sábado, 19 de noviembre de 2011

España aislada

 (Luis de Zulueta)

Después de los siglos modernos, en los que la monarquía española, dueña de territorios en América, Asia y Europa, mantuvo una presencia internacional obligada, tras la guerra de 1808 España se encerró en sí misma, víctima de contínuos conflictos civiles, y dejó de tener, practicamente, política exterior. Incluso durante el régimen de la Restauración, cuando hubo una estabilidad engañosa que no se rompe hasta 1909, España siguió aislada (la Conferencia de Algeciras, poco después, no es significativa) y durante la dictadura primorriverista y el primer franquismo España siguió aislada. Hay que esperar a los años cincuenta del siglo pasado para que España empiece a ser reconocida en el concierto de las naciones (el Vaticano, Estados Unidos, la ONU) aunque el aislamiento siguió en otros aspectos y solo algunos países sudamericanos y árabes mantuvieron relaciones con España. Cuando en los años sesenta España intenta un acercamiento a la Comunidad Económica Europea se le hace caso omiso (salvo ciertos acuerdos comerciales de menor rango que con Marruecos o Turquía). Habrá que esperar a los años ochenta del siglo pasado para que, con la entrada de España en la Unión Europea, las relaciones exteriores cobren carta de naturaleza y se ramifiquen en todas direcciones. 

En medio de todo este resumen hay que hablar de la II Repúbica, cuando los dirigentes políticos cobraron conciencia del aislamiento de España y quisieron convertir al país en uno más con capacidad para decidir sobre la paz mundial, las relaciones comerciales y los intercambios de todo tipo. José Luis Neila habla de "la indigencia internacional de la España monárquica", refiriéndose al reinado de Alfonso XIII, y Salvador de Madariaga, que inspiró la política exterior española durante la II República (y bien mal lo debió hacer a juzgar por los resultados) se esforzó por el papel que debía jugar España en la Sociedad de Naciones, un organismo que a la postre ni evitaría la guerra civil española ni la segunda guerra mundial.

                                                                (Álvarez del Vayo)

Es fácil, no obstante, comprender el aislamiento de España tras 1814: poco después será vencida por sus colonias, lo había sido ya por Inglaterra y antes aún por Francia; no jugó papel alguno en el reparto colonial de la segunda mitad del siglo XIX (la época colonial de España correspondía a otra época) y aunque esto último ahorró sufrimientos a los españoles y a los potenciales colonizados, es un indicativo más de ese aislamiento. 

Durante los turbulentos años de la II República, turbulencias que venían desde 1909 por lo menos, hubo, si exceptuamos a Justino de Azcárate, que fue ministro de Exteriores tan sólo un día, quince cambios en el ministerio; algo muy poco conveniente aunque en el primer bienio y desde febrero de 1936 fue Manuel Azaña quien tuvo claro cual debía ser la política exterior de España, europeista convencido que calificaba a Cataluña como el único país de España con vocación democrática e internacional. El citado Luis de Zulueta, ministro entre 1931 y 1933, tuvo importantes iniciativas en las relaciones de España con los países europeos occidentales, con Checoslovaquia y con America Latina. Igual Juan José Rocha, ya durante el período conservador, que no hizo sino continuar la política exterior del anterior bienio; Joaquín Urzáiz también en un tiempo ya difícil por el ascenso irresistible de los fascismos en Europa; y el gran ministro de Exteriores durante la guerra fue Álvarez del Vayo, a quien quizá no se le hayan reconocido sus esfuerzos por defender la legalidad republicana ante unos países amedrentados por la Alemania nazi, por el pacto germano-soviético de 1938 y por la inoperancia de la Sociedad de Naciones. 


Julián Besteiro, último ministro de Exteriores de la República (1939) creyó que era más importante participar en el golpe de estado de Casado, entregando la República al ejército rebelde. Su trayectoria anterior le avala como un hombre entregado a su causa y a la de su páis. Enjuiciar su actuación en el último suspiro de la guerra no es misión de estas páginas.

                                                           (Álvarez del Vayo con los miem-
                                                        bros del pacto de no intervención)

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