"El grito" de Oswaldo Guayasamín |
Municio Fundano, cónsul suffecto en el año 107 en la Roma imperial; procónsul en Asia entre 122 y 123, hombre versado en filosofía, amigo de Plinio, Plutarco y Tácito, dejó dicho (o así lo recoge Plutarco en "Sobre el refrenamiento de la ira") lo siguiente:
En cuanto a mí, si tuviera un servidor mesurado y con ingenio, no me disgustaría si me trajera un espejo en mis momentos de ira, a la manera que se suele presentar a algunas personas, sin provecho alguno, después de bañarse. Pues el verse a sí mismo en un estado contrario al natural y completamente alterado, no es cosa pequeña para desacreditar esta pasión.
El texto, creo yo, es excelente: sinceridad, ironía, certeza, burla incluso, se amalgaman para una gran lección moral. El servidor, para Fundado, ha de ser mesurado y con ingenio, pues ¿quien admite a un subordinado que le presente ante un espejo en el momento culminante de su ira? En vez de mirarse al espejo tras el baño -como harían muchos presumidos y estúpidos romanos- bueno sería, dice Fundano, que se mirasen cuando se enfadan sobremanera, pues así tendrían ocasión de ver lo ridículos que resultan (que resultamos todos los que caemos con alguna frecuencia en el vicio de la ira). "No es cosa pequeña -dice nuestro hombre- para desacreditar esta pasión". ¡Cuanta sabiduraía en tan pocas palabras!".
(La ilustración del principio forma parte de la serie "La edad de la ira", del autor citado).
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