martes, 22 de noviembre de 2011

Heródoto habla del Nilo

Empieza el Nilo desde las cataratas a partir por medio el reino, corriendo al mar por un solo cauce hasta la ciudad de Cercaroso; y desde allí se divide en tres corrientes o bocas diversas hacia Levante la Pelusia, la Canobica hacia Poniente, y la tercera que siguiendo su curso rectamente va a romperse en el ángulo de la Delta y cortándola por medio se dirige al mar, no poco abundante en agua y no poco célebre con el nombre de Sebennitica: otras dos corrientes se desprenden de esta última, llamadas la Saitica y la Mendesia; las dos restantes, Bucolica y Bolbitina, más que cauces nativos del Nilo, son dos canales artificiales excavados.

A estas bocas del Nilo se referirá más tarde Pomponio Mela en su "Compendio Geográfico e Histórico del Orbe Antiguo". Continúa luego Heródoto con cierta ironía que nunca deja de estar presente en sus "Historias":

No ignoro que algunos griegos, echándola de físicos insignes, discurrieron tres explicaciones de los fenómenos del Nilo; dos de las cuales creo más dignas de apuntarse que de ser explanadas y discutidas. El primero de estos sistemas atribuye la plenitud e inundaciones del río a los vientos Etésias [secos vientos del norte provenientes del Egeo], que cierran el paso a sus corrientes para que no desagüen en el mar. Falso es este supuesto, pues que el Nilo cumple muchas veces con su oficio de aguardar a que soplen los Etésias. El mismo fenómeno debiera además suceder con otros ríos, cuyas aguas corren en oposición con el soplo de aquellos vientos, y en mayor grado aún, por ser más lánguidas sus corrientes como menores que las del Nilo. Muchos hay de estos ríos en la Siria; muchos en la Libia, y en ninguno sucede lo que en aquel.

Surge aquí el Heródoto naturalista, que no solo relata acontecimientos históricos sino que opina sobre ellos y describe fenómenos de la naturaleza, con mayor o menor acierto, haciendo comentarios que hoy no consideraríamos propios de un historiador. Obviamente el método ha cambiado, pero es que, además, Heródoto sabe que historiar es investigar, por lo que discute en sus narraciones como si tuviese a los interlocutores delante y por testigo al lector.
La otra opinión, aunque más ridícula y extraña que la primera, presenta en sí un no sé que de grande y maravilloso, pues supone que el Nilo procede del Océano, como razón de sus prodigios, y que el Océano gira fluyendo alrededor de la Tierra.

De esta manera también podemos comprobar ciertas visiones cosmográficas que tuvieron los antiguos, hicieran mejor o peor fortuna. Heródoto, escécptico en más de una ocasión, más claramente lo es con hipótesis que le resultan fantasiosas.
La tercera, finalmente, a primera vista la más probable, es de todas la más desatinada; pues atribuir las avenidas del Nilo a la nieve derretida, son palabras que nada dicen. El río nace en la Libia, atraviesa el país de los etíopes, y va a difundirse por el Egipto; ¿como cabe, pues, que desde climas ardorosos, pasando a otros más templados, pueda nacer jamás de la nieve deshecha y liquidada?

Los griegos llamaban Libia a la extensión de África que está entre Etiopía y el mar Mediterráneo, dejando al Este el país de los egipcios. Obviamente Heródoto conocía que cuanto más cerca del Ecuador (el sur para él) el calor era más intenso, y así no podía imaginar que hubiese nieve perpetua con altas temperaturas, pero sabemos que en el macizo etiópico la fusión de la nieve permite el caudal de uno de los brazos del Nilo, el que nace precisamente en dicho macizo y que hoy llamamos Nilo Azul. Heródoto ignoraba -pues no conocía alturas tan elevadas en esas regiones- que la latitud no lo es todo en cuestión de precipitaciones y clima.



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