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martes, 28 de julio de 2020

Envenenamientos y suicidios

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Envenenamiento y suicidio –dice E. Mitre[i]- son dos formas de acabar la vida. El envenenamiento se ha asociado tradicionalmente a la Roma de los Césares o a la Italia del Renacimiento, pero también durante la Edad Media tenemos ejemplos. Se ha investigado que en los mil años de la Edad Media, en occidente, se habrían dado un total de cuatrocientos veinte casos de envenenamiento, sin tener en cuenta aquellos que no constan porque las víctimas no fueron personajes conocidos, sino simples mortales. Según algunas crónicas el rey leonés Sancho I el Craso habría muerto envenenado en 966 por unos nobles portugueses valiéndose de unas frutas que le habían regalado.

Al irse conociendo con más amplitud y precisión las propiedades de las plantas, en torno a 1400 el número de envenenamientos aumentó. En Francia, por ejemplo, los delfines Juan y Luis murieron en 1415 y 1417 respectivamente, rumoreándose que fueron envenenados. Y en otro orden de cosas el envenenamiento se relaciona con médicos musulmanes y judíos, como es el caso de un “hispano o árabe sarraceno” que, en el siglo XII, sobresalía en el arte de la brujería y el envenenamiento, y que pretendió entregar al emperador Federico Barbarroja unos regalos untados con veneno. El proyecto fracasó y el frustrado asesino y sus colaboradores acabaron siendo castigados.

Los judíos, como envenenadores de manantiales y fuentes fueron una figura bastante extendida en tiempos de pestes y epidemias, sobre todo en la Alemania del siglo XIV. En Castilla, una tradición que recogió con los años Francisco de Quevedo asoció la muerte de Enrique III a un médico judío de nombre Mair Alguadex.

De otro rey de frágil salud, el francés Carlos V, fallecido en 1380, se dijo que estuvo a punto de ser envenenado por conjurados bajo la dirección de Jacques de Rue y Pierre de Tertre que, descubiertos, fueron procesados y ejecutados. De su nieto Carlos VII se dice que se dejó morir de hambre en 1461por miedo a ser envenenado por su hijo, el futuro Luis XI. En Inglaterra la muerte de reyes por envenenamiento constituirá una tradición popular.

Se ha estudiado el probable envenenamiento de Juan Serrano, obispo de Sigüenza propuesto por Enrique III para la sede de Sevilla. Tras una terrible agonía murió en 1402 y las sospechas cayeron sobre el arcediano de Guadalajara, Gutierre Álvarez de Toledo, aspirante a la sede de Toledo, entonces vacante.

En 1468 se produjo la inesperada muerte del infante Alfonso, hermano de Isabel la Católica y proclamado rey por una facción nobiliaria frente a su hermanastro Enrique IV. Varios cronistas que hablan del hecho destacan el brote de peste que se daba en las localidades de Arévalo y Cardeñosa[ii] por donde el joven de 14 años se encontraba en aquellos momentos, y dichos cronistas no se ponen de acuerdo. El clima de guerra civil que en la Castilla del momento se vivía, era muy propicio para la explotación de la muerte de algunos personajes.

Sobre la muerte de Enrique IV de Castilla también se ha sospechado de envenenamiento, pues los cronistas le achacan desórdenes alimentarios que le habrían sido fatales. El doctor Marañón considera que lo más probable es que la muerte de éste rey fuese por envenenamiento.

En cuanto al suicidio ha sido estudiado por muchos especialistas de diversas disciplinas, llegando a la conclusión de que la causa ha sido como expresión de la libertad personal, de la desesperación, del egoísmo o como patología mental.

El mundo antiguo pudo ver en el suicidio una salida honorable ante un fracaso humillante. La historia de la Roma pagana está plagada de suicidios de políticos y generales que ponen fin a su vida en situaciones que consideran límite. La cultura cristiana incorporó a Judas Iscariote, que desesperado por la traición infligida, se ahorcó. El emperador Nerón se quitó la vida a unos pocos kilómetros de Roma, después de huir, en el año 68 adelantándose al juicio del Senado.

En cuanto al emperador Otón "a la caída del día -dice Tácito- aplacó la sed con unos sorbos de agua helada. A continuación trajeron dos puñales y, tras probarlos, guardó uno de ellos bajo la almohada... pasó la noche tranquila y, según se afirma, no en vela. De madrugada recostó el pecho contra el hierro...".

La Edad Media inglesa es la que “más juego da” –dice E. Mitre- siendo el número de varones que se suicida muy superior al de mujeres. Los métodos son sobre todo el ahorcamiento y el ahogamiento; en menor medida el uso de objetos cortantes. Sobre autoenvenenamientos disponemos de poca información.

Las legislaciones civil y canónica medievales condenaron el suicidio, de forma que el que lo llevaba a cabo era enterrado apartadamente. En el concilio provincial de Braga (561) se negaron las ofrendas a los suicidas, calificándolos de criminales. En el concilio toledano de 693 se habla de “los desesperados” que son incapaces de aceptar un castigo que se les ha impuesto y se quitan la vida “con arma blanca u otros medios mortíferos”.

En Las Partidas los suicidas se desglosan en cuatro categorías: los que se quitan la vida por haber sido acusados de alguna falta, los que son incapaces de soportar una enfermedad, los que lo hacen por locura o saña, y los ricos que pierden su riqueza y deciden matarse.

Pedro Abelardo, quien sufrió castración inducida por el canónigo Fulberto[iii], hizo una referencia reprobatoria a la automutilación de Orígenes[iv], que habría interpretado literalmente el texto bíblico “se han castrado para obtener el reino de los cielos”. Cercanas al suicidio se han considerado ciertas muertes martiriales cuyos protagonistas provocaron a sus oponentes para que estos reaccionaran violentamente. Por ejemplo, los mozárabes que blasfemaron ante sus captores del nombre de Mahoma y acabaron condenados a muerte por las autoridades andalusíes.

Algunos ejercicios lúdicos como las justas, torneos, juegos de cañas, caza, etc., propios de los grupos aristocráticos, se les han supuesto, en ocasiones, una indirecta inducción al suicidio, y de ahí las reservas de la Iglesia.

Por su parte los cátaros tuvieron una ceremonia –la endura- que dio pie a una de tantas polémicas. Para el obispo inquisidor Jacques Fournier, luego para el papa Benedicto XII (1334-1342) se trataba de una inducción al suicidio o al asesinato para el cátaro que se encontraba próximo a la muerte. La persecución que sufrió esta minoría llevó a algunos a ayunar hasta tal punto que su vida corría peligro, llegando a morir antes que renunciar a sus creencias.


[i] “Morir en la Edad Media…”.
[ii] Al norte de la ciudad de Ávila.
[iii] Teniendo el teólogo y monje del siglo XII relaciones con la sobrina del canónigo, Eloísa, tuvo de ella un hijo.
[iv] Padre de la Iglesia oriental del siglo III.

sábado, 25 de julio de 2020

Grandes sepulcros

Detalles del sepulcro de Carlos III de Navara (*)

Jehan Lome de Tournai esculpió el sepulcro para el rey navarro Carlos III y su esposa Leonor de Trastamara, que se encuentra en la catedral de Pamplona. Como hizo Víctor Hugo en el siglo XIX, se puede comparar en magnificencia con los de María de Flandes y Carlos el Temerario en Brujas, los duques de Borgoña en Dijon y los duques de Saboya en Brou[i].

Según se lee en la Gran Enciclopedia Navarra, Jehan Lome trabajó para el rey Carlos III de Navarra durante la segunda parte del reinado de éste. El sepulcro le fue encargado por el propio rey.

Muerta la reina Leonor en 1415, el rey lo haría diez años más tarde, pero el sepulcro del que aquí hablamos había sido comenzado antes del primer año citado, reanudándose en 1416 utilizando alabastro de una cantera en Sástago[ii]. Es curioso que mientras la reina ordena ser enterrada con el hábito de San Francisco, para dar idea de humildad, el sepulcro es de una monumentalidad y lujo extraordinarios. Para esta obra Lome fue ayudado por artistas locales, empleando aceite de linaza para la pintura. Cuando estuvo terminado el sepulcro se trasladó a Pamplona en diversos trozos que luego fueron ensamblados.

En el caso de María de Flandes y Carlos el Temerario, cuyos sepulcros están en Brujas, se trata de hija y padre, habiendo sido enterrado primero el cuerpo de éste último en otro lugar. El sepulcro se realizó dejando de por medio unos sesenta años, en lo que se notan ciertas diferencias, según se lee en “Dos tumbas y un corazón”[iii]. Contrariamente al sepulcro de Carlos III y su esposa Leonor, aquí se trata de dos tumbas independientes, donde destacan los colores dorados, los pliegues en los ropajes, la actitud orante de los personajes y también la monumentalidad. Pero hay un mayor realismo en la tumba de Carlos, pues aunque éste murió antes, su tumba se realizó mucho más tarde.

En Dijon se encuentra la tumba de Felipe el Atrevido, duque de Borgoña, que vivió entre mediados del siglo XIV y principios del XV. Como fundó la cartuja de Champmol, en las proximidades de Dijon, allí fue sepultado. La tumba fue empezada por Jean de Marville, pero una vez que éste falleció en 1389, le sucedió Claus Sluter, a quien se atribuye la obra en su magnificencia, que tampoco terminaría. En lo alto está la imagen del duque idealizada, con ángeles a la cabecera (parecen una exageración en el conjunto) y un león acurrucado a los pies. Los personajes que rodean la tumba no son monjes, sino laicos con hábitos de aquellos, lo que luego se generalizó.

En cuanto a los sepulcros de los duques de Saboya, en Brou, habrá que tener en cuenta el papel jugado por los personajes: Margarita de Austria[iv] vivió entre 1480 y 1530, teniendo títulos de Austria, de Asturias, de Gerona y de Saboya… Su sepulcro está bajo un potente dosel gótico con pináculos, mientras que su estatua yacente está arropada ricamente y con la corona ceñida y a sus pies hay un perro adormilado.

En cuanto a Filiberto II de Saboya, fallecido a la edad de 24 años, su sepulcro es más sencillo, sin dosel, pero no menos rico en decoración, con figuras rodeando a la estatua yacente del difunto, que viste ricos ropajes y ciñe igualmente una corona o diadema. Rodean la tumba damas atildadas y con posturas amaneradas, de frente, de perfil y con plegados abundantes.

Todos estos sepulcros, y no son los únicos, presentan una rica decoración desde el gótico hasta el Renacimiento, multitud de elementos animales, humanos y mitológicos (como es el caso de los angelotes). Dan una idea del esplendor de algunas cortes europeas en el siglo XV, al tiempo que del poder que habían acumulado sus titulares, aunque en algunos de los casos sus estados cayesen más tarde o más temprano bajo la órbita de otros más poderosos. Estos sepulcros nos envían un mensaje por parte de sus autores y dinastas que los encargaron: estamos en una época de esplendor o decadencia, según los casos, pero cuando ya se tiene plena conciencia del poder ducal, real, etc.


[i] El monasterio de Brou está en la ciudad de Bourg-en-Bresse, Francia.
[ii] Al sureste de la actual provincia de Zaragoza.
[iv] Hija de Maximiliano I Habsburgo.
(*) http://artemagistral.blogspot.com/2018/03/sepulcro-de-carlos-iii-el-noble-y.html

lunes, 28 de octubre de 2019

Poder y muerte trágica

El emperador Valeriano, hecho preso por el persa Shapor I

No pocas veces alcanzar el máximo poder ha representado la antesala de una muerte violenta, y aún así, pocos casos encontramos en la historia de renuncia a dicho poder. En el mundo romano, por ejemplo, los siglos del Imperio muestran los muchos casos de emperadores asesinados; con excepción de los dos primeros (Augusto y Tiberio), los demás fueron víctimas de la daga, el veneno o la espada, hasta llegar a Vespasiano y Tito, en la segunda mitad del siglo I de nuestra era, que murieron sin violencia de por medio. Por si no fuese poco algunos fueron ultrajados tras su muerte, otros decapitados una vez asesinados, arrastrados, echados al río Tíber, la misma suerte corrieron sus partidarios y familiares. Todo un festín de sangre y crueldad que contrasta con la rica civilización que nos ha legado el mundo romano en el arte, las obras públicas, el derecho…
En unas ocasiones se trató de intrigas familiares, en otras de conjuras palaciegas, de luchas entre facciones del ejército, de suicidios incluso, como parece ser el caso de Nerón y Otón, en los años 68 y 79 respectivamente, aunque hay autores que hablan de asesinatos en ambos casos. En el del primero la excusa fue los muchos impuestos que exigía, por lo que se ganó la enemiga de Vindex[i] y Galba. El primero se suicidaría al ser derrotado en el campo de batalla y el segundo llegaría a ser reconocido emperador, pero solo durante unos pocos meses.
Los emperadores de la dinastía Antonina, salvo Cómodo, no fueron asesinados, pero la muerte violenta de este llevó a Roma a una feroz guerra civil. Suetonio, que vivió entre los siglos I y II, debió de tener información de primera mano para narrar los asesinatos de Calígula, Claudio (si es que realmente fue asesinado), Nerón (que se suicidó), Galba, Otón[ii] (se suicidó), Vitelio y Domiciano. Muerto Suetonio en 126, ya no pudo dejarnos noticia alguna sobre la muerte violenta de Cómodo.
A pesar de la fama de extravagante, alocado y cruel que tenemos de Calígula, ciertas fuentes encuentran la causa de su asesinato en que quiso someter a los grupos dominantes de la sociedad romana. También se ha especulado con intentos de restaurar la República romana por parte de sus opositores, una vez que ni Tiberio ni Calígula llegaron a tener el prestigio de Augusto.
Si Claudio hubiese sido asesinado, lo que no admiten todos, lo sería por envenenamiento, a pesar de las precauciones que tomaba para evitar este final. Otros consideran que la madre de Nerón y esposa de Claudio, Agripina, preparó el asesinato del emperador a favor del hijo de ella. De Nerón también nos han quedado noticias muy negativas, pero intentó reformas administrativas para favorecer a la plebe, aunque fue acusado de lo que hoy llamaríamos populismo. Lo cierto es que su muerte estuvo precedida de una gran inestabilidad política y de su huída de Roma, algo que dice mal del personaje.
También fue asesinado Galba, en el año 69, por un legionario, y Pisón, que le sucedió, solo duró unos días como emperador antes de ser asesinado. Pero en torno a los atentados contra emperadores, no pocas veces caían los conspiradores y otras personas de las familias de estos o de aquellos. Vitelio, que estuvo en pugna con Vespasiano para erigirse en emperador, yéndole mal las cosas se escondió, pero fue descubierto y los partidarios de Vespasiano la mataron, echando su cuerpo al río Tíber, pero no su cabeza, que fue pasada de mano en mano por las calles de Roma.
Vespasiano nombró césares, asociados al trono, a sus hijos Tito[iii] y Domiciano, pero este también fue asesinado en el año 96 mediante una conspiración en la que la mano ejecutora parece que fue un liberto. La misma suerte corrió, un siglo más tarde, Pértinax, el sucesor de Cómodo, para seguirle tres emperadores (Juliano, Níger y Albino) que tampoco escaparon a la muerte violenta.
Septimio Severo (193-194) empezó reconociendo a Pértinax pero solo, al parecer, para simular que combatía a Juliano; luego mató a Níger, que solo gobernó unos meses, y a Albino en el campo de batalla. Dion Casio[iv] ha dejado escrito que, a tal punto matar era normal en la antigua Roma, que Juliano expresó en el último momento: ¿A quién he matado? Luego siguen emperadores que, hasta mediados del siglo III, todos fueron asesinados: Caracalla[v], Geta, Macrino, Heliogábalo, Alejandro Severo, Maximino, Gordiano (en realidad se suicidó), Máximo y Balbino. Heliogábalo, tenía 18 años cuando encontró la muerte, y Maximino (235-238), 26. Otros tuvieron también una muerte trágica, como Gordiano II en el campo de batalla (Cartago). Gordiano III y Filipo fueron asesinados.
Trajano Decio murió en el campo de batalla (Abrito, Mesia, Balcanes), y Hostiliano, en un reinado de pocos meses, fue abatido por la peste. Treboniano y Emiliano fueron asesinados en una sucesión cada vez más corta, y Valeriano murió en cautiverio a manos de los persas; luego fue asesinado Galieno en 268.
Puede parecer que existió una cierta resignación de estos personajes, como otros, ante la muerte, consecuencia de las influencias estoicas en la civilización greco-latina, pero también cabe pensar que la ambición por el poder era más fuerte que cualquier otra cosa, o que siempre existió la esperanza de no acabar como el predecesor… No terminaron aquí los emperadores romanos asesinados: Treboniano, Emiliano, Galieno, quizá Quintilo, Aureliano, Floriano, Probo, Numeriano y otros, hasta la desaparición del Imperio occidental, fueron asesinados, en menos ocasiones se suicidaron y en alguna otra la causa fue la peste.
Pero si dejamos el Imperio romano y nos vamos al reino godo de Toledo, Hermenegildo fue ejecutado por orden de su padre, el rey Leovigildo; Liuva II, Witerico y Gundemaro fueron asesinados, en algunas ocasiones por sus sucesores respectivos. Suintila tuvo más suerte, pues tan solo fue depuesto por Sisenando, igual que Wamba posteriormente.
En el siglo V Sigerico había asesinado a Ataulfo y en Galia Teodorico II asesinó a Turismundo, su hermano, que a su vez fue asesinado por Eurico II, también hermano… y así podríamos ver ejemplos de dinastías en las que la sangre corrió entre parientes, entre predecesores y sucesores, y no precisamente en el campo de batalla. Aquí ya no cabe hablar de estoicismo; se trata de lucha por el poder, de repartos territoriales, de diferencias familiares, de simples conflictos que acaban en otro mayor. No estuvieron ausentes las motivaciones religiosas en momentos de cismas y herejías, grandes controversias teológicas, pero en ocasiones esto no fue sino la excusa para otros fines.



[i] Militar de origen aquitano.
[ii] Ver aquí mismo “Otón ‘recostó el pecho contra el hierro’”.
[iii] Ver aquí mismo “Contradictorio Tito”.
[iv] Vivió entre mediados del siglo II y el año 235. Historió e ejerció la milicia, fue cónsul y escribió una historia de Roma.
[v] En Carrhae, alta Mesopotamia. La orden de su muerte la dio Macrino, que a su vez fue asesinado por Heliogábalo.

domingo, 30 de junio de 2019

Epitafios griegos

(1)
En la antigua Grecia, como ha demostrado María Luisa del Barrio Vega[i], en el sepulcro se pretende la pervivencia del difunto, al que se hacen elogios en ocasiones, en otras se llama a los caminantes para que respeten la tumba, hay epigramas específicos de los caídos en combate, así como otros expresan el dolor por el muerto. Algunos epigramas contienen datos biográficos y en otros se expresa la consolación que se desea, en no pocos se indican las causas y circunstancias de la muerte, por ejemplo, si esta ha sido prematura.

Los sepulcros eran reflejo de la sociedad, pero también de las relaciones familiares; en ocasiones los epigramas muestran las creencias del difunto y motivos gnómicos, con sentencias morales. No faltan epitafios dedicados a animales, y otros que señalan maldiciones contra los profanadores, a los que dedicamos el resumen que sigue.

En una losa de mármol del siglo I a. de C., en Creta, se lee el siguiente epitafio: no ultrajes mi sagrada tumba, caminante, no vaya a ser que sobre ti caiga la amarga cólera de Agesilas[ii]. Una estela en Frigia, del siglo I a. de C., dice: di, mujer, tu linaje, tu patria, y de qué manera has muerto y partido al Hades, desdichada e infeliz esposa, para que los caminantes al pasar conozcan tu triste e infortunada vida…Una estela con relieve, en el Pireo, de los siglos II-III d. C., dice: Apolonio de Sinade[iii] yo soy, servidor de Mosco, y en este lugar yazco bajo esta pulida estela tras una muerte prematura. Ante ella pasa siempre en piadoso silencio, extranjero, y no pongas tu mano en ella con ánimo de dañarla…

En un sarcófago de Cilicia, de los siglos II-III d. C., se dice: A Atenodoro y a su esposa Aba una sola tumba común guarda… que ningún otro cadáver sea enterrado después junto a ellos; de lo contrario, deberá pagar con el mismo castigo que sufren los malhechores y los violadores de tumbas… En una basa de altar con busto, en Frigia, de los siglos II-III d. C., se dice: Este sepulcro vacío me guarda gracias a la piedad de mi padre. Porque cuando recibí la muerte no fui enterrado en esta tierra, sino que me cubrió el polvo de Esmirna… Quien destruya la imagen sepulcral de mi hijo, caiga del mismo modo víctima de una muerte prematura. En una estela ateniense de mediados del siglo II d. C. se dice: Yo soy Agnes, hija de Asia, joven virginal. Te lo suplico: no toques mi tumba con mano violenta e impía, ni dejes de echar sobre mí un poco de tierra. Te lo ruego por Zeus, protector de los extranjeros. Que os vaya bien.

En una estela de Cos, quizá del siglo II d. C, se escribió: …su madre enterró entre lágrimas. Si alguien se atreve a abrir esta tumba y remover los huesos, que todo su linaje perezca de mala muerte. En una losa de mármol de los siglos II-III d. C. (Nápoles) se dice: Ojalá que todos gocéis de la vida de igual modo, caminantes, si conserváis intacto este sepulcro de alguien que murió antes de tiempo. En el zócalo de un templete de Termeso[iv], que forma parte de un sepulcro familiar, se lee: …no pongáis con ánimo dañino vuestras manos sobre nuestro sepulcro ni sobre nuestros cuerpos. Mas si alguno hay tan impío que ignore las palabras del muerto, sepa que Ate vive…diosa vengadora de los muertos…

En una estela con relieve (Tesalia) del siglo III d. C. o posterior, se dice: Si alguien daña la imagen de mi estela, que no pueda esconderse de ti, oh Sol, y que sufra más daño que yo. Un sarcófago de Tebas (Beocia), del siglo III d. C., contiene la siguiente inscripción: Losa de fúlgido mármol soy y en mis entrañas guardo a un hombre, Nedimo, que duerme un bello sueño y habita entre los muertos, a quien la Asamblea [concedió] para su honra una corona de oro. Otro tanto hizo el Consejo, lo que [sirvió de] consuelo a sus hijos. El cuerpo de un león reposa [aquí…]. Su hijo Zosimo me mandó esculpir, ya que es un honor [que corresponde a los muertos]… Quien se atreva a entregar en mi regazo otro cadáver que no sea el hijo del padre que guardo en mis entrañas, pagará a la ciudad y al tesoro público diez mil [denarios]…El autor de este texto ha hecho que hablase la losa de mármol, lo que confiere una gran originalidad al caso. En una estela ateniense de los siglos III-IV d. C.[v], se dice: No muevas esta piedra de la tierra, hombre malvado. Si lo haces, cuando mueras no recibirás sepultura, desgraciado, y los perros te arrastrarán.

En un sarcófago romano del siglo IV de nuestra era, se lee: Si alguien se atreve a enterrar a otra persona junto a este, pagará al fisco tres veces dos mil [denarios]. Otros tantos depositará igualmente en Porto. Y será también castigado por ultrajar el sepulcro. En un bloque de mármol de Ceos (siglos IV-V de nuestra era) se escribió: Si quieres seguir mis pasos y remover mis huesos con tus manos, detén tu pie fuera de la puerta y nunca lo lleves dentro. No es lícito que me saques fuera de mi morada. En una estela de Tanagra (Beocia) del siglo V de nuestra era, se escribió: No aceptes, tumba, ningún otro cadáver junto a los que aquí reposan…Nunca ultrajes ni te burles de los muertos, ni vomites nunca una palabra con espíritu falso; no calumnies a los que ya no existen no sea que de ti se apoderen el flameante juicio y los torbellinos de la Gehenna[vi]…Hombre que estás encima, no ultrajes con tus pisadas a los que debajo yacen, ni te sientes sobre los muertos mientras descansas. Porque también a ti te aguarda un sepulcro semejante…

En los ejemplos que se han seleccionado, y que son muestra de varios siglos, parece haber una preocupación por el respeto a los muertos, lo que no es exclusivo de la espiritualidad griega; se repiten las amenazas dando la sensación de que el que las escribe o mandó escribirlas, tiene la seguridad de que se cumplirán sus maldiciones. Algunos textos son de una belleza literaria extraordinaria, pero otros reflejan una gran diferencia con respecto a los epitafios cristianos, por ejemplo. Las penas que se prevén para quienes no respeten lo que se pide en las epigrafías, parecen dar a entender que desde el más allá se podrán imponer al margen de las autoridades, que seguramente no podrían vigilar quiénes respetaban las tumbas y quiénes no.

Parece haber un temor o prevención, especialmente, contra los caminantes o extranjeros (seguramente lo mismo), pues no siendo del lugar quizá tuviesen menos escrúpulos en profanar las tumbas. En todos los textos subyace una preocupación por garantizar el reposo de los restos de aquellos que alguna vez fueron vivos.




[i] “Epigramas funerarios griegos”. El presente resumen se basa en esta obra.
[ii] Epíteto de Hades, “el que conduce a la gente”.
[iii] Ciudad de Frigia.
[iv] Sur de Anatolia.
[v] La autora duda sobre esta cronología.
[vi] Al parecer algunos reyes de Judá sacrificaron allí (cerca de Jerusalén) a sus hijos. También se puede entender que se trata del infierno o el purgatorio…
(1) https://animasmundi.wordpress.com/2016/10/31/el-culto-a-los-difuntos-en-la-antigua-grecia/

sábado, 15 de julio de 2017

Morir en al-Ándalus


Plano de la Murcia islámica con la situación de sus cementerios (tomado de "España en su Historia": espanaysuhistoria-garrot.blogspot.com.es/2012/05/ciudades-de-al-andalus-y-iii.html

El presente artículo se basa en la obra “Los rituales de enterramiento islámicos en al-Ándalus…”, cuya autora es María Chávet Lozoya, tesis doctoral (2015).

Cuando la persona se esté muriendo se le ha de susurrar “no hay más Dios que Allah” y se volverá el cuerpo del agonizante hacia la quibla, cerrándole los ojos cuando expire. El conjunto de estos rituales se contemplan en el hadiz, conversaciones que Muhamad tuvo con sus contemporáneos, así como las personas que le sucedieron entre las autoridades del Islam. Si el agonizante musita aquella frase no deberá decir nada distinto con posterioridad, porque de ser así habría que repetirla para que fuese lo último que oyese o dijese en vida. Tampoco se debe volver al agonizante hacia el lugar sagrado antes de que se le cierren los ojos porque se supone que no va a volver a abrirlos. Quien se encargue de esto debe ser la persona que más cariño le haya demostrado en vida; luego se le atará la mandíbula y se eliminará suavemente la rigidez de sus miembros, se le elevará del suelo, se le cubrirá con una tela y se colocará algo pesado sobre el vientre para que no se hinche.

El moribundo podrá quejarse de su enfermedad, pero sin llegar a un estado de ira y angustia que suponga rechazo a la voluntad de Dios. La tela que cubra al agonizante debe estar limpia, pues los ángeles están presentes. En la agonía no debe acercase nadie que esté menstruando o en estado de impureza, pues “los ángeles no entran en la casa donde hay una persona menstruando” y algunos ulemas recomendaban que se recitasen al agonizante algunas suras o partes del Corán, porque ello apacigua la muerte.

Entre los familiares, amigos y presentes son reprobables las muestras de dolor exageradas, lo que se hacía antes del Islam, y “si la que grita en sus lamentaciones no se retracta y se arrepiente antes de morir, llegará el Día del Juicio y tendrá una camisa de alquitrán que le quemará la piel…”. Se debe perfumar el cadáver, pues “los ángeles aman el perfume”, y la gente piadosa que se encuentre rodeando al fallecido debe hacer abundantes ruegos por él. Según algunas tradiciones la tumba debía ser “amplia y luminosa”.

El cadáver debe ser purificado con una solución de agua con manojos de hierbas de alcanfor, hojas de parra o níspero. El lavado se hará en número impar: una, tres… hasta siete veces si fuese necesario comenzando por el lado derecho del difunto, lo que será realizado por hombres si el fallecido es un hombre. El cuerpo muerto de una mujer puede ser purificado por un hombre (y viceversa) siempre que no exista parentesco prohibido. En época nazarí la purificación solía hacerse por mujeres y hombres conjuntamente. Si no se dispusiese más que de un lienzo este debía cubrir la cabeza del difunto antes que los pies, dejando el cuerpo orientado a la quibla.

Los fieles muertos durante un enfrentamiento bélico por la defensa del Islam no tenían que ser lavados ritualmente, y eran enterrados con las heridas y sangre que cubrían su cuerpo. Tampoco cualquier otro tipo de mártir… Si el difunto es una mujer debe peinarse su pelo formando tres trenzas, una de las cuales sobre la frente y las otras dos a los lados de la cabeza. “A quien lave a un difunto cubriendo los posibles defectos que hubiera visto de él” será recompensado. En todo caso no se cortarán las uñas al difunto ni se le rasurará el pelo, pero si se hiciese esto, uñas y pelo deben ser enterradas con él. Si el amortajamiento se realizase en un lugar donde no hubiese agua, se sustituirá la ablución por el tayammum, rito por el que se ponen las palmas de las manos del difunto sobre la tierra y luego se pasan dichas manos por la frente del mismo y por el dorso de las manos.

No existía inconveniente en que un cónyuge lavase al oto y “cuando una mujer muere estando de viaje sin que haya con ella otras mujeres”, que un hombre le practique el tayammum. Si el difunto era un hombre, que sean las mujeres las que le practiquen el tayammum… si estuviese presente una mujer con la que el difunto no se hubiese podido casar, que esta lo lave cubriendo sus desnudeces… e igualmente en el caso contrario. Se puso en boca del profeta la siguiente frase: Lavadlo con agua y sidr (hojas de loto) y amortajadlo con dos telas y no le pongáis ningún ungüento ni cubráis su cabeza, pues será resucitado el día del levantamiento diciendo la talbiya (expresión con la que se entra en estado de inviolabilidad).

En el traslado al cementerio solo les estaba permitido a las mujeres con grado directo de parentesco, procurando que el cadáver siempre fuese orientado y precedido por los personajes más instruidos y piadosos de la comunidad. En todo caso la comitiva debía caminar delante del cadáver, pues hacerlo detrás “está contra la sunna”. Pero si los que acompañan al cadáver montan o cabalgan, deben ir por detrás del cuerpo. Al cadáver lo cargarán hombres sobre sus hombros, y si alguien, al paso de la comitiva fúnebre, estuviese presente, debe levantarse hasta que aquella pase.
                                                        
La fosa donde se ha de enterrar al difunto debe de estar excavada en un lateral, pero había diversos tipos de fosas. Una tumba tenía espacios definidos; según La Risala[1] la posición del inhumado en la tumba debe ser, bien sobre su lado derecho orientado al este, bien tumbado sobre su espalda con el rostro orientado al este. Tras la batalla de Ohod[2] se legitimó la posibilidad de enterrar a dos o más personas en la misma tumba.


[1] Un tratado de creencias y derecho musulmán.
[2] Al noroeste de Arabia, en el siglo VII, cuando aún los árabes estaban divididos entre los seguidores de Muhamad y los partidarios de los ídolos preislámicos.