemporáneos: revolución de las ideas, de liberación espiritual y política por un lado; revolución social igualitaria y antifeudal por otro, y prueba de ello son los desórdenes ocurridos a partir del verano de 1789 en el Sarre y el Palatinado, donde el feudalismo era más oneroso para los campesinos que en otras partes de Europa. En los cantones rurales suizos había sentimientos democráticos, aunque fueran minoritarios, y como en Francia había clubs urbanos, siendo los contactos con París anteriores a 1789. En Ginebra hubo una revolución municipal frustrada en 1782, lo que hizo que Brissot y Mirabeau fuesen partidarios de la anexión de Suiza con el apoyo de liberales ginebrinos. También las reivindicaciones democráticas triunfaron en Grecia (ocupada por los turcos) en 1792; mientras tanto, en la Toscana de Leopoldo da comienzo la monarquía constitucional y las ideas revolucionarias se extendieron entre la población rural de Cerdeña.

También hay minorías liberales en Amsterdam, Utrecht, Bruselas, Lieja, Ginebra y por supuesto en Francia. Mientras tanto, en Gran Bretaña la revolución política, iniciada a finales del siglo XVII, no siguió el ritmo de la revolución social y económica. Y hay historiadores que señalan (Francois Furte, Reinhart Koselleck) que en la isla hubo una limitación de la rivalidad entre la burguesía y la nobleza como consecuencia de la colaboración durante más de un siglo.

En Irlanda la situación será más favorable a las ideas liberales, sobre todo en el mundo campesino y entre los contrarios a la unión con Inglaterra. La nobleza y el clero católico eran los elementos conservadores, pero la capacidad de subversión estaba relacionada con la "jacquerie". El jacobinismo se desarrolló en los ambientes disidentes del Ulster y en la sociedad secreta de los "United Irishmen", cuyas operaciones se combinaron con las tropas francesas en 1798. Su espíritu republicano y democrático se plasmó en el "Catecismo de los irlandeses": Creo en la unión de los irlandeses, en la mejestad suprema del pueblo, en la igualdad de los hombres, en la legalidad de la insurrección y de la resistencia a la opresión. Creo en una revolución fundada sobre los derechos del hombre; en el derecho natural e imprescindible de todos los ciudadanos irlandeses a la tierra de su país... Creo que nuestra actual unión con Inglaterra debe ser prontamente destruida... Creo que la jerarquía religiosa se halla protegida unicamente por tiranos... En esta fe quiero vivir o morir valientemente.

Cuando la revolución estalló en Francia en 1789 las condiciones estaban dadas ya en varios países europeos, cuando dicha revolución avanzó por el tortuoso camino de la conspiración de Luis XVI y su huida a Varennes, por el terror y la Convención, por los golpes de estado y las guerras europeas, por las coaliciones contra Napoleón, por Leipzig y Waterloo, el liberalismo era una fuerza incontenible, por más que la restauración absolutista se impusiese luego durante buena parte del siglo XIX.

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