Cuando Plutarco escribió las "Vidas paralelas" tenía a su vista los comienzos del Imperio romano, la larga tradición republicana de Roma y toda la cultura del mundo helénico. Él mismo era griego de Queronea, en el centro de Grecia, se educó en Atenas y conoció varias escuelas filosóficas: el estoicismo, el epicureísmo y el aristotelismo entre otras. Dispuso de tiempo para sus escritos cuando fue sacerdote de Apolo en Delfos y, al final de su vida, fue nombrado procurator por Adriano en Grecia.
A dos de los personajes de la civilización grecolatina que compara son Demóstenes y Cicerón, muy separados en el tiempo (siglos IV y I antes de Cristo respectivamente) pero unidos por su gran elocuencia y facilidad para la oratoria. Uno de ellos, Cicerón, era de familia plebeya, aunque luego fue elevada a la condición ecuestre; el otro, Demóstenes, de una rica familia de comerciantes.
La habilidad para hablar en público e influir por este medio en el gobierno fue igual en ambos, dice Plutarco; cuestión que era más propia de aquellas épocas que de la actual, donde tener influencia derivada de la riqueza procura más que cualquier elocuencia. En cuanto a la ambición política señala a Demóstenes como desprendido, no habiendo obtenido cargo ninguno de ningún viso, mientras que Cicerón fue cuestor en Sicilia y procónsul en Capadocia. De este dice que siendo cónsul en el nombre, pero ejerciendo en la realidad autoridad de emperador y dictador con motivo de la conjuración de Catilina..., refiriéndose a la influencia de los discursos de Cicerón para que Catilina fuese condenado.
En cambio el desprendido en poder político es acusado por Plutarco de que la fama culpa a Demóstenes de haber hecho venal la elocuencia, escribiendo secretamente oraciones para Formión y Apolodoro en negocio en que eran contrarios... Ciertamente hay que ser osado y ambicioso de dinero para buscar argumentos en favor de uno y otro de los pleiteantes; conjurándose Demóstenes contra sí mismo, dando un argumento que a continuación rebate con otro. También considerea Plutarco justa la condena de Demóstenes en el caso de Hárpalo, mentor primero de Alejandro y luego traidor a su causa.
El poder político que acumuló Cicerón, sin embargo, no le llevó a enriquecerse por esta causa, pues, según Plutarco. Cuando estuvo en Sicilia y luego en Capadocia, se resistió a recibir regalos, los resistió y repugnó en todas estas ocasiones.
De los destierros, el del uno fue ignominioso, teniendo que ausentarse por usurpación de caudales [Demóstenes]; y el del otro fue muy honroso [Cicerón], habiéndosele atraído por haber cortado los vuelos a hombres malvados... Dice Plutarco que de Demóstenes nadie hizo memoria después de su partida, mientras que de Cicerón mudó el Senado de vestido, hizo duelo público y resolvió que no se actuase sobre asuntos que incumbieran al orador hasta que volviese de su destierro, que pasó en Macedonia tranquilamente, lo que contrasta con la gloria alcanzada por Demóstenes, que durante su destierro trabajó para -según su ideal- preservar la independencia de las pólis griegas contra las pretensiones expansionistas de Filipo II primero y Alejandro después. Vivió un año más para ver la muerte de este rey macedonio, si es que esto le pudo consolar tras el fracaso de su misión independentista.
De Cicerón dice Plutarco que actuó con astucia cobarde, pues no se enfrentó a la violación de la ley cuando César pretendió el consulado sin tener la edad legal para ello (cuando todavía no tenía barba). Lelio se lo echó en cara en el Senado, mientras Cicerón estuvo sentado sin hablar palabra. ¿Sospechaba ya la gloria política del general pretendiendo aprovecharla para sí?
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