Cuatro personajes antiguos dedicados a la guerra y que alcanzaron notoriedad, fueron tuertos a partir de un determinado momento de su vida. No es extraño andando siempre en pendencias y gerreando aquí y allá, pero lo cierto es que otros muchos también lo hiceron y no perdieron ojo alguno, aunque sí sufrieron heridas, penalidades, dramas, sufrimientos e incluso muerte violenta. (Arriba, Filipo de Macedonia en una moneda).
Uno de nuestros tuertos fue el rey macedonio Filipo II, que comenzó la expansión de su influencia hacia el sur muy a pesar del orador Demóstenes y sus seguidores, que so capa de defender la libertad de las pólis griegas, se opusieron a ello. En vano, pues primero Filipo y luego su heredero Alejandro someterían a casi toda la Hélade a la hegemonía del norte, y eso que los macedonios eran, para los griegos del sur, bárbaros. Más bien creo que lo que Demóstenes defendía era el poder de la oligarquía ateniense, pues buena parte de la población, por mucha democracia que hubiese, dejaba excluidas a mujeres, esclavos y a otro personal. Obviamente esto no empece los logros del régimen político ateniense, que sirvió de modelo a tantos otros.
Antígono fue un general al servicio de Filipo, y no sabemos si por querer imitar a su amo, perdió también un ojo, pero en todo caso tuvo mérito pasar con Alejandro el Helesponto, aunque éste lo retiró por viejo y lo dejó al cuidado de otros con más vigor.
Aníbal fue, como se sabe, un cartaginés que llegó a dominar extensas porciones de lo que los fenicios llamaron Hispania, enfrentándose a las legiones romanas por el dominio de la península, o al menos de la zona mediterránea. En juego estaban las minas de Iberia, que ya se conocían desde siglos atrás. Pasó los Andes con un ejército de elefantes, lo que ya es osadía, pero tras algunas victorias, no consiguió su objetivo y Roma se hizo dueña de su botín. También perdió un ojo en alguna emboscada.
Sertorio fue un general romano de principios del siglo I antes de Cristo, coetáneo de Mario y Sila, que como ellos anduvo buscándose la vida para dominar una parte de los territorios que gobernaba la República romana. Su labor más meritoria la hizo en Hispania, donde llegó a crear una escuela en Huesca para los hijos de la nobleza ibérica, lo que tuvo su importancia en el proceso romanizador, aunque en un área muy concreta. Su enfrentamiento con Sila, Metelo (auxiliar de aquel) y luego Pompeyo, otro de esos personajes que casi no hicieron otra cosa que guerrear, pudieron más que él, muriendo joven y, como se sabe, con un solo ojo.
De este último dice Plutarco que de ésta pérdida (la del ojo) "hizo después vanidad toda la vida", pues los demás no llevaban consigo la muestra de su valentía y arrojo, "y los que eran espectadores de su infortunio, lo eran al mismo tiempo de su virtud". (Abajo, posible busto de Sertorio).
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