César hizo sospechar a algunos parientes suyos que no quería vivir más y que aquella indiferencia, que procedía de su mala salud, le había hecho despreciar las advertencias de la religión y los consejos de sus amigos. Otros opinan que tranquilizado por el último senatusconsulto y por el juramento prestado a su persona, había despedido a la guardia española que le seguía, espada en mano. Otros, por el contrario, le atribuyen la idea de que prefería sucumbir en una asechanza de sus enemigos a tener que temerlas continuamente. En opinión de algunos, acostumbraba decir que su conservación interesaba más a la república que a él mimso; que había adquirido para ella desde muy antiguo gloria y poderío; pero que la república, si él pereciera, no tendría tranquilidad y caería en los espantosos males de la guerra civil.
Pero generalmente convienen todos en que su muerte fue, sobre poco más o menos, como él la había deseado. Porque leyendo un día en Xenofonte que Cyro, durante su última enfermedad, dio algunas órdenes relativas a sus funerales, mostró su aversión por aquella muerte tan lenta, y manifestó deseos de que la suya fuese rápida. La misma víspera del día en que pereció, estando cenando en casa de M. Lépido, habiéndose preguntado cual es la muerte más apetecible, contestó: "La repentina e inesperada".
Sucumbió a los cincuenta y seis años de edad, y se le colocó en el número de los dioses, no solamente por decreto, sino también por el vulgo, que estaba persuadido de su divinidad. Durante los juegos que había prometido celebrar y que dio por él su hermano Augusto, apareció una estrella con cabellera, que se alzaba hacia la hora undécima y que brilló durante siete días consecutivos, creyéndose que era el alma de César recibida en el cielo, siendo esta la razón de representarle con una estrella sobre la cabeza. Mandose tapiar la puerta de la sala donde lo mataron; llamose parricidio a los idus de marzo, y prohibiose para siempre que se reuniesen los senadores en este día.
Casi ninguno de sus asesinos le sobrevivió más de tres años, ni murió de muerte natural. Condenados todos, perecieron cada cual de diferente manera; unos en naufragios, otros en combates y algunos se clavaron el mismo puñal con que hirieron a César.
Suetonio vivió entre los siglos I y II después de Cristo, por lo que habla a partir de sus lecturas y tradiciones orales que se habían conservado sobre la muerte de César, más de un siglo antes de que él naciese. En su "Vida de los doce Césares" se nota claramente la influencia de la filosofía estoica, pues pone en el ánimo de César su desasimiento de la vida, la resignación para la muerte, y también es evidente el tono laudatorio con que Suetonio habla del personaje.
La muerte de sus asesinos de forma violenta no es algo raro, sino lo normal entre las clases dirigentes de la época, máxime en un siglo caracterizado por las guerras civiles. No vino, como previó César según Suetonio, el caos a Roma, sino la calma, la "pax romana" de la que se habla refiriéndose al reinado de Augusto, una "pax" que puede ser puesta en tela de juicio a la luz de la historia.
La "estrella con cabellera" a que se refiere el texto ha sido interpretada por altunos como un eclipse de sol y otros han dicho que se trató de un cometa. Versiones propias de una civilización dada a la fabulación onírica y a ver en cualquier cosa un designio de los dioses.
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