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domingo, 30 de abril de 2023

"... aliviar los ajes de la arruinada vejez..."

 

                                                (peakpx.com/es/hd-wallpaper-desktop-ngqja)

La colonización de la Luisiana y la Florida, en el sureste de los actuales Estados Unidos, fue una labor lenta, penosa y llena de dificultades. Sus costas fueron descubiertas por Ponce de León en 1513, al mismo tiempo que Núñez de Balboa descubría el Pacífico, y aquel le puso el nombre de Florida por ser el domingo de Pascua Florida. La intención de Ponce era la de “navegar hacia las islas de Bimini[i], porque los indios de Borinquen[ii] le habían revelado una quimera: aliviar los ajes de la arruinada vejez comunicando el vigor y gracia de la mocedad”[iii]. Un año después el rey Carlos le dio orden de que tomara posesión y poblara la “isla” de la Florida, para lo que salió de Puerto Rico en 1521 con doscientos hombres y 50 caballos[iv].

Ponce de León había descubierto la Florida a su costa, como era común en el siglo XVI, y predentió establecer una cabeza de puente aunque fracasó, como ocurrió con las expediciones de Vázquez de Ayllón a la Carolina (1526) y la de Pánfilo de Narváez a la Florida (1528). En 1538 Hernando de Soto salió de Sanlúcar de Barrameda con diez barcos y desembarcó en la bahía de Tampa[v] (Florida). En 1549 el dominico Luis Cáncer de Barbastro[vi] lo intentó de nuevo, pero fue muerto por los nativos.

Por orden de Felipe II el virrey Velasco[vii] organizó una expedición en 1558 nombrando gobernador a Tristán de Luna y Arellano, el cual fundó dos establecimientos, uno en Panzacola con el nombre de María de Filipino, que duró muy pocos años, y otro en Santa Helena, precursora de la actual San Agustín, al nordeste de la península de Florida y primer asentamiento definitivo en Norteamérica llevado a cabo por europeos, pero fue obra ya de Pedro Menéndez de Avilés (1565). El objetivo fue expulsar de la zona a los colonos franceses que se habían establecido allí.

Mucho más tarde, en 1682, Robert la Salle reclamó para Francia el valle del Mississippí, al que bautizó con el nombre de la Luisiana en honor del rey Luis XIV, pero en 1698 una expedición española llevó a cabo la fortificación de la bahía de Panzacola (Pensacola, al Este de Nueva Orleáns), de forma que cuando llegaron los franceses fueron rechazados, dirigiéndose entonces hacia el oeste para fundar varias colonias: Biloxi, Movila[viii] y Nueva Orleáns.

En Panzacola hubo convictos desde su fundación, militares, religiosos franciscanos y de San Juan de Dios que dirigían el hospital, e indios que realizaban diversos trabajos. Pero los conflictos con los colonos franceses de Movila fueron frecuentes durante el siglo XVIII, llegándose a capitulaciones y reconquistas, sin contar con los huracanes frecuentes en la zona. La toma de La Habana por los ingleses en 1762 (en el contexto de la guerra de los siete años) obligó a España a entregar la Florida a Gran Bretaña, y en compensación Francia entregó la Luisiana a España en 1763, nombrándose poco después el primer gobernador español, Antonio de Ulloa[ix], sustituido en 1768 por Alejandro O’Reilly, irlandés de nacimiento pero formando en el ejército español.

O’Reilly llegó a Nueva Orleáns en 1769 al frente de un ejército de más de 2.000 hombres con el que pacificó el territorio que se hizo depender militarmente de La Habana y judicialmente de la Audiencia de Santo Domingo. Fue también autor del primer plan español de fortificación de la Luisiana, concentrando la mayoría de las tropas en Nueva Orleáns. En 1776 el coronel Francisco Bouligny[x] redactó una “Memoria de la Luisiana” para el Secretario de Indias José Gálvez, donde explicó su plan de fortificación del país con el objetivo de combatir a los ingleses. Importancia especial tuvo la localización en el río Mississippí de una fragata con no menos de treinta cañones, la cual estaría siempre en el río como batería flotante, y se propuso la reconstrucción de dos baterías en la zona denominada Torno de los Ingleses, la reconstrucción del fuerte de Manchak[xi] español sobre la isla de Nueva Orleáns y la construcción de otro igual en la orilla opuesta.

En cuanto a la ciudad de Nueva Orleáns, Boulingy planteó rodearla con muros, y en el año 1779 el rey Carlos III declaró la guerra a Gran Bretaña en el contexto de las aspiraciones por el control de la zona. Era entonces gobernador de la Luisiana Bernardo de Gálvez, que apoyará la independencia de las colonias rebeldes de Gran Bretaña con el suministro de armas, medicinas, alimentos, dinero y vestuario. Al tiempo expulsó a los ingleses de dos ploblaciones de la costa de Florida, Movila y Panzacola, destruyó la primera y conquistó la segunda, con lo que los ingleses huyeron y Gálvez fue objeto de honores.

Aunque se intentó reconstruir la ciudad de Panzacola en un lugar nuevo, la zona llamada de las Barrancas junto al fuerte de San Carlos, la Hacienda real no etaba para tales gastos, por lo que se desechó el proyecto. En cuanto a Movila su reconstrucción consistió en 25 manzanas, 20 de las cuales estaban destinadas a viviendas y las otras cinco a los edificios públicos. Las manzanas adyacentes al río se dividieron en diez solares, mientras que las restantes tenían ocho. Salvo el costado oriental de la calle Real, que presentaba una hilera de casas con huertas al fondo, cada una de las manzanas disponía de viviendas en las esquinas, y los jardines y las huertas se dispusieron en el centro, si bien no todo lo planificado fue llevado a cabo de tal manera.

También se construyeron presidios y fuertes, y en cuanto a San Marcos de Apalache estuvo ligado a la cadena de misiones de los franciscanos a raíz de la fundación del presidio de San Agustín. Entre 1614 y 1616 se había creado la misión de San Francisco de Apalache, y en 1630 la población urbana con el mismo nombre[xii]. Se construyó un fuerte en Los Nogales, situado a 26 pies sobre la superficie del río Yaroo (Mississippí arriba). Otro fuerte se construyó en San Carlos de Arkansas[xiii], y en 1787 se decidió la construcción del fuerte de San Felipe de Placaminas, terminado en 1792.

La Luisiana fue devuelta a Francia en 1803 por el Tercer Tratado de San Ildefonso que se había firmado en 1800: a cambio recibía España territorios en la Toscana. Cuando a principios del siglo XIX los cazadores de esclavos estadounidenses perseguían a los semínolas negros del norte de la Florida española, surgieron nuevos conflictos. En 1816 los estadounidenses invadieron el norte de la Florida y así comenzó la primera guerra semínola[xiv], y en 1821 fue Estados Unidos quien controló el territorio definitivamente, mientras España se preparaba para perder también el resto de sus territorios en la América continental.


[i] Al oeste de las Bahamas y al sureste de Miami.

[ii] Se identifica con la isla de Puerto Rico.

[iii] José Antonio Cubeñas Pelluzzo, “Presencia española e hispánica en la Florida…”. Citado por José Miguel Morales Folgueras (ver nota iv).

[iv] José Miguel Morales Folgueras, “La última frontera del imperio español en el siglo XVIII…”. En esta obra se basa el presente resumen.

[v] Ripley Bullen (1902-1976) dice que el lugar de desembarco fue Shaw’s Point, a la entrada de un canal al sur de Tampa. Bullen trabajó en el Museo de Historia Natural de Florida y en su universidad; fue también arqueólogo y se le tiene como el mejor conocedor de la arqueología en el sureste de los Estados Unidos.

[vi] Nació en torno a 1480 y se le reconoce su obra como filólogo.

[vii] Era natural de Carrión de los Condes (1511) y murió en México en 1564.

[viii] Las dos al nordeste de Nueva Orleáns.

[ix] Naturalista al que se considera descubridor del platino.

[x] Natural de Alicante (1736), su familia era franco-española, llegando él a ser gobernador interino de la Luisiana.

[xi] Al noroeste de Nueva Orleáns.

[xii] Al noroeste de la península de la Florida.

[xiii] Dio nombre al estado que se encuentra al norte de Luisiana.

[xiv] Los indígenas de la zona resistieron a la dominación estadounidense hasta pasada la primera mitad del siglo XIX.

martes, 24 de enero de 2023

Los primeros portugueses en Brasil (2)

 

                                                                     Río Tieté (Brasil)

En la década de 1530 se hizo cargo de la Capitanía General de Brasil Gonzalo Monteiro, que ordenó una expedición de castigo contra los indios que habían matado a portugueses en el interior del país, y entonces llegó a Pernambuco (1532) una nave francesa que atacó la la población, haciéndose con el gobierno de la misma el Señor de la Motte. Pedro Lopes de Sousa, que se dirigía a Lisboa con dos navíos, dio vuelta y atacó a los franceses en Pernambuco, reconquistando la plaza. Esto no pudo se recogido por el cronista español Juan Sánchez de Vizcaya[i], piloto que exploró las costas de Brasil y Río de la Plata, pues su crónica es de 1530.

Entretanto seguían los ataques indígenas contra quienes consideraban extraños, y entonces la monarquía postuguesa estableció las donatarías, o cartas de donación que concedían a los beneficiarios cierto número de leguas de tierra con jurisdicción civil y criminal. La capitanía de estas donatarías era hereditaria, inalienable e indivisible, y la tierra quedaba en posesión de estas personas para sí y para sus descendientes. Allí se establecieron ingenios, molinos de agua y otros bienes que eran trabajados por los que los subinfeudaban. En estas donatarías no podía entrar ningún corregidor o tribunal, y las disposiciones más importantes se referían al comercio: la corona se reservaba el palo Brasil, los esclavos, especias y drogas, así como la quinta parte de los metales preciosos que se descubriesen.

Los productos podían ser exportados a la metrópoli, dentro de la colonia o al extranjero, siendo doce las donatarías en la época de la que estamos hablando: Martín Alfonso y Pedro Lopes de Sousa recibieron cinco, estando comprendidas entre la costa de Santa Catalina, por el sur, y la costa del Marañón por el norte, comprendiendo las islas hasta diez leguas de la costa. Menos precisas eran las demarcaciones hacia el interior, hacia el sertao, o vasta región semiárida del nordeste brasileño, y con frecuencia pasaban la divisoria de Tordesillas. El régimen de donatarías tuvo una importante influencia, y siete años después de su establecimiento el desarrollo del cultivo de la caña de azúcar era un hecho, así como la cría de ganado y, en menor medida, el cultivo del algodón, antes de que aparecieran por allí las primeras naves holandesas.

En cuanto a los indígenas, las relaciones de los colonos con ellos fueron muy malas, sobre todo por los desmanes de estos últimos, por lo que se hizo necesaria cada vez más la importanción de esclavos negros, y así se configura el tipo de explotación agraria portuguesa: la casa grande y la senzala, entendiéndose por la primera la vivienda del amo y por la segunda la humilde choza o cobertizo en que vivían hacinados los esclavos negros, siendo el mayor defecto de las donatarías su falta de unidad en la dirección, por lo que se convirtieron en pequeños principados que no supieron imponerse frente a la disgregación, que se unió a los enfrentamientos con los nativos y causó un gran desorden, alcanzado su grado sumo en torno a 1548.

Por ello en la corte surgieron voces pidiendo reformas, y así se creó el Gobierno General de Brasil, cuyo primer titular fue Tomé de Sousa (familiar de Martín Alfonso de Sousa). A él se unió el donatario de Bahía, y esta población se fijó, con el nombre de Bahía de todos los Santos, como primera capital de Brasil. El Gobernador General tuvo que fortificarla, así como otras poblaciones que no lo estuvieran ya, y en los ingenios los propietarios estuvieron obligados a construir una torre o casa fuerte. Cada villa debía tener, a su vez, suficiente artillería, armas y municiones con el objeto de hacer frente a cualquier navío al que hubiera que dar caza. Desde entonce comenzó el intento de colonizar el interior del país enviando algunos bergantines por los ríos Peraçú y San Francisco, y un Reglamento estableció cómo debían ser las relaciones con los indígenas, castigando con rigor a los enemigos y determinando la conversión de los que se prestasen a ello.

Tomé de Sousa partió de Lisboa en 1549 al mando de una armada de seis naves llevando más de mil hombres (militares, funcionarios y técnicos) pagados por el erario, y con ellos iban también los primeros jesuitas, que en todo dependieron de la monarquía. El gobierno de Tomé de Sousa duró más de cuatro años con buenos resultados, excepto en lo reativo a combatir a los corsarios franceses. En 1557 un nuevo gobernador, Men de Sá, ya vio la ciudad de Bahía “terminada”, pero las condiciones de seguridad eran peores, pues los corsarios franceses se habían establecido en la bahía de Guanabará, donde hoy se encuentra Río de Janeiro.

Los ataques franceses se intensificaron, de lo que informó Men de Sá, así como de las relaciones de los portugueses con los indios tamoyos, que ponían en peligro la capitanía de Río, y pidió ayuda a la corte en 1559. Con ella organizó una expedición contra los franceses, a los que venció, pero estos se volvieron a instalar en la costa; continuó la lucha su sobrino Estacio de Sá, que puso los cimientos de la ciudad de San Sebastián de Río de Janeiro (en honor del monarca reinante) y restableció el dominio portugués en la región. A la muerte de Men de Sá en Bahía (1572), el dominio portugués en Brasil era patente.

Decidió entonces la corte dividir Brasil en dos zonas para su gobierno: la del Norte, desde las islas hasta Itamaracá, con sede en Bahía, gobernada por Luis Brito de Almeida, y la del Sur, de Porto Seguro hasta San Vicente, con sede en Río de Janeiro, gobernada por Antonio Salema, juez de Pernambuco, el cual terminó con la resistencia de los tamoyos. Pero en 1578 se volvió al régimen de gobierno general al comprobarse ciertos inconvenientes en la dualidad de mandos. Desde San Vicente los colonos se extendieron hasta la isla de Santa Catalina, fundando las villas de Iguapé y de la Cananea; por el norte los colonos de Pernambuco progresaron hasta el río San Francisco. Un nuevo donatario, Duarte de Alburqueque Coelho, conquistó las tierras del cabo de San Agustín y Serinhaem[ii]. En cuanto a los jesuítas, que ya habían hecho su aparición en la India, la corona pensó en contar con ellos para Brasil, y puso al frente de los mismos al Padre Manuel de Nóbrega.

Los jesuitas tenían una forma de evangelización heterodoxa, permitiendo las cosmovisiones indígenas y cierto sincretismo al principio, para ir acercándolos al cristianismo poco a poco, pero también incurrieron en cierta pompa, fetichismo y cábala que eran cercanas a la imaginación primitiva. No supieron, sin embargo, combatir la economía esclavista, y aunque defendían al indio, aconsejaban la esclavitud del negro y la del indio enemigo, participando también en el tráfico de esclavos desde Angola. El Padre Nóbrega comprendió que sería útil comenzar la evangelización de los indios desde niños, creando las “casa de meninos”, la primera en Bahía sostenida por el trabajo de esclavos negros; y también creó los “aldeamentos”, que fueron el germen de la “República Teocrática del Paraguay”[iii], y en otras zonas del Río de la Plata. Centraron sus misiones primero en la donataría de San Vicente, y en el interior el establecimiento más notable fue el de San Andrés de Bordo do Campo, no lejos del río Tieté[iv] (1553).



[i] Nació a principios del siglo XVI y no se conoce la fecha de su muerte. Fue un marino y descubridor. Una flota al mando de Juan Sánchez de Vizcaya salió de Sanlúcar de Barrameda en 1550, pero puede que al servicio de la monarquía portuguesa, porque navegó hasta la proximidad de la costa de Guinea. La única nave que conducía fue abordada por otra corsaria francesa y fue detenido, junto a su tripulación, en la isla de Año Bueno en el mismo año citado. Luego pasaron a Santa Catalina, viviendo en condiciones de extrema escasez, llegando una parte de la tripulación a San Vicente en 1553.

[ii] En el nordeste brasileño.

[iii] Ver caratula.net/tentacion-de-una-utopia-la-republica-de-los-jesuitas-en-el-paraguay/

[iv] En el interior del actual estado de Sâo Paulo.

Los primeros portugueses en Brasil (1)

 

                                                   Imagen actual de Porto Seguro (Brasil)

En el proceso de conquista y colonización de Brasil por los portugueses, hubo varios casos en los que se encontró a quienes ya llevaban viviendo en el país durante muchos años, incluso casados con indígenas, ejemplo de lo cual es Diego Alvares de Caramuru, que proporcionó muchas informaciones a los expedicionarios portugueses. Otro es Francisco de Chaves, que vivía en la isla de la Cananea[i] desde hacía unos treinta años, habiéndose adentrado en la selva para formar la primera “bandeira” y nunca más volver.

Pero décadas atrás, en 1500 había zarpado de Lisboa una armada compuesta por trece navíos al mando de Álvarez de Cabral para tomar posesión de Brasil, durando el viaje cuarenta y cuatro días hasta llegar a lo que los portugueses llamaron Porto Seguro[ii]. La aparición de una gran cantidad de algas y aves manrinas anunciaron a los expedicionarios la proximidad de tierra firme, y una vez en Porto Seguro pudieron ver, algo hacia el interior, un pequeño cerro de algo menos de 600 metros de altitud, al que pusieron el nombre de Monte Pascual porque era época de Pascua. A la tierra circundante la llamaron Vera Cruz, iniciándo días más tarde una expedición hasta la boca de un río, pero como tuvieran mal tiempo decidieron regresar a Porto Seguro.

Cuando el rey Manuel fue informado de esto y de otros avances, decidió arrendar las tierras descubiertas en Vera Cruz, de la misma forma que se había hecho con éxito en tierras africanas, entrando en el caso de Brasil cristianos nuevos, uno de los cuales Fernando de Noronha[iii] (1502). También ordenó la construcción de factorías-fortaleza, quizá la primera donde hoy se encuentra Pernambuco[iv]. Un año después otra armada, al mando de Gonzalo Coelho, en la que iba Américo Vespucio, puede que estableciera otra factoría en Puerto Seguro, comenzándose a enviar a Lisboa palo de Brasil.

Hacia 1516 se observa un cambio en la política real –según María Belén García López[v]- al parecer por los recelos que despertó la expedición de Juan Díaz de Solís al Río de la Plata, pero también por las incursiones y ataques de los navíos franceses, que serían una constante durante muchos años. El rey Manuel decidió establecer las Capitanías de Mar (experiencia que se tenía en el océano Índico) para garantizar el monopolio de la navegación contra las pretensiones españolas sobre el territorio brasileño. Estas Capitanías no lograron, sin embargo, que las naves de Magallanes-Elcano viajasen por el Atlántico sur, y tampoco el viaje de Juan Caboto al Río de la Plata, que también exploraron con minuciosidad los portugueses. Entre 1516 y 1530 cuatro armadas portuguesas exploraron las costas brasileñas, y es durante estos años cuando intentaron por primera vez una colonización metódica con base en el aprovechamiento de la tierra para el cultivo de la caña de azúcar.

De igual manera se formaron las Capitanías de Tierra, que tuvieron la misión de formar núcleos urbanos que sirviesen para combatir a los filibusteros franceses que merodeaban con mucha frecuencia. Se trató ahora de fijar los colonos a la tierra, de la misma manera que se había hecho en los archipiélagos de Madeira y Santo Tomé[vi], aprovechando mano de obra indígena. A principios del siglo XVI se había establecido en Lisboa la Casa da India, encargada de aministrar el comercio marítimo, y ahora empezó a cobrar derechos por la entrada de azúcar procedente de Pernambuco e Itacamará[vii], mientras en 1530 el rey Juan III tomó las primeras medidas para la defensa de Brasil, existiendo ya los siguientes núcleos de población: Pernambuco, Bahía, Porto Seguro y San Vicente, pues la continua llegada de embarcaciones francesas y sus ataques amenazaban las posiciones portuguesas. Fue encargado de la defensa Martín Alfonso de Sousa[viii], pero también el control de los límites entre lo que correspondía a Castilla y a Portugal, además de la posibilidad de explorar el Río de la Plata, pues se tenía la esperanza de hallar metales preciosos, lo que Portugal no conseguirá hasta el siglo XVIII.

En cuanto a la labor colonizadora, en 1530 Alfonso de Sousa partió de Lisboa con cinco naves de guerra y transporte, con unos 500 hombres entre marineros, militares y colonizadores, llevando a su vez semillas y animales. A finales del año siguiente, al llegar al cabo de San Agustín[ix], la expedición capturó dos naves portuguesas cargadas con palo Brasil, y poco después otra en la isla de San Alejo, frente a Pernambuco. Sousa envió entonces una para descubrir el río Marañón, labor muy ingrata porque está en el interior, y otra para el Río de la Plata, deteniéndose en la Bahía de todos los Santos[x], y allí encontraron a Diego Alvares de Caramuru, del que hemos hablado. Rumbo al sur esta nave llegó a la isla Cananea, encontrando al también citado Francisco de Chaves.

La expedición siguió hacia el Río de la Plata, pero un temporal aconsejó volver hacia el norte, no sin renunciar a dejar a su hermano Pedro Lópes de Sousa[xi] y algunos en un bergantín, que se adentraron por el río contra corriente más de 100 leguas para luego regresar y reunirse con su hermano en el puerto de San Vicente (1532); aquí establecieron la primera colonización organizada, pero también se fundaron dos villas (San Vicente en la plaza de Tararé, en el límite entre los actuales Paraná y Sâo Paulo) y Piratininga, más hacia el interior, en la sierra de Piranaciaba; estas dos villas, más la población de Itanhaem, fueron el germen del que años más tarde surgieron las ciudades de Santos y Sâo Paulo, siguiendo los jesuitas por medio de un colegio la obra de los primeros colonizadores.



[i] O Cananeia, en el litoral del actual estado de Sâo Paulo pero distante de la ciudad del mismo nombre.

[ii] Al sureste del actual estado de Bahía.

[iii] 1470-1540, explorador judío que llegó a convertirse en un rico comerciante, siendo su familia, al parecer, natural de Asturias. La armada de Noronha partió para Brasil en 1502, y descubriendo una isla le puso su nombre, aunque en realidad se trata de un archipiélago a 360 km. de Natal, en el extremo nordeste del país.

[iv] Algo más al sur que Natal.

[v] “La colonización portuguesa de Brasil: los eternos problemas de demarcación y límites luso-españoles”. En esta obra se basa el presente resumen.

[vi] Casi sobre el Ecuador, cerca del golfo de Guinea.

[vii] Al norte del actual estado de Río Grande do Sul.

[viii] 1500-1571, de familia noble, marino y militar, luego sería gobernador de la India portuguesa.

[ix] No sé si es el ahora llamado Cabo de Consolación.

[x] Es un profundo entrante en la costa Este de Brasil.

[xi] Fue el cronista de esta expedición.

viernes, 13 de enero de 2023

Bóeres en Chihuahua

 

                  Fotografía antigua de Chihuahua (m.facebook.com/groups/1188088568001341/)

Cuando estalló la segunda guerra anglo-bóer, Willem Snyman, residente en la colonia del Cabo, con algunos parientes y amigos se trasladaron al norte para unirse a las repúblicas bóeres, pero tras la guerra se refugió en Estados Unidos y tuvo ocasión de entrevistarse con el vicepresidente Teodoro Roosevelt, de ascendencia holandesa, que estuvo dispuesto a proporcionar asilo a los refugiados bóeres. Así fue en la poco poblada Texas y en el suroeste, pero Snyman estuvo interesado en el norte de México y emprendió viaje, en 1902, para comprar tierras más baratas que en Estados Unidos.

Llevaba una carta de Roosevelt para el presidente Porfirio Díaz, pero en la capital mexicana fue recibido por el secretario de Hacienda, el cual mostró interés por la colonización del norte después de la pérdida de más de la mitad del territorio mexicano en la guerra de 1846-1848; era una forma de garantizar que por parte de Estados Unidos no hubiese más pretensiones expansionistas. Un entusiasta del poblamiento del norte mexicano fue el ingeniero Roberto Gayol y Soto[i], que publicó un informe sobre la colonización de las zonas poco pobladas y la necesaria irrigación, haciendo ya alusión a la posibilidad de reclutar granjeros de Sudáfica, además de otros países europeos.

Por su parte, Snyman se fijó en algunos terrenos en las cercanías de Santa Rosalía[ii] (Chihuahua), que consideró aptos para el cultivo y pastos, encontrando parecido con las tierras que conocía en Sudáfrica. Otro pionero, Viljoen, había avistado terrenos en Nueva Inglaterra y el oeste de Estados Unidos, y a comienzos de 1903 se reunió con Snyman en El Paso, Texas, para emprender juntos otro viaje a México, logrando entrevistarse con el presidente Porfirio Díaz, el cual les invitó a que visitaran unos terrenos baldíos que pertenecían al Estado en el valle del Yaqui, Sonora, y cuando aquellos visitaron los terrenos se quedaron impresionados del clima y el tipo de suelo, así como de la hospitalidad de los sonorenses, pero veían una dificultad en la abundancia de bosques, lo que implicaba la necesidad de invertir una gran cantidad de dinero que no tenían.

Intentaron entonces obtener dinero en Estados Unidos dando conferencias sobre los bóeres, y Viljoen obtuvo ganancias por la publicación de dos libros sobre su participación en la segunda guerra anglo-bóer. A finales de 1903 los bóeres de Viljoen firmaron un contrato de colonización con el gobierno mexicano, el cual les dio un crédito para la compra de más de 33.000 hectáreas en la ex hacienda Santa Rosalía (Chihuahua), un punto cercano a la confluencia de los ríos Conchos y San Pedro. Snyman también obtuvo un crédito bancario hipotecando la hacienda, quedando comprometido, además, a traer un mínimo de 500 personas en un plazo de tres años. Así empezaron a llegar bóeres que fueron exentos de la mayor parte de los impuestos durante diez años, pudiendo importar herramientas agrícolas sin pagar aranceles. También estuvieron exentos del servicio militar, a menos que México fuera invadido (estaba en la memoria la guerra con Estados Unidos en 1846).

En cuanto a la nacionalidad, una ley les invitaba a alegir la que deseasen, pero se esperaba que fuesen aceptando la mexicana, y así fueron llegando bóeres en ferrocarril desde El Paso, después de haber adquirido cada familia herramientas agrícolas, tiros de caballos y una vaca. Los bóeres se quedaron con los trabajadores que lo habían sido de la hacienda Santa Rosalía y todo parecía ir sobre ruedas, pero las dificultades de un idioma ajeno les alejó del resto de la población durante algún tiempo, lo que no afectó a todos, pues algunos bóeres hablaban varios idiomas. Después de unos meses los terrenos estaban listos para la siembra de trigo, y durante los meses de mal tiempo se construían y mantenían casas, establos y corrales. Las mujeres cultivaban jardines y campos de verduras, así como daban de comer a las aves de corral, tejían en sus ratos libres y quizá llevaban la administración de la granja, sobre todo cuando los hombres estaban de viaje.

Así fueron llegando más familias que se incorporaron a la colonia, y Viljoen, que había regresado de Sudáfrica, trajo con él diez familias bóeres, y la primera cosecha de trigo fue abundante: la colonia prosperaba pero Viljoen quiso buscar otros terrenos y viajó hasta El Paso, comprando, a finales de 1906, dos parcelas en las cercanías de Chamberino[iii], pues las tierras de su familia se habían inundado por un desbordamiento de los ríos Conchos y San Pedro como consecuencia de unas fuertes lluevias. Otros colonos también se vieron obligados a abandonar sus terrenos y se mudaron a las zonas mineras de Chihuahua en busca de empleo.

Hubo otros problemas, como no poder hacer frente a los pagos de los préstamos recibidos, y el hecho de que muchos de los bóeres no estuviesen dispuestos a adoptar la nacionalidad mexicana daba a entender que no se quedarían más tarde o más temprano; esto no interesaba al gobierno mexicano. Aún así, en 1908 más de 20 familias bóeres se encontraban establecidas en la colonia de Chamberino, a los dos lados de la frontera. Snyman y su familia permanecieron en Chihahua (rancho La Regina, que había comprado). En otro orden de cosas se había desarrollado la red ferroviaria en la zona y los colonos de un lado y otro podían viajar, lo que facilitó que los bóeres siguiesen con una costumbre adquirida en Sudáfrica, casarse entre sí, aún no siendo todos del mismo grupo étnico.

Viljoen y otros colonos bóeres del valle de La Mesilla (extremo oeste del estado de Texas) se convirtieron en prósperos granjeros y ganaderos, principalmente debido a una eficaz técnica de riego, e incluso Viljoen ocupó cargos públicos en Nuevo México: administrador de correos de Chamberino, presidente del Western Mesilla Valley Farmer’s Unión y coronel de la Guardia Nacional. Otros grupos también llegaron para instalarse como colonos en Chihuahua y los estados próximos en el país del norte, pero el plan colonizador no fue exitoso en líneas generales, ya que a pocos años de haber sido fundada, la colonia chihahuense comenzó a fragmentarse por la decisión de Viljoen de establecer otra colonia al otro lado de la frontera: de nuevo se habían inundado los terrenos por las crecidas de los ríos, a lo que hay que añadir el no poder quedarse como propietarios si no se naturalizaban mexicanos, y es que históricamente los bóeres habían sido un pueblo migrante, acostumbrado a ir de un lugar a otro[iv]. ¿Qué razones habría para que no volviese a ocurrir lo mismo?

Aquellos bóeres que se habían asentado hacía tiempo en Sudáfrica vieron aparecer en el Cabo de Buena Esperanza a los primeros británicos para colonizar el territorio cuando alboreaba el siglo XIX; muchos emigraron entonces a los territorios anexos del norte; décadas más tarde atravesaron los ríos Orange y Vaal, cruzaron la sierra Drakensberg y se asentaron en la zona costera de Natal. Desde ese momento tuvieron contacto con los pueblos indígenas (zulúes) e intentaron establecer repúblicas independientes, enfrentándose a los británicos en Congella hasta que estos anexionaron Natal; de nuevo fueron derrotados los bóeres en Boomplaatz cuando mediaba el siglo.

Los bóeres llegaron a formar dos repúblicas independientes (Orange y Transvaal), lo que contribuyó a considerarse un pueblo integrado. Allí trabajaron, practicaron su calvinismo traído de Europa, establecieron escuelas para niños y escucharon los sermones de los predicadores. En torno al río Vaal se descubrieron diamantes que despertaron el interés de los ingleses, pero también produjo la división en facciones de los bóeres. En 1880 estalló la primera guerra anglo-bóer con victoria para los segundos y se descubrió oro en Transvaal, lo que alarmó al líder Paulus Kruger. Estalló la segunda guerra anglo-bóer en 1899, ahora favorable a los primeros, pero los segundos no aceptaron la derrota y empezaron una guerra de guerrillas: los presos hechos por los ingleses fueron llevados a Santa Elena, Bermudas, Ceilán e India... otros fueron desplazados a Angola, Zambia, Kenia y Rodesia. Bóeres ricos y bóeres pobres, muchos privados de poseer tierras, sequías prolongadas…y esto llevó a algunos a emigrar a América.



[i] 1857-1936. Miembro de la “generación de los científicos”, destacó en obras de drenaje de los suelos.

[ii] Hay otra población con el mismo nombre en la baja California.

[iii] En el extremo sur de Nuevo México, muy cerca de la frontera mexicana.

[iv] Taylor, Lawrence Douglas, “La colonización bóer en Chihuahua y el suroeste de Estados Unidos…”. En esta obra está basado el presente resumen.

martes, 3 de enero de 2023

El gran impacto

 


Los primeros encuentros entre hispanos y amerindios debieron significar un impacto verdaderamente impresionante. Los pueblos indígenas de América se conocían entre sí en territorios relativamente reducidos, con excepción de los dominados por mexicas e incas en el siglo XV; su estado de desarrollo cultural era muy diverso, en ocasiones el aislamiento era milenario y las distancias facilitaron esto. Cuando los primeros españoles (europeos) llegaron a América sin saber que lo era ¿qué impacto recibieron? Vieron a pueblos para ellos primitivos, sujetos a dominio, practicantes de costumbres nefandas a ojos de la cristiandad, razón de más para obligarles a cambiar, combatirles, vencerles, someterlos. Pero en todo caso irían de sobresalto en sobresalto, descubriendo novedades de isla en isla, en tierra firme, etc.

Un libro publicado hace años por Francisco Solano[i], en el que intervinieron varios especialistas, es completado ahora por la tesis doctoral de Mario Jaramillo Contreras[ii] aunque desde una perspectiva particular. Dice este autor que “durante las primeras décadas de la presencia española en América, las costumbres y estructuras indígenas prácticamente se conservaron intactas”. De todas formas se fueron sucediendo cambios que no impidieron quedase grabada la vida de los indígenas americanos en los textos de cronistas y conquistadores.

Debió ser impactante para los recién llegados la visión de lo que tenían delante: otras gentes de las que nada sabían, otros climas, una geografía gigantesca en comparación con la europea, productos naturales nuevos para ellos, enormes ríos y grandes espacios por descubrir. Los primeros años –dice Jaramillo Contreras- fueron de confusión y sobresaltos, y para el estudioso, de gran complejidad. El español llegó a América bajo unos condicionantes que obraban sobre él y a los cuales no se pudo sustraer; no imaginó lo que se encontró y llevaba una mentalidad imperante que era la de su época: afán por imponer. La conquista en su comienzo fue tan espontánea y natural como tenía que ser una empresa guiada por el espíritu guerrero y medieval. El español llevaba en su mente la sumisión del inferior y la voluntad del superior, lo mismo que ocurría en la Europa de su tiempo.

Las costumbres, los hábitos y las creencias estaban interiorizadas antes de partir; la comprensión de otra realidad tuvo lugar con el transcurrir del tiempo. La primera generación de españoles que fueron a América, por lo menos, tenía “in mente” la reconquista contra el islam, pero los ejércitos españoles guerreaban también en Italia, Francia, el Mediterráneo, y el norte de África, además de las guerras civiles interiores. El mismo deseo de extender la frontera más allá en la península Ibérica continuó en América cuando hubo oportunidad, legitimando esto con el afán de cristianizar y buscando alianzas de conveniencia para triunfar. De la misma forma que musulmanes y cristianos pactaron entre sí muchas veces, indígenas americanos y españoles lo hicieron. Y todo ello acompañado del afán de honra y fama que sobre todo los hidalgos anhelaban, además de la fortuna, que era común a todos con la excepción de los frailes. En definitiva, la Edad Moderna tardaría muchos años en asentarse sobre la mentalidad americana.

La confusión afectó así mismo a los nativos, pues para ellos también “el descubrimiento” fue un descubrimiento; los españoles se encontraron con pueblos entre los que la guerra era lo habitual y tenía, en ocasiones, un sentido místico, lo que también ocurría con el cristianismo.

Desde el primer momento el conquistador aplica el derecho que conoce milenariamente; el derecho también viajó a América, dice Jaramillo Contreras. Las violaciones acarreaban sanciones, la ley buscaba castigar conductas, pero esto también estaba en el acervo cultural indígena, sobre todo cuando se trata de las civilizaciones más avanzadas. Surgieron conflictos entre los preceptos de la religión católica y las formas de los ritos y cultos indígenas, pero a pesar del dominio hispánico, fue imposible ejercer el control social absoluto. Los indígenas eludían la ley y ocultaban costumbres prohibidas por la normativa hispánica, costumbres que tenían interiorizadas y de las que no se desembarazaron –cuando lo hicieron- sino al cabo de mucho tiempo. Fue un proceso lento de mutua asimilación que se tradujo en un mestizaje donde se conjugaba el derecho español con el derecho de los indios. Fue un mecanismo indispensable para mantener el control, y la Corona interpretó esta realidad con la puesta en marcha de leyes armonizadoras de ambas tradiciones jurídicas. El derecho español dominó, pero a la vez tuvo que reconocer e incluso enaltecer formas amerindias, como fueron por ejemplo los derechos de los caciques.

El condicionamiento jurídico obró tempranamente y se prolongó durante buena parte de la conquista. No había opción desde la tradición jurídica que los españoles habían heredado de muchos siglos atrás. Las leyes sobre caciques reconocieron una nobleza indígena, establecieron equivalencias con la nobleza hispana pero sin llegar a igualarse; preservaron buena parte de los derechos que tenían los caciques (miles de ellos) y prohibieron aquellos que contrariaban la moral hispánica[iii].

Los pueblos del altiplano mexica, sus fronteras oeste y norte, los de la actual Guatemala y el istmo centroamericano, los que vivían en la cuenca del Magdalena y en el Tahuantinsuyo, los de las islas antillanas y la costa venezolana, fueron aceptando el estado de cosas impuesto por los hispanos o pactado con ellos, pero hubo otros pueblos amerindios que permanecieron mucho tiempo sin asimilar al derecho hispano: los de la mitad sur de las actuales Chile y Argentina, los del Chaco, los que vivían en zonas selváticas alejadas de las ciudades fundadas por los españoles, los que fueron conocidos más tardiamente en las vastas regiones del sur y oeste de los actuales Estados Unidos.

[ii] El resumen de dicha tesis lleva por título “La nobleza precolombina desde la perspectiva hispáinica con especial referencia a los emblemas heráldicos”. En esta obra se basa el presente resumen.

[iii] El papel jugado por Bartolomé de las Casas y otros vino a suavizar el trato que recibieron los indígenas por parte de los conquistadores, pero las leyes de la Corona aplicables a América se inclumplieron, como cabe suponer, con frecuencia. Los castigos por ello, sin embargo, fueron muchos.

La ilustración corresponde a una obra de Miguel Ángel Rodríguez Lorenzo.

viernes, 11 de noviembre de 2022

Distintas épocas, el mismo ser humano

 

En el siglo XV había en América una enorme cantidad de pueblos en distinto grado de desarrollo cultural, desde lo que luego conoceremos como Canadá hasta el bautizado por los españoles más tarde Cabo de Hornos. Entre esos pueblos se formaban alianzas para luchar contra otras alianzas, contra un tercero con el que más tarde hacían la paz o era sometido. Así desde hacía siglos y quizá milenios.

Se sabe que en el altiplano mexicano un imperio se había formado por haber sometido a otros desde no hacía mucho tiempo en el siglo XV, aunque las resistencias hacían difícil el equilibrio, hasta el punto de que algunos de los pueblos sometidos, los tlaxcaltecas por lo menos, se mostraron muy hostiles al sometimiento, sobre todo a la obligación de pagar crecidos tributos. En los Andes se había constituido otro imperio que, al menos nominalmente, se extendía desde el actual Ecuador hasta el norte de Chile, y hacia el interior en las alturas de la actual Bolivia hasta la costa peruana. Los incas habían sometido a otros pueblos, su máxima autoridad era denominada Inca, y como en el caso de los mexicas del norte, se habían formado aristocracias, cacicazgos, curacas y otras estructuras que estratificaban a la sociedad fuertemente.

El trabajo forzado (mita) estaba instituido en las alturas de los Andes y en la costa del Pacífico, se sacrificaba a los rebeldes o a los prisioneros para conseguir el favor de los dioses, las guerras eran terribles y provocaban tragedias y muertes sin número. En uno y otro lugar había señoríos en manos de unos pocos a los que estaban sometidos unos muchos.

Cuando llegaron los españoles y los portugueses a América a finales del siglo citado los primeros, traspasaron el modo de vida hispánico (europeo) al nuevo continente. Se valieron para conquistarlo de la superioridad tecnológica, de la guerra, de la diplomacia y de la colaboración de pueblos sometidos por aquellos primeros imperios de los que hemos hablado. Está claro que las monarquías española y portuguesa se comportaron, en tanto que imperios, como todo imperio; explotaron las riquezas en su favor, violaron leyes morales elementales, cometieron crímenes, provocaron interminables guerras… no muy distinto de lo ya conocido en América.

No entraremos aquí sobre lo bueno que pudieron hacer los españoles en América: vías de comunicación (a la postre con el trabajo indígena), ciudades, hospitales, escuelas, edificios públicos, universidades, ganadería, etc. Interesa más ahora hablar de la “convivencia” entre los que ya estaban en América en el siglo XV y los que llegaron a finales de dicha centuria: conflictividad casi permanente. No hay más que echar mano de la documentación existente sobre cualquiera de las Audiencias establecidas para administrar justicia (o injusticia). Existen no pocos estudios sobre los expedientes de estas instituciones en la América hispana.

La extrañeza de los nativos ante las costumbres y pretensiones de los conquistadores llevó a guerras permanentes, pero también a guerras entre los nativos y a guerras entre grupos distintos de conquistadores; el ejemplo de la guerra civil en Perú entre Pizarro y Almagro es paradigmático de lo que decimos. Pero hay varias diferencias notables entre la conquista y colonización española y otras: se producía en un continente desconocido hasta entonces por el resto del mundo; la abundancia de crónicas que han llegado a nuestros días donde se nos informa de las circunstancias y esos mismos conflictos que han sido una constante. No creamos que dichas crónicas fueron siempre favorables a los conquistadores (Díaz del Castillo, López de Gómara…), sino también desfavorables (Bartolomé de las Casas, Bernardino de Sahagún, Guaman Poma de Ayala…). Además hubo no pocos frailes que denunciaron los abusos de los encomenderos, desde los primeros tiempos de la conquista hasta el siglo XVIII, cuando las reformas de la monarquía española pretendieron una mayor racionalidad en la colonización… justo cuando ya estaban entrando en América las ideas de la Ilustración, las noticias de la independencia de las colonias británicas del norte, los acontecimientos de la Revolución Francesa. Otra diferencia es el fenómeno del mestizaje, tan fecundo como en ninguna otra situación histórica.

Cuando los grupos dirigentes de la sociedad americana deciden independizarse de la monarquía española, aprovechando la coyuntura de la invasión francesa de España, no hay ruptura alguna entre los que acapararon la riqueza y gobernaron los diversos territorios de América: entre la América hispánica y la América independiente son los mismos los que gobiernan; entiéndase las mismas clases, los criollos o descendientes de españoles nacidos en América desde generaciones. No habrá virreyes, pero buena parte del personal administrativo y judicial será el mismo, buena parte de los generales y oficiales del ejército serán los mismos; los mismos seguirán administrando sus haciendas, teniendo esclavos negros, abusando de las mujeres de condición servil (como en época de la colonia), los mismos que administrarán la Iglesia (muchos obispos eran ya criollos desde hacía tiempo).

La independencia de la América hispánica (como de Brasil) se hace respecto de las monarquías respectivas, no respecto de una clase que era la que dominaba y la que seguirá dominando. Es más, esa misma clase es la que conducirá, a partir del siglo XIX y durante el XX, a una interminable sucesión de golpes de estado, traiciones, guerras cruentísimas, dictaduras, regímenes corruptos (como en la colonia).

México tardó en incorporar Yucatán a la soberanía nacional; Argentina empleó buena parte del siglo XIX en extender su dominio hacia el territorio de los pampas y la Patagonia, Chile tuvo que esforzarse en colonizar la zona austral, pero para esto hubo que someter a los pueblos indígenas que preexistían… como en los siglos XV y XVI. Piénsese en la exploración del río Colorado en Argentina, la lucha entre chilenos y argentinos por el territorio pehuenche, el exterminio de ranqueles y patagones, el destino de los pawnee en el centro de Estados Unidos, las luchas entre Buenos Aires y Brasil por hacerse con Uruguay, los molecôes y otros esclavos en Brasil, los anexionistas cubanos a favor de Estados Unidos, la guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay, la del Pacífico entre Perú, Bolivia y Chile, por poner solo algunos ejemplos.

Las novedades en la América republicana (sólo dos estados ensayaron monarquías, México y Brasil) son las mismas que se experimentan en Europa: avance del laicismo y del anticlericalismo, de la masonería, del capitalismo económico, de la sociedad de clases… Entones ¿cuál es el secreto? Puede que esté en la naturaleza humana, a la que poco importa la época, las condiciones o la historia de cada momento. Los que celebran las victorias patrias (a un lado y otro del océano) sin un mínimo de crítica, están condenados a vivir en la ceguera, una ceguera que es peor que no tener ojos.