Porque como la naturaleza humana es compuesta de cuerpo y alma, así todas nuestras cosas e inclinaciones siguen unas al cuerpo y otras al ánimo. La hermosura, pues, las grandes riquezas, las fuerzas del cuerpo y demás cosas de esta clase, pasan brevemente; pero las esclarecidas obras del ingenio son tan inmortales como el alma. Asímismo, los bienes del cuerpo y de fortuna como tuvieron principio tienen su término; y cuanto nace y se aumenta llega con el tiempo a envejecer y muere: el ánimo es incorruptible, eterno, el que gobierna al género humano, el que no muere y lo abraza todo, sin estar sujeto a nadie. Por esto es más de admirar la depravación de aquellos que, entregados a los placeres del cuerpo, pasan su vida entre los regalos y el ocio, dejando que el ingenio, que es la mejor y más noble porción de nuestra naturaleza, se entorpezca con la desidia y la falta de cultura; y más habiendo, como hay, tantas y tan varias ocupaciones propias del ánimo, con las cuales se adquiere suma honra.
Por el desprecio que el autor de este párrafo demuestra hacia las cosas materiales y la alabanza que concede a la capacidad espiritual del hombre, pareciera que se trata de una persona religiosa, más todavía de un cristiano acaso. Pero ya veremos que nada de eso.
Pero entre estas los magistrados y gobiernos, y en una palabra, todos los empleos de la República, son en mi juicio en este tiempo muy poco apetecibles: porque ni para ellos se atiende el mérito; ¿y los que destituidos de él los consiguen por medio del fraude?, no son por eso mejores ni viven más seguros. Por otra parte, el dominar un ciudadano a su patria y a los suyos, y obligarles con la fuerza, aún cuando se llegue a conseguir y se corrijan los abusos, siempre es cosa dura y arriesgada, por traer consigo todas las mudanzas de gobierno muertes, destierros y otros desórdenes; y por el contrario, empeñarse en ello vanamente y sin más fruto que magistrarse a costa de fatigas, es la mayor locura; si ya no es que haya quien, poseido de un infame y pernicioso capricho, quiera el mando para hacer un presente de su libertad y de su honor a cuatro poderosos.
No es, pues, privativo de nuestra época la poca calidad de los que gobiernan los asuntos públicos. Ya en el siglo de Salustio, autor de estas líneas, en el primero antes de Cristo, se lamenta dicho autor de que "ni para ellos se atiende el mérito". Tampoco en el presente es el mérito lo que se suele tener en cuenta para aupar a uno a las magistraturas del Estado; más bien se aúpa cada uno a base de codazos, habladurías, insistencias, carreras, jadeos y arrumacos a quien corresponda, como dice Salustio "empeñarse en ello vanamente y sin más fruto que magistrarse a costa de fatigas". Los paralelismos entre unas épocas y otras de la historia son asombrosos, y este es solo un ejemplo, escribiendo nuestro autor la "Guerra de Yugurta", de donde hemos sacado los párrafos anteriores.
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