Sobre la guerra civil española de 1936 han existido y existen varias interpretaciones: los hechos son los que son, pero historiar no consiste solo en investigarlos, sino en hacer valoraciones para las que el historiador no se puede sustraer de su ideología, aunque pretenda -como debe hacerlo- mantener la distancia debida sobre los protagonistas.
Hay una historiografía llamada benévolamente, a mi juicio, "revisionista", que viene haciendo una historia verdaderamente peculiar, con más intención política que otra cosa, forzando hasta el límite, incluso sobrepasándolo, la racionalidad, y en algunos casos con una clara intención provocadora (aunque en esto me puedo equivocar) y en hacer negocios editoriales. Algunos de estos historiadores son Martín Rubio, en cierto modo Stanley Payne, Ricardo de la Cierva, Cárcel Ortí, Burnett Bolloten, Jon Juaristi y algunos otros que no nombro por pudor (el filósofo Gustavo Bueno parece haber encontrado un camino adaptado a su extravagancia, sin perjuicio de su calidad intelectual). Podemos añadir a Alonso de los Ríos.
Tienden a calificar estos historiadores y pensadores a la Constitución de 1931 de "sectaria", por no haber sido consensuada con las fuerzas conservadoras, lo que es en parte cierto, pero olvidan que el resultado de la votación final fue 368 síes de un total de 470 diputados. Por otra parte la comparan con la canovista de 1876, como si ésta no fuese más sectaria todavía, pues dejaba fuera del régimen a varios partidos políticos. Otro aspecto en el que insisten es el de la quema de conventos e iglesias, sin contrapesar que esta muestra de anticlericalismo (a todas luces negativa y criminal) venía dándose durante el siglo XIX como respuesta de grupos de individuos a los privilegios de la Iglesia católica. Acusan a la II República de anular la libertad religiosa, cuando lo cierto es que ésta no estuvo garantizada en España más que en dos ocasiones hasta aquella fecha: en 1869 y en 1931. Fue la Iglesia católica, como demuestran miles de documentos, la que se negó a la libertad religiosa, incluso después de la guerra civil, hasta que el Concilio Vaticano II hizo cambiar las cosas.
Acusan estos historiadores a la II República española -y en ello encuentran una de las causas de la guerra civil- de cerrar muchos colegios religiosos, lo que es cierto, pero también que el régimen abrió miles de plazas escolares para alumnos que no podían ir a los colegios religiosos, entre otras cosas porque solo estaban en las ciudades o eran de pago. Los sucesivos estados de excepción que se proclamaron durante la II República, y que estos historiadores constatan, están en consonancia con el clima de desorden público en que se vivió, desorden en el que participaron casi todos: anarquistas, socialistas, falangistas, cedistas, carlistas, militares (no olvidemos el caso de Sanjurjo) y la a todas luces insurreccional e ilegal "revolución de Asturias" de 1934. En éste sentido hacen responsable al Presidente de la República, Alcalá-Zamora, de muchas decisiones, cuando lo cierto es que tenía sus poderes limitados por la Constitución y no era precisamente un furibundo izquierdista, sino un ex-monárquico, católico y propietario andaluz que, valga la ocasión, tuvo un comportamiento dignísimo en todo el proceso.
Confundir religión con catolicismo es otra de las constantes de estos historiadores, al tiempo que suelen pasar por alto las acciones violentas de los fascistas o explicarlas en el marco de crispación y polarización en que vivió el país. En ningún caso consideran que la ayuda de Hitler y de Mussolini al general Franco fue determinante para el triunfo de los nacionalistas en la guerra, y ni se les ocurre considerar que la entrada de ejércitos extranjeros en España, para ayudar a los sublevados, puede ser considerada una invasión en toda regla: algo que casa muy mal con el nacionalismo enarbolado por los militares sublevados.
Lo de "salvar a la patria" se confunde, a propósito, con la defensa de intereses materiales o de clase, pero esto es comprensible, pues dichos historiadores niegan la existencia de la lucha de clases en la historia, y así es difícil converger con otras corrientes historiográficas. También manifiestan que el régimen de la Restauración pudo haber evolucionado en un sentido democratizante si se le hubiese dejado, de forma que así no hubiese sido necesaria una II República tan perniciosamente vista por ellos, pero lo cierto es que quien acabó con aquel régimen fue un general en connivencia con el rey. ¿Podría esperarse de una dictadura que caminase hacia la democracia? Lo cierto es que la República se encontró con un vacío de poder que no hizo sino ocupar pacíficamente.
Juzgan muy negativamente las ocupaciones de tierra por parte de campesinos hambrientos, pero no van a las causas de ello: antes, enormes cantidades de tierra habían sido ocupadas mediante usurpaciones, engaños y los resortes del poder politico por terratenientes y la Iglesia. La historia vendría, pues, a funcionar como un péndulo, y los campesinos quisieron recuperar lo que consideraban era suyo. Sabido es que la reforma agraria fracasó porque se frenó durante los años 1934 y 1935 y por las dificultades inherentes a ponerla en práctica, además de por los trámites burocráticos propios de toda acción legal.
Consideran el anticlericalismo como algo negativo, cuando en realidad no es ni negativo ni positivo; como tampoco lo es ser clerical. Uno y otro son manifestaciones de la libertad de la persona, resultado de procesos históricos y, lo que sí tiene una clara negatividad es la violencia que se asocia al anticlericalismo y al clericalismo, que de las dos hubo. El colmo es ya cuando algunos de aquellos historiadores tildan a la II República de régimen totalitario; sabido es que fue un régimen pluralista, democrático, débil tanto por factores internos como externos y que no supo garantizar el orden público, pero tampoco el régimen de la Restauración, sobre todo desde 1909. Otra aberración es la que se lee en algunos de aquellos historiadores cuando dicen que los elementos izquierdistas de la República estaban liderados por Stalin: sabida es la posición de anarquistas, socialistas, republicanos de izquierdas ante el modelo soviético, aunque sí existió una facción del Partido Socialista que se radicalizó a patir de 1934 en un sentido muy negativo para la supervivencia de la República pero, sin justificar esto por mi parte, también tiene explicación del por que.
Pretender que la guerra la provocaron los masones, los anarquistas, los que atentaron contra las grandes propiedades agrarias, los insurgentes de 1934, es no solo poco serio, sino una clara burla a los lectores: la guerra, como todo el mundo sabe, la provocaron quienes se levantaron en armas contra la II República, quienes estaban detrás con sus finanzas, quienes jalearon en las calles a los golpistas y quienes vinieron desde fuera para ensayar sus armas con vistas a una guerra mundial próxima. ¿Que inconveniente hay en reconocer la evidencia?
Que Ortega, Pérez de Ayala, Marañón o Maura se desengañasen de la República no les llevó a apoyar a la CEDA, infiltrada de elementos fascistizantes, ni a los sublevados. Una cosa es ser crítico con la situación (la República fue un régimen con muchos déficits y sus dirigentes cometieron muchos errores) y otra querer atraer a su "causa" a personajes que han cumplido un papel histórico que no avala las tesis de los "revisionistas".
Cuando hablan del terror practicado por izquierdistas no suelen hablar del "terror blanco" practicado por falangistas, carlistas, militares, cedistas, católicos... Es una historiografía que puede jugar el papel de contraste, pero creo que nunca será creíble, porque se extrema, su método es el uso masivo de una documentación abundantísima con una sucesión de acontecimientos, pero carece de ahondar en las causas de los fenómenos, que no se producen aleatoriamente, sino porque hay problemas seculares irresueltos.