En el año 331 antes de Cristo llegaron los primeros griegos a la ciudad elamita de Susa, centro de una importante civilización que se remonta al año 4000 antes de Cristo, por lo tanto coetánea de las primeras ciudades-estado mesopotámicas. En el siglo IV antes de Cristo Susa no era más que el centro de una satrapía persa, ya en decadencia respecto de su antiguo esplendor, a no ser por la función administrativa que representaba de la mano de Abulites. Susa se encuentra en las estribaciones de los montes Zagros, en una región feraz que había posibilitado el desarrollo de su civilización, objeto de ambición para muchos pueblos a lo largo de la historia.
Cuando las tropas griegas, a las que se habían ido sumando mercenarios anatolios y mesopotámicos, llegaron a Susa se asombraron de su apadana, de sus calles y edificios notables, de sus esfinges y del paisaje que rodea a la ciudad, entonces como ahora irrigado por el río Coaspis. La información de que disponemos hoy se la debemos, entre otros autores, a Quinto Curcio, a quien ha tradudido Mateo Ibáñez de Segovia y Orellana.
Los griegos fueron obsequiados, pues se presentaban en Susa como vencedores, con dromedarios y elefantes que había hecho traer el rey persa Darío de la India. Curcio dice que con la intención de amedrentar a los macedonios y "así se burla la fortuna de los intentos y disposiciones de los hombres". Los griegos entraron en la ciudad y encontraron muchísimas monedas y cincuenta mil talentos de plata en barras (según el propio Curcio) de las cuales se hicieron dueños por la rapiña y el saqueo.
Alejandro, al frente de los griegos (o macedonios) respetó a Abulites, pero poco después mandó ejecutarlo, así como primero se admiró de los edificios persas y luego mandó destruirlos. Lo mismo haría con el palacio de Persépolis. Los griegos se enseñorearon de la ciudad, ocuparon las mejores casas, comprobaron la brillantez de una civilización que ahora estaba bajo dominio persa, pero que tenía su propia personalidad y transmitieron a la metrópoli una información que luego recogerían, entre otros, Diodoro y Plutarco. También inspeccionaron el paisaje, con abundante agua y vegetación, si bien esta concentrada en algunas zonas para dar ocasión a otras más pedregosas y quebradas.
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