miércoles, 2 de noviembre de 2011

Judíos en España (II)

La doctrina por la que los judíos eran de jurisdicción real se remonta a Agustín de Hipona, aunque con el tiempo se fue aceptando, de facto, que la Iglesia, el rey, la nobleza y los concejos tuviesen competencia sobre la población judía, y de hecho la dependencia señorial de los judíos fue paulatina. La Iglesia llegó a cobrar de los judíos, por ejemplo el obispo de Burgos y el arzobispo de Toledo, aunque aquellos no estaban obligados a pagar el diezmo. Esto tenía su lógica: si el diezmo era una contribución de origen divino, como defendía el clero, no tendría sentido que los judíos (deicidas) lo pagasen.

Una de las primeras alusiones a la actividad prestamista de los judíos está en el fuero de León (1017-1020) según Francisco Ruiz Gómez. Otros casos que se refieren a la usura son los fueros de Castrojeriz, Cuenca, Zorita, Coria y el Fuero Viejo de Castilla, aunque el préstamo de dinero con usura no era un negocio exclusivo de los judíos. Esto llevó a las Cortes de Alcalá (1348) a prohibir el interés, pero también estaba prohibido antes y se practicaba. Aunque se permitió adquirir tierras a los judíos y otros bienes raíces, se puso un límite para que no llegaran nunca a ser grandes propietarios.

Las etapas en el movimiento antijudío en Castilla (según F. Ruiz Gómez) fueron las siguientes:

- la guerra civil castellana de 1366,
- las persecuciones de 1391,
- las predicaciones de Vicente Ferrer (1408-1412).

Es posible que el rey Pedro I protegiese a los judíos, o al menos lo había hecho en 1355 con motivo del asalto a las juderías de Toledo y Cuenca. Los partidarios de Enrique II saquearon juderías, durante la guerra civil, en Briviesca, Burgos, Segovia, Ávila y Toledo; pero también los de Pedro I asaltaron juderías en Villadiego, Aguilar de Campoo, Valladolid y Jaén. Todo hace pensar que en momentos de turbación todo valía para una población que pagaba las consecuencias de la peste negra y de la guerra, además del prejuicio antijudío por razones religiosas y sociales.

La conflictividad se explica, en parte, por el aumento de la población judía durante la baja Edad Media, pues se produjeron inmigraciones desde Francia y otras partes de Europa, de donde habían sido expulsados a principios del siglo XIV, asentándose la mayoría en Cataluña, Aragón y Navarra (José Luis Lacave). Se puede decir que en la baja Edad Media la península Ibérica fue el territorio con mayor número de judíos de toda Europa (quizá 100.000 en 1492, sin contar los de Portugal). Hubo ciudades de entre 1.500 y 2.000 habitantes en las que la población judía era el 10%. Alcanzaron 2.500/3.000 judíos o más Toledo, Barcelona, Zaragoza, Valencia, Mallorca, Tudela, Sevilla, Córdoba, Granada y Lucena.

Desde el siglo XII, además, se produjeron inimigraciones de judíos desde al-Andalus hacia los territorios del norte, ejerciendo funciones de recaudadores de tributos y funcionarios, comerciantes, prestamistas, artesanos y médicos, entre otras. Entre los funcionarios destacaron los intérpretes o trujumanes, mientras que el comercio más extendido entre los judíos fue el de telas, paños y pieles; también el de la alimentación. La tenería llegó a ser una profesion típica de los judíos. Otros oficios fueron peleteros, sastres, tejedores, zapateros, tintoreros, guarnicioneros, joyeros y orífices, boticarios y especieros, alfareros, herreros, carpinteros y albañiles. Estos judíos, desde la baja Edad Media, empezaron a constituirse en una sociedad cerrada, aunque el barrio judío estuviese en el corazón de la ciudad. En el siglo XV las autoridades cristianas obligaron a los judíos a asentarse en las afueras.



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