martes, 3 de enero de 2012

Una burguesía provinciana

Pontevedra era, en 1867, una pequeña ciudad de unos 22.000 habitantes, pero esto ha de entenderse en todo su municipio, porque la población urbana era mucho más escasa: diez años antes, 6.623 habitantes. Es algo muy común a las ciudades gallegas, cuya población se extiende por todo el municipio hasta el punto de que más de la mitad, en ocasiones, vive en las parroquias rurales. (A la izquierda, calle que se abríó en terrenos del marqués de Riestra, que éste cobró religiosamente, claro).

Entre la burguesía local hay que distinguir aquella que goza de una buena posición económica, los que son propietarios de comercios o industrias, y los que por su posición política, intelectual o social relevante debemos incluir aquí. Pazos Riveiro, en una tesis inédita finalizada en 1984, detectó a algunos que procedían de fuera de Galicia: Puerto Cabello (Venezuela), Asturias, Cataluña, provincias vascas, La Rioja o Zamora. Otros habían nacido en Pontevedra, pero sus ascendientes procedían de otros puntos de Galicia o de fuera de esta. Por último tambien hubo burgueses oriundos de Pontevedra, aunque no son los más importantes económicamente.

Esta burguesía era, obviamente, una minoría de la población, que fue evolucionando a lo largo del siglo XIX en orden a una selección endógena. Tenemos así el mediano comerciante, el transportista, el dueño de empresas de salazón, los grandes foristas y propietarios urbanos; los Riestra, Montero Ríos o Bugallal entre los más encumbrados. Esta burguesía participa con gusto y como una forma más de demostrar su primacía social en las cofradías religiosas, donde ocupará puestos de administración y dirección. Se hará ver en puestos destacados durante las procesiones y sonarán siempre sus nombres para toda muestra de externa religiosidad. Participan -en algunos casos- en el gobierno local, ejemplo de lo cual es el de Francisco Javier de Mugártegui, que además destaca como escritor de temas práticos y agrícolas. 

En general, algunos unen a esa presencia pública en cofradías o cargos políticos el hecho de practicar la filantropía ayudando a huérfanos y necesitados. A veces no tan necesitados: el segundo de la generación Riestra, primer marqués del mismo nombre, era anfitrión habitual, en su finca de A Caeira, de personajes notables. Prudencio Landín Tobío (1952) señala que en su casa se hospedaron miembros de la realeza española, altos funcionarios de la burocracia vaticana, obispos, aristócratas, diplomáticos, financieros y nombres como Núñez de Arce, Vega de Armijo, Fernández Villaverde, Pardo Bazán, Venancio González... La influencia de esta familia en la vida local pontevedresa, en la segunda mitad del siglo XIX, se pone de manifiesto en la "Descripción de Pontevedra" (1900) debida a Otero López. El primer marqués de Riestra -dice el autor citado- mantenía buenas relaciones e influencia con todos los partidos existentes, lo que habla a las claras de la concepción política que sostenía y de la curiosa personalidad que representaba. (Arriba, residencia palaciega de Montero Ríos, en Lourizán).

Algunos de estos burgueses participan en las reuniones literarias del liceo en el último tercio del siglo y en la prensa local desde 1842, donde plasma su concepción del mundo, su moral y la impronta de sus intereses. En esta prensa marcará diferencias dentro de sí misma (católicos acérrimos unos, más tolerantes otros, incluso republicanos, liberales casi todos y defensores de un orden que enseguida sería gravemente contestado). 

En cuanto a su privacidad tiene interés la importancia que dan a la familia, hecho que, en menor grado, también afecta al conjunto de la población. Uno de los momentos que mejor revela la importancia de la familia para la mentalidad burguesa de esta época -la familia forma parte del patrimonio- es el del fallecimiento, y antes aún, el de la redacción del testamento. Todo fallecimiento de un propietario notable era un acontecimiento social: cuanto mayor poder económico, mayor pompa en sus exequias y mayor número de sacerdotes oficiantes. Toda una mezcla de devoción religiosa y de costumbrismo inundaba estos acontecimientos. En el testamento, entre tanto, quedan claras las cláusulas, las partijas, los inventarios, las últimas voluntades y el deseo de ser sepultado piadosamente. El difunto había mostrado en su declaración de fe misas y obras pías en su caso, ritos funerarios y elección del hábito con el que deseaba ser enterrado, generalmente el franciscano, símbolo de una humildad que no siempre se había cultivado en vida. Pero ahora es otro momento: solemne, grave y definitivo. (Arriba, la alameda pública, quizá la más brillante realización urbanística de Pontevedra en todos los tiempos).

En las fiestas oficiales, por contra, hay ocasión para marcar las diferencias con la mayoría de la población: en Pontevedra se dieron asiduamente, por parte del gobernador civil o con motivo de la recepción a autoridades del reino. Allí se daba ocasión a las más variadas intenciones: políticas, sentimentales... Las fiestas populares, en cambio, constituían la válvula de escape contra la monotonía de la vida para la mayoría de la población. En aquellas y en estas (con diferente rango) se daban veladas teatrales, canto, declamación, zarzuelas y veladas literarias, que eran privativas de los asiduos al liceo. En la casa de los Riestra, como en la de Montero Ríos, las tertulias políticas eran moneda corriente para los más importantes miembros de la burguesía local. Especial mención merecen los Juegos Florales que se celebraron en Pontevedra en 1888, donde estuvieron presentes el marqués de Riestra, Montero Ríos, Echegaray, Eduardo Vincenti y otros notables personajes.

Uno de los aspectos estudiados por Pazos Riveiro fue el de la casa: el mobiliario (con maderas de castaño, olivo, pino y otras), el vestuario, los útiles, los objetos de lujo como cuadros, candelabros, joyas; la existencia o no de servidumbre, la amplitud de la casa, los tapices, los cortinajes, las sedas, los repujados, los rasos, los artículos de importación y la propiedad de casas de campo.(Abajo, alameda pública de Pontevedra).


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