Ya se ha dicho alguna vez que el problema de la Iglesia católica (y de todas las Iglesias que han pretendido el poder) es mostrarse con una misión espiritual pero no renunciar a lo material. Difícil casamiento. Cuando la Iglesia -que quizá todavía no era Iglesia en el sentido en que hoy lo entendemos- recibió cierto patrimonio del emperador Constantino, que luego se ha querido hacer muy superior empleando a clérigos para falsificar documentos a diestro y siniestro, sintió que era una plataforma para extender la doctrina cristiana sin tantas penalidades como hasta ese momento. Es más, en cuanto los emperadores, un siglo más tarde, enflaquecieron, la Iglesia inventó la primacía del obispo de Roma para que ocupase, en la medida de lo posible, el puesto de los antiguos emperadores romanos. Desde entonces todo marcharía como la seda en lo material, pero graves carencias empezarían a aparecer en lo espiritual.
Las herejías emplearon años y años de debates generalmente estériles y que nada tenían que ver con la doctrina de Cristo, como más tarde han podido demostrar cátaros, husitas, luteranos, evangelistas y otros grupos; incluso muchos teólogos católicos y, antes que ellos, coptos y cristianos de profesión griega, cayendo también estos últimos en el gusto por el poder y la riqueza.
Por eso no es nada extraño que la Iglesia se fuese desprestigiando tanto durante la Edad Media que toda una literatura hizo su aparición ridiculizando al papa y sus pretensiones, a los obispos y sus riquezas, a los curas y frailes más tarde. El pueblo llano ha sabido distinguir, crecientemente, lo religioso de lo eclesiástico y no es difícil encontrar numerosos ejemplos donde la fidelidad al rito religioso se hace compatible con la contestación al presbítero o al obispo.
Es curioso también que cuando el papado fue despojado de su poder territorial en la segunda mitad del siglo XIX, más prestigio ha ido ganando: independientemente de la opinión que nos merezcan los pontífices (el término es de origen pagano) desde León XIII, lo cierto es que la figura de los papas se ha agrandado como líderes religiosos (no diría yo espirituales) en el mundo. Entre tanto, atrás queda aquel ascetismo cristiano de Siria en los primeros siglos de que tanta influencia tendría en otras religiones del medio oriente, paticularmente en el judaísmo y en el islamismo: "Si un hombre es devoto de su Dios, vivirá como los pobres". Ni oir hablar de esto querrán las jerarquías eclesiásticas, porque los tiempos no están para predicar la pobreza y menos para practicarla. Del servus servorum Dei que se atribuía a los antiguos papas (se atribuía, digo) se ha pasado a otra cosa.
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