martes, 29 de noviembre de 2011

Las cartas de Amenhotep III


 Uno de los más asombrosos descubrimientos que se han producido, sin la necesaria intervención de los arqueólogos, fueron las cartas de Amenhotep III, rey del Egipto antiguo en el siglo XIV antes de Cristo. El soporte son ladrillos y piedras en las que se han grabado textos donde se muestra buena parte de la política exterior del faraón. 

 Egipto se había extendido por Palestina y la costa de Siria hasta donde llegaba la frontera de los hititas y de los hurritas, estos en la alta Mesopotamia y aquellos en la península de Anatolia. En la Mesopotamia media y baja también se alternaron, según los momentos, hegemonías a favor de asirios y babilonios. Amenhotep utilizó el oro que obtenía del Nubia, al sur de sus territorios, para ganarse la amistad y la paz de estos otros reinos, que en muchas de esas cartas le pedían incesantemente más y más metal precioso. No solo conseguia Amenhotep III una paz que era muy fructífera para su pueblo, sino jóvenes que convertía en sus esposas o en miembros de su harén, generalmente princesas de las familias reales citadas. 

En una de las cartas a las que nos referimos el rey de Babilonia se queja de que había pedido a Amenhotep una hija suya en reciprocidad y éste se la había negado. El egipcio le contesta que una princesa egipcia no podía ser moneda de cambio como las princesas babilonias o hititas. En otra carta le pide entonces el babilonio al egipcio una bella joven que aparente ser princesa, a lo que Amenhotep también se niega; hasta tal punto no era solo que no se tratase de alguien de su sangre, sino que ni siquiera pudiera parecerlo. Esto ha sido interpretado como una actitud demostrativa del papel hegemónico que Egipto jugaba en la geopolítica de la época.

La gloria y fama de Amenhotep llegó a tal grado durante su reinado que mandó excavar grandes canteras para sacar de ellas la piedra arenisca que serviría para construir dos templos, uno en su honor y otro en el de su primera esposa, Ti, que de esta forma llegó a ser considerada como una igual que Amenhotep (esto también se decuce de la transcripción de algunas de estas cartas, que se refieren a la política interior en este caso). Con las riquezas que obtenía de otros reinos y del oro nubio sació el templo de Amón-Re, en Tebas, y con ello también a sus sacerdotes, que llegaron por este medio a tener un gran poder político. Esto empezó a inquietar al faraón.

Las cartas y otras piedras talladas en forma de escarabajo, donde se inscribían las hazañas (reales o inventadas) del rey, fueron repartidas a miles por todo el valle del Nilo y por Nubia, por Palestina e incluso fuera de los territorios bajo su autoridad. Se trataba de la primera gran campaña de propaganda política por la que el rey egipcio hacía ver a sus súbditos y reyes exteriores la gloria de su reinado, sus supuestos méritos y el agradecimiento que el pueblo le debía, antes que a los sacerdotes enriquecidos y ambiciosos. Hasta tal punto el poder de estos llegó a ser una amenaza para el rey que éste decidió sustituir el templo de Amon-Re, y por lo tanto a la casta sacerdotal que vivía a expensas del mismo, por otro dios, Atón, poco antes de que Amenhotep muriese a la edad de 39 años. 

Tebas, en el Nilo medio, verá desaparecer su esplendor en el siguiente reinado, cuando el sucesor, Amenhotep IV, que hizo cambiar su nombre -e incluso el de su padre- por el de Akhenaton, cambie la capital un poco más a norte, en Amarna. Será un período nuevo, pero también corto, lleno de novedades que provocarán la vuelta a una tradición que había empezado a transformarse con Amenhotep III.

(Recinto del templo de Amenhotep III donde se encuentran las colosales estatuas que los griegos llamaron de Memnon)

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