Calvisio Rufo fue un ricachón que tenía posesiones en Como, al norte de Italia, donde C. Plinio pasó algunas temporadas de las que ha dejado constancia sobre el placer que tuvo en ello. Ahora el historiador habla a su amigo del buen recuerdo que tiene también de Vestricio Espurina, general romano y tres veces cónsul en el siglo I de nuestra era.
Ignoro -dice C. Plinio- si he pasado algún período de tiempo más agradable que el que he vivido hace poco con Espurina, ciertamente hasta tal punto que no quiero parecerme a nadie más en mi vejez, si es que se me permite envejecer; pues no hay nada más distinguido que su modo de vida. Por lo que a mí respecta, del mismo modo que el movimiento regular de los astros, me agrada también la vida metódica de las personas, sobre todo la de los ancianos: pues en los jóvenes no son indecorosas incluso ciertas actitudes desordenadas...; todo apacible y organizado conviene a los ancianos, para quienes la laboriosidad es extenporánea y la ambición indigna. Esta norma la observa Espurina muy estrictamente; es más, los asuntos nimios... los encierra en cierta disposición ordenada como en círculo. Por la mañana permanece en la cama, solicita el calzado a la segunda hora, camina tres millas y ejercita no menos su espíritu que su cuerpo. Si le acompañan amigos, se desarrollan conversaciones muy dignas, si no, se lee un libro... Cumplidas siete millas, de nuevo camina una, de nuevo se sienta o retorna a su habitación y a la pluma. Pues compone, y ciertamente en una y otra lengua, poemas muy eruditos... Cuando se anuncia la hora del baño... camina desnudo al sol si no hace viento. A continuación, juega a la pelota con energía y durante bastante tiempo... Una vez bañado, se recuesta y retrasa la comida un poco; entre tanto, escucha a un lector que recita algo de forma tranquila y agradable... Se sirve la comida, tan excelente como frugal, en vajilla de plata pura y antigua; se utiliza también una de Corinto por la que siente predilección, pero no en demasía.
Luego C. Plinio sigue escribiendo a su amigo Rufo que Espurina asiste a comedias y se dedica al estudio, que prolonga la velada hasta parte de la noche incluso en verano (así se podría levantar tarde al día siguiente) y de esa forma ha llegado a los setenta y siete años, edad que no debía ser muy corriente en la época. Pide luego a su amigo Rufo que, como él quiere seguir el ejemplo de Espurina, si te parece que estoy ocupado muchísimo tiempo, me cites ante los tribunales con esta carta mía y me ordenes que descanse cuando haya evitado la acusación de pereza. Adiós.
Un ejemplo de hedonismo, de sabiduría, pero también de como se podía uno permitir esta vida si había llegado a alcanzar los más altos puestos de la sociedad romana.
También yo quiero envejecer como Espurina... Saludos cordiales.
ResponderEliminarY eso te deseo yo. Ojalá la pasión por la literatura sea el camino...
ResponderEliminarSe debe saber renunciar a los placeres de la juventud. La paz y mesura, es necesidad en la medida que nos acercamos a la vejez. También reñidas con los estados ambiciosos y ansiedades de la juventud. Ese ser desordenados, alocados y desmesurados. Caprichosos y vanidosos. Ese creernos dueños de la verdad y del mundo.
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