A cualquier persona con una instrucción media el nombre de Rodas le sitúa en la antigua Grecia, pero la isla del Egeo, que forma con otras el Dodecaneso (las doce islas) tiene una importante historia medieval de la mano de los Caballeros de San Juan de Jerusalen y, por supuesto, también de sus gentes sencillas y trabajadoras.
La gran ciudadela construída en la Edad Media muestra sus murallas y torreones, con almenas y matacanes, desde donde los Caballeros hicieron frente a las embestidas turcas en una época en la que las civilizaciones cristiana y musulmana no habían aprendido a reconocerse (algo parecido a lo que ocurre ahora hasta cierto punto). De la presencia turca a partir del siglo XVI se yergue, entre otros edificios, un alminar muy parecido a los que flanquean la iglesia-mezquita-museo de Santa Sofía de Constantinopla. En la ciudadela y en las calles donde vive la población civil podemos ver relieves cristianos, edificios góticos, patios y escudos nobiliarios, relieves románicos, esfinges, calles perfectamente empedradas (entre las que destaca la de los Caballeros) vírgenes esculpidas con el niño, casas nobles que admiraron los peregrinos que iban a Tierra Santa y hacían escala en Rodas para comprar telas y especias.
También los peregrinos se curaban de sus heridas, como los guerreros y otros habitantes, en el grandioso hospital que todavía se conserva, con sus amplias naves, capillas nervadas, arcadas ojivales, gárgolas, un jardín en la azotea, plementerías y sillares bien labrados. Es una arquitectura verdaderamente monumental que, como inspirada por los monjes-soldados, tiene algo de piedad religiosa y de fortaleza militar, imponente esta, para defenderse del turco que, al menos en dos ocasiones, cuando la Edad Media declinaba, intentó su captura.
La primera vez en 1480, cuando los cañones tronaron en una y otra dirección, fue para desgracia de los otomanos; pero la segunda vez, en 1522, con varios centenares de navíos, atacaron Rodas y echaron de allí a los Caballeros, amedrentaron a la población; entre unos y otros ejércitos (cristianos y musulmanes) se encargaron de producir unas 40.000 muertes, de las que no se salvaron ancianos, mujeres, niños y por supuesto soldados. Mientras este fragor se producía, el mar azulísimo y la luz vívida casi todo el año fueron testigos de aquellas batallas. Desde entonces comenzaron a proliferar las cúpulas bizantinas, que aún se conservan en todo su esplendor y, como antaño, tintinean al viento las ampaloas en los campos que rodean a la vieja ciudadela, que sobresale incluso durante el solpor de cada día.
Una explosión de pólvora hizo estragos en la ciudadelaen en el siglo XVIII, pero las autoridades italianas, que ocuparon las islas del Dodecaneso a principios del XX, se encargaron de su reconstrucción. Construir, destruir y volver a construir: matar, herir y sanar en el gran y majestuoso hospital de Rodas; este parece ser el designio de la humanidad que tan dificil nos resulta entender. Por fortuna, aún se puede pasear por los claustros, ver los sepulcros que se conservan en las iglesias, los almendros que florecen en su temporada... Ahora son recuerdos aquellos seis meses de sitio a la ciudadela de Rodas, en 1522.
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