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martes, 11 de mayo de 2021

Japón: de la paz al caos

 

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En el cambio del siglo XVI al XVII españoles y portugueses se encontraban en Japón, pero estos últimos eran los que monopolizaban el comercio con occidente. Un inglés, William Adams, que trabajaba para comerciantes holandeses, fue convocado por el shogun mientras su país estaba en guerra con España y Portugal.

El shogun recelaba de los misioneros católicos, que conseguían cada vez más prosélitos en Japón, por lo que aquellos fueron expulsados. Al shogun le interesaba otra cosa: construir barcos para tener relaciones comerciales con otros países, y Adams contribuyó a ello. Así envió Japón sus primeros barcos que llegaron hasta México, camino de crear una flota mercante. Adams, por su parte, conseguía beneficios para la Compañía Holandesa de  las Indias Orientales.

El shogun no estaba solo; contra su deseo, barones independientes o daimios controlaban feudos gracias a la colaboración de los samuráis, miembros de la sociedad selecta de la época, pero estos daimios fueron sometidos por el shogun y así se llegó a una paz que antes no existía en Japón. En realidad se formó un sistema de gobierno en el que el emperador gobernaba con los daimios aunque estos estaban sometidos a aquel. Cuando el shogun Ieyasu (de la dinastía Tokunawa) murió se hizo un funeral tras su incineración, y sus restos se esparcieron en una montaña donde había practicado con frecuencia la cetrería.

La capital se estableció en Edo, la actual Tokio, que fue descrita por el español Rodrigo de Vivero y Velasco, gobernador de Filipinas que pasó una temporada en Japón. Las calles de Edo estaban ocupadas según los diversos oficios, sastres, zapateros, carpinteros, herreros… y la sociedad de la época era rígida, inspirada en el confucianismo. Los campesinos y los artesanos eran mayoría, constituyendo la clase inferior los comerciantes, por los que se tenía un vivo desprecio. Estas clases inferiores estaban sometidas por una serie de convencionalismos, como no poder vestir ropas caras y ricas, reservadas para las clases superiores.

Después del shogunato que siguió a Ieyasu le sucedió el nieto de este, que tenía experiencias místicas a partir de la admiración que sentía por su abuelo, pero gobernó de forma más inflexible, no acompañando nunca al ejército en el campo de batalla, como había sido costumbre con anterioridad. Este shogun actuó extravagante y caprichosamente, y como en tiempo de paz no había botines que repartir ¿cómo controlar a los barones territoriales? Se les hizo pasar parte del año en Edo, llegando en numerosas procesiones de varios miles de individuos, entre escoltas y porteadores. Así creció Edo, y los samuráis en la capital, sin sus familias, evolucionaron hacia la burocracia, donde no faltaron mujeres que, sin embargo, debían tener permiso de sus maridos para otras profesiones y actividades.

La legislación se hizo estricta y así se consiguió una paz falsa, se controlaron las carreteras que conducían a Edo e igualmente los movimientos de las personas. Los que desobedecían podían ser condenados a crucifixión si eran hombres y a esclavitud si mujeres. Se impuso el miedo. Aún así los viajes fueron aumentando por la seguridad en los caminos y se desarrollaron en ellos las ciudades. La principal carretera fue la que unió Kioto a Edo, escribiéndose diarios de viajes.

El grupo proscrito era el de los cristianos, habiendo recompensas por delatar a japoneses que hubiesen abrazado el cristianismo, y mayor premio por denunciar a sacerdotes. El cristianismo se hizo subversivo a los ojos del shogun por ser contrario a las tradiciones japonesas; fueron martirizados algunos e incluso niños. Ello causó desafección al régimen, sobre todo en el sur, donde antiguos samuráis eran ahora labradores aunque no habían olvidado la experiencia de las armas.

Los impuestos eran elevadísimos, pagándose al nacer un hijo o por cavar una fosa para enterrar a alguien. Los tributos se pagaban en arroz, que no podían comer los que lo cosechaban; el campesinado vivía en la miseria y las sequías y hambrunas se dieron en algunas regiones. No pagar los impuestos era castigado con severas penas y así se llegó a levantamientos importantes de campesinos que reivindicaron los cristianos.

El shogun envió tropas para reprimir dichos levantamientos, pero los rebeldes consiguieron resistir momentáneamente hasta que las autoridades llevaron a cabo grandes matanzas. Los holandeses, interesados en el comercio, preferían mantenerse al margen, y aquellos levantamientos fueron la excusa para que el shogun decidiese extirpar el cristianismo de Japón. Se prohibió viajar al exterior y los que estuviesen fuera no podrían volver. Japón se aisló, el shogun mandó destruir la flota y redujo el comercio exterior.

Cuando mercaderes portugueses desembarcaron en Japón el shogun mandó matar a algunos, a otros les sometió a castigos y a otros los expulsó. Este aislamiento no terminará hasta finales del siglo XIX.

lunes, 30 de noviembre de 2020

Crímenes en Manchuria

 

Cuando el gobierno chino pidió la intervención de la Asamblea de la Sociedad de Naciones sobre Manchuria, fue porque los intentos de paz hechos con anterioridad no habían dado resultados. El conflicto con Japón se enmarca en la crisis económica que tuvo lugar en todo el mundo a partir de 1929[i].

En éste momento Manchuria era un territorio de interés para tres estados: China, Japón y la Unión Soviética y tradicionalmente se la había considerado territorio chino. Económicamente es una región fértil que fue objeto de constantes agresiones por parte de Japón y la Unión Soviética, dándose particularmente un conflicto entre China y Rusia en 1924 y otro entre China y Japón en 1931, pero el origen próximo de las diferencias entre China y Japón está en 1894, cuando estos dos estados se enfrentaron en una guerra que sería favorable al segundo, aunque lo que se discutía entonces era el control sobre Corea, que hasta ese momento estaba bajo soberanía china.

Por su parte, Rusia obligó a que se revisase en 1898 el tratado de 1895[ii], consiguiendo beneficios comerciales en el este de China hasta salir al mar en Port-Arthur y Dalny, en el nordeste de China, situación que dará un giro radical con la guerra ruso-japonesa (1904-1905), de clara impronta imperialista por parte de ambos estados sobre Corea y Manchuria. El conflicto fue favorable también a Japón, que desde el período Meihi estaba en pleno proceso de transformación en una gran potencia, pero para el caso de Manchuria se restableció la administración china aunque con zonas de influencia rusa y japonesa.

En Europa era visto Japón como la potencia más importante llegado el año 1931, habiendo llevado a cabo un proceso de industrialización intensiva. Después de la primera guerra mundial, en la que Japón participó como único país no occidental, centró sus intereses imperialistas en Asia oriental formulando “veintiuna demandas sobre China”. Se daban en Japón dos circunstancias especiales: un profundo nacionalismo del que participaba la comunidad y un sentimiento imperialista (entre las elites) consecuencia del fuerte crecimiento demográfico. Las necesidades económicas fueron el motor del nacionalismo entre dichas elites. Japón necesitaba mercados y sus dirigentes acudieron a la guerra.

La situación en China era diferente: un acuerdo chino-japonés en 1922 permitió a los colonos japoneses adquirir tierras en el sur de Manchuria, que en realidad era un feudo de uno de los señores de la guerra civil que se libraba en China. En 1926 Japón se comprometió a no intervenir en China, en pleno proceso de unidad nacional, que se consiguió en 1928 a pesar de la continuación de la guerra entre comunistas y nacionalistas. Los gobiernos chinos trataron de rechazar la influencia japonesa, y los propietarios chinos se negaron a vender sus tierras a los colonos japoneses, mientras que la construcción de nuevos ferrocarriles por parte de los chinos amenazó los intereses de la compañía sud-manchuriana[iii] que, desde 1905, era la única dueña de la red ferroviaria. Por su parte hubo una corriente migratoria china desde las provincias del norte hacia Manchuria, aproximadamente un millón de habitantes entres 1925 y 1928, lo que ponía a las poblaciones japonesa y coreana en inferioridad. Las intenciones de China de favorecer a su industria poniendo altos aranceles a la importación de productos japoneses, hizo el resto.

En Washington se habían firmado tres tratados que, a la postre, no sirvieron de mucho: entre finales de 1921 y principios de 1922 se acordó entre Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y Japón “el respeto mutuo durante diez años” en cuanto a las islas donde tenían intereses en extremo oriente. En otro tratado (“de los nueve”)[iv] hubo un compromiso de respetar la soberanía, independencia e integridad territorial de China; y otro acuerdo fue sobre armamentos navales.

Japón prometió a China, por acuerdo en 1922, la restitución de “derechos e intereses” que antes de 1914 poseía Alemania en Shantung[v] y que fueron transferidos a Japón por el Tratado de Versalles, conformándose con obtener una participación en una explotación minera, que los colonos japoneses tuviesen derecho a adquirir tierras en Manchuria y la prolongación del arriendo de Port Arthur. Japón anunció que retiraba sus tropas de las provincias marítimas y consentía que China ocupase un puesto en la administración del ferrocarril transmanchuriano[vi], volviendo así la influencia china a una zona de donde había desaparecido, durando esta situación diez años[vii].

A lo largo de los años veinte fue creciendo en Japón el espíritu militarista – independientemente de las relaciones diplomáticas citadas- y se iniciaron las agresiones japonesas para dominar Asia oriental, siendo el principal objetivo el territorio chino. Para las autoridades niponas fue visto como necesario controlar Manchuria, rica en hierro, por lo que se propusieron una dominación directa e indirecta, según los casos, eliminando la influencia china.

El 1931 se produjo lo que se ha llamado el incidente de Mukden, localidad al noroeste fuera de la actual frontera de Corea del Norte, cuando tropas japonesas salieron de la zona del ferrocarril de cuya custodia estaban encargadas, invadieron varias ciudades y las líneas de ferrocarril chinas. Japón justificó esta actitud alegando la voladura por soldados chinos de un puente cercano a Mukden, pero el Consejo de la Sociedad de Naciones tuvo claro, desde muy pronto, que la agresión había sido japonesa, y así lo expuso el representante chino en dicho Consejo[viii], que se reunió en Ginebra urgentemente bajo la presidencia del español Alejandro Lerroux, que era en ese momento ministro de Estado (de Asuntos Exteriores).

Se exigió a Japón y China que retirasen sus respectivas tropas de la zona del conflicto, mientras se informó a Estados Unidos, de todo lo tratado en el Consejo, dando con ello señal de la importancia que tenía el que un país tan poderoso, pero no miembro de la Sociedad de Naciones, estuviese al tanto. Luego se creó un Comité presidido por el mismo Lerroux, que pidió al embajador de España en Peiping (Pekín) que actuase de acuerdo con sus colegas alemán, francés e italiano en relación al gobierno de China, pero pronto estuvo claro que las autoridades japonesas no estaban dispuestas a resolver el asunto por medios diplomáticos, teniendo especial importancia que, por primera vez, Estados Unidos ofreciera su colaboración a la Sociedad de Naciones.

El Consejo adoptó por unanimidad varios puntos entre los cuales enviar observadores al lugar (por parte de España, el Cónsul General en Shanghai), pero en Manchuria los acontecimientos se sucedían con rapidez: Japón, contra lo que había dicho su representante en la Sociedad de Naciones, hizo que su ejército ocupase el territorio y presionó a las autoridades de Manchuria para que se crease un órgano administrativo bajo control japonés, dejando de reconocer a las autoridades chinas. El ejército japonés bombardeó Chinchow, cerca de la costa norte del mar Amarillo, y el Consejo volvió a reunirse, en éste caso bajo la presidencia del francés A. Briand[ix], pero en Japón ya se vivía una fiebre de guerra, enviando continuamente tropas a Manchuria, que provocaron incidentes al sur de la Gran Muralla, donde existían importantes intereses extranjeros.

Al frente del estado títere que recibió el nombre de Manchukuo, los japoneses pusieron a Puyi, último emperador de China que había perdido su trono al fundarse la república, hasta que en 1938 un ejército de la Unión Soviética se hizo con parte de Manchuria. La ocupación japonesa del resto duró hasta 1945, en que otro ejército soviético venció a Japón y destituyó a Puyi.

Durante éste tiempo se cometieron crímenes y crueldades contra la población de Manchuria, como las que Japón llevó a cabo sobre el este de China, Corea y otros territorios del Extremo Oriente, y que terminaron cuando Japón tuvo que rendirse en el contexto de la segunda guerra mundial y su territorio fue administrado bajo control norteamericano.



[i] María Estrella Calleja Díaz, “El conflicto de Manchuria en la Sociedad de las Naciones (1931-33)”.

[ii] Dio fin a la guerra chino-japonesa y se firmó en Shimoneseki (sur de Japón). Taiwán pasó a soberanía japonesa y Corea pasó a ser un “protectorado” japonés.

[iii] Fundada por Japón en 1906.

[iv] Estados Unidos, Japón, China, Francia, Reino Unido, Italia, Bélgica, Países Bajos y Portugal.

[v] O Shandong, provincia del nordeste de China frente a Port Arthur.

[vi] La línea fue construida por empresas rusas mediante una concesión china, conectando con Vladivostok (desde finales del siglo XIX).

[vii] Ver nota i.

[viii] Entonces era Secretario de la Sociedad de Naciones el británico Eric Drummond.

[ix] Moriría pocos meses más tarde, en 1932

Fotografía tomada de https://sobrehistoria.com/de-cmo-manchuria-cambi-al-mundo/

jueves, 28 de noviembre de 2019

Españoles en Japón

https://portalancestral.com/mapa-del-siglo-xvi-
es-ensamblado-por-primera-vez/

Hideyoshi Toyotomi fue un daimio (señor feudal) japonés que vivió en el siglo XVI, cuando clérigos españoles de varias órdenes religiosas intervenían en aquellas lejanas tierras tanto para extender el cristianismo como para favorecer a los comerciantes españoles. Entre estos clérigos hubo una rivalidad por la división territorial de las rutas entre dos Patronatos, el portugués y el español.

A principios de 1585 el papa Gregorio XIII, a instancias del jesuita Valignano, promulgó una bula por la que los jesuitas debían ser la “única” orden misionera autorizada en el hemisferio japonés. Debe recordarse que en estos momentos las coronas española y portuguesa estaban unidas en la persona de Felipe II, pero Portugal seguía ejerciendo una amplia autonomía de acuerdo con las prerrogativas reconocidas en su momento. Diferentes órdenes religiosas españolas quisieron participar en la evangelización de Japón (y no solo) alentadas por mercaderes que iban a lo suyo en la región Macao-Nagasaki-Manila-Nueva España.

El jesuita Valignano defendía a favor de su orden que era necesaria la “uniformidad” en la evangelización y la adaptación del cristianismo a la cultura japonesa, pero la bula de Gregorio XIII no se publicó en Manila hasta un año y medio después, y el nuevo papa, Sixto V, con otra bula, revocó el “monopolio” misionero de los jesuitas al autorizar a otros religiosos. Así, frailes agustinos, franciscanos y dominicos actuaron en lo religioso y en otras esferas en las lejanas tierras de oriente. Abrieron hospitales y promovieron ciertas liturgias de la cristiandad de la época.

En 1614 se pusieron de manifiesto los diferentes modos entre jesuitas y las otras órdenes: los primeros consideraban que se debía actuar de acuerdo con la elevada cultura existente en Japón y que el cristianismo debía ser “injertado” en dicha cultura. Los frailes de las demás órdenes estaban más preocupados por los pobres y consideraban que esa tierra estaba “vacía”[i].

A partir de los años que siguen a 1580 fue aumentando el número de contactos religiosos, comerciales y políticos entre Japón y Manila, mientras que Hideyoshi iba debilitando su apoyo a los jesuitas cuando había conseguido ejercer una suerte de regencia sobre Japón. Aún así, los jesuitas contaban, en 1614, con 143 sacerdotes, dos colegios, 24 residencias y con la ayuda de 250 catequistas laicos japoneses.

Puede que la comunidad cristiana en Japón llegara a sobrepasar los 300.000 fieles, pues se han contado 50 daimios cristianos, algún familiar de Hideyoshi, su médico, esposas de poderosos señores, camareras palaciegas, nobles, ricos comerciantes, pintores…

Por su parte, la ciudad de Manila era ya española en 1571 y fue Urdaneta[ii] el que encontró la mejor ruta marítima de Manila a Acapulco. Japón se encontraba, no obstante, dentro de la jurisdicción portuguesa de acuerdo con su Patronato, por lo que era territorio vedado a los navegantes y misioneros españoles, pero existía un comercio japonés privado con Filipinas antes de que los españoles llegasen a Manila.

El historiador Antonio Cabezas[iii] señala que Legazpi, después de fundar Manila, dio la bienvenida a los inmigrantes chinos, y tres años después ya eran seis los juncos chinos que navegaban regularmente a Manila repletos de sedas, parte de las cuales se llevaban a México y España y la otra parte la compraban los japoneses, que deseaban romper el monopolio portugués. El Gobernador de Manila abrió sendos barrios, chino y japonés, entre 1580 y 1582, llegando a vivir allí un máximo de mil quinientos japoneses, cuya cristianización fue encomendada a los franciscanos (a los dominicos se les encargó la de los chinos).

En 1584 un galeón español con algunos frailes a bordo (dominicos y franciscanos) desviado por un temporal, llegó a las costas de Hirado (isla de Kyushu), siendo recibidos los pasajeros por las autoridades con entusiasmo. porque deseaban romper el monopolio portugués. Es la época en la que el poderoso Hideyoshi se dirige al Gobernador español en Filipinas hablándole de su intención de extender su poder a esas islas[iv]. El español envió una embajada a Hideyoshi formada por cuatro frailes franciscanos, entre otros, que hicieron al japonés algunos regalos. Este se debió sentir halagado, pues invitó a los españoles a conocer su corte y palacios en varias ciudades. En Kyoto edificaron los frailes una pequeña iglesia en un terreno cedido por Hideyoshi, un convento con leprosería y un hospicio. A partir de este momento comenzó un goteo de frailes que llegaban a Japón desde Filipinas.

Los frailes españoles cada vez se mostraban más desobedientes a las prohibiciones de Hideyoshi contra el cristianismo (contrariamente a la política de los jesuitas) con un claro abuso de su status diplomático. Es cuando en 1596 se produjo el naufragio del galeón español “San Felipe” en las costas de Tosa[v], haciendo la ruta Manila-Acapulco. Siendo auxiliados los náufragos españoles, entre los que había agustinos, franciscanos y un dominico, las autoridades locales se incautaron del cargamento, lo que llevó a las protestas correspondientes, respondiendo Hideyoshi violentamente con redadas persecutorias en Kioto y las ejecuciones de 26 japoneses cristianos, entre ellos franciscanos, jesuitas y seglares.

Más tarde los frailes continuaron llegando de Manila al tiempo que el comercio bilateral entre Japón y Filipinas aumentaba, pero no se evitó un conflicto armado que terminó con la batalla de Sekigahara (al sur de Japón) en 1600: se trató de una lucha civil entre los partidarios de dos banderías japonesas que pugnaban por hacerse con el control de Japón, una de ellas formada por los seguidores de Tokugawa[vi].

En ese mismo año llegó a Japón el marino inglés William Adams, que se convertiría en asesor de Tokugawa, avivando la animadversión contra los misioneros españoles y propiciando las relaciones con ingleses y holandeses, pero ello no impidió que se rehabilitaran las relaciones diplomáticas con Manila. Otro naufragio español en las costas japonesas propició mejores relaciones: en 1609 la nao “San Francisco” chocó contra unos arrecifes en la costa japonesa, estando a bordo Rodrigo Vivero y Velasco, Gobernador de Filipinas, que pasó diez meses en Japón y se relacionó con Leyasu Tokugawa. Ambos llegaron a un acuerdo para el comercio entre Japón y México, con respecto a los misioneros para que actuasen libremente y contra los piratas holandeses. Vivero describió así la ciudad de Yedo (antiguo nombre de Tokio):

Por este río [en realidad son varios] que se divierte y desangra por muchas calles…Luego habla de las casas diciendo que son más pobres por fuera que las españolas, pero el primor de aquellas [las de Kioto] por dentro les hace grandísima ventaja. Los barrios –dice- se especializan por los diversos oficios: sin que se mezcle otro oficio ni persona… zapateros, herreros, sastres, mercaderes y, en suma, por calles y barrios todos los oficios de géneros diferentes que se pueden comprehender… Otro barrio hay que llaman la pescadería… porque se venden en él todos los géneros de pescado de la mar y de los ríos que pueden desearse, secos, salados y frescos y en unas tinas muy grandes llenas de agua mucho pescado vivo… la limpieza con que está puesto causa apetito a los compradores… El barrio y calle de las malas mujeres siempre le tienen en los arrabales…

En cuanto a los productos de Japón, dice Vivero: Es prosperísima la tierra de oro y plata… El arroz es el sustento ordinario, aunque se da trigo… y de caza y de pesca tienen… venados, conejos, perdices, cavacos, y toda caza de volatería… En el Reino de Boju tienen rico de oro, a la punta de él cogen algodón… Los caballeros se visten de seda… tráenla cada año de China…

Vivero estaba familiarizado con la metalurgia de las minas de plata que España explotaba en México y se dio cuenta de que podía ser intercolutor con Leyasu Tokugawa y su hijo, consiguiendo llegar a un acuerdo entre Japón y España. Al mismo tiempo se entrevistó Vivero con el franciscano Luis Sotelo, experto misionero sevillano en Japón, un visionario que se creía responsable de cumplir una elevada misión. Se ofreció al Shogun (*) como embajador ante la corte española pero, enterado Vivero, interfirió en lo que a su parecer era artificioso...



[i] Véase la obra de Lourdes Terrón Barbosa, “Franciscanos en el Japón…”, en la cual se basa el presente resumen.
[ii] Militar, marino, cosmógrafo y agustino español que participó en la exploración del Pacífico.
[iii] “El Siglo Ibérico en Japón…”, que cita la autora de la nota i.
[iv] Así había hecho en Corea y China.
[v] En la isla de Shikoku, al sur de Japón.
[vi] Dinastía que gobernó hasta la revolución Meihi en 1868.
(*) Título que ostentaba el emperador de Japón.

viernes, 3 de mayo de 2019

El Japón Tokugawa


Se suele leer que es a partir de la era Meihi cuando Japón despierta al mundo, pero ya en los siglos XVII y XVIII experimentó un crecimiento económico extraordinario, en parte debido a la consolidación política. El clan Tokugawa ejerció el poder entre principios del siglo XVII y la segunda mitad del XIX, descendiente al parecer de un emperador de la segunda mitad del siglo IX. En la época de los Tokugawa la corte imperial fue reducida a una importancia simbólica, permaneciendo en la antigua capital, Kioto.

La clave de la estabilidad política fue la supremacía de los Tokugawa sobre los clanes que se repartían Japón, así como sobre los daimyo, o nobles, que los gobernaban. Por su parte, al estamento guerrero hereditario de los samuráis se le reunía en ciudades con castillo como Himeji (al sur) o Nagoya (algo más al este), o asistían a Edo como séquito de los daimyo. Poco a poco fueron transformados en una clase funcionarial nobiliaria, dependiente de sus recursos de clan y cada vez más atraídos por los ideales caballerescos que postulaba el confucianismo, cuya concepción del orden social fue un útil baluarte para su nueva posición[i].

La paz interna estuvo acompañada por un rápido crecimiento de la población, que pasó de 12 millones en 1600 a unos 31 millones en 1721, cifra que era una vez y media la de Francia, el gigante demográfico de Europa occidental. El grado de urbanización era considerable, y Edo (con un millón de habitantes), Kioto (350.000) y Osaka (360.000) eran grandes ciudades consideradas de acuerdo con criterios globales. En 1700 Edo doblaba a Londres en tamaño.

El área cultivada se duplicó entre 1600 y 1720 y había una base sólida de producción artesanal en los textiles, la metalurgia, la cerámica y la edición de libros. La especialización económica regional iba en aumento, favoreciendo así el comercio interior, gestionado por grandes empresarios con centro en Osaka, la “cocina de Japón”, con su gran mercado de arroz, hinterland fértil y proxima a Kioto, que seguía siendo la capital cultural y centro de manufacturas, sobre todo de seda.

A diferencia de Europa occidental, el Japón de comienzos de la Edad Moderna era aún un “mundo de madera”, quizá porque se trataba de una zona propensa a los terremotos, y así se podían reconstruir de forma rápida y barata los edificios. Sus ciudades eran vastas aglomeraciones de edificios de poca altura, pero a los europeos que visitaban el país no les cabía duda de que la japonesa era una civilización rica y avanzada con la que estaban ávidos por comerciar.

Japón había desempeñado un papel dinámico en la expansión del comercio de Asia oriental y sudoriental entre mediados del siglo XVI y mediados del XVII, lo que coincidió con la llegada de europeos a la zona. Los comerciantes y bucaneros japoneses explotaron las nuevas oportunidades comerciales que ofrecía el intercambio triangular entre Japón, China y el Sudeste asiático, mientras que el gran boom de la plata en Japón ayudó a alimentar la expansión comercial y pagar las importaciones del extranjero. Según algunas estimaciones, en 1600 Japón producía un tercio de la plata mundial, siendo esta una de las razones por las que los europeos tenían tanto interés en comerciar allí. Los puertos del sudoeste de Japón, sobre todo Nagasaki, crecían con rapidez, y en ellos surgían barrios en los que se asentaban artesanos y negociantes chinos, unos doscientos solo en la ciudad citada en 1618.

Sin embargo, la actitud del gobierno Tokugawa (en Edo) hacia este comercio exterior en expansión fue ambivalente. El régimen era reciente, y su control sobre los dominios lejanos podía quedar en entredicho como consecuencia de contactos no regulados con el exterior. El catolicismo fue identificado con la rebelión y la subversión, y fue enérgicamente perseguido. En las décadas de 1630 y 1640 el comercio chino y holandés (este, el único europeo autorizado) fue restringido a Nagasaki y a la isla artificiar de Deshima, construida en su bahía. Las prolongadas convulsiones de China y el cierre de sus puertos al comercio legítimo a partir de 1661 contribuyeron a ahogar el comercio exterior de Asia oriental, pero cuando resurgió a partir de 1685, el gobierno japonés vio con alarma la salida de plata japonesa del país y en 1688 prohibió su exportación. El sistema de control en Nagasaki fue reforzado después de 1698 para vigilar aún más de cerca los movimientos del comercio y la información.

El “aislamiento” japonés fue motivado en parte por los temores “lingotistas” para los gobiernos europeos, y en parte por la inquietud acerca de las relaciones con China, la superpotencia de la zona cuyo “sistema-mundo” asiático oriental suponía la negación de la independencia de Japón. El aislacionismo era la solución por defecto al problema de las relaciones sino-japonesas, y cabe la posibilidad de que fuera calculado para disuadir a los emperadores Ching de una invasión (existían precedentes cuatro siglos antes). Pero el aislamiento no fue completo y las ideas y la cultura chinas ejercían atracción en el régimen Tokugawa, que las promovió deliberadamente, ya que China era el gran modelo de un estado imperial asentado y estable. La literatura y el arte chinos marcaban la pauta en los círculos cultos: el dominio del idioma y del estilo pictórico chinos se tenían en muy alta estima.

Se hicieron grandes esfuerzos por adaptar las enseñanzas de Confucio a las condiciones japonesas, y Nagasaki no fue tanto una puerta cerrada como una entrada estrecha y un puesto de escucha donde el gobierno japonés obtenía información de los barcos que llegaban: a los capitanes se les exigía que redactasen informes de noticias que se enviaban a Edo. El “conocimiento holandés” iba filtrándose poco a poco hasta los samuráis, los docentes y los sabios.

El régimen de aislamiento político, pues, no significó el estancamiento económico, y el desarrollo en esta materia de Japón, después de 1600, fue impulsado por el sistema político, que creó una nueva y gran economía urbana al establecerse los daimyo y los samuráis en ciudades con castillo, siendo Edo el caso más notable. Así llegaron a esta ciudad cientos de daimyo con sus familias numerosas y huestes de samuráis. En 1700 la mitad del millón de habitantes de Edo pertenecían al séquito de los samuráis que vivían en los grandes complejos de clan; fueron una gran comunidad de consumo de elite, pero este consumo no dependió (como ocurrió en Europa) del comercio exterior. Los japoneses aplicaron una política de autosuficiencia mercantilista con gran éxito. A diferencia de Inglaterra, por ejemplo, Japón tenía su propia provisión de plata.

También el pescado cobró una importancia mucho mayor desde el siglo XVII, y la demanda interior de artículos de lujo y alimentos nuevos se nutrió de la cerámica coreana, que hacía tiempo gozaba de prestigio. Desde finales del siglo XVI se llevó a Japón artesanos coreanos y se creó una industria propia. La variedad climática en Japón permitió acomodar cultivos comerciales como el algodón, la seda, el tabaco y el azúcar. La seda y el algodón se manufacturaban en Kioto y Osaka, y en la producción de azúcar se llegó al autoabastecimiento.

La visión de que Europa, desde finales del siglo XVIII, pero sobre todo durante el siglo XIX, iba por delante del resto del mundo, debe relativizarse por lo tanto.


[i] John Darwin, “El sueño del imperio”, obra en la que se basa el presente resumen.