El río Rumblar, cercano a Mesa del Rey |
Algo más al norte de Linares (Jaén) a la izquierda de la carretera que hoy conduce hasta Toledo, se encuentra Mesa del Rey, en una de las estribaciones de Sierra Morena, al norte del alto valle del Guadalquivir. El paisaje es algo quebrado y con vegetación, constrastando con las tierras algo más bajas del valle. En Mesa del Rey se apostaron las tropas cristianas que, en el mes de julio de 1212, se enfrentarían con las musulmanas almohades, en una feroz batalla que se ha conocido por la de las Navas de Tolosa, población cercana.
Algo más al sur estaba el campamento del jefe almohade, Muhammad An-Nasir, que los cristianos conocieron como Miramamolín. Diecisiete años antes había tenido lugar, más al norte, la batalla de Alarcos, favorable a los musulmanes, lo que hacía temer un freno en el avance hacia el sur de los reinos cristianos, ya convencidos sus reyes y generales de que la hegemonía musulmana en la mitad sur de la península estaba cercana a su fin.
El día de la batalla, como los anteriores, fue caluroso. Los preparativos habían sido minuciosos, pues la corte del rey castellano Alfonso VIII, había buscado la colaboración del arzobispo de Toledo, Rodrigo Ximénez de Rada, y del papa Inocencio III, que había convencido a cruzados europeos de allende los Pirineos, sobre todo franceses, para que se sumasen el ejército cristiano. También algunos ejércitos concejiles participaron en la batalla tras los éxitos que habían cosechado desde la centuria anterior. La caballería villana había mantenido la independencia de las ciudades y poblaciones castellanas ante la amenaza musulamna, si bien esta nunca pasó de la región de los montes de Toledo. Llama la atención la participación de caballeros de la actual provincia de Soria: San Esteban de Gozmaz, Medinaceli y Almazán, lo que no es extraño, porque en Medinaceli había estado el centro de una de las fronteras con los musulmanes en tiempos pasados.
Aliados del rey castellano fueron el portugués Alfonso II, Sancho VII de Navarra y Pedro II de Aragón, que colaboró con almogávares o mercenarios de rudo guerrear y que tendrían gran importancia en los dos siglos venideros, participando activamente en varios puntos del Mediterráneo. Los monjes-soldados también participaron: órdenes de Calatraba, San Lázaro de Jerusalén, San Juan de Malta y de Santiago, e incluso algunos obispos franceses al sur de España se deplazaron con sus mesnadas, particularmente el de Narbona. El rey leonés no participó, ni personalmente ni por medio de su ejército regular, pero sí fueron aleccionados guerreros del norte (gallegos y asturianos) que participaron como voluntarios. El ejército al servicio de Alfonso VIII de Castilla debió ser verdaderamente formidable, animado por clérigos de toda condición y espoleados por la venganza tras la negativa batalla de Alarcos una generación anterior.
Miramamolín comandó a esclavos del Senegal que, según las fuentes, guerreaban encadenados, lo que les hacía ser más fieros si querían salvar sus vidas; almohades norteafricanos y los que se habían afincado en la península, turcos (no los otomanos posteriores), soldados andalusíes y musulmanes reclutados en el Atlas marroquí. También aquí participó el clero con su labor legitimadora: alfaquíes y ulemas leían los versículos del Corán donde se justificaba la guerra, aleccionaban a las tropas, les animaban ante un futuro de victoria o muerte para ganar la gloria y felicidad eternas. El número total de guerreros debió de ser también imponente.
La batalla duró un solo día, pero la refriega fue realmente cruel. No parece que hubiese un especial orden; más bien cabe pensar que cada ejército (mixtificado en ambos bandos) hizo lo que pudo por su parte, para garantizarse lo mejor del botín que no fue poco en favor de los combatientes cristianos. Hoy, al norte, está el desfiladero de Despeñaperros, paso obligado por la zona para entrar en La Mancha. Muy cerca está la villa de colonización que lleva el nombre de La Carolina, y más cerca todavía el pueblo que da nombre a la batalla. El campo de lucha está hoy surcado por varios caminos forestales, el paisaje es vistoso, con los riachuelos que van a formar el Rumblar, desaguando éste en el Guadalquivir. Cerca están los pueblos de Almuradiel, Viso del Marqués, Castellar de Santiago y Santa Cruz de Mudela, todos al norte del lugar de la batalla.
Paisajes de Mesa del Rey |
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