Detalle de la muerte de Séneca (1614, Rubens) |
Ante la enfermedad de su amigo, Plinio el Joven escribe a Catilio Severo elogiando al gran jurista y hombre de cultura estoica, Ticio Aristón.
Ya estoy detenido mucho tiempo en la ciudad y, ciertamente, ansioso. Me desazona la prolongada y contumaz enfermedad de Ticio Aristón, a quien admiro y aprecio extraordinariamente. Pues nada hay más sensato, más virtuoso, más sabio que él, hasta el punto de que me parece que corre extremo peligro no solo un hombre, sino las mismas letras y todas las artes liberales en un solo hombre. ¡Que diestro es él en el derecho privado y en el público! ¡Cuántos conocimientos posee, cuántos ejemplos, cuántos acontecimientos pasados! Nada hay que quieras aprender que él no pueda enseñar; realmente para mí, cuantas veces indago algo desconocido, él es una enciclopedia. ¡Que gran veracidad hay en sus palabras, qué gran autoridad, qué precisa y adecuada su lentitud! ¿Que es lo que no sabe inmediatamente? Y, sin embargo, muchas veces vacila, duda por la profusión de argumentos, que resume, distingue y examina con reflexión aguda y sobresaliente desde su principio y etiología inicial. Además, ¡qué sobrio en su sustento, qué moderado en su género de vida! Suelo ver su misma habitación y su cama como un reflejo de la austeridad de antaño. Estas virtudes las realza su grandeza de espíritu, que nada concede al alarde, todo a su conciencia y busca acertadamente la recompensa de una acción no en el reconocimiento público, sino en la propia acción. En resumen, difícilmente compararás a este hombre con cualquiera de los que por su porte exterior ponen de manifiesto su dedicación a la sabiduría. En verdad no va a buscar gimnasios ni pórticos y no entretiene el sosiego de los demás ni el suyo propio con prolongadas discusiones, sino que se mantiene en sus ocupaciones y trabajos, ayuda a muchos con su defensa, a muchos más con su consejo; sin embargo, ninguno de esos le puede ganar tampoco en integridad, benevolencia, equidad y fortaleza.
Te asombrarías, si estuvieras presente, con qué resignación soporta esta enfermedad, cómo aguanta el dolor, cómo resiste la sed, cómo pasa inmóvil y tapado el extraordinario calor de las fiebres. Hace poco me llamó y, conmigo, a unos pocos, a quienes aprecia mucho, y nos pidió que preguntáramos a los médicos sobre su terrible enfermedad, para si era irreversible, morir por voluntad propia, y, si solo era complicada y prolongada, aguantar y aguardar: en verdad, debía rendirse a los ruegos de su esposa, debia rendirse a las lágrimas de su hija, debía rendirse también a nosotros, sus amigos, para no truncar con muerte voluntaria nuestras propias esperanzas, si por lo menos no eran vanas. Esta decisión la considero yo harto difícil y merecedora del mayor elogio. En efecto, es habitual lanzarse corriendo a la muerte con la cierta celeridad y arrebato, pero es propio de un espíritu sobresaliente meditar y sopesar los motivos y, según aconseje la reflexión, adoptar o desechar la idea de vivir o morir.
"La muerte de Séneca" (1684, Luca Giordano) |
Ciertamente los médicos nos han ofrecido diagnósticos favorables: falta que la divinidad esté de acuerdo con los pronósticos y que por fin me libera de esta inquietud, librado de la cual volveré a mi casa de Laurento, es decir, a mis libros, a mis tablillas y a mi estudioso descanso. Pues ahora, no puedo, al estar junto a él, ni me agrada, al estar angustiado, leer ni escribir nada. Conoces qué temo, qué deseo, incluso qué espero para el futuro; escríbeme en contrapartida, pero en carta más alegre, qué has hecho, qué haces, qué quieres hacer. Si tú no te lamentas por nada habrá alivio no pequeño para mi turbación.
¿Puede expresarse mejor, con mayor elogio y aprecio, la delicada situación del amigo a quien se admira y quiere? Ciertamente, la filosofía estoica había hecho mella entre muchas personas, imbuídas de la relatividad de la vida, y el escoger la muerte en un determinado momento no era excepción; incluso no temerla ante la valoración limitada de la vida. Aquí expone Plinio un ejemplo a su amigo Catilio Severo, cónsul, sobre el afecto que tiene a su otro amigo Ticio Aristón. (En Laurento, localidad que cita Plinio, tenía éste una villa).
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