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domingo, 15 de enero de 2023

Calayo, Cristóbal, Manooc y otros

 

                                                                Isla de Cebú (Filipinas)

En los siglos XV y XVI hubo muchos hispanos que habitaron en diversas fronteras, en la península Ibérica, en América, y en contacto con lenguas distintas. Algunos incluso tuvieron conocimiento de la toponimia y las lenguas de frontera, y así Colón, en su primer viaje, se hizo acompañar de intérpretes para poder entenderse con las gentes de Asia, a donde aspiraba llegar. Uno de ellos fue el judío Luis de Torres[i], que había sido Adelantado del reino de Murcia.

Una vez en América se obligaba a una estancia de tres a seis meses en México a los religiosos que se habrían de embarcar para las islas Filipinas cuando estas fueron conquisdadas en nombre de Felipe II, y esto se aceptó para otros territorios a imitación de Nueva España. Un caso particular fue el de fray Jacobo de Tastera[ii], que desconociendo las lenguas nativas de los mayas “se valió de un sistema de cuadros y pinturas hechos por él mismo para enseñar el Evangelio”, denominándose desde entonces dicho sistema, “tasteriano”. En un primer momento se empezaba con un lenguaje gestual y así unos fueron aprendiendo la lengua de los otros, al menos una “lengua de urgencia”, además de contar con ojeadores y guías que observaban los comportamientos y las destrezas que los indígenas demostraban en el conocimiento del terreno. “Las manos servían aquí de lengua”, señaló Bartolomé de las Casas.

El mismo Colón apresó a diez hombres y mujeres “contra su voluntad” para traerlos consigo a Castilla y mostrarlos ante los reyes. Al cabo de unos meses esos indios estarían familiarizados con el castellano, y Bartolomé de las Casas habla de un Cristóbal Rodríguez que, en su opinión, fue el primero que supo la lengua de los indios de La Española, siendo un simple marinero. Había estado ciertos años “de industria” entre los indios, y como él actuaron Alejo García, Gonzalo de Acosta y otros. Relata Ojeda que en su segunda expedición se encontró a Juan de Buenaventura, que antes había participado en la incursión de Bastidas, y que se había quedado con los indios de Bahía Honda[iii]. “Y allí un Amirante hizo echar un indio de los que traía de Castilla… que era de la provincia de Samaná[iv]”, escribió Bartolomé de las Casas.

También actuaron los naturales como guias; tal es el caso del indio Diego Colón en La Española. Fernández de Oviedo dice que Francisco del Puerto, siendo aún grumete, abandonó la expedición de Solís y se quedó en el Río de la Plata: “e le habían criado los indios”. Sebastián Caboto lo incorporó a su armada; y en la conquista de Michoacán, Nuño de Guzmán se ayudó de los intérpretes García del Pilar, Godoy y Ávalos.

Otro sistema era mediante la práctica de la esclavitud de los indios apresados. Estos pronto lograron hablar castellano, y los religiosos se encargaron de formar a los hijos de los principales, llegando los intérpretes a alcanzar “status social”, hasta el punto de que realizaron funciones comerciales, sirvieron de maestros a los religiosos y traducían el sermón dominical. Tal importancia tuvieron los intérpretes que en 1573[v] se ordenó  que “los que hicieren descubrimientos por mar y tierra no puedan traer ni traigan indio alguno… aunque digan que se los venden por esclavos… so pena de muerte”, excepto los pocos que pudieran servir de “lenguas” y pagándoles por su trabajo.

Con el fin de que los indígenas que no conociesen el castellano pudiesen tener una justicia eficaz a la vez que defenderse ante los tribunales, el Consejo de Indias dictó unas Ordenanzas para las Audiencias estableciendo la figura del intérprete[vi], y el Cabildo indígena estaba formado por el alcalde, el regidor, los miembros de la nobleza indígena (a cuyos hijos educaban los religiosos en sus escuelas conventuales y otros centros) y aquellos indios alfabetizados que colaboraban con el doctrinero.

Cuando la expedición de Legazpi y Urdaneta llevó a otros españoles a Filipinas, previeron llevar intérpretes pero no sirvieron para nada, pues en las muchas islas que tuvieron que explorar se hablaban infinidad de lenguas. Debe tenerse en cuenta que tras la expedición de Magallanes-Elcano, Ruy López de Villalobos[vii] llevó a agustinos que se suponía le podrían servir de intérpretes, pero los indígenas de unas islas y otras (también en Filipinas) estaban divididos en tribus y en ocasiones se mostraban hostiles entre ellas.

Los meses previos al asentamiento definitivo en Cebú por los expedicionarios de Legazpi-Urdaneta los pasaron en las embarcaciones costeando las diversas islas, y al tiempo imaginaron cómo podrían valerse de intérpretes en esas tierras, porque los indígenas, en un principio, se mostraron remisos y demostraron temor ante los españoles; poco a poco fueron mostrándo algunas frutas a los recién llegados y “hacíamos señas de que íbamos en son de paz y amistad”. Urdaneta, por su parte, a la llegada a la isla de los Ladrones (en realidad las Marianas, al Este de las Filipinas) hizo algunos intentos valiéndose de lo aprendido en la expeidición en la que acompañó a Loaysa[viii]. En una de las islas Filipinas conocieron a un indígena (su nombre era Calayo) cuando pidió subir a una de las naves y se ofreció a guiarles, pero también hizo de intérprete (probablemente con más interés que eficacia).

A los españoles les urgía conseguir alimentos, y en otra isla fray Martín de Rada[ix], el intérprete y Urdaneta bajaron a tierra para saludar a los indígenas y mostrarles su simpatía, pero fue un fracaso, y la necesidad de conseguir alimentos continuaba. De todas formas lograron que algunos nativos se ofreciesen como guías, y así llegaron a encontrarse con una embarcación de comerciantes moros de Borneo, cuyo piloto subió a bordo de la nave española y se ofreció para hacer de embajador ante uno de los principales de la isla, yendo ahí fray Diego de Herrera[x] y otros (como intérprete un negro llamado Cristóbal de origen malayo).

Legazpi, por su parte, fue consiguiendo cierta confianza por parte de los nativos, viéndose obligado en ocasiones a hacer pactos de sangre[xi]. El hijo de uno de los jefes locales, Manooc se hizo amigo de los españoles e incluso abrazó el catolicismo, y en 1565 las naves hacían su entrada en Cebú, donde un malayo, Cid-Hamal, hizo de intérprete, y gracias al esfuerzo de los misioneros la hija del rajá Tupas también se convirtió al catolicismo y se casó con el calafateador de la expedición española, iniciándose así un mestizaje que ya era un hecho en la América hispana, y que los españoles propiciaron. Fue el mismo año en el que Urdaneta, tras cuatro meses y casi 8.000 leguas recorridas, llegó al puerto de la Navidad[xii] (Nueva España). En Filipinas quedaron solo tres agustinos y trescientos hombres para una labor titánica que esperaba.



[i] “Y el otro era Luis de Torres, que había vidido con el Adelantado de Murcia, y había sido judío y sabía hebráico y caldeo, y aún diz que arábigo” (B. de las Casas, “Historia de las Indias”).

[ii] Nació en Bayona (Francia) en el seno de una familia noble en torno a 1480 y falleció en México en 1545. Fue sacerdote y misionero franciscano. Criticó a los encomenderos y a los conquistadores por el trato dado a los indios, pero también sufrió la belicosidad de estos (J. Mª González Ochoa, “Quién es quién en la América del Descubrimiento”, 2003). Acompañado de Juan de la Cosa arribó a la costa venezolana, donde ya había estado Alonso de Ojeda.

[iii] En el noroeste de Cuba.

[iv] En una península al norte de la actual República Dominicana.

[v] “Nuevas Ordenanzas de Descubrimiento, Población y Pacificación de las Islas”.

[vi] Secundino Villoria Andreu, “Los otros traductores: el intérprete en el descubrimiento y colonización de Filipinas”. En esta obra se basa el presente resumen.

[vii] Natural de Málaga, nacido entre 1505 y 1510, murió en Ambón o Amboina (islas Molucas) en 1546, habiendo sido General de la Armada de Poniente. Se le había encomendado el descubrimiento, la exploración y colonización de nuevas tierras en el Pacífico, pero con la vista puesta en conseguir una ruta de regreso desde Asia hasta Nueva España.

[viii] Entre 1525 y 1526 con objeto de colonizar las islas Molucas, pues no se sabía entonces si estaban dentro de la demarcación portuguesa o española.

[ix] Natural de Pamplona (1533), murió en Filipinas en 1578. Estudió en París y en Salamanca y tuvo una formación multidisciplinar, humanística y científica.

[x] Natural de Recas (norte de la actual provincia de Toledo), falleció en Catanduanes (al nordeste de las Filipinas) en 1576. Agustino que antes había estado en Nueva España.

[xi] Una gota de sangre de la mano de cada uno de los pactantes se mezclaba con vino en un recipiente, del que bebían, siendo señal de confianza mutua.

[xii] Hoy se encuentra ahí Acapulco.

jueves, 28 de noviembre de 2019

Españoles en Japón

https://portalancestral.com/mapa-del-siglo-xvi-
es-ensamblado-por-primera-vez/

Hideyoshi Toyotomi fue un daimio (señor feudal) japonés que vivió en el siglo XVI, cuando clérigos españoles de varias órdenes religiosas intervenían en aquellas lejanas tierras tanto para extender el cristianismo como para favorecer a los comerciantes españoles. Entre estos clérigos hubo una rivalidad por la división territorial de las rutas entre dos Patronatos, el portugués y el español.

A principios de 1585 el papa Gregorio XIII, a instancias del jesuita Valignano, promulgó una bula por la que los jesuitas debían ser la “única” orden misionera autorizada en el hemisferio japonés. Debe recordarse que en estos momentos las coronas española y portuguesa estaban unidas en la persona de Felipe II, pero Portugal seguía ejerciendo una amplia autonomía de acuerdo con las prerrogativas reconocidas en su momento. Diferentes órdenes religiosas españolas quisieron participar en la evangelización de Japón (y no solo) alentadas por mercaderes que iban a lo suyo en la región Macao-Nagasaki-Manila-Nueva España.

El jesuita Valignano defendía a favor de su orden que era necesaria la “uniformidad” en la evangelización y la adaptación del cristianismo a la cultura japonesa, pero la bula de Gregorio XIII no se publicó en Manila hasta un año y medio después, y el nuevo papa, Sixto V, con otra bula, revocó el “monopolio” misionero de los jesuitas al autorizar a otros religiosos. Así, frailes agustinos, franciscanos y dominicos actuaron en lo religioso y en otras esferas en las lejanas tierras de oriente. Abrieron hospitales y promovieron ciertas liturgias de la cristiandad de la época.

En 1614 se pusieron de manifiesto los diferentes modos entre jesuitas y las otras órdenes: los primeros consideraban que se debía actuar de acuerdo con la elevada cultura existente en Japón y que el cristianismo debía ser “injertado” en dicha cultura. Los frailes de las demás órdenes estaban más preocupados por los pobres y consideraban que esa tierra estaba “vacía”[i].

A partir de los años que siguen a 1580 fue aumentando el número de contactos religiosos, comerciales y políticos entre Japón y Manila, mientras que Hideyoshi iba debilitando su apoyo a los jesuitas cuando había conseguido ejercer una suerte de regencia sobre Japón. Aún así, los jesuitas contaban, en 1614, con 143 sacerdotes, dos colegios, 24 residencias y con la ayuda de 250 catequistas laicos japoneses.

Puede que la comunidad cristiana en Japón llegara a sobrepasar los 300.000 fieles, pues se han contado 50 daimios cristianos, algún familiar de Hideyoshi, su médico, esposas de poderosos señores, camareras palaciegas, nobles, ricos comerciantes, pintores…

Por su parte, la ciudad de Manila era ya española en 1571 y fue Urdaneta[ii] el que encontró la mejor ruta marítima de Manila a Acapulco. Japón se encontraba, no obstante, dentro de la jurisdicción portuguesa de acuerdo con su Patronato, por lo que era territorio vedado a los navegantes y misioneros españoles, pero existía un comercio japonés privado con Filipinas antes de que los españoles llegasen a Manila.

El historiador Antonio Cabezas[iii] señala que Legazpi, después de fundar Manila, dio la bienvenida a los inmigrantes chinos, y tres años después ya eran seis los juncos chinos que navegaban regularmente a Manila repletos de sedas, parte de las cuales se llevaban a México y España y la otra parte la compraban los japoneses, que deseaban romper el monopolio portugués. El Gobernador de Manila abrió sendos barrios, chino y japonés, entre 1580 y 1582, llegando a vivir allí un máximo de mil quinientos japoneses, cuya cristianización fue encomendada a los franciscanos (a los dominicos se les encargó la de los chinos).

En 1584 un galeón español con algunos frailes a bordo (dominicos y franciscanos) desviado por un temporal, llegó a las costas de Hirado (isla de Kyushu), siendo recibidos los pasajeros por las autoridades con entusiasmo. porque deseaban romper el monopolio portugués. Es la época en la que el poderoso Hideyoshi se dirige al Gobernador español en Filipinas hablándole de su intención de extender su poder a esas islas[iv]. El español envió una embajada a Hideyoshi formada por cuatro frailes franciscanos, entre otros, que hicieron al japonés algunos regalos. Este se debió sentir halagado, pues invitó a los españoles a conocer su corte y palacios en varias ciudades. En Kyoto edificaron los frailes una pequeña iglesia en un terreno cedido por Hideyoshi, un convento con leprosería y un hospicio. A partir de este momento comenzó un goteo de frailes que llegaban a Japón desde Filipinas.

Los frailes españoles cada vez se mostraban más desobedientes a las prohibiciones de Hideyoshi contra el cristianismo (contrariamente a la política de los jesuitas) con un claro abuso de su status diplomático. Es cuando en 1596 se produjo el naufragio del galeón español “San Felipe” en las costas de Tosa[v], haciendo la ruta Manila-Acapulco. Siendo auxiliados los náufragos españoles, entre los que había agustinos, franciscanos y un dominico, las autoridades locales se incautaron del cargamento, lo que llevó a las protestas correspondientes, respondiendo Hideyoshi violentamente con redadas persecutorias en Kioto y las ejecuciones de 26 japoneses cristianos, entre ellos franciscanos, jesuitas y seglares.

Más tarde los frailes continuaron llegando de Manila al tiempo que el comercio bilateral entre Japón y Filipinas aumentaba, pero no se evitó un conflicto armado que terminó con la batalla de Sekigahara (al sur de Japón) en 1600: se trató de una lucha civil entre los partidarios de dos banderías japonesas que pugnaban por hacerse con el control de Japón, una de ellas formada por los seguidores de Tokugawa[vi].

En ese mismo año llegó a Japón el marino inglés William Adams, que se convertiría en asesor de Tokugawa, avivando la animadversión contra los misioneros españoles y propiciando las relaciones con ingleses y holandeses, pero ello no impidió que se rehabilitaran las relaciones diplomáticas con Manila. Otro naufragio español en las costas japonesas propició mejores relaciones: en 1609 la nao “San Francisco” chocó contra unos arrecifes en la costa japonesa, estando a bordo Rodrigo Vivero y Velasco, Gobernador de Filipinas, que pasó diez meses en Japón y se relacionó con Leyasu Tokugawa. Ambos llegaron a un acuerdo para el comercio entre Japón y México, con respecto a los misioneros para que actuasen libremente y contra los piratas holandeses. Vivero describió así la ciudad de Yedo (antiguo nombre de Tokio):

Por este río [en realidad son varios] que se divierte y desangra por muchas calles…Luego habla de las casas diciendo que son más pobres por fuera que las españolas, pero el primor de aquellas [las de Kioto] por dentro les hace grandísima ventaja. Los barrios –dice- se especializan por los diversos oficios: sin que se mezcle otro oficio ni persona… zapateros, herreros, sastres, mercaderes y, en suma, por calles y barrios todos los oficios de géneros diferentes que se pueden comprehender… Otro barrio hay que llaman la pescadería… porque se venden en él todos los géneros de pescado de la mar y de los ríos que pueden desearse, secos, salados y frescos y en unas tinas muy grandes llenas de agua mucho pescado vivo… la limpieza con que está puesto causa apetito a los compradores… El barrio y calle de las malas mujeres siempre le tienen en los arrabales…

En cuanto a los productos de Japón, dice Vivero: Es prosperísima la tierra de oro y plata… El arroz es el sustento ordinario, aunque se da trigo… y de caza y de pesca tienen… venados, conejos, perdices, cavacos, y toda caza de volatería… En el Reino de Boju tienen rico de oro, a la punta de él cogen algodón… Los caballeros se visten de seda… tráenla cada año de China…

Vivero estaba familiarizado con la metalurgia de las minas de plata que España explotaba en México y se dio cuenta de que podía ser intercolutor con Leyasu Tokugawa y su hijo, consiguiendo llegar a un acuerdo entre Japón y España. Al mismo tiempo se entrevistó Vivero con el franciscano Luis Sotelo, experto misionero sevillano en Japón, un visionario que se creía responsable de cumplir una elevada misión. Se ofreció al Shogun (*) como embajador ante la corte española pero, enterado Vivero, interfirió en lo que a su parecer era artificioso...



[i] Véase la obra de Lourdes Terrón Barbosa, “Franciscanos en el Japón…”, en la cual se basa el presente resumen.
[ii] Militar, marino, cosmógrafo y agustino español que participó en la exploración del Pacífico.
[iii] “El Siglo Ibérico en Japón…”, que cita la autora de la nota i.
[iv] Así había hecho en Corea y China.
[v] En la isla de Shikoku, al sur de Japón.
[vi] Dinastía que gobernó hasta la revolución Meihi en 1868.
(*) Título que ostentaba el emperador de Japón.

jueves, 9 de julio de 2015

Visayas, joloes, camarines y otros indígenas de Filipinas

Plaza de Manila en el s. XVIII (1)
Según ha estudiado Alexandre Coello de la Rosa (2), entre otros, durante la segunda mitad del siglo XVI y hasta el siglo XVIII, los conflictos entre los obispos y las órdenes monásticas que ejercían en las parraoquias o doctrinas de Filipinas fue casi constane. Aquellos querían someter a agustinos, dominicos, jesuitas y franciscanos a su autoridad, siguiendo lo establecido en el concilio de Trento, mientras que estos se esforzaron en todo momento, a veces con serias amenazas, por mantener su idenpendencia en las doctrinas de las que se habían hecho cargo. Ello incluso tratándose, en algunos casos, de obispos que procedian de agluna orden religiosa, como es el caso del primero de Manila, el dominico Domingo de Salazar (1579-1594). Primó siempre la condición jerárquica a la pertenencia a una orden u otra.

Los miembros de las órdenes religiosas fueron siempre más numerosos, en Filipinas, que los miembros del clero secular, y ello seguramente les dio pie a desafiar la autoridad de los obispos. Más aún quizá en el caso de los jesuítas por la especial unión que tenían con el papa. Como en otros casos, los obispos ponían como excusa (o justificación) el corregir los abusos de los párrocos, que existieron, aunque también muchos ejemplos de abnegación y entrega a la causa religiosa. 

El 1622 el obispo agustino Miguel García Serrano visitó la parroquia de Dilao, dirigida por franciscanos (hoy formando parte de la ciudad de Manila) a orillas del río Pasig. El cura se negó a abrir la puerta de la iglesia al obispo -relata Coello de la Rosa- y enseñarle los libros, por lo que el obispo le excomulgó y encerró en un convento. Los miembros del clero regular que ejercían la cura de almas llegaron a amenazar con renunciar y retirarse a sus conventos, lo que obligó a la Audiencia de Manila a retener las rentas de los que no cumpliesen con las obligaciones en las que estaban. 

La llegada del arzobispo Felipe Fernández Pardo (1680-1689) agudizó el enfrentamiento con los jesuitas, concretamente con los que administraban la capellanía de la infantería en el puerto de Iloilo, en la isla de Panay (centro del archipiélago) donde vivían los indígenas visayas. El obispo llegó a solicitar a la autoridad civil que expulsase a los jesuitas de Quiapo, hoy formando parte de Manila. 

Por su parte algunos dominicos, expertos en lenguas, estaban cristianizando a los sangleyes, chinos mestizos de Filipinas consecuencia de migraciones chinas a estas islas. Estaban en Binondo, Tondo (ahora formando parte de Manila) y Baybay, en el norte de la isla de Mindanao. Los indígenas visayas, joloes, camarines y otros estaban esclavizados, lo que denunció en su momento el fiscal Calderón y Serrano. Los visayas vivían en Mindoro, isla al sur de Luzón, derivando su nombre del que le dieron los españoles, "Mina de oro". Estos visayas practicaban una agricultura de rozas por fuego, cazaban, pescaban y tenían algunas actividades comerciales.

Pablo Feced y Graciano López Jaena, en 1887, dejaron escritas unas obras (3) en las que recogieron no pocas observaciones sobre estos indígenas: "el grave Bowring dice del indio que tiene más de cuadrumano que de bípedo, pues sus manos son largas y los dedos de los pies tan ágiles y diestros, que se sirve de ellos perfectamente para trepar a los árboles...". Añaden luego que "Gagor habla de mujeres y niños que, por no encorvarse, cogen con los dedos de los pies los cangrejos y moluscos apresados en sus redes". Jonh Bowring fue un viajero inglés que ejerció como gobernador de Hong Kong. Parece que sus méritos como políglota son más que como antropólogo.

Mientras obispos y monjes se disputaban la jurisdicción sobre los indígenas, estos, ajenos a ese ajetreo, seguían con sus costumbres primitivas, que tuvieron que llamar la atención de los europeos, algunos de los cuales, como se ve, con no pocos prejuicios y cierta altanaría. En cuando a los misioneros católicos que realizaron su misión en la isla de Mindanao, quizá pudieron llegar a tiempo, pues el islam se había extendido por la isla solo un siglo antes. Como sabemos, el islam en Mindanao es hoy una realidaad que tiene repercusiones políticas.
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(1) Fotografía tomada de pinake.wordpress.com/category/historia-naval/page/6/
(2) "Los conflictos jurisdiccionales entre los arzobispos de Manila y los jesuitas por las doctrinas de indios...".
(3) "Ellos y nosotros" y "Los Indios de Filipinas", Luis Ángel Sánchez Gómez.