Basado en las ideas de Antonio di Piero Averlino, florentino del siglo XV, con su Tratado de Filarete (este fue su apodo), Leonardo da Vinci planteó la suya de ciudad ideal donde el "equilibrio y la funcionalidad" serían la norma. Pensó en que toda ciudad debía contar con calles superiores (para los ciudadanos) e inferiores (para los animales y el tráfico, en su época de tracción animal). Fue uno de los primeros que habló de planeamiento urbano, es decir, que la ciudad crezca de acuerdo con previsiones y no de forma improvisada. Esto, obviamente, ha de contar con el hecho de poner por encima el interés colectivo del particular, y ya sabemos lo que ha pasado en nuestras ciudades con la especulación del suelo y las recalificaciones urbanístias. (A la izquierda, Sforzinda, la ciudad ideal de Filarete).
Leonardo previó el saneamiento de su ciudad ideal (basuras, efluentes humanos, etc.) e imaginó que su ciudad ideal habría de ser diáfana, simple en las formas, ordenada y donde hubiera una "relación entre las partes y el todo con las partes", como en el caso del cuerpo humano.
La diafanidad querida por Leonardo impediría la instalación de talleres e industrias en las proximidades de las zonas residenciales; la simplicidad vino a ser rota por el barroco posterior, aunque durante los siglos de este movimiento artístico se ordenaron urbanísticamente varias ciudades europeas; el orden estaba en consonancia con la mentalidad renacentista y humanista. ¿Que queda de la ciudad ideal de Leonardo? Las autoridades públicas elogian su figura pero ¿hacen algo por imitar sus ideas?
Es cierto que hay ciudades europeas verdaderamente ejemplares, aunque no se hayan ajustado a los cánones leonardescos, que algunas ciudades han empezado un proceso de renovación de la mano de dirigentes políticos y especialistas que son un ejemplo a seguir, pero estos casos son minoría. Además, la ciudad, desde que se desarrolló a partir de la revolución industrial, ha sido -como tantas veces se ha dicho- reflejo de las desigualdades sociales. La ciudad ideal leonardesca habría de obviar estas desigualdades si las ideas que prevalecieran en nuestra civilización fueran las del interés colectivo. Esto no es así en la mayoría de los casos.
Howard y Arturo Soria a finales del siglo XIX volvieron a preocuparse por estos temas, con sus ejemplos de ciudad-jardín y ciudad-lineal, pero todos sabemos la limitación de dichos proyectos: privó el egoísmo, la incapacidad para defender los intereses sociales sobre los de los dueños del suelo. Ya sabemos que las ciudades no se construyen "ex novo" pero, ¿para cuando repensar las ideas de los urbanistas que nos han precedido ejemplarmente?
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