En una carta que Plinio envió a su amigo Minicio Fundano le comenta cómo se desarrollan las actividades diarias en la ciudad. Si preguntas a alguien -dice- "hoy, ¿qué has hecho?", te respondería: "He asistido a la investidura de una toga viril, he acudido a unos esponsales o a unas bodas, uno me ha llamado para sellar su testamento, otro para una defensa, otro para un consejo". Estas ocupaciones... son ineludibles [pero] parecen frívolas... Pues entonces te asalta un pensamiento: "¡Cuantos días he consumido en asuntos tan triviales!". Esto me sucede cuando en mi residencia de Laurento [ciudad al lado de Roma] leo o escribo algo... Nada escucho que me arrepienta haber escuchado, nada digo que me arrepienta haber dicho; ante mí nadie denigra a nadie con discursos hostiles, yo mismo no reprocho a nadie sino a mí cuando escribo poco apropiadamente; ninguna expectativa, ningún recelo me atormenta, ningún chisme me turba; hablo solo conmigo y con mis libros. ¡Vida íntegra y sencilla! ¡Ocio agradable, honorable y quizá más bello que toda ocupación! ¡Mar, costa, museo auténtico y recóndito, cuántas cosas me discrubrís, cuántas cosas me aconsejais! Por tanto... entrégate al estudio y al ocio. Pues es preferible, como nuestro Atilio dijo... estar ocioso que no hacer nada.
El único Atilio que conozco es un general, cónsul y senador romano del siglo III antes de Cristo, por lo que para Plinio, que vive entre el siglo I y el II después de Cristo, es una fuente antigua.
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