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lunes, 16 de noviembre de 2020

El collado de la Minerva

 

La ocupación de Otranto por los otomanos en 1480 produjo un gran impacto en el mundo cristiano occidental, e incluso con posterioridad a su liberación en 1481, no fueron pocos los autores que, de una forma más extensa o menos, se emplearon en historiar el hecho, las causas y las consecuencias, entre las que están el degollamiento de unos ochocientos cristianos en el collado de la Minerva.

La llegada de las tropas de Gedik Ahmed[i] -dice Roberto Mondola- puso de manifiesto la crisis por la que pasaba la monarquía del rey Fernando de Aragón, siendo la invasión una de las consecuencias de la política imperialista de los otomanos en aquel siglo. La guerra se desencadenó y fue una de las más dramáticas que sufrieron los habitantes del sur de Italia a finales del siglo XV. La llegada de los otomanos a Pulla[ii] puso de manifiesto la fragmentación de los estados italianos, que no consiguieron ponerse de acuerdo para frenar juntos la invasión otomana.

El ejército turco se había concentrado en Valona, principado frente a Otranto, en la costa oeste de la actual Albania, en ese momento en su poder, con la intención de hacerse con las riquezas de las que se tenía noticia en Italia. Por su parte Fernando de Nápoles estaba comprometido en la guerra de Toscana después de lo que se ha llamado conjuración de los Pazzi, una familia rival de los Médici en el control por la ciudad de Florencia. El napolitano dejó a su hijo Alfonso, duque de Calabria, al mando del ejército en Toscana y así estaban las cosas cuando los otomanos alcanzaron Apulia.

Fernando ordenó a su hijo regresar al sur, lo que implicó renunciar a las ambiciones napolitanas sobre Toscana, pero solo con su ejército no era suficiente para hacer frente a los ocupantes de Otranto, por lo que se pidió ayuda a Florencia y Venecia, que no la prestaron, sabiendo que mientras Nápoles estuviese ocupada en Apulia aquellos estados se libraban del acoso fernandino. Por otra parte, Venecia estaba exhausta de la lucha entre 1463 y 1479 contra los turcos, con la pérdida de su predominio naval en el Mediterráneo y el Egeo.

Fernando intentó entonces establecer relaciones diplomáticas con sus adversarios enviando una embajada a Valona para pactar un acuerdo con Gedik Ahmed, que no aceptó la propuesta aragonesa, contestando que Otranto pertenecía a los turcos como herederos del Imperio Bizantino. También empeoraron las relaciones de los napolitanos con el duque de Milán, Ludovico el Moro, mientras que la situación era cada vez más dramática en Otranto.

Fernando comprendió, entonces, que la única manera de recuperar una alianza con los Médici y Milán era devolver Florencia, de la que se había apoderado. Un papel fundamental lo tuvo el papa Sixto IV que, mediante una bula, en 1481, animó a los príncipes cristianos a ponerse de acuerdo, además de aportar veinticinco galeras, llegando estas embarcaciones a Otranto en el verano del año citado, poco después de que hubiese fallecido el sultán Mehmed II. Su sucesor, Bayezid II no pudo seguir con la política imperialista seguida hasta ese momento, pues tuvo que ocuparse de combatir a su hermano Cem.

Así fue posible la reconquista cristiana de Otranto, lo que no evitaría la crisis que llevaría a la conjura de los barones[iii] entre 1485 y 1486. Uno de los que historió la ocupación y reconquista de Otranto fue Giovanni Albino, que emplearía unos quince años en su obra[iv], donde se muestra favorable a la corte aragonesa.

En cuanto a las cartas –dice Roberto Mondola- destaca la del monje benedictino Ilarione Piccolomini[v], con detalles dramáticos, haciendo hincapié en el sufrimiento de la población, en especial de niños y mujeres. De la misma época es el “Lamento” del toscano Vespasiano da Bisticci, escrito en clave providencialista, pues el autor ve en la ocupación de Otranto un castigo de Dios por los pecados de la Iglesia, viciada del nepotismo y corrupción del papa Sixto IV. Mateo María Boiardo, por su parte, dedicó su obra “Orlando Innamorato” (1495) para elogiar a Alfonso, hijo del rey napolitano.

En el siglo XVI Antonio de Ferrariis, el Galateo (1448-1517) publicó una obra de corte corográfico y también en otras obras suyas habló de los sucesos de Otranto. En su obra más conocida, “Liber de situ Iapygiae”, traza un perfil de Japigia, distrito de Bari, en la que se habla de los acontecimientos de 1480-1481. El Galateo estuvo al servicio del hijo de Fernando, Alfonso, en Salento (extremo sureste de Italia), estableciendo la relación entre la muerte del sultán y la recuperación de Otranto a manos de Nápoles.

Andrés Bernáldez, el cura de los Palacios[vi], dedica en su obra un capítulo a los sucesos de Otranto, y Jerónimo de Zurita, en su obra “Anales de la Corona de Aragón”, también dedica otro capítulo a los asuntos de Otranto. No pararon aquí las obras que dedicaron su atención a la ciudad italiana tomada por los turcos en 1480, y aún hubo otros autores que hablaron en sus obras de Otranto durante el siglo XVII, es decir, mientras la amenaza turca fue un hecho.

Pero mucho antes, Alonso Fernández de Palencia, natural de Osma (1423-1492), dedicó su atención a los sucesos de Otranto en su obra “Guerra de Granada”, habiendo trabajado para el cardenal Bessarion (*) y fue cronista de Enrique IV de Castilla. Fue conocedor de la política de su época, los acontecimientos bélicos y diplomáticos y, en el Libro I de la obra citada, dedica una parte a la toma de Otranto por los turcos, la recuperación de la plaza y la muerte de Mehmed II (a quien él llama Mahometo)[vii].


[i] Almirante otomano que fallecería en 1482, un año después que el sultán Mehmet II, lo que influyó, según algunos, en la reconquista cristiana de Otranto.

[ii] Apulia, en el extremo sureste de Italia.

[iii] Surgió en Basilicata (sur de Italia) como reacción a los aragoneses, que se habían asentado en el reino de Nápoles.

[iv] “De bello hydruntino”.

[v] Su verdadero nombre era Nicolò Fontanelli, natural de Verona.

[vi] Nacido en Fuentes de León (sur de la actual provincia de Badajoz), falleció en 1513 en Los Palacios y Villafranca (sur de la actual provincia de Sevilla). Fue un historiador al servicio de los Reyes Católicos.

(*) Nacido en Trebisonda, murió en Rávena en 1472, habiendo sido un erudito bizantino que defendió la unión de las Iglesias oriental y occidental.

[vii] “Guerra de Granada”. La mayor parte del presente resumen se basa en el trabajo de Roberto Mondola, “La conquista otomana de Otranto…”.

martes, 14 de mayo de 2019

"Diez galeras tomó, treinta bajeles"

Combate naval. Juan de la Corte (Museo del Prado)

La monarquía española era, en el siglo XVII, el flanco oeste de la batalla contra el Islam, y ya desde la época de los Reyes Católicos la amenaza turca afectó a los intereses económicos hispanos estorbando el comercio y las comunicaciones marítimas, lo que llevó en consecuencia a varios enfrentamientos con la flota española[i]. Tras la derrota de los nazaríes de Granada, la monarquía hispana se enfrentará ahora a los otomanos. El avance de los turcos por el sudeste de Europa llevó a la derrota y muerte del rey de Hungría, Luis II (Mohacs, 1526), lo que les permitió la conquista del reino. Tres años más tarde las tropas de Solimán fueron vencidas por los imperiales de Carlos V, lo que puso fin al primer asedio de Viena. En el Mediterráneo, el emperador decidió organizar dos operaciones navales: el ataque a Túnez (1535) exitoso, y la conocida como Jornada de Argel (1542), que terminó en fracaso.

Bunes Ibarra considera que tanto Carlos como Felipe II establecieron una política defensiva en el Mediterráneo conducente a liberar el norte de África del expansionismo otomano. Cuando se disolvió la Liga que había unido a Pío V, Venecia y España, en 1573, Venecia firmó un tratado con los otomanos renunciando a Chipre y Dalmacia, devolvió a los turcos las plazas conquistadas en Albania y aceptó pagar una indemnización.

Durante el reinado de Felipe III los enfrentamientos con los turcos cesan en buena medida, hasta el punto de que la solicitud de Clemente VIII de rehacer una liga como la anterior, añadiendo ahora a Rusia y Polonia, no se formó. El rey español no apoyó a los cristianos de Hungría durante la guerra austro-turca de 1593-1608, y en 1602 Persia decidió combatir a los otomanos, lo que aprovechó el marqués de Santa Cruz[ii] para echar a estos de las islas Patmos[iii] y Zante[iv], y de la ciudad albanesa de Durrazo[v] (1605). En 1610 la marina española conquistó Larache y en 1614 ocupó el bastión de piratas de La Mamora[vi]. Los escasos enfrentamientos con los otomanos terminaron con victoria cristiana.

Ya con el gobierno del duque de Osuna[vii], en Sicilia y más tarde en Nápoles, se llevaron a cabo empresas antiotomanas, entre las que destacan la toma del puerto de Túnez, La Goleta y Biserta[viii] (1612), así como la victoria del Cabo Corvo[ix] (1613). El éxito de Osuna en el cabo Celidonia[x] (1616) quedó recogido por su secretario, Francisco de Quevedo:

Diez galeras tomó, treinta bajeles,
ochenta bergantines, dos mahonas;
aprisionole al turco dos coronas
y a los corsarios suyos más crueles.

E. Beladiez atribuye a las maquinaciones y financiación veneciana el brote de las revueltas en las Provincias Unidas, las campañas de Francia, los motines en los Grisones y las aventuras del duque de Saboya (Carlos Manuel I), el cual se alió con España o Francia según sus particulares intereses. Para Quevedo, el conflicto entre Venecia y los refugiados cristianos de los Balcanes que gozaban de la protección del emperador alemán (uscoques), sirvió a la República de pretexto para declarar la guerra al Imperio en Friuli y arrebatarle los territorios que este tenía en el Adriático. Quevedo quizá había participado en la llamada conjuración de Venecia (aunque este tema no está claro) que llevó a una revuelta contra los extranjeros. Dicha conjuración pretendía provocar la intervención de la flota española contra la República, y esto sería un precedente de la posición del escritor contra Venecia, recomendando al rey que esa era la verdadera enemiga de España, para lo cual propuso incluso una alianza con los otomanos.

Para Quevedo era peor tener como aliados a los que habían abandonado a la Iglesia (protestantes) que a los que nunca habían pertenecido a ella, en lo que hay precedentes (Tomás de Aquino y el papa Inocencio III). Tras la derrota de Pavía, Francisco I pactó con los turcos y en 1536 firmó con el sultán un tratado comercial. También Catalina de Medici pactó amistad con los turcos, y Enrique IV no renunció a la amistad con ellos manteniendo un embajador en Constantinopla. Vemos, pues, bastantes ejemplos de “realpolitik” antes de que este término tuviese vigencia. En los argumentos de Quevedo a favor de un pacto con los turcos contra Venecia dijo que de aquellos compraba España perlas, oro, plata, ámbar, diamantes, medicinas y drogas… El escritor –según Riandière la Roche- pudo estar enterado de las negociaciones que en 1628 hubo entre turcos y españoles.

Era época en la que las relaciones diplomáticas se cruzaban en todas direcciones y Quevedo creía que había que incentivar el interés de los turcos por la Europa central, pero tras la tregua de los doce años al final del reinado de Felipe III, una alianza franco-holandesa contra España dejó exhausta a la Hacienda española, y esto coincide con una nueva guerra contra Francia por la sucesión del ducado de Mantua y Monferrato: a la muerte de Vicente II (1627) pretendió el trono el duque de Nevers, vasallo de la Corona francesa, y César II, príncipe de Guastalla, contó con el apoyo de España, que decidió intervenir, terminando la guerra en 1631 favorable al primero. Quevedo acusó a Venecia como causante de las intrigas con su “veneno confitado”. España, agotada por los incesantes conflictos, necesita la paz, por lo que Olivares entabla por iniciativa del duque de Buckingham[xi] las negociaciones con Inglaterra y Holanda, habiendo sido derrotada la primera en Cádiz.

Cuando Quevedo no habla como consejero político, sino como literato, reconoce que la amistad con la República de Venecia resulta fundamental para la monarquía española. M. Herrero Sánchez clasifica, por su parte, las estrechas relaciones entre España y Venecia como una especie de simbiosis: “la Monarquía Hispánica fue la encargada de proveer al conjunto de la pertinente protección militar y de amplias posibilidades de promoción para sus elites gracias al acceso privilegiado a sus ricos mercados y a una imponente capacidad de patronazgo regio. Por su parte, la república proporcionó al sistema el crédito y los capitales necesarios para sostener el agotador esfuerzo militar y suministró una serie de recursos navales fundamentales para establecer una adecuada comunicación entre los dispersos territorios de la Monarquía”. 

En cuanto a Génova, tomada por las tropas de Carlos I en 1522, mantuvo una alianza comercial con España, siendo el puerto natural del ducado de Milán, que sirvió de nexo entre los dominios italianos e ibéricos de la Corona.


[i] En Otranto y Rodas en 1480, en el archipiélago de la Cefalonia en 1500 y en el norte de África, la campaña del cardenal Cisneros en Orán en 1504. El presente resumen se basa en el trabajo de Marta Pilat Zuzankiewicz, “Francisco de Quevedo ante la alianza hispano-turca”.
[ii] Álvaro de Bazán Benavides (1571-1646).
[iii] Al sureste del Egeo.
[iv] Al oeste del Peloponeso.
[v] En la costa oeste.
[vi] La actual Mehdía, al noroeste de Marruecos. Estuvo en posesión española entre 1614 y 1681.
[vii] Pedro Téllez-Girón (1574-1624). Virrey en Sicilia y Nápoles.
[viii] Ambas al norte de Túnez.
[ix] Cerca de la isla de Samos, al oeste de Anatolia.
[x] En Chipre.
[xi] George Villiers, 1592-1628.

sábado, 11 de mayo de 2019

Un curioso judío



Salomón Usque fue un judío que vivió en Ferrara, Venecia y Constantinopla, por lo menos, habiéndose educado en un ambiente ventajoso, pues su padre puede que fuese el tipógrafo de la Biblia de Ferrara en ladino (1553)[i]. A finales del siglo XVI, encontrándose en Constantinopla, redacta un informe que se ha conservado en cuatro manuscritos, dirigido al embajador de la Corona británica en la ciudad otomana (el autor al que sigo dice que se trata del segundo embajador, pues la monarquía británica quería contrarrestar la influencia y monopolio veneciano en sus relaciones con los turcos).

En dicho informe aporta numerosos datos sobre la muerte del sultán Amurates III[ii] y la sucesión en el trono de su primogénito, Mahoma III[iii]. Como hemos dicho, Usque fue un personaje culto, quizá converso y vinculado a los judíos portugueses que a partir de 1538 se establecieron en Ferrara al amparo del duque Hércules II. Pasó por Venecia a mediados de siglo y, a finales del mismo ya estaba en Constantinopla. Llevó a cabo la traducción castellana de la primera parte del Canzoniere de Petrarca, publicado en 1567, y fue autor lírico y dramatúrgico.

El informe que ha estudiado Jordi Canals, que califica de confidencial pues va dirigido a un diplomático, consta de doce folios “de elegante escritura cursiva” y en él se relacionan los actos oficiales con los que el nuevo sultán, Mahoma III, dio inicio a su gobierno, pero también aporta datos sobre la vida y pasatiempos de la corte otomana. Usque debía tener buenas relaciones entre algunos cortesanos, pues la información que facilita está muy contrastada; se supone, por ejemplo, su amistad con Duarte Gómez, personaje que tenía relación con el duque de Naxos, y esto le permitió conocer bien las intrigas palaciegas. Roth, a quien cita Canals, señala que le ha sido imposible descubrir quién era el miembro de la familia ibn Tibbon… a quien menciona varias veces Usque, pero debe de haber sido una persona de cierta importancia y bien conocida para el embajador inglés.

Al final del informe, Usque añade dos sonetos en los que recrea la escena del asesinato de los hermanastros de Mahoma III, episodio central del documento. En el primero de dichos sonetos Usque se esfuerza por encarnarse en el papel del nuevo sultán, angustiado (suponemos que Usque) por el dilema de tener que eliminar a miembros de su propia familia al acceder al trono, lo que estaba impuesto por la costumbre. Fue hombre de gran curiosidad y admiró el refinamiento de la cultura otomana, por ejemplo las aficiones históricas y literarias de Amurates III, independientemente de otras costumbres cortesanas. Además –dice Canals- demuestra dotes de psicólogo, dedicando buen espacio a las semblanzas de los principales personajes históricos, pero no deja de aportar luces y sombras de aquella corte.

La sustitución de un sultán por otro tenía, como es lógico, interés político, de ahí que Usque dirija su informe al embajador inglés, aportando datos sobre el momento en que el sultán Mahoma III se dirige a la mezquita para el rezo del viernes. Debió de estar muchos años en Constantinopla, por la demostración que hace de su conocimiento sobre la pintoresca escenografía del séquito de jenízaros y eunucos que acompañan al sultán a “Santa Sofía”. La narración cobra una tensión especial cuando se refiere a la matanza de los hermanastros del sultán: todos, “desconocedores de su suerte”, han sido advertidos que tendrán que besarle la mano en señal de obediencia; pasan a la sala del trono uno a uno, según un orden dictado por la edad, de mayor a menor; uno tras otro son confortados por el sultán, que les hace ver la necesidad de ser circuncidados en aquel día; son acompañados a un recinto recóndito de palacio donde son ajusticiados uno tras otro.

Cabe formular la hipótesis –dice Canals- de que al informe ya elaborado fueran añadidas noticias de fecha posterior al 5 de febrero de 1595, pues hasta el 12 de febrero no fue enviado a Inglaterra. El embajador inglés, por su parte, apunta que este informe “concuerda con la verdad y no forma parte de ninguna vulgaridad”.

El reinado de Amurates III inicia la decadencia del poder otomano, aunque este durase hasta principios del siglo XX. En ocasiones, el prestigio del gobierno se debió más bien a ministros inteligentes o sin escrúpulos, según los casos. Por si ello fuese poco las guerras con Persia fueron constantes, además de con el reino de Hungría y otros estados. En cuanto a Mahoma III fue un sultán que no gobernó por sí mismo y se embarcó en una guerra contra Austria (1596-1605), favorable a la Sublime Puerta, lo que marcó todo su reinado.


[i] Para este resumen sigo a Jordi Canals, autor de “Un informe otomano de Salomón Usque (1595)”.
[ii] Conocido también como Murad III, reinó entre 1574 y 1595.
[iii] Conocido también como Mehmed III, reinó entre 1595 y 1603.

miércoles, 18 de julio de 2012

Otro genocidio

Territorios con población armenia en el siglo XIX
y zonas de persecución y deportación

Armenia es hoy un pequeño estado de 29.800 Km2 aproximadamente (una extensión parecida a la de Galicia), al este de Turquía, al sur de Georgia y al noroeste de Irán. Pero los armenios son un pueblo con una larga historia, cristianizado prontamente, que en torno al año 500 antes de Cristo se encuentra en Anatolia. Mientras la influencia cristiano-bizantina afectó a los armenios estos sufrieron, como cualquier otro pueblo, los avatares de la historia, pero el verdadero cambio se va a producir cuando los turcos otomanos avancen por la península de Anatolia y lleguen a destruir por completo el imperio bizantino a mediados del siglo XV.

Un imperio, como toda obra humana, tiene un destino escrito: desaparecer. Ya sea por la complejidad de sus componentes humanos, culturales, religiosos, etc. los imperios son construcciones realmente artificiales que han existido siempre. El imperio turco, con el hispano, fueron dos grandes potencias en el siglo XVI e incluso más tarde; se enfrentaron entre sí hasta el punto de simbolizar la lucha entre el oriente musulmán y el occidente cristiano. En medio de ese oriente musulmán estaban los armenios, respetados en cuanto a sus creencias y ritos, en cuanto a sus costumbres, pero obligados como súbditos a pagar los tributos y a cumplir las leyes que dictaban el sultán y su burocracia. 

La islamización de los pueblos de Anatolia llevó al éxodo a muchos armenios, pero los que se quedaron, llegando el siglo XIX, el sentimiento romántico, los ecos de la libertad y ciertas ideas ilustradas, empezaron a reivindicar derechos que les habían sido negados: no tenían los mismos que los musulmanes en el imperio de Constantinopla. A finales del siglo XIX -el siglo de grandes transformaciones políticas y económicas- exigen reformas y aquí empiezan las matanzas de armenios a manos de las autoridades turcas. Se habla de masacres entre 1894 y 1896 que llevaron a la muerte a unos 200.000 armenios. No sería extraño que algunos grupos armenios hubiesen atentado contra las autoridades del imperio en que estaban subsumidos, que hubiesen cometido ilegalidades... es un sino de toda minoría oprimida en un imperio. 

Con el acceso al poder de los "jóvenes turcos", que a falta de una definición mejor, porque seguramente se trataba de un conglomerado ideológico y de intereses, se podría decir que eran nacionalistas, cada vez más radicales, fue depuesto el sultán Abdul Hamid II, en realidad el último de una familia que ya no controlaba la situación en los países donde gobernaba, sujeta a tensiones con el poderoso imperio ruso del norte y atenta a la prosperidad de una Alemania que se había hecho poderosa en Europa. Ya hacía tiempo que el imperio turco era un viejo decrépito, pero se mantuvo hasta principios del siglo XX.

El exaltado nacionalismo que se apoderó de los turcos -o por lo menos de sus clases dirigentes- a principios del siglo XX no se puede entender sin tener en cuenta la humillación que para dicho pueblo representó la pérdida de la mayor parte de sus posesiones en los Balcanes (1912-1913). La avanzada en Europa, que había tenido en el siglo XVI su máximo exponente, se encontraba estabilizada al comenzar el siglo XX. Incluso Bornia-Herzegovina había sido ocupada por el ejército austro-húngaro en 1908 -otro agravio- una vez que la dinastía Habsbúrgica había elegido su vocación danubiana desde la unificación alemana y su exclusión de la misma. 

Mientras todo esto ocurría la población armenia asistía con esperanza una posible liberación que alimentaban sus intelectuales. Pero también fue motivo de idignación para los turcos ver llegar a Constantinopla a los expulsados de los países balcánicos que habían logrado su independencia, particularmente Bulgaria. La prensa del país publicó las fotografías, llenó las páginas de crónicas donde se revelaban los ultrajes sufridos por la población vencida; aquellas oleadas de turcos balcánicos, llegando a la pequeña región europea que todavía quedaba al imperio, fue un revulsivo para atizar el nacionalismo de los "jóvenes turcos". El partido Comité de Unión y Progreso, como tantas otras veces, no representaba la unión de todos los turcos y mucho menos representó progreso alguno salvo en materia económica, pues el imperio se había visto modernizado, en parte, por el capital alemán invertido en su ferrocarril y otras obras. Ello explica también que el imperio se decante por aliarse con Alemania cuando estalle la primera guerra mundial en 1914. ¿Como podría ser de otra manera si la odiada y vecina Rusia estaba aliada en el bando contrario y había infligido derrotas severísimas al imperio en el siglo XIX?

Desde que los "jóvenes turcos" se hicieron cargo del gobierno aplicaron una política educativa tendente a exacerbar el nacionalismo entre los niños y jóvenes, a renovar el esplendor del imperio en tiempos pasados y a renovarlo económicamente en la medida en que las circunstancias lo permitiesen, obviando en cierto modo los atavismos tradicionalistas del islam de la época. 

Aquí es donde se inscribe una figura de los "jóvenes turcos", Enver Pachá, militar que participó en la guerra balcánica y luego en la primera guerra mundial. Fue ministro de la guerra durante la contienda y es uno de los máximos responsables del genocidio o exterminio de un millón o más de armenios. Hijo de una albenesa ¿como podía entender que los Balcanes se independizasen del imperio? Nacionalista acérrimo ¿como podía admitir la derrota militar en 1912? Y luego vino -en plena guerra mundial- la derrota de Sarakamiç a manos del ejército ruso, el eterno enemigo. Todo se derrumbaba a su alrededor. Colaboradores fanáticos, él mismo encolerizado y ciego su ánimo, dio órdenes que, de forma sistemática, se cumplieron para hacer desaparecer de Anatolia a los armenios: sin distinción; hombres, mujeres, niños y ancianos. Los testimonios históricos son hoy bastante concluyentes, más cuando algunos historiadores turcos se han incorporado -poniendo por delante su profesionalidad- a las fuentes y conclusiones que hablan de atrocidades comedidas por las autoridades del imperio otomano.

Para Enver Pachá la derrota de Sarakamiç podría recordar las pérdidas que en la guerra de 1877-1878 sufrió el imperio otomano a manos también de los rusos: las provincias de Batún (hoy en Georgia) y Kars, hoy en el nordeste de Turquía. Siempre los extremos del imperio que querían separarse: los Balcanes, los armenios, los egipcios, luego los árabes de Arabia... Al suoreste del Cáucaso tuvo Enver Pachá graves problemas, la zona armenia por excelencia, con el monte Ararat, hoy fuera de los límites de Armenia, "la montaña-tótem de los aremenios" (1).

El monte Ararat al este, Batumi al norte y Kars en el centro

En 1915 se produjeron los crímines más horrendos: masacres de soldados armenios, arresto de intelectuales en el mes de abril, deportaciones al interior de Anatolia. Se aprobó una legislación de emergencia consistente en ordenar el arresto de armenios "aldea por aldea", es decir, premeditadamente, mediante un plan preconcebido, que es lo que define precisamente a un genocidio. El sufrimiento de aquellas gentes se manifestó en miles de casos durante las deportaciones a pie, recorriendo cientos de kilómetros mientras que -como ocurriría décadas más tarde en el centro de Europa- se decía a los armenios que se les encaminaba al "exilio". Se estableció una organización especial para perseguir a los armenios que, obviamente, ofrecieron resistencia, desobedecieron leyes, lucharon, mataron, pero no en nombre de un Estado, sencillamente porque no lo tenían. Los turcos seleccionaron a personal especializado para las persecuciones y las masacres, cientos de armenios fueron ahogados en el mar Negro, mujeres violadas sin límite de edad, dando rienda suelta los soldados al odio infundido en ellos. Jóvenes armenias formaron parte de harenes siendo cristianas...

Cuando acabó la guerra los países vencedores obligaron a la nueva Turquía a juzgar a los responsables de lo que entonces no se llamó todavía genocidio. Particularmente Gran Bretaña cumplió un papel fundamental en esto. Pachá y otros fueron condenados a muerte mientras estaban huidos. Pachá fue asesinado en Alemania mediante atentado en 1921; otros lo fueron en Tiflis (un atentado llevado a cabo por armenios) y otro también fue asesinado en Tajikistán.

El nuevo Estado cambió de nombre en 1923, la capital pasó a llamarse Estambul, pero no reconoció el genocidio contra los armenios. Se "olvidó" y se manipuló el fenómeno, interpretándose oficialmente como un enfrentamiento entre dos comunidades. Los libros turcos de historia se llenaron de eufemismos, se habló de tragedia, de catástrofe, de desastre, pero el millón de armenios que sufrieron persecución, hambre, torturas, muerte en las aldeas, ciudades y valles del antiguo imperio no permanecieron callados, por paradójico que parezca. Estados Unidos protestó por medio de su expresidente Roosevelt, por medio del presidente W. Wilson, a quien se sumó Edra Pound. La prensa inglesa denunció el genocidio aunque sin llamarlo de esta manera, pues la palabra sería inventada por el judío Lemkin en 1943. Así el mundo supo que el destino de la deportación de miles de armenios fue el desierto de Deir Zor, entre Alepo y Damasco, inhóspito lugar donde solo cabía esperar la muerte: sin alimentos, bajo el sol abrasador, lejos de todo, dispersos los seres humanos por la calcinada geografía.

La leyenda (solo leyenda) de los diez mil muertos del monte Ararat, que se remonta a época romana y que el pintor renacentista Carpaccio pintó, sería una triste premonición de lo que siglos más tarde ocurriría, agrandándose sobremanera. 

Hoy, intelectuales turcos aceptan que hubo genocidio, pero no el Estado. En 1975 se ha reproducido un terrorismo armenio que años más tarde se disolvió. Aquella "política de homegeneización nacionalista y religiosa" no fue posible, aunque el coste fue terrible. Hoy se calcula que el 70% de la población armenia pudo haber perecido en aquel infierno, pero no es el único que la historia registra... ni el último. "Quienes estudian y atemperan el fenómeno acaban siendo de alguna manera verdugos" (2).

Ver:
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(1) Rubén Figaredo: "Nacionalismo y genocidio. A propósito de 'Ararat' de Atom Egoyan".
(2) Idem nota anterior.