El emperador aqueménida Cambises II es tratado por el griego Heródoto con bastante desprecio e ironía. Separados ambos por un siglo de diferencia, el persa vivió en el VI antes de Cristo, y el historiador griego relata en uno de sus libros el intento de conquista persa de Etiopía. Ha de entenderse, en primer lugar, que la Etiopía antigua no se corresponde exactamente con la actual, sino que así era llamada una vasta tierra que comprendía un territorio mucho más amplio. (A la izquierda, supuesta imagen de Cambises II).
Una vez en Egipto, Cambises envió a unos embajadores-espías a parlamentar con el rey etíope, del que sabía gobernaba un territorio donde abundaban el oro, los elefantes y el ébano. Se trata de los etíopes macrobios, distinción necesaria dado el dilatado terreno que se entendía por Etiopía. Cambises está en Elefantina, mientras que los espías-embajadores que envía eran los que Heródoto llama ictiófagos, por la abundancia de pescado que consumían. Los regalos que estos llevaron al etíope fueron un vestido e púrpura, un collar de oro, unos brazaletes, un bote de alabastro con ungüento y una pipa de vino fenicio.
Llegados los embajadores al rey etiope le exponen los deseos de amistad del persa, entregándole los regalos, pero el etíope -siempre según Heródoto- no se fía y se burla de ellos y de los regalos, que no reconoce como tales. Si Cambises quisiera ser mi amigo -dijo el etíope- "no deseara más imperio que el suyo". Luego hizo alarde de su destreza con el arco e invitó a los persas a que hiciesen la guerra con los macrobios (con su pueblo), añadiendo: "porque [los dioses] no inspiran a los etíopes el deseo de nuevas conquistas para dilatar más su dominio". El rey africano sí se deleitó, en cambio, con el vino fenicio, del cual se relamió varias veces, admitiendo que en la bebida los persas les superaban.
Allí vieron los embajadores de Cambises un estanque con un agua en la que nada flotaba, de forma que habiendo intercambiado el rey etíope y los ictiófagos información sobre la edad que se alcanzaba en uno y otro imperio, siendo así que en el persa eran los 80 años y en el africano los 120 ó más, atribuyeron los embajadores esa longevidad a los poderes salutíferos del agua especialísima que habían visto. Luego el rey etíope les llevó a donde estaban los presos con grilletes de oro. Así las cosas, los ictiófagos salieron de vuelta junto a Cambises, le contaron lo ocurrido y aquel se enfureció, por lo que decidió invadir Etiopía.
"Príncipe menguado de juicio y de ira desenfrenada", dice Heródoto de Cambises II, pues no preparó a su ejército para una empresa que resultaría imposible. Ceremonias religiosas no servirían de nada ante lo áspero del terreno y del clima. Los víveres se les acabaron cuando no habían andado todavía la quinta parte del terreno; los que podían arrancaban las hierbas del suelo para alimentarse, pero con el tiempo -dice Heródoto- tuvieron que echarse a suertes, los soldados, a quien tocaba sacrificar de cada diez para alimentar a los otros nueve con su cuerpo. Cambises comprendió que así no podía seguir, pues su ejército se diezmaba. Decició entonces el persa emprender el regreso con todas las penalidades, llegó a Tebas y licenció a la parte de su ejército formada por griegos. Luego bajó a Menfis. "Tal fue el éxito de la expedición de Etiopía", dice Heródoto con ironía, si bien sabemos la opinión que un griego del siglo V antes de Cristo tenía de los persas, sus enemigos de siempre. (Arriba, Nubia respecto de Egipto. Véase al sur Meroe y un poco más al norte, Napata).
Hoy sabemos que no existió un solo reino en la Etiopía del alto Nilo, sino dos: Meroe y Napata, pero Heródoto no tuvo noticias de ello. La expedición de Cambises parece estar probada históricamente, pero los detalles que ofrece Heródoto han de ser sometidos a crítica.
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