En el siglo III antes de Cristo ya cita Timeo la vía Hercúlea, que iba desde Cádiz hasta el Ródano, habiéndose encontrado en los Pirineos los miliarios más antiguos de occidente. César amplió esta vía desde Saetabis (en el bajo Júcar) hasta Córdoba, Astigi (Écija) e Híspalis. El interés en elegir el interior y no la costa como hasta el Júcar, fue la riqueza minera. La vía de la Plata seguía un antiguo camino tartésico y así se explica que el tesoro de Aliseda, en la actual provincia de Cáceres, tenga las características del Carambolo.
Tuvo importancia la navegación fluvial, ya que el Guadalquivir era navegable hasta algo más arriba de Córdoba pero solo con barcas. Esta navegación se vio favorecida por los canales tartésicos que se habían construido para irrigar los campos y de hecho Filóstrato nos habla de que el río estaba canalizado en todas las ciudades por donde pasaba. Los demás grandes ríos hispanos eran navegables (seguramente con barcas) excepto el Guadiana. El Tajo hasta un punto indeterminado, el Duero hasta unos 150 kilómetros de la costa "por grandes navíos"; el Limia solo en una parte y el Ebro hasta Vereira, cerca de Logroño.
En cuanto al comercio marítimo está confirmado por los hallazgos submarinos de ánforas y de anclas, pecios de cerámica campaniense de finales del siglo II ante de Cristo, en el norte de Estartit (Girona) y en el cabo Negrete en Ibiza. También se han encontrado ánforas procedentes de Cádiz y Algeciras del siglo I antes de Cristo. No debe extrañarnos, pues aún antes de la política romana existio una "koiné" económica en el Mediterráneo.
Sin duda Roma era el mercado más importante y puede que Hispania fuese el más importante para Roma en algún momento, manteniendo también relaciones intensas con el sur de la Galia y con África ya en el siglo III antes de Cristo (época bárquida). Las fuentes han detectado lusitanos en el norte de África en el siglo II antes de Cristo y libios al servicio de Sertorio (s. I a. de C.).
Roma hizo desplazamientos de personas como había hecho Aníbal, entre Hispania y Mauritania y esto explica la división administrativa de Diocleciano en al año 283 después de Cristo. Hispanos al servicio de Roma ya existieron desde el año 200 antes de Cristo. Este trasiego, que tenía una clara intencionalidad económica, hizo de Hispania un territorio ambicionado, siendo el ejemplo más notable la invasión de los cimbrios en el año 104 a. de C., rechazados por los celtíberos. Algunas fuentes hablan de que dicho pueblo, de origen germánico, recorrió todo el norte de la península hasta Gallaecia, por la costa y por el interior, pero quizá la arqueología nunca lo pueda atestiguar dada la brevedad de la invasión. César nos habla de un Plutarco (que por fuerza ha de ser distinto al escritor de Queronea) que vino a Gallaecia a arreglar ciertos problemas entre deudores y acreedores, lo que indica que incluso en el siglo I antes de Cristo alguna parte de dicha región (más extensa que la actual Galicia) tenía una actividad comercial que hizo intervenir a Roma.
La inestabilidad fue la norma entre los años 41 y 29 a. de C., poco antes de que estallaran las guerras cántabras, pero ello no solo en el norte: Bogud de Mauritania inquietó la Turdetania y el "sacramentum militiae" se implantó con Augusto en Hispania aprovechando la tradición de la antigua "fides ibérica". Las guerras cántabras no solo involucraron a los habitantes del norte, pues en ellas participaron también vacceos de la meseta, que había soportado todo tipo de abusos por parte de Roma.
Solo después de las guerras cántabras es posible dividir Hispania en tres provincias, que en un principio, por lo que respecta a Lusitania, integraba las tierras de Portugal al norte del Duero y Galicia. Posteriormente estas tierras fueron adscritas a la provincia Tarraconense. El puente de Chaves es de la segunda mitad del siglo I d. de C. e igualmente varios tramos de vías entre Bracara y Astúrica. Esta es la época en que muchos hispanos ocupan altos cargos en la Administración romana, que mayoritariamente actuaron en la región del noroeste. De igual forma parece que los hispanos integrados en el ejército obtuvieron la ciudadanía romana poco después de la latina (Vespasiano) lo que habría favorecido a todos los hispanos libres. Con ello persiguió el emperador incrementar los ingresos por capitación y posesiones, e igual la leva de soldados, ya para medidas auxiliares o para formar parte de las legiones.
En cuanto a la minería, yéndonos al bajo imperio y al noroeste, a fines del siglo IV todavia se citan minas que están siendo explotadas en esa región. Las contínuas reparaciones de las vías romanas a que hacen referencia las fuentes prueba que Roma seguía interesada en el aprovechamiento de las minas del noroeste. Por otra pate han aparecido muchas monedas en Lusitania y el noroeste en dicha época, así como en Castulo. Los dos centros mineros más importantes del noroeste fueron Bracara y Astúrica, mientras que Gallaecia fue una región fundamental en la economía imperial del siglo IV por sus minas de oro y como las invasiones de francos y alamanes no afectaron al norte de la península, en el siglo citado los yacimientos de estaño de Lusitania continuaban en explotación.
La forma de propiedad territorial típica del bajo imperio son los "fundi". La villa rústica hizo su aparición en Hispania a finales del siglo II, propiedad de latifundistas que controlaron una economía autárquica crecientemente en detrimento del comercio y de la artesanía; también acumularon poder político y judicial en sus posesiones. Aunque muchos nombres de "villae" son prerromanos, especialmente celtas, y aquellos nombres derivan de antropónimos, los propietarios romanos denominaron a sus posesiones como se conocía el lugar desde hacía siglos.
En cuanto a los tributos podemos hablar del "stipendium" desde el año 206 antes de Cristo; como tasa fija no antes de 197 ó 179 a. de C; la "vicesima" correspondía al 5% de la cosecha de grano, pagándose a veces dos "vicesimae". Los censores eran los encargados de las finanzas durante la República y los cuestores eran los recaudadores. Entre 206 y 169 se estiman las siguientes cifras (seguimos en esto a Ángel Montenegro): por botín, 47 millones de denarios; por tasas, 11,4 millones y de las minas 38 millones, con lo que tenemos que casi la mitad de los ingresos provinieron, durante dichas fechas, del botín.
La economía romana era monetaria, habiendo unos magistrados monetales que e encargaron de recomendar la eliminación de las acuñaciones púnicas y griegas. Roma acuñó monedas de plata y bronce con caracteres ibéricos pero según la metrología itálica, lo que se hacía en las cecas, existentes ya crecientemente entre 206 y 133 (A. M. de Guadán). Las monedas de plata más antiguas eran dracmas de tipo ampuritano (250 a. de C.) y los bronces romanos más antiguos son posteriores a 132 a. de C., acuñando monedas una gran cantidad de tribus del nordeste, generalmente con un jinete ibérico, estando Ampurias a la cabeza en esta actividad; los epígrafes toponímicos expresaban el área de curso legal de la moneda (se conocen cien epígrafes ibéricos).
A partir de 132 a. de C. las monedas fueron uniformes siempre en Cataluña, Valencia y la cuenca del Ebro, mientras que los grabados de las monedas en la provincia Ulterior eran toros, espigas y arados. Otras monedas fueron ases y sus divisiones (en bronce) denarios y quinarios. El bilingüismo de las monedas desapareció en torno a 49 ó 45 a. de C., pero en el norte no había monedas en esta época, siendo las encontradas en A Lanzada (Pontevedra) posteriores.
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