domingo, 18 de enero de 2015

Prohibir, prohibir...

Torre vieja de la catedral de Oviedo
La Iglesia católica ha tenido la inveterada costumbre de prohibir a diestro y siniestro, no solo a sus fieles sino a los que no lo son o fueron, no solo en cuestiones espirituales sino también temporales. Muy tempranamente, la afición a prohibir por parte de sus jerarquías, provocó no pocos cismas, disidentes y problemas a la comunidad de creyentes, dando un ejemplo muy negativo al mundo de desintegración y falta de unidad. 

Con el paso de los siglos la Iglesia siguió prohibiendo, inmiscuyéndose en la vida de los seres humanos individual y colectivamente considerados. La Edad Media muestra miles de ejemplos en los que la Iglesia se empeñó en controlar hasta los aspectos más nimios de la vida de las personas. En España, país católico entre otros, la Iglesia ha prohibido todo lo que ha querido: por decisión del sumo pontífice o por decisión del cura de aldea más humilde. Cuando el siglo XIX ya se encontraba bastante avanzado y el régimen de la restauración borbónica se había establecido, las autoridades eclesiásticas creyeron que había llegado el momento de aprovechar los amplios huecos que dejaba la Constitución de 1876, para prohibir e influir en la sociedad lo más posible, siempre en favor de los intereses materiales de la Iglesia y de los objetivos espirituales que defendía. 

Esto aún se acentuó más cuando el papa León XIII confirmó que había que hacer eso, acomodarse a los tiempos y a los regímenes políticos en la medida de lo posible. El liberalismo, pandemónium para la Iglesia, fue aceptado solo en aquello que la beneficiaba, y así la secular institución pretendió prohibir la lectura de libros (como había hecho casi siempre), la enseñanza laica, la enseñanza no católica (donde se pudiesen enseñar doctrinas luteranas, ateas, etc.), prohibir la libertad de cátedra, la libertad académica, prohibir la enseñanza obligatoria, prohibir la enseñanza gratuita, prohibir las subvenciones del Estado a las escuelas no católicas, que en ciertos casos debian ser cerradas. Los obispos quisieron vetar a los maestros que no concordasen con sus ideas, que se censurasen los libros que los obispos considerasen perniciosos, que se abriese expediente a los maestros que enseñasen contra lo que los obispos consideraban oportuno. Prohibir fue una afición irresistible para la Iglesia en todo tiempo y lugar. 

Para prohibir de forma más coordinada, la Iglesia española celebró varios Congresos Católicos entre 1889 y 1902, en Madrid, Zaragoza, Sevilla, Tarragona, Burgos y Santiago de Compostela. El profesor Vaquero Iglesias (1) ha estudiado en caso particular del obispo ovetense, entre 1884 y 1904, Ramón Martínez Vigil, verdadero celador de lo que la Iglesia debía prohibir. Conocía bien el terreno porque había nacido en la pequeña localidad de Tiñana (Siero, Asturias) y se formó, probablemente, en la filosofía tomista de la mano del dominico Zeferino González y Díaz Tuñón. Querer aplicar el pensamiento de Tomás de Aquino a finales del siglo XIX era cuestión ciertamente peregrina, máxime cuando ya existían escuelas teológicas que habían discutido al dominico del siglo XIII. 

Por medio de Martínez Vigil y de otros obispos, la Iglesia española intentó el control de la enseñanza en España, máxime cuando el Concordato de 1851 se lo permitía. Pretendía limitar los contenidos a enseñar, inspeccionar a los enseñantes y negar la libertad de enseñanza, que garantizaba el artículo 12º de la Constitución de 1876. En las Cortes constituyentes que aprobaron la carta magna citada, los obispos actuaron como un estamento en pleno régimen liberal, pues representaban a la Iglesia y no a la ciudadanía. Como la Constitución especificaba que "nadie será molestado... por sus opiniones religiosas ni por el jercicio de su respectivo culto, salvo el respeto debido a la moral cristiana", aquí estaban amparados, si nos atenemos a la letra y al espíritu de la Constitución, luteranos, calvinistas, anglicanos y otros credos cristianos (no necesariamente católicos). Otro escollo para el combativo obispo; de ahí que cuando la Iglesia pidió -de acuerdo con el Concordato de 1851- que se exigiese la obligación "de que los contenidos de la instrucción pública fuesen conformes con la doctrina católica", habiendo cesado ya en el ministerio de Fomento el retrógrado Orovio, la cosa se puso más difícil.

Martínez Vigil y el resto de los obispos pretendían que el Estado no tuviese competencias sobre la enseñanza privada, pero la Iglesia sí sobre la estatal, por lo que lucharon para que se restringiese la tolerancia religiosa, que se prohibisen "severamente" las manifestaciones públicas "de cultos disidentes" y que se prohibiese "con igual rigor" cualquier escuela no católica. El Estado debía impedir -según Vigil- la circulación de "los malos libros" y la Iglesia debía tener libertad académica "sin sujeción a centros oficiales", pues esto lo exigía "la institución divina de la Iglesia". Esta se pronunció -como había hecho siempre- contra el "libre examen", pues así "lo damandan los intereses de la fe". Quien interpretaba esos intereses estaba claro para la Iglesia. Esta consideraba a los fieles, "súbditos" por el "poder soberano y divino" de la Iglesia.

Los argumentos de Martínez Vigil, que interpreta a Tomás de Aquino como le interesa, pues pretende adaptarlo a finales del siglo XIX, son peregrinos: quien tiene autoridad para enseñar no es el Estado, sino el "autor" (de donde viene la palabra autoridad) es decir, los padres; siguiéndose de esto que de igual manera que un progenitor puede conducir a su hijo hacia el bien, también tendría derecho a conducirlo hacia el mal sin que el Estado pudiese intervenir en materia de enseñanza. La Iglesia es y fue considerada "depositaria de la revelación" y ante esto no cabe discutir más, pero incluso volviendo al argumento anterior, la Iglesia no es "autora" de los alumnos, por lo que tampoco podria tener competencias en materia educativa... Los "argumentos" del obispo ovetense no soportan la más leve crítica. 

La Iglesia ha considerado siempre su buena voluntad, lo que la historia desmiente y aún considerando que la Constitución no toleraba la existencia de escuelas anticatólicas, lo cierto es que el interés por parte de algunos docentes (cada vez más) no era combatir a la Iglesia, sino poder enseñar libremente. Pero mientras la Iglesia considerase sus prerrogativas de "derecho divino" tampoco cabía discutir más, porque era un callejón sin salida. Por eso la Iglesia consideró que el hecho de que Estado impartiese enseñanza fue "uno de los errores de la sociedad", pues incluso cuando el poder público estableció la enseñanza primaria gratuita, el obispo Martínez Vigil clamó contra ella, pues se costeaba con fondos públicos a los que habían contribuido los padres sin hijos y los padres que no deseaban se enseñase a sus hijos más que lo que los obispos autorizaban. Un principio de solidaridad que el obispo no entendía, lo que parece muy poco cristiano.

Las apelaciones del obispo a la moral cristiana ignoran que el cristianismo era y es interpretado de maneras distintas, pero la Iglesia no estaba dispuesta a esa pluralidad, sino solo a la interpretación oficial. El hecho de que el Estado considerase a la Iglesia católica la oficial, daba al obispo Vigil la oportunidad para exigir que se actuase coercitivamente "contra cuantos propaguen publicamente en España errores contrarios a ella [la doctrina católica]". De ahí que el Estado debía subvencionar a los centros escolares de la Iglesia pero no a los demás... Una serie de despropósitos que podemos explicarnos por el carácter retrogado de la Iglesia jerárquica española (no no solo) casi siempre, pero no debemos olvidar que fueron muchas voces las que ya entonces se alzaron contra las pretensiones de los obispos, representantes de una Iglesia jerárquica que nada tenía que ver con el gran ejemplo pastoral, de abnegación y sacrificio que, a lo largo de los siglos, ha mostrado la Iglesia misionera, desde la que ejerció en lejanas tierras hasta la que llevaron a cabo humildes (y en muchos casos ignorantes) curas rurales.

Sin pretender justificar el anticlericalismo, quizá se pueda entender (solo entender) mejor el sentido de aquel movimiento, que exageró sus formas en tantas ocasiones.
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(1) "Escuela e Iglesia en la etapa de la Restauración...".

viernes, 16 de enero de 2015

Desamortización y Concordato

El papa Pío IX con el rey Francisco II
Cuando en el año 1855 se discutió en las Cortes el proyecto de Ley, presentado por el ministro Madoz, para desamortizar los bienes de la Iglesia que no lo habían sido desde 1836, así como los bienes de los Ayuntamientos, comunales y otros, el mayor opositor a dicho proyecto fue Claudio Moyano, que recordó al Gobierno el Concordato firmado con el Vaticano en 1851, el cual garantizaba a la Iglesia el derecho a poseer bienes y, por lo tanto, a mantener los que el proyecto de ley pretendía desamortizar poniéndolos en pública subasta. Dicho Concordato, no obstante, previó que la Iglesia debía proceder a vender aquellas propiedades a las que no estaba sacando el rendimiento económico que la nación necesitaba; la novedad con la ley de Madoz es que el Estado se adalantaba a la iniciativa de la Iglesia, interviniendo él en dichas ventas. 

Incluso hubo quienes se pronunciaron por la modificación de aquellos artículos de Concordato que pudiesen ser un impedimento para que el Estado desamortizase los bienes de la Iglesia. A la contra se pronunciaron los diputados conservadores, que consideraban el proyecto de ley como un ataque a la propiedad, ese bien tan sagrado para los liberales de todo signo. En el fondo de todo -como señala María Dolores Sáiz (1)- estaba el grave problema de la Hacienda pública, que necesitaba recursos para atender a las muchas obligaciones del Estado. 

El proyecto de ley no dejaba a la Iglesia sin protección alguna -el Estado estaba obligado a mantener al clero y al culto católico- sino que aquella recibiría títulos de la deuda del 3% por su valor nominal equivalente a la venta de sus bienes. Lo mismo ocurriría con respecto al 80% del valor de los bienes de los Ayuntamientos. Con respecto a estos hubo más reticencias entre unos y otros diputados, pues se trataba de quitar a los "pueblos" un medio de subsistencia que venían disfrutando desde tiempo inmemorial: las tierras y otros bienes que los Ayuntamientos arrendaban o permitían usufructuar a los vecinos; otra cosa es que en la práctica hubiese casos en los que los únicos beneficiarios de dichos bienes fuesen los de siempre, caciques y oligarcas lugareños. 

La ley de Madoz estableció algunas excepciones a la expropiación de bienes: los que estaban destinados a servicios públicos, a la instrucción, a la beneficencia y las residencias de los arzobispos y obispos, así como los jardines y huertas de las Escuelas Pías, entre otros (seguimos a la autora citada). Con respecto a la desamortización llevada a cabo a partir de Mendizábal, había cambios, el más importante de los cuales que las copras de los bienes había que hacerlas en metálico; no se admitían títulos de la deuda.

La ley impulsada por Madoz tuvo una amplia repercusión en la opinión pública urbana, sobre todo por medio de la prensa -como ha estudiado María Dolores Sáiz, hasta el pundo de que hubo periódicos que argumentaron, que si el Concordado de 1851 era un impedimento legal para llevar a cabo la desamortización, se prescindiera de aquel, lo que traería problemas internacionales (y nacionales) con el Vaticano. El Estado es soberano, decían algunos, y con respecto a los bienes que hay en el país podrá legislar como crea en relación al bien común. Es cierto que las Iglesia poseía muchos bienes aún después de la desamortización empezada en 1836, y que muchos de estos bienes eran consecuencia de donaciones recibidas, compras, negocios... y usurpaciones (la documentación estudiada demuestra los abusos del clero, monasterios y obispos, para hacerse con propiedades de los vecinos). 

La pretensión de la prensa conservadora de que la Iglesia poseía sus bienes sin necesidad de que esto se confirmase por medio de leyes civiles, como si de un origen divino se tratase, era una pretensión sin duda exagerada, sobre todo tratándose de bines materiales. Lo que estaba en juebo, todavía a mediados del siglo XIX, es el tipo de propiedad que se imponía, la vinculada del Antiguo Régimen o la plena del liberalismo económico. 

Con respecto a los bienes de los Ayuntamientos, Moyano argumentó que la legitimidad de estos se remontaban a las "cartas pueblas" concedidas por reyes y señores durante la Edad Media, pero es evidente que si una legislación se la había dado, otra legislación se la podía quitar. Los pueblos fueron consultados sobre el particular, pero parece que ni todos contestaron ni los que lo hicieron permiten dar validez plena a las respuestas. Como en tantas otras ocasiones se actuó "de facto", aunque con el apoyo de la aprobación de las Cortes de la ley Madoz, sin tener en cuenta si dicha ley contravenía otra anterior, el Concordato de 1851. A fin de cuentas esta fue aprobada por unas Cortes conservadoras y la ley desamortizadora de 1855 con unas Cortes progresistas.
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(1) "Opinión pública y desamortización...", Universidad Complutense de Madrid.

miércoles, 14 de enero de 2015

Dos científicos en Compostela contra el oscurantismo

Colegio de Fonseca en Santiago de Compostela
Cuando las ideas evolucionistas llegaron a España, a partir de las publicaciones de Charles Darwin, se organizó en la sociedad, en la Universidad y en la prensa y un verdadero debate, muy encendido, a favor y en contra del método científico para llegar a la verdad, en relación con las creencias religiosas, con el poder de la Iglesia, con la tradición y la modernidad. 

Uno de los científicos que se posicionó a favor de la razón fue el cántabro González Linares, que llegó en 1872 a la Universidad de Santiago de Compostela para enseñar Historia Natural. Entonces el nivel de especialización no era tan limitado como en la actualidad, por lo que no era extraño que un abogado a su vez fuese experto en geología y en fármacos. González Linares fue geólogo y zoólogo y estuvo en Santiago durante tres años agitando a la ciudad con sus conferencias y trabajos. Aquí conoció al madrileño Laureano Calderón, institucionista como González Linares. Calderón era, desde 1874, catedrático de Química Orgánica en la Universidad de Santiago.

Por aquellos tiempos mandaba como ministro de Fomento Manuel de Orovio, que provocaría no pocos problemas a la ciencia española y a la Universidad. Su circular prohibiendo que se enseñase en las aulas cualquier cosa que pudiese entrar en contradicción con el dogma católico encontró no pocos opositores, como Castelar y Salmerón, luego serían presidentes de la I República española. Luego volvió al ministerio de la mano de Cánovas, en lo que este demostró lo poco que le quedaba de su participación en los movimientos de 1868. Orovio se había atrevido a decir oficialmente algo como lo siguiente: 

...los perjuicios que a la enseñanza ha causado la absoluta libertad, las quejas repetidas de los padres y de los mismos alumnos, el deber que tiene el Gobierno de velar por la moral y las sanas doctrinas y el sentimiento de la responsabilidad que sobre él pesa, justifican y requieren su intervención en la enseñanza oficial, para que dé los frutos que pueden exigírsele. La "moral y las sanas doctrinas" eran cosa de Orovio, no de cualquier persona en el uso de sus responsabilidades. El Decreto de Orovio vino a derogar los artículos 16 y 17 del de 21 de octubre de 1868, por los que los profesores podían elegir el libro "que se halle más en armonía con sus doctrinas y adoptar el método de enseñanza que crean más conveniente". Por el artículo 17 los profesores no tenían obligación alguna de presentar los programas de las disciplinas que impartían.

Es evidente que González Linares y Laureano Calderón estaban imbuidos de los principios docentes que inspiraban esos dos artículos, como del Decreto de 21 de octubre de 1868 que Orovio derogó en parte y que autorizaba a cualquiera para fundar establecimientos de enseñanza. Entre Ruiz Zorrilla, ministro en 1868 y Orovio mediaba un abismo en cuanto a la concepción del liberalismo que cada uno quería para España, habiendo evolucionado aquel desde el progresismo hasta el republicanismo a lo largo de su vida. 

González Linares y Laureano Calderón no estuvieron mucho tiempo en la Universidad de Santiago, pero en aquellos años animaron el debate científico, defendieron con apasionamiento y sus teorías, apoyadas en las investigaciones de unos y otros, siendo una de las etapas más importantes de la penetración de la ciencia en la ciudad gallega.

martes, 13 de enero de 2015

La iglesia del mercado de Halle

Galería Estatal de Arte Moderno (Múnich)


Halle es una ciudad de Alemania oriental conocida por el pintor y músico estadounidense Lyonel Feininger, que estuvo en dicho país europeo cuando joven. Se relacionó con pintores expresionistas en Alemania en 1912, particularmente con El Puente (Die Brücke), pero es años más tarde, en París, cuando descubre el cubismo, movimiento artístico al que pertenece "La iglesia del mercado de Halle". El azul y blanco del cielo es geométrico, igual que el cuerpo inferior de la iglesia y las torres, mostrando diversas perspectivas que parecen estar determinadas por la luz.

Según Norbert Wolf sus temas preferidos fueron "torres de iglesias góticas, vistas urbanas, el mar, veleros". En torno al año 1930 Feininger pasó una temporada en Halle pintando varios temas de la ciudad. Wolf ha apuntado que se aproximó "al constructivismo internacional, en paralelo con la actividad docente de Feinenger en la Bauhaus, primero en Weimar... y después... en Dessau". La primera ciudad no está lejos de Halle; cuando aquella sufra un incendio en el siglo XV los dirigentes de la misma harán lo imposible por reconstruirla en un estilo que hoy se conoce como Weimar clásico. Dessau se encuentra también cerca de Halle.

Con respecto a la obra que aquí comentamos, Wofl ha dicho que el autor "traslada al cuadro la iglesia del mercado... [con] un conglomerado de líneas de energía y de prismas dinamizados". Los colores "rebajados y transparentes, y la estructura elemental cubista...". Se trata de un óleo sobre tela de 102 por 80 cm.

lunes, 12 de enero de 2015

Las colonias no se ponen de acuerdo

Campo de la batalla de Gettysburg (nordeste de Estados Unidos)
Desde que las colonias británicas de Norteamérica se pusieron de acuerdo para luchar contra el Parlamento inglés, que era quien acordaba los impuestos sin contar con dichas colonias, hasta la formación de lo que hoy conocemos como Estados Unidos ha habido muchos desacuerdos, pasando por una larga etapa en la que la "unión" entre ellas fue tan débil que estuvo muy cerca de deshacerse.

Ángela Hijano Pérez (1) ha publicado un trabajo esclarecedor sobre las causas de la guerra de 1861 y los precedentes desde la guerra de 1775. La autora considera que la guerra de secesión fue la salida que se creyó conveniente a una serie de contradicciones entre unas colonias y otras (estados si se quiere) y que llevaron al federalismo estadounidense. Se trató de la creación de un nuevo estado donde se dirimieron rivalidades económicas y las desigualdades entre los distintos estados que formaron la Unión. Existió una rivalidad a la hora de ejercer la autoridad, "siendo el origen de graves desajustes" entre el poder central, muy tenue, y los poderes de los estados "unidos". El problema esclavista no vino más que a acompañar a los demás que existían entre dichos estados. La prueba de ello es que, aunque la esclavitud se abolió en 1861, la discriminación racial, legalmente, no desapareció en Estados Unidos hasta un siglo más tarde: la Ley de Derechos Civiles de 1964 y la Ley de Derechos Electorales de 1965.

Las causas de la guerra de 1861 fueron, sobre todo, políticas: ¿en que medida habrían de ceder los estados parte de su soberanía a las instituciones federales? Los poderes federales debían ser, según Lincoln, los de "una Unión indestructible de Estados indestructibles". Pero "desde su formación, las colonias habían dispuesto de una fuerte autonomía... cada una de ellas, directamente relacionadas con el Imperio británico, siendo dependientes del Rey y del Parlamento de Inglaterra", explica que las colonias no estuvieran interrelacionadas. Dichas colonias no tenían unos intereses iguales, tenían muy pocos elementos comunes y cabe distinguir tres grupos de colonias, según Ángela Hijano, por sus su economías, su clima y sus formas de vida.

Los colonos más ricos tenían establecidas unas Asambleas en las que se apoyaban para defender sus intereses, llegando en un momento determinado a un pacto para luchar contra la metrópoli. Hasta tal punto es así que dichos colonos llegaron a creer que los impuestos estalbecidos por el Parlamento británico debían ser aprobados por dichas Asambleas y ello llevó, por primera vez, a unos deseos de unificación, llevándose a cabo el Primer Congreso Continental en 1774. No consistió en un apartamiento de Inglaterra, pero se llegó a una Declaración de Derechos y se pusieron de acuerdo para el boicot de las importaciones inglesas. Se mantería la lealtad al rey, pero se negaba al Parlamento capacidad para imponer nuevos impuestos.

Al año siguiente se celebró un nuevo Congreso que declaró la guerra a Inglaterra: el cambio cualitativo se había producido, de forma que tras una mínima organización para hacer frente al enemigo, se encargó a cinco delegados la redacción de una Declaración de Independencia (2) , aprobada el 4 de julio de 1774 por las convenciones de siete estados, pero "parece obvio que este documento solo supuso la expresión de la independencia de cada colonia con respecto a Inglaterra" y que cada colonia se consideraba un estado independiente. Luego se intentó un texto constitucional siendo Virginia el primer estado en tener una Constitución escrita (Jefferson en 1776). "No todas las colonias consideraron oportuno hacer constitución, como fue el caso Connecticut y Rhode Island que continuaron con sus Cartas Coloniales... hasta bien entrado en siglo XIX", aunque independientes de Inglaterra. En realidad fue en estas colonias donde se estableció la norma de constituciones escritas, exportándola a Europa.

Tenemos pues nuevos estados que eran independientes entre sí, pero esto no era suficiente para hacer eficaz la dirección de la guerra, por lo que se llegó a unos "Artículos de la Confederación", base de la primera Constitución de la Unión, pero siendo aquellos aprobados por un Congreso en 1777, no fueron ratificados hasta 1781, ya que dicho Congreso solo tenía una función deliberante. En realidad se trató de una "unión" muy débil, donde las disputas entre los nuevos estados fueron constantes.

Cuando acabó la guerra en 1783 "la situación en la que quedó el país le obligaba a conseguir un poder con mayores atribuciones que pudiera hacer frente a las deudas de la guerra, conseguir una moneda única y ofrecer garantías de defensa ante las colonias limítrofes de Inglaterra, Francia o España". Así se llegó a la convocatoria de una Convención federal que se reunió en Filadelfia en mayo de 1787, a la que no asistió Rhode Island, pero sí los doce estados restantes. Los delegados en esta Convención eran jóvenes, cultos y moderados en sus concepciones políticas, pero da la impresión de que estos delegados sorprendieron a los estados cuando aquellos elaboraron un texto constitucional común. Los poderes que se daban a las autoridades centrales chocaron con las aspiraciones de los que gobernaban en los estados confederados, por lo que surgieron de nuevo las desavenencias.

No obstante se llegó a un acuerdo entre federalistas y antifederalistas, aunque el término "federal" no aparece ni una sola vez en el texto; se llegó a un compromiso entre grandes y pequeños estados; un compromiso entre el norte y el sur (abolicionistas y esclavistas) pues los diputados sureños pretendían que los esclavos "contaran como población para aumentar su asignación de diputados pero que no se les tuviera en cuenta a efectos tributarios". Los diputados del norte aceptaron que la población esclava se incluiría para aquellos fines "tan solo en sus tres quintas partes", un verdadero encaje de bolillos que no cuadraba con racionalidad alguna, pero que fue útil para el acuerdo de los más poderosos colonos.

También se llegó a un compromiso entre democracia e intereses de las clases ricas (lo que parece una contradicción y muestra la naturaleza de la democracia norteamericana) y de ahí la existencia de un Presidente con poderes fuertes y elegido por quienes en cada estado tuviesen reconocido derecho de voto y según el procedimiento establecido por cada estado; una Cámara de Representantes elegida por los ciudadanos a quienes la legislación de cada estado reconociera derecho de sufragio y un Senado elegido cada seis años por las Asambleas de los estados, es decir, elección indirecta de los senadores, a los que se exigía tener una edad madura, garantía -se creyó- de conservadurismo. Independientemente de las diferencias de riqueza e instrucción, la existencia de la esclavitud hasta 1861 y la segregación racial hasta la segunda mitad del siglo XX, lo dicho anteriormente hizo de la Unión un régimen liberal en manos de los más ricos (como en Europa) pero no una democracia, que es concepto extensible solo a partir del siglo XX.
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(1) "La guerra de secesión estadounidense: ¿la solución de un problema político?, Universidad Autónoma de Madrid.
(2) Thomas Jefferson, Jonh Adams, Benjamin Franklin, Rogere Shereman y Robert Livingston.

domingo, 11 de enero de 2015

Franciscanos en Cuba

Escuela religiosa en Guanabacoa

Juan B. Amores Carredano ha publicado muchas obras sobre la Iglesia en América latina y especialmente en Cuba. En un trabajo suyo sobre los franciscanos en Cuba explica la secularización que dio comienzo en la isla a mediados del siglo XIX, así como el indiferentiismo religioso (que yo creo más bien eclesiástico) entre las clases superiores (1), pero con la firma del Concordato de 1851 entre España y el Vaticano -dice- se dieron las condiciones para que los franciscanos fuesen autorizados a ir a Cuba, lo que no hicieron, sin embargo, hasta 1887. Se ocuparon estos de la educación elemental, la asistencia social y el asociacionismo laico. 

El autor habla de "ataque frontal" a la Iglesia por parte de los gobiernos liberales americanos, pues estos veían a aquella como "la principal responsable del atraso de las socieades americanas"; sin duda la Iglesia fue la culpable "más fácil de identificar" pero es evidente que no fue la única. El pueblo americano -dice Amores Carredano- hizo caso omiso a la propaganda liberal tras la expulsión de la mayoría de las órdenes relgiosas de la mayoría de los países, contrariamente -añadimos nosotros- a la propaganda eclesiástica que sí tuvo éxito en aquellas y otras latitudes durante siglos. Luego vino la restauración de la Iglesia gracias a los mismos liberales que, bien asentados en la sociedad burguesa, se valieron de la Iglesia para sus fines oligárquicos, incluso tratándose de gobernantes masones, pues vieron en la Iglesia una ayuda para "paliar, con sus escuelas e instituciones de asistencia social, las consecuencias más negativas del modelo económico" capitalista. Esto -dice el autor al que seguimos- "fue palpable en el México de Porfirio Díaz, que coincidió en parte con el papado de León XIII, "el primer papa que aceptó abiertamente el mundo moderno", aunque sabemos que no en muchos aspectos. 

El autor habla de "expolio" a la Iglesia, aunque no cita el expolio institucionado que esta practicó alli donde se estableció con fuerza, sin perjuicio de reconocer el gran esfuerzo de la Iglesia misionera, tan distinta a la Iglesia como institución. Junto con los franciscanos, en la segunda mitadl del s. XIX, llegaron también los "paúles" y sus misiones populares, fundados en el siglo XVII por Vicente de Paúl, quizá francés de las Landas o aragonés de Tamarite de Litera.

Desde la guerra de 1868, no obstante, los deseos de independencia de algunos sectores de la población cubana ya habían prendido y se vio a los franciscanos como un factor de "españolización" de la isla contra aquellas aspiraciones, mientras la influencia de Estados Unidos era ya notable. La población culta de la isla no veía con buenos ojos el mantenimiento de la esclavitud, que se abolió solo en 1886, un año antes del nombramiento como obispo de La Habana del ultraconservador Manuel Santander Frutos, senador en España desde 1893 y que volvería a España en 1898, cuando acabó la última guerra cubano-española. La independencia de Cuba respecto de España "dio una nueva oportunidad a la Iglesia en Cuba, sobre todo gracias a la obra del franciscano Lucas Gartéiz, que en 1887 había solicitado al gobierno de Cánovas ayuda para el asentamiento de los franciscanos en Cuba, los cuales recibieron "un lugar adecuado" para sus fines. Por otra parte, la jerarquía eclesiástica y la mayor parte del clero serían proespañoles en la guerra de 1895, aunque ello no fue obstáculo para que, finalizada esta, "la actitud del nuevo gobierno republicano" fuese de favorecer todo lo español, como un medio de compensar la influencia norteamericana. 

(incompleto)

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(1) "Los franciscanos en Cuba: de la restauración a la revolución (1887-1961)", Hispania Sacra, LVIII, 118, 2006.






viernes, 9 de enero de 2015

Jesuitas en el alto Napo


El río Napo nace cerca del volcán Cotopaxi, en plena cordillera andina (Ecuador) para dirigir su curso hacia el sudeste, luego el nordeste y definitivamente hacia el sudeste antes de alcanzar el Amazonas en su curso alto, ya en territorio peruano: son algo más de 1.100 kilómetros de recorrido y el paisaje es de selva y planicie, con el cielo casi siempre nublado y el río avanzando majestuosamente.

Gabriel García Moreno fue Presidente de Ecuador en dos ocasiones, muy católico y favorecedor de la entrada de los jesuítas en el oriente ecuatoriano entre 1860 y 1875, año este último de su muerte violenta. Favoreció a la Iglesia a la vez que se valió de ella para contribuir a la construcción del Estado ecuatoriano. Fueron sobre todo jesuitas españoles y alemanes los que se asentaron en el alto curso del río Napo para llevar a cabo una de las misiones que había sido tan importante en épocas anteriores en otras regiones de América. Ahora ya se trataba de un tiempo nuevo, avanzado el siglo XIX y sin los problemas causados por las autoridades españolas y portuguesas, sin la presencia de "bandeirantes" portugueses, que tanto daño hicieron al sur de Brasil y en Paraguay.

El trabajo realizado por Jaime Moreno Tejada (1) muestra aspectos muy poco conocidos de esa tardía obra de los jesuítas en América, así como del pueblo Napo Runa. Se estudian las relaciones socioeconómicas entre religiosos, indígenas, mercaderes y autoridades en una época de grandes trasnformaciones en Ecuador y en la Amazonía. La población era escasa y las condiciones materiales paupérrimas -dice al autor citado- mientras el caos político y social de finales de la década de 1850 fue favorable a los intereses de los jesuítas. Desde Quito hasta Tena, pasando por Archidona, hay una ruta, primero ascendente, luego descendente, que pasa por Tumbaco, Baeza y otras mínimas problaciones hasta los valles de los ríos Coca y Napo.

La región había sido colonizada lentamente desde el siglo XVI, pero cuando llegó la hora de la independencia, a principios del siglo XIX, las fronteras no se definieron facilmente. En la segunda mitad de dicho siglo era la única región del Amazonas ecuatoriano que contaba con una red de asentamientos que fueron aprovechados por los jesuitas para adaptarse a ellos; es decir, no se trató de las "reducciones" que habían llevado a cabo en siglos anteriores, donde los asentamientos eran de nueva planta. Junto con Archidona y muy cerca Tena, la tercera, más al este, fue Loreto. Los demás "pueblos" eran visitados periodicamente por los jesuitas, siendo esta otra particularidad con respecto a las "reducciones" de siglos anteriores.

A finales de la década de 1880 -dice Moreno Tejada- el número de indios de misión (todos ellos Napo Runa) se calcuó en unos 6.000, pero era una población flotante, y de hecho solo los niños asistían regularmente a la escuela. Las epidemias fueron un factor a tener en cuenta, particularmente la disentería, que apareció en Loreto en 1874, siguiéndole otras durante varios años hasta 1896, la peor de todas.

Los indígenas Napo Runa estaban organizados "de manera horizontal", siendo el "curaca" la máxima autoridad, y el "yachaj" era un chamán, pero el liderazgo estaba muy difuminado. La autoridad de estos funcionó muy debilmente, lo que favoreció la integración de los indígenas en las misiones de los jesuitas. Aquellos creían que estos tenían poderes mágicos como si de chamanes se tratara, con capacidad para infundir males o desgracias a los que no asistiesen a la iglesia. Los jesuitas, por su parte, hacían una diferencia entre viejos y niños, considerando a los primeros como "casos perdidos" si de indoctrinarlos se trataba. Era a los niños a los que se dedicaron fundamentalmente, recibiendo estos clases en quechua y castellano, gramática española, aritmética, historia religiosa y caligrafía. Los niños aprendían carpintería y las niñas corte y confección.

Los niños, además, trabajaban para sus familias en huertos o "chacras", pero como no siempre vivían en los lugares donde se encontraban los jesuitas, en algunos casos fueron internados en las misiones de estos. En el momento en que más estudiantes estuvieron a cargo de los jesuitas se llegó a 1.462, según Moreno Tejada. Pero uno de los aspectos más negativos, y que traería problemas a los jesuitas, fue la práctica del castigo físico, aunque parece ser que solo "in extremis". Los niños internos se levantaban a las cinco de la mañana y lo primero que hacían era asistir a misa. La misión se nutría de algunas ayudas del Gobierno -que pronto dejaron de llegar- donaciones de benefactores y la ayuda de la red internacional de colegios y procuras jesuíticas. Estos resucitaron una vieja tradición: el cobro en especie de bodas y fiestas ("camaricos"), recibiendo gallinas, huevos y oro en polvo; este se extraía de los ríos en las proximidades de Loreto. La moneda oficiosa era, desde tiempos coloniales, el lienzo, material muy querido por los indígenas para fabricar ponchos.

Algunos indígenas se dedicaron al comercio practicando las ventas forzadas con otros, mientras que los comerciantes blancos les trataban con crueldad sin más miramientos. Esto llevó a una rebelión indígena en 1892, pero no solamente contra los que abusaban, sino contra los jesuitas que practicaban violencias. El caucho fue el principal producto objeto de comercio y la ciudad peruana de Iquitos, en el Marañón, ejerció una especie de liderazgo comercial en torno a la cual giraron otras poblaciones, entre ellas las del Alto Napo.

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(1) "Microhistoria de una sociedad microscópica: aproximación a la misión jesuita en el Alto Napo (Ecuador), 1870-1896", Revista Complutense de Historia de América, vol. 38, 2012.

jueves, 8 de enero de 2015

La división en la CNT



Ángel Pestaña (1886-1937)



Nacida la Confederación Nacional del Trabajo en 1911, la mayoría de sus miembros eran anarquistas, pero también estuvieron afiliados individuos de ideologia marxista o no definida. Víctor Alba (1) señala que en su seno lucharon dos tendencias: la sindicalista y la anarquista, poniendo aquella el acento en la solución de los problemas inmediatos que padecían los trabajadores. Estas luchas culminaron en 1919 en el Congreso de la Comedia de Madrid, en el que la CNT se adhirió a la III Internacional, adhesión que terminaría tres años más tarde por decisión tomada en Zaragoza. Víctor Alba constata la paradoja de que fueron los anarquistas "puros" los partidarios de la adhesión, mientras que los sindicalistas como Seguí y Pestaña "se mostraron renuentes".

La CNT se organizó de la misma forma que lo haría a patir de 1932 el Congress of Industrial Organizations (CIO) en Estados Unidos, los llamados sindicatos únicos. En el exilio, durante la dictadura de Primo de Rivera, los sindicalistas de la CNT formaron en París un comité en el que se integraron miembros del recientemente creado Partido Comunista y el Estat Catalá de Francesc Macià, pero tras la visita de este a Moscú se disilvió, ya que el Estado soviético no apoyó la lucha armada que desembocó en el intento de Prats de Molló de los catalanistas y la entrada en España de un grupo de anarquistas por Vera de Bidasoa. El primero consistiría en una invasión militar desde aquella localidad francesa que impulsó Macià y su Estat Catalá, pero que Primo de Rivera impidió en 1926. Dos años antes los anarquistas, dirigidos por Durruti, intentaron formar una guerrilla para invadir España por Vera de Bidasoa, resultando un fracaso con muertes de por medio, e igualmente en 1926 intentó García Oliver atentar contra Primo sin conseguirlo.

Ya con Berenguer en la presidencia del Gobierno, Juan Peiró firmó el manifiesto de "Inteligencia Republicana", donde también figura Lluis Companys. Aquí ya hubo críticas por parte de quienes consideraban, dentro de la CNT, que todo acuerdo con republicanos no anarquistas era una contaminación, mientras que Pestaña apoyó dicha "inteligencia", pero no obstante la CNT apoyó la convocatoria de Cortes Constituyentes cuando cayese la dictadura, considerando que una Constitución que garantizase la libertad sería el camino (no el único) para la acción sindical. La CNT no participará, posteriormente, en actividades parlamentarias y se mostró siempre en contra de que el Estado interviniese en la solución de los conflictos entre los trabajadores y la patronal.

Ello no impidió que una delegación cenetista se entrevistase con el Presidente del Gobierno para conseguir que se levantara la prohibición de actuar a la CNT y reclamó "sin conseguirlo" -dice Alba- que se suprimieran los Comités Paritarios, aquellos en los que trabajadores y empresarios dilucidaban sus diferencias con el arbitraje del Estado. En este sentido tuvo lugar una entrevista entre Ángel Pestaña y el general Mola a principios de abril de 1930 (entonces este era Director General de Seguridad).

Cuando reaparece el periódico cenetista Solidaridad Obrera se manifiestan las diferencias existentes, pues los marxistas "pedían tolerancia dentro de la CNT", tolerancia que no les fue concedida en una clara contradicción con la propia esencia del anarquismo. Surge entonces la Federación Anarquista Ibérica (FAI) que en realidad se había fundado en Lyon en 1926 y luego en la playa del Cabañal de Valencia (1927). Su objetivo fue siempre actuar como un partido político aunque no mediante las elecciones ni en el Parlamento y conseguir el mayor poder posible en la dirección de la CNT.

Ante la FAI se formó "Solidaridad", un grupo del que formaron parte Pestaña, Peiró, Foix, Alfarache, Birlán, Playa, Buenacasa y otros. Para que no se considerase a este grupo un partido político (lo que estaba en contra del anarquismo) se le llamó "organización específica" según Víctor Alba, pero los dos sindicalistas más sobresalientes, Pestaña y Peiró, mostraron discrepancias entre sí cuando aquel empezó a plantear la necesidad del posibilismo, es decir, la negociación para conseguir el menos ante la dificultad de conseguir el más. Quienes más se opusieron a Pestaña fueron los miembros del Comité de Acción Revolucionaria, otro grupo en el seno de la CNT.

Los sindicalistas, no obstante, tras haber llegado a ciertos acuerdos con los republicanos no anarquistas retiraron su compromiso con ellos, lo que explica las muchas vías que los cenetistas de uno y otro signo emprendieron para desarrollarse. Incluso algunos militares se pusieron en contacto con la CNT, como Ramón Franco y otros, que asistieron a reuniones donde se trató de dichos contactos, mientras que republicanos y socialistas enviaron a Rafael Sánchez Guerra para que lograse la colaboración de la CNT. No hubo acuerdos, sin embargo.

La flexibilidad de la CNT permitió que "indomables" como García Oliver, Durruti o Ascaso, miembros de la FAI, se hiciesen con el control de varios sindicatos cenetistas, mientras que sindicalistas como Galo Díez se pudiese expresar de la siguiente manera en 1931: Cuando vamos ante el pueblo, ¿de que le hablamos? No le hablamos de sus deseos, de sus necesidades, de su miseria, de sus derechos. Le hablamos siempre de la revolución. ¿Ha encontrado alguien una revolución en la esquina? Durante venticinco años he soñado con la revolución. Han transcurrido venticinco años y todavía no me despierto... (2). Había posiciones tan distintas que amenazaban con la ruptura, por lo que los sindicalistas que luego se llamaron "treintistas" por el número de los que firmaron un manifiesto (entre otros Peiró y Pestaña) plantearon que es muy sencillo lanzar a las masas a la calle para que las golpeen y las disparen, pero quien hace esto, más que un revolucionario es un asesino moral. No hubo acuerdo, Peiró dimitió como director de "Solidaridad Obrera" y los cenetistas que a su vez son militantes del Bloc Obrer i Camperol son expulsados de la CNT por tener candidatos a puestos políticos...
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(1) "El movimiento no parlamentario en la segunda República".
(2) "Memoria del Congreso extraordinario celebrado en Madrid los días 11 al 16 de junio de 1931"; citado por Víctor Alba.

miércoles, 7 de enero de 2015

Polémica sobre la ciencia

Gumersindo de Azcárate
Interesantísmo es el trabajo de Antonio Santoveña Setién (1) sobre la polémica que en torno a los orígenes del atraso científico de España, así como cuales eran los momentos de mayor atraso en esta materia, entablaron varios intelectuales españoles, casi todos del campo de las humanidades, durante la primera parte del régimen de la restauración borbónica. 

En 1876 -dice el autor citado- Gumersindo de Azcárate pubicó unos artículos sobre las posibilidades de organización política en la España del momento. En uno de los artículos habló de la intolerancia existente en España, sobre todo por la influencia de la Iglesia católica. Otro Gumersindo, catedrático de la Universidad de Valladolid, Laverde Ruiz, escribió a su "discípulo" Menéndez Pelayo que habría que contestar a Azcárate. Aquel tuvo por objetivo, ante el envite, la defensa de la Iglesia y demostrar que el atraso cultural español nunca había existido. Se había dado comienzo a una rica polémica en la que intervinieron diversos pensadores hasta 1882.

Los más destadados de los polemistas fueron Gaspar Núñez de Arce, Manuel de la Revilla, Nicolás Salmerón, el citado Azcárate, José del Perojo y Luis Vidart. De otra parte -aunque ya veremos que no se trata de dos bloques cerrados- Menéndez Pelayo, Laverde, Alejandro Pidal (el cacique asturiano), el dominico Joaquín Fonseca, Juan Valera y Leopoldo Alas. Ninguno de los grupos negó un proceso de decadencia de la cultura española, pero ¿cuando empezó dicho proceso? ¿a causa de que? Para unos la decadencia empezó con la Inquisición, para otros con las ideas extranjeras de la Ilustración...

Dentro de cada grupo hubo discrepancias, lo que ha permitido a Laín Entralgo, cuando estudió este asunto, distinguir más bien tres tendencias (2). Menéndez Pelayo estaría en medio, casi en solitario, entre los otros dos grupos, progresista uno, conservador el otro. Este grupo -que veía en las ideas extranjeras el origen de la decadencia de España- basó sus argumentos en la gran aportación de Tomás de Aquino -un extranjero, por cierto- en cuya filosofía habia que basarse para mantener la cultura española a gran nivel. Los progresistas se inspiraron en el positivismo y en el darwinismo para defender el progreso de la ciencia española. 

Los "regresistas", como les llamó Laín, "guiados por una adhesión incondicional a la revelación (con evidente desprecio de la razón) y por una identificación desmesurada entre catolicismo y escolasticismo", llegaron a menospreciar toda creación intelectual posterior al siglo XIII. Menéndez Pelayo, en cambio, vio en Raimundo Lulio, Juan Luis Vives y Francisco Suárez, buenos ejemplos de la ciencia española. Unos y otros hicieron alarde de la importancia alcanzada en España por la filosofía, entendida esta como la unión de todas las ciencias, tanto las especulativas como las positivas, las que no necesitan concluir en leyes como las que se basan en el empirismo. Los progresistas, o algunos de ellos, tuvieron la inspiración de Krause, el espiritualista filósofo alemán.


Lo que parece claro es que durante la polémica se tomó conciencia del atraso científico de España, aunque solo Menéndez Pelayo planteó un programa (elitista) que los políticos de la Restauración ignoraron y que quedó en papel mojado. Aquel propugnó la realización de monografías bigliográficas por regiones, propuso la elaboración de monografías "expositivo-críticas" sobre diversas ramas de la ciencia; en relación a la enseñanza, propuso la creación de seis nuevas cátedras universitarias centradas en el estudio de la evolución de diversas disciplinas científicas: historia de la teología, de la jurisprudencia, de la medicina, de la filosofía, de las ciencias exactas, fícias y naturales, así como de estudios filológicos. 

Como se ve, siendo España un país atrasado en el conjunto de los de Europa occidental, nada se dijo sobre la educación de la población, la mayoría rural, la mayoría analfabeta, la mayoría sometida al caciquismo y a los curas. El ingreso de Menéndez Pidal en la "Unión Católica" de Alejandro Pidal, que a la postre se iría con armas y bagajes al Partido Conservador de Cánovas, parece ser que tuvo, por parte del pensador cántabro, la intención de influir en la política, pero nada. Santoveña señala en su trabajo que el hecho de que Menéndez Pelayo -y los demás polemistas- no hiciesen alusión alguna a la necesidad de cambios en la política y la economía, inutilizaba no ya la polémica, sino la misma propuesta, más concreta aunque elitista de aquel. Una política caciquil y una economía en manos de unos pocos inutilizaba cualquier intento de que la cultura española, la ciencia, irradiase de abajo a arriba, como de arriba a abajo.
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(1) "Una alternativa cultura católica para la España de la Restauración...".
(2) Santoveña le cita en las dos obras que son una con distinto título: "Menéndez Pelayo. Historia de sus problemas intelectuales", Madrid, 1944 y la reedición "España como problema", Madrid, 1956.

martes, 6 de enero de 2015

Un catastro de 1817

El Puerto de Santa María (Cádiz)

En 1771 nació en El Puerto de Santa María Martín de Garay y Perales, un militar influido seguramente por las ideas fisiocráticas del siglo. Estuvo la mayor parte de su vida empleado en oficios para la Administración pública, sobre todo en los territorios de la antigua Corona de Aragón y en Murcia, Baleares y Extremadura. Debió ser liberal templado, porque el rey Fernando VII le nombró en 1816 (a la postre por breve tiempo) Ministro de Hacienda.

Antonio Santovena y Miguel Ángel Gutiérrez (1) señalan que las necesidades de la Hacienda española durante el reinado de Fernando VII, tras la guerra de 1808, eran apremiantes, por lo que se sucedieron en aquel ministerio una serie de personajes que no duraron mucho, sobre todo por la oposición que la nobleza presentaba ante los proyectos de reforma. También tuvo oposición Martín de Garay, pero le dio tiempo a dirigir la elaboración de los Cuadernos de la Riqueza, que no sirvieron sino para que hoy, tras su estudio, podamos saber como era la riqueza agraria de España a principios del siglo XIX, completando lo que ya se sabe por la elaboración del Catastro de Ensenada a mediados del XVIII. 

Los autores citados han estudiado los Cuadernos de la Riqueza para el caso de Cantabria, que se encuentran dispersos por varios centros de documentación (archivos y bibliotecas). Seguramente ocurrirá así en otras provincias españolas, pero en muchos casos estos "cuadernos" están pendientes de localizar y estudiar. El proyecto de Garay consistió en suprimir las rentas provinciales (2) y sus equivalentes en la Corona de Aragón y sustituirlas por una contribución general, pero para ello había que conocer la riqueza de cada cual. El sistema sería mixto: una contribución directa sobre la producción y otra indirecta sobre los productos que llegasen a las ciudades para ser objeto de compraventa. 

Los "cuadernos" se elaboraron pueblo a pueblo, en los que se recogían los bienes y la producción de cada vecino y hacendado forastero. Las Juntas de Repartimiento y Estadística, creadas con este fin, harían el recuento, medición y tasación de los bienes inmuebles y semovientes. A la vista de estos datos, una Junta Principal habría de proceder a ajustar los cupos de la contribución de la provincia por partidos y por entidades de población. La gran diversidad de situaciónes planteadas -señalan los autores que hemos citado- hicieron necesaria la elaboración de un modelo práctico que sirviese de referencia.

En los "cuadernos" se hicieron constar el número de habitantes, la riqueza territorial, la industrial y la comercial. En el capítulo dedicado a la riqueza territorial se encontraban los datos referidos a agricultura, ganadería y edificios. A continuación se hacía constar la riqueza industrial (fábricas, artesanía...) así como las profesiones de cada individuo, con excepción de los dedicados al comercio, que tenían su propio capítulo. 

Para el caso de Cantabria, los autores citados han encontrado cuarenta y tres "cuadernos", incluyendo datos sobre Villaverde de Trucios, enclave cántabro en la provincia de Vizcaya. Los "cuadernos" estudiados han permitido conocer el total de la superficie dedicada a cultivo y a prado en cada localidad, el reparto del terrazgo y su grado de concentración o de dispersión, así como otros datos. La Contribución de Garay pretendía gravar la producción y no la propiedad, por lo que también constan las rentas de los que, siendo propietarios de tierras, no las trabajaban directamente. 

Santovena y Gutiérrez señalan que los "cuadernos" tienen "un valor comparable al del Catastro de Ensenada, al que en algunos aspectos incluso superan.
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(1) "Los Cuadernos de la Riqueza (1817-1820): una fuente para el estudio de la historia rural española".
(2) Alcabalas, cientos, millones, servicio ordinario y extraordinario, y su quince al millar, martiniega, tercias reales, fiel medidor, renta del aguardiente y licores, quinto y millón de la nieve, renta del jabón, de la rosa y barrilla, diezmo del aljarafe y ribera de Sevilla, cargado y regalía, renta de la abuela, renta de la población, renta de la seda, renta del azúcar del reino de Granada, renta de las yerbas, renta del viento, servicio de milicias, moneda forera, frutos civiles y derecho de intervención. 

lunes, 5 de enero de 2015

Ambato y Riobamba


Ambato y Riobamba son ciudades que se encuentran en el centro de Ecuador, ambas a una altura media de 2.500 metros sobre el nivel del mar, en medio de la cordillera andina. La placa del Pacífico ha jugado a estas y otras ciudades andinas malas pasadas: terremotos que las han destruído y que ha puesto a prueba la capacidad de urbanistas ilustrados para su nueva construcción. El río Ambato describe acusados meandros antes y después de bordear la ciudad y adentrarse en los valles del oeste. El terremoto que obligó a la reconstrucción de Ambato tuvo lugar en 1797, hablando las fuentes de que se hundieron las montañas.

Aquí entra en juego el francés Bernardo Darquea Barray, ilustrado que había trabajado en España en las nuevas poblaciones de Sierra Morena, con Pablo de Olavide como inspirador de esas obras. A aquel corresponden los últimos proyectos urbanos realizados en América, según Jesús Paniagua (1), después de haber conocido y estudiado el "Fuero de Población" redactado por Campomanes (con aportaciones de José Moñino y Pablo de Olavide).

En el caso de Ambato, Darquea hizo el plano de la nueva villa y dirigió los trabajos públicos que comprendieron puentes, molinos de agua y caminos. "Siguiendo la línea tradicional de muchas ciudades hispanoamericanas [Ambato] fue trazada a cordel, en torno a una plaza mayor y complementado todo ello con algunas plazoletas... La mayor novedad tuvo que ver con la anchura con la que se realizaron las calles y que estas contaron con hileras de sauces... cuestión que también le preocupó en las entradas y salidas de la población...". En el borde del río mandó hacer una alameda, como ya se venía haciendo en América y en Europa durante el siglo XVIII. La nueva Ambato contó con iglesias y edificios públicos, entre ellos una cárcel, todo lo cual se llevó a cabo con una diligencia extraordinaria, previendo incluso el abastecimiento de agua a la ciudad y todo ello "sin gravar al vecindario", por lo que los de Riobamba, que también había sufrido el terremoto de 1797, lo quisieron al frente de la nueva ciudad.

Pero en este caso el proyecto de Darquea no llegaría a ejecutarse, pues este propuso una de esas "ciudades ideales" que se inspiraron en las ideas de Vitruvio, aunque sus dibujos son realización de autores posteriores a partir del texto, que sí se nos ha conservado (2), Serlio (3) o la ciudad de Palmanova, en el extremo nordeste de Italia, en realidad una ciudadela o fortaleza de finales del siglo XVI. Después de decidirse la ubicación que hoy ocupa Riobamba, empezaron a trabajar los agrimensores Mariano Oñagoitia y Miguel Ramos. "Comprobada la idoneidad del terreno... se hizo una misa de acción de gracias... después de haber delineado lo que debería ser la plaza mayor de la nueva Riobamba". 

El proyecto de Darquea para esta ciudad fue diferente al de otras ciudades hispanoamericanas y al de Ambato, siempre en cuadrícula; pero Darquea, que conocía la obra de Campomanes, quiso acercarse a su Sinapia, que aparece descrita en un texto anónimo de finales del siglo XVII y que conservó el ilustrado asturiano, una utopía de lo que debiera ser la ciudad para hacer felices a sus habitantes. Darquea planteó la nueva Riobamba como una ciudad radial, lo que no fue autorizado por las autoridades, que alegaron se debía respetar lo señalado en las Leyes de Indias sobre el particular: a cordel y regla, comenzando desde la plaza mayor y sacando desde ella las calles a las puertas y caminos principales y dejando tanto compás abierto que, aunque la población vaya en gran crecimiento, se pueda siempre proseguir y dilatar en la misma forma. 


La plaza, pues, debía ser cuadrilonga "y las calles a imitación de las de Quito" según las Nuevas Ordenanzas de Población de la época de Felipe II. Lo cierto es que -según el autor al que venimos citando- la nueva Riobamba se construyó sin tener del todo en cuenta esta norma, ni por supuesto el proyecto de Darquea. "La ciudad que se construyó siguió el plano tradicional de casi todas las ciudades hispanoamericanas anteriores y posteriores a las Nuevas Ordenanzas... Se volvió a reproducir la monotonía de un damero casi perfecto en el que las plazas se consiguieron retranqueando algunas esquinas de las manzanas, salvo la plaza mayor que, como era tradicional se consiguió por medio de la eliminación de una de estas manzanas".

De los muchos claroscuros que hubo en la colonización de América, posiblemente una de las mejores realizaciones de los españoles fuesen las ciudades, desde las que se irrradió la cultura, se administraron los bienes, se ejerció el poder... Cerca de Riobamba se yergue el Chimborazo, un volcán y montaña de más de 6.200 m. de altura sobre el nivel del mar; algo más al norte Ambato, en el mismo altiplano flanqueado por las alturas, más elevadas al oeste. No son ciudades pequeñas; de media algo más de trescientos mil habitantes, pero siempre amenazadas por los temblores de la tierra.
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(1) "El proyecto de una ciudad ilustrada para América. El diseño de Riobamba (Ecuador)", Polígonos, número 9, 1999.
(2) "Cesare Cesariano".
(3) "Los siete libros de arquitectura".

domingo, 4 de enero de 2015

Palos a la mula negra y palos a la mula blanca

Alberto Lista
Esta frase se le atribuye a Alberto Lista, afrancesado que tuvo que exiliarse en 1814 y en 1823 a pesar de ser sacerdote, pero si la frase fuese suya, más que un consejo al rey para con los liberales y los tradicionalistas, sería una descripción de la actitud de aquel con estos dos grupos, sobre todo a partir de 1826, cuando Fernando VII, ante las presiones de la monarquía francesa, mostró alguna condescendencia con los liberales moderados y menos con los partidarios de su hermano Carlos. 

Entre Bayona y las Cortes de Cádiz hubo también afrancesados americanos (algunos limeños, quiteños y arequipeños) como Tadeo Bravo de Rivero, relacionado con el pintor Goya, que le pintó en un cuadro, y colaborador del rey José. Otros fueron Agustín de Landáburu y Belzunce y José Mejía Lequerica, este diputado suplente por Quito en las Cortes de Cádiz, gran conocedor de las necesidades de las poblaciones en la América española, pero no afrancesado, estando más interesado en la eliminación de la Inquisición. Exigió responsabilidades a las autoridades españolas por la represión llevada a cabo en Quito a principios de agosto de 1810, cuando un sector de la población asaltó la cárcel donde se encontraban presos los miembros de una Junta para el gobierno autónomo de la ciudad; las autoridades proespañolas ejecutaron a los miembros de dicha Junta. Importancia capital tuvo el limeño Vicente Morales Duárez, miembro también de las Cortes de Cádiz y partícipe en la redacción de la Constitución de 1812. Con anterioridad fue colaborador de Godoy José Manuel Moscoso y Peralta, que se había enfrentado en América contra la actitud de las autoridades realistas ante la rebelión de Túpac Amaru II.

Contra todos estos y sus ideas estuvo el diputado sevillano Bernardo Mozo de Rosales, que quizá pudo redactar el documento (larguísimo) que luego hemos conocido como manifiesto de los persas y que suscribieron varias decenas de diputados tradicionalistas, lo que contribuyó a que el rey Fernando VII se proclamase contrario a la Constitución de 1812 y a toda la legislación aprobada en Cádiz. Mozo de Rosales, a cambio, recibió un título nobiliario y un alto puesto en la Administración real, para luego encontrarse entre los miembros de la Regencia de Urgel en 1822, antesala de la nueva etapa absolutista del citado rey. Pero como el absolutismo del Borbón no le fue suficiente, en los últimos años de la década "ominosa" tuvo que exiliarse, pues había empezado a formar parte de los partidarios del que luego sería pretendiente Carlos. Mozo de Rosales fue una mula blanca para Lista, pues las mulas negras fueron los liberales que conspiraron, una y otra vez, contra el rey.

sábado, 3 de enero de 2015

El nacionalsocialismo llega a España


Un trabajo de Benjamín Rivaya (1) muestra cómo empezaron a llegar a España una serie de textos nazis a partir de 1933, sobre todo en el plano jurídico. Entre 1932 y 1933 -dice el autor citado- se publicaron en Alemania multitud de trabajos que vinculaban la filosofía y la ciencia del Derecho con el nacioalsocialismo. Uno de los autores fue Helmut Nicoali, que explicó la relación entre el partido único y el Estado. En realidad ya en España existía una experiencia con la dictadura de Primo de Rivera, pero no se había formulado doctrinalmente. Uno de los que se avino a recibir con satisfacción las ideas del derecho nazi fue Wenceslao González Oliveros, que ya había sido durante la dictadura de Primo gobernador civil de Jaén y tuvo otros cargos. Luego se afilió a la Unión Monárquica Nacional y en Acción Española. Finalizada la guerra de 1936 presidió el Tribunal de Responsabilidades Políticas hasta 1945, con lo que ya se puede valorar en manos de quien (quienes) cayeron los acusados de aquellos "crímenes".

Vicente Gay y Juan Beneyto tomaron "opción por el beligerante fascismo alemán". El primero ya había sido estrecho colaborador de la dictadura de Primo como Director General de Industria y más tarde publicó muchos artículos en favor de la Alemania nazi, participando en el alzamiento militar de 1936 en la provincia de Valladolid. Juan Beneyto publicó una obra en la que mostraba sus simpaías por el nazismo: "España y el problema de Europa", 1942, y durante la guerra civil estuvo al lado de los militares sublevados en San Sebastián, colaborando luego con el régimen del general Franco. 

Otra obra que contribuyó a la justificación del nacionalsocilaismo en España fue "El Estado nacionalista, totalitario y autoritario", publicada en 1940 por Luis del Valle Pascual. Este autor incluso se quejó de que no hubiese sido traducida al castellano "Mein Kampf", aunque esto ya se había producido en 1935, según Benjamín Rivaya, el cual indica que en 1937 ó 1938 hubo una segunda edición de la obra de Hitler. Desde antes de la guerra civil "solían editarse en catellano" discursos de Hitler y así hasta 1945.

A principios de 1939 la España de Franco había firmado con la Alemania nazi un "Acuerdo Cultural", lo que posibilitó que "la cosmovisión nazi" se introdujera en España abundantemente y para ello "se construyó una poderosa maquinaria propagandística". El autor en el que nos basamos para este resumen señala que "la organización nazi encargada de introducir en España su cultura, no solo la concepción que Rosenberg tenía de esta, ya existió durante la República y abarcaba muy diversos ámbitos (bibliotecas, películas, radio, turismo, publicaciones diversas, etc.". El mismo autor apunta la obra de Klaus Ruhl, "Franco, Falange y III Reich. España durante la II guerra mundial" que -entre otras cosas- trata de la embajada alemana en Madrid y las diversas organizaciones culturales nazis en España. Esta embajada editaba un boletín informativo, ASPA ("Actualidades semanales de prensa alemana"), que recibía gratuitamente quien quisiera.

Mayor importancia tendrá el "Instituto alemán de Cultura", que antes de la guerra se llamó "Centro Germano-Español": su finalidad era extender la cultura alemana en España, "la misma que tuvo la "Asociación Hispano-Germana" desde 1941, o el "Centro alemán de Intercambio univesitario de Berlín". Rivaya señala que "la punta del iceberb de la recepción del iusnazismo en España lo constituyó la traducción de La filosofía contemporánea del Derecho y del Estado" en 1942, donde este autor señalaba que el conociimiento podía ponerse al servicio de valores aberrantes.

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(1) "La reacción contra el fascismo (la recepción en España del pensamiento jurídico nazi), Revista de Estudios Políticos, número 100, abril-junio 1998.

Las cárceles de Piranesi

"Las cárceles" (placa VII)
Mogliano Veneto es una población cercana a Venecia; en ella nació Piranesi en 1720, por lo que, como artista, le correspondería más bien adaptarse a las normas neoclásicas, pero hizo caso omiso y se dedicó a grabar ruinas, palacios, arcos de triunfo, cárceles, torres, fuentes y, al menos, un autorretrato que se sale de las normas en este tipo de representaciones. 

La obra de la izquierda es un aguafuerte de 54 por 41 cm. reproducida varias veces. Trabajaba sobre láminas metálicas en las que esparcía una sustancia blanda pero sólida sobre la que grababa las imágenes hasta alcanzar el metal. Sus visiones corresponden al romanticismo más onírico, sobre todo teniendo en cuenta que se anticipó a los románticos del siglo XIX. 

Contrariamente a otros autores, que se han entregado a la belleza formal o a escenas amables, Piranesi se fija en la antigüedad clásica, sobre todo la romana y graba teniendo en cuenta la subjetividad más absoluta, sin normas que le constriñan. En ocasiones es espectacular, como en la "Vista de la nave de San Pablo extramuros, en Roma"; en otras se entrega a las ruinas, como en el "Puente Solario", que contrasta con la visión de la fontana de Trevi, en Roma.

En sus "cárceles" las escaleras se suspenden en el aire, el ambiente es tétrico y misterioso, la ordenación de los elementos no obedece a lógica alguna, el color no existe, tan solo blancos, grises y negros; las arquitecturas parecen surgir de un fondo indefinido y otros elementos se entremezclan en desorden. No creo que exista, ni en el siglo del neoclasicismo ni en del romanticismo, una obra que se le pueda comparar.

viernes, 2 de enero de 2015

Borrego y Pezuela

En un trabajo de Andrés Oliva (1) hay un capítulo sobre las relaciones entre el liberal Andrés Borrego y el tradicionalista Juan de la Pezuela, conde de Cheste que, como su autor dice, tienen "mucho interés". Se trata de un ejemplo que muestra como entre la burguesía y la aristocracia del siglo XIX hubo un acercamiento en la medida en que lo que cada grupo podía aportar convenía a ambos.

Manuel Borrego, nacido en Málaga en 1802, era hijo de familia rica: el padre aportó al matrimonio -según el autor citado- una hacienda de campo, tres casas en la ciudad, así como dos almacenes y una heredad de viña en Casabermeja. El capital aportado se valoró en unos trescientos mil reales, habiendo heredado otros veinte mil. Cuando Borrego se casa por primera vez, su esposa es dueña de una finca rústica en el término municipal de Olías.

Juan de la Pezuela nació en Lima en 1809 (murió en 1906 y es curioso que Borrego falleció a finales del XIX, por lo que ambos tuvieron larga vida). Su padre fue virrey del Perú y perteneciente a la nobleza. Periodista Borrego, poeta Pezuela, ambos militaron en el partido moderado de Narváez aunque Borrego siempre tuvo posiciones más avanzadas.

Cuando Espartero ocupó la regencia ambos mostraron su repulsa, pues el cambio les pareció verdaderamente grande: desplazar a la viuda del rey Fernando VII para encumbrarse a lo más alto un general victorioso. "Se unen a Pezuela, en fervor de cólera reprimida, los demás elementos moderados como Velascoaín, Concha, O'Donnell, Narváez, Istúriz y Borrego, buscando la forma de castigar la usurpación y reponer a Cristina en el trono", señala Andrés Oliva. Como ambos eran del partido moderado, aunque defendían posiciones distintas dentro del mismo, colaboraron en varias materias. En la embajada de la Francia de Luis Felipe de Orleáns se reunió Borrego con Istúriz y Diego de León, "decidiendo realizar el golpe de 7 de octubre [1841], por estar dicho día el comandante Marchessi, uno de los comprometidos, al frente de la guardia de palacio.

La intentona fracasó pero en 1843, durante unas operaciones del ejército de Valencia, donde se encontraba Narváez tras su exilio, Pezuela escribe a Borrego, llegado aquel desde la ciudad levantina a Torrejón de Ardoz, diciéndole que "el espadón de Loja" no cuenta con él para la próxima intentona, la que tendrá éxito y dará ocasión a la "década moderada". Seguramente a Narváez le parecía Borrego demasiado aventurado en algunas de sus propuestas para contar con él en el partido. Y esto lleva a una actitud de oposición de Borrego contra el jefe moderado, y a su vez a los contactos para proponer la creación de otro partido más avanzado y que no fructificará hasta que tome cartas en el asunto O'Donnell, la Unión Liberal.

Borrego había sido el enlace de Narváez en la intentona de 1841 y cuando Narváez propuso suspender ciertas garantías constitucionales, impresionado por los acontecimientos de Francia (y otras partes de Europa) en 1848, Borrego votó contra ello. Esta actitud le costaría no ser nombrado embajador en la Confederación Helvética, mientras Pezuela sería ministro de Marina en 1846 y en 1848 Capitán General de Madrid; por poco tiempo, pues en ese mismo año marchará a Puerto Rico para ocupar el cargo de Gobernador. Las relaciones de este con Borrego, sin embargo, siguieron siendo cordiales, no ya de colaboración, pues la actividad política de Borrego fue mucho más intensa y rica.
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(1) "Andrés Borrego, político malagueño del siglo XIX".

El periodista Sebastián Miñano

Miñano (1779-1845)
Muy conocido por su "Diccionario geográfico y estadístico de España y Portugal", publicado entre 1826 y 1829 en varios volúmenes, fue también un excelente periodista de opinión, al estilo de Larra aunque este más joven y fallecido también antes. 

Jesús Castañón (1) ha realizado una selección de textos de la más variada naturaleza en la que Miñano muestra su ironía, su sarcasmo incluso, su acerada pluma, su visión terrible y cómica de la vida que le tocó vivir, poniendo de manifiesto vicios muy extendidos de los más variados grupos sociales. En cierta ocasión pone de manifiesto la tendencia del liberalismo doctrinario que, proclamando la libertad de prensa, luego la limita por los procedimientos que le vengan más a mano: Pero lo que yo quisiera es que esos señores prudentones me dijesen en que consiste la ventaja de la libertad de escribir consagrada en nuestro código, si esta no ha de emplearse jamás en corregir los abusos de aquellos cuya altura no alcanza otro azote que el de la imprenta... (1821).

Formando parte del mismo texto: ...yo he visto publicar libremente las ideas más absurdas sobre la inmunidad eclesiástica, sobre los privilegios del clero y de la nobleza... de que es preciso liberar a la sociedad..." (Cartas de un madrileño). En relación a la Inquisición: Lejos de ser la Inquisición un objeto de ataque a España, no es, ni puede ser jamás un objeto de desprecio, o por mejor decir, un dato histórico para pintar los delirios y extravagancias del entendimiento humano... Ese sacrílego tribunal que debe considerarse abolido desde fines del último siglo, es decir, desde que fue un general objeto de odio, del sarcasmo y del desprecio de toda la nación. 

En relación al clero regular: Todos murmuran de los frailes, de sus trajes, de sus maneras, de su lenguaje, de sus usos y finalmente de todo lo que les constituye tales, y, sin embargo, todos de fuerza o por fuerza contribuyen a su manutención y existencia... Ya habrña llegado a noticia de usted, o acaso habrá leído, una representación que tiene por título 'Observación respetuosa que hace al Rey y a las Cortes el padre general de los Capuchinos'. Es de avdertir que a esta suprema divinidad seráfica están unidos los honores y tratamientos de grande de España, a imitación sin duda de los apóstoles, que todos tuvieron 'excelencia'... "Lechuzo demandador" llama a los dedicados a la mendicidad clerical: Solo el que haya vivido en el campo... podrá formar una idea clara de la fuerza moral con que se arrancan , por via de limosna piadosa, unas cantidades que, si se aplicaran a otros objetos de la beneficencia pública, serían acaso suficientes para hacer desaparecer de nuestra vista todos los espectáculos dolorosos de la mendicidad...

 En relación a los pretendientes a un empledo público: ...me río y me río sin poderlo remediar cuando veo toda esa chusma de hambrientos con sus sombreros debajo del brazo, su memorial en la mano derecha, su casaquita raída y su cuello barnizazo de almidón. ¿Que sería de nosotros si conforme les ha tomado a los hidalgos la manía de no ser artistas, labradores ni artesanos, hubieran dado también en la de no ser oficinistas? ¿En que quiere Vm. que viviesen a parar todos esos hermanos no mayorazos, si no tuvieran el arbitrio de las togas, las iglesias, las encomiendas, las frailerías militares y las plazas de Hacienda? Una descripción ciertamente veraz y descarnada de cierta clase social que ha de encontrar un empleo público no para producir, sino para poder vivir de él.

En relación a ciertas formalidades que se exigían a los funcionarios públicos: Solo el genio de la estupidez y del error pudieran haber inventado la idea de exigir ante todas las cosas la calidad de 'adicto' para el nombramiento de un juez, de un jefe político u otra magistratura semejante. ¿Y que quiere decir 'adicto'? ¿Y como se conocen los 'adictos', y los que no tienen adhesión? ¿Será acaso cantando el 'Trágala'? Sobre los falsos patriotas: ¿Y los que llevaron su heroismo hasta el punto de tener guardado debajo de la estera un ejemplar de la Constitución?

Contra el diezmo: Fija V. si no me engaño el máximum de la cuota que se paga bajo el nombre de diezmos en un cincuenta por ciento del líquido que le queda al labrador después de haber deducido sus gastos y sus anticipaciones...

Contra los mayorazgos, ciertas costumbres sociales, los sermones, la censura, las monjas, el Consejo de Castilla, los hospitales de su época y mil cosas más se pronunció este liberal afrancesado que se las tuvo que ver con la Inqusición al dar comienzo el siglo XIX, recibió órdenes menores y vivió durante algún tiempo a costa de la catedral de Sevilla y del favor absolutista. Hombre cultísimo, con un riquísimo léxico como cualquiera de los grandes de la lengua castellana; nacido en Becerril de Campos fue a morirse en Bayona, muy cerca de la España que seguramente amó.
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(1) "Sebastián de Miñano: un periodista del período liberal".