En la correspondencia con su amigo Marín Zapater trasciende la angustiosa conciencia del paso de los años. De los siete hijos que consta les nacieron vivos a Goya y Josefa Bayeu, solo uno se había logrado. En 1781 falleció su padre y la sordera no tardaría en atormentar al artista. Contribuye al estado de ánimo decaído de Goya, en algunas etapas de su vida, la memoria de los hijos y familiares desaparecidos. En los retratados brota la sensibilidad de Goya al registrar no solo la realidad exterior sino la intimidad del individuo.
En 1792 se encontró mal y empeoró en pocos días. Tras dos meses de "dolores cólicos" pide licencia al rey para ir a Andalucía a reponerse. El viaje desencadenó un segundo ataque, al parecer apoplético. Estaba en Sevilla y desde allí se le llevó a Cádiz. Esta enfermedad dejó huellas en su vida. En primer lugar quedó sordo, y en un principio también la vista estuvo afectada. No podía andar con seguridad tampoco, aunque se recuperó al cabo de unas semanas.
Temió que la parálisis, que le dificultaba los movimientos de una forma intermitente, se prolongase y le dejase incapaz de pintar. Agravarían su temor los problemas de comunicación: "le hallé del todo sordo", dice Ramón de Posada en una carta de finales de 1794; "fue necesario hablarle por escrito", añade el mismo. Hoy se sabe que los que se vuelven sordos siendo adultos o después de aprender a hablar, sienten como "voces fantasmales" o imaginarias que acompañan los gestos de las bocas. Cuando un familiar de Goya se tapó la boca al decirle algo, entonces el pintor supo lo que era el silencio; ni voces fantasmales ya oía. Observar el rostro del que habla, ver sus gestos y facciones, es dura y aventajada escuela para el retratista, pero son más los inconvenientes para la vida diaria; el sordo se hace desconfiado con frecuencia, triste, angustiado y solo. Ya no se siente el fondo de sonidos alrededor. Los sonidos hablan de cosas que no se ven y previenen contra los peligros.
Goya no soporta las aglomeraciones de gente, y lo dice doloridamente: en las clases que da en la Academia no conoce "la causa de la diversión de los muchachos". Ahora podemos explicarnos sus temás oníricos e irreales, feroces y trágicos. Muy pesimistas son los seis cuadros que es casi seguro pintó después de los ocho de la tauromaquia al óleo: "Los cómicos ambulantes", por ejemplo. Aquí se refleja perfectamente la inseguridad y la angustia de Goya tras su enfermedad. Es de notar, además, la aparición en estos cuadros de un público sin cara. Llenan los balcones y las gradas de la plaza de toros esas caras inconcretas, consecuencia de las dimensiones del cuadro. Otra señal de depresión en estas obras es el colorido y la luz. Los colores más vivos y alegres son notas arbitrarias o apagadas. Al pasar del campo a la ciudad desaparece el verde fecundo y surgen los ocres mudos y los matices terrosos y áridos.
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