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jueves, 13 de abril de 2023

Unamuno según Carlos París

 

Dice Carlos París[i] que cuando era joven formó grupo con aquellos compañeros de estudios que se sentían unamunianos, cuando otros eran orteguianos. Cita entre los primeros a Miguel Sánchez-Mazas[ii], José María Valverde[iii], José Luis Rubio y Francisco Pérez Navarro; consideraban estos que Unamuno buscaba los temas de su interés en lo popular, en sus viajes por España, mientras que Ortega era más exquisito, pero este, aún joven, ayudó a fundar la “Liga de Educación Política” (1913) con la intención de “curar la enfermedad de España”, según dijo en una conferencia titulada “Vieja y nueva política”.

Causaba Unamuno en París y sus compañeros una “vibración pasional” cuando se adentraban en el concepto de “intrahistoria”, que atiende al alma de las gentes, a sus luchas y preocupaciones, a sus ideas, toscas o elevadas, por oposición a la historia convencional al uso, y también les atraía el quijotismo de Unamuno, que en este caso también fue compartido por Ortega desde otros presupuestos.

El pamplonés Juan David García Baca, filósofo y estudioso de la ciencia, supo ver en la obra unamuniana esa intrincada unidad entre pensamiento y ciencia, que llevaría al filósofo bilbaino a contemplar el universo como un conjunto de fenómenos físicos que tenían la capacidad de hundirle en las más profundas meditaciones. Ciertamente, Unamuno tuvo una preparación científica no desdeñable que ha estudiado Rafael Pérez de la Dehesa.

París recuerda la enemiga de las dictaduras con Unamuno: desterrado este a Fuerteventura por Primo de Rivera[iv] (no volverá a España mientras dure su régimen), el ministro Ruiz-Giménez recomendó a París no conferenciar sobre él a principios de los años cincuenta del pasado siglo, y el obispo Pildain tenía a Unamuno como enemigo público.

París ve en Unamuno un carácter vasco pero “español de profesión”; huérfano de padre muy pronto, educado en el más acendrado catolicismo de niño, serán hitos que le marcarán psicológicamente durante toda la vida. Estudió en Madrid y luego regresó a Bilbao; preparó oposiciones para una cátedra de Psicología, Lógica y Ética que no obtuvo, pero sí la de Griego en la Universidad de Salamanca. Estudió a Darwin y a los materialistas, y a partir de unos marineros noruegos a quienes conoció en el puerto de Bilbao aprendió el idioma en el que se habían publicado las obras de Kierkegaard, por lo que pudo leerle de primera mano dejando copiosas notas en los márgenes de sus libros.

En 1897 Unamuno sufrió una crisis estudiada por Sánchez Barbudo[v], anticipándose a la nacional de un año más tarde, siendo encontrado cierto día angustiado y lloroso. Se encerró entonces en un monasterio y allí escribió su diario, que ha permanecido inédito durante mucho tiempo. Su eterno forcejear con la fe no se apagará en toda su vida, sintiendo la insatisfacción en la ciencia ante su ansia de inmortalidad que ha puesto de manifiesto, mejor que en ninguna obra obra, en “Sentimiento trágico de la vida”.

                                         Unamuno en la Universidad de Salamanca en 1934*

Unamuno no buscó componendas, sino que mantuvo la tensión entre la ciencia y el ambito de lo religioso, cuestión esta que vivió interiormete, en contínuo conflicto y reflexión consigo mismo. Una segunda crisis le lleva a reflexionar en el yo privado y el yo público, el consciente y la proyección que se extiende hacia la sociedad; dijo sentirse como una multitud y se preguntó si no se estaría alienando ante lo público. Vive en una época que ya no es decimonónica y pausada, sino marcada por el ajetreo de los acontecimientos de todo tipo, de los nuevos filósofos, de la modernidad mal digerida…

Lo público, sin embargo, no le abandonaba, y él mismo proclamó el advenimiento de la II República desde el Ayuntamiento de Salamanca, aunque luego se sienta decepcionado por el suceder de los acontecimientos. Cuando se produjo el levantamiento militar de 1936 lo apoyó en un primer momento y se arrepintió pronto: el filósofo angustiado consigo mismo y con el mundo que le rodea no tiene la paz para reflexionar pausadamente sobre los acontecimientos que le abruman.

Unamuno recibió pronto las influencias del marxismo y lo reflejó en un ensayo titulado “La dignidad humana”, donde denucia la concepción del hombre como mera mercancía. Se anticipó al mundo de la industria cultural mercantilizada como todo lo demás, y vio el valor de los braceros (toda la sociedad trabajadora) para que los teóricos de la ciencia y la filosofía pudiesen crear sus ideas. Su preocupación central –dice París- es la inmortalidad y la finalidad del Universo; no es posible que esa enorme máquina inconmensurable e inabarcable para la mente humana no tenga un fin, un objetivo en el que ha de participar la humanidad. Ansía la plenitud, la infinitud del ser humano que quiere ser de todos los tiempos.

Ya Santo Tomás habló de que el alma tiende a ser una con todas las cosas, y en cuanto al tiempo ¿por qué no ha de poder estarse en el antes, en el ahora y en el después al mismo tiempo? Unamuno vuelve a la Grecia presocrática donde aquellos pensadores hablaron de la unidad originaria, y siente la “congoja”, la angustia de los existencialistas que transmite en “Paz en la guerra”, ambientada en el conflicto carlista de 1872, cuando Unamuno era un niño.

Otra idea de Unamuno es la del paraíso perdido, que refleja en su obra de teatro “La Esfinge”, donde el protagonista es conducido al suicidio: el padre lee pasajes del Génesis al hijo y nuestro autor refleja la armonía en el paraíso que luego estará perdido. Luego, la escisión y la muerte en el mito de Caín y Abel, el primero dedicado a desgarrar el seno de la tierra con el arado y a fecundarla con su sudor, teniendo del segundo una visión serena apacentando a su ganado.

La envidia cainita de los españoles que Unamuno siente como clavada en él mismo se refleja en su obra “Abel Sánchez”, donde la figura del predilecto de la fortuna se opone al que trabaja duro y continuadamente. Los instintos y las pulsiones humanas, el hombre como instalado en lo real frente al mundo del pensamiento; “los seres humanos debiéramos darnos los unos a otros en alimento” (reflejo de la eucaristía), y el concepto de alienación reflejado en la dialéctica del señor y el esclavo, el otro es un desafío para el yo.

La finitud, imagen de la conciencia como un cementerio en el que se van agotando las posibilidades, nuestro filósofo se entregó con frecuencia a ejercicios espirituales en recuerdo de los de su niñez como un autoanálisis, descubriendo las barreras que ha de vencer para volver a la infancia. Los sótanos y escondrijos del corazón: creemos que son lugares que es mejor no visitar y sin embargo allí habitan los demonios que nos gobiernan. El hombre –dijo- vive todavía en la prehistoria; si el hombre llega a captarse a sí mismo escapará de la alienación y conseguirá formar la patria de todos los seres humanos.

Poco antes de morir en Salamanca, cuando ya habían muerto asesinados algunos amigos y conocidos suyos, se enfrentó a Millán-Astray; por la tarde fue abucheado en el Casino; ante el brasero y un amigo exclamó –al parecer- su última frase en respuesta a otra: “Dios no puede abandonar a España”. Cuando niño supo de la guerra civil de 1872 y ahora empezaba la de 1936…


[i] Nació en Bilbao en 1925 y falleció en Madrid en 2014. Presidente del Ateneo de Madrid, como hacía tiempo lo había sido Unamuno.

[ii] 1925-1995. Filósofo y matemático español.

[iii] 1926-1996. Poeta, filósofo y crítico literario.

[iv] Había publicado unos poemas mofándose del dictador.

[v] Madrid, 1910 – Florida, 1995. Fue colaborador de La Gaceta Literaria y El Sol, participando en las Misiones Pedagógicas durante la II República. Firmó la Ponencia colectiva de escritores y artistas españoles en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura.

* Fotografía de El País.

martes, 29 de noviembre de 2022

Jefes militares en América latina

 

                                                            eldiario.net/diario/sigl.html

Es correcto decir que las guerras de independencia americanas de la monarquía española fueron guerras civiles, no solamente porque los ejércitos enfrentados estaban formados por peninsulares y americanos, sino porque en los ejércitos patriotas hubo disensiones, enfrentamientos y guerras que alargaron el proceso. La idea simplista de que hubo solo dos bandos, uno realista y otro patriota, no obedece a realidad alguna.

Sobran los ejemplos para confirmar lo dicho, pero aquí nos vamos a referir a Andrés de Santa Cruz, nacido en 1792 de padre español y madre mestiza, heredera esta de un cacicazgo o curacazgo, por lo que pertenecía a la nobleza española[i] y a la andina. El mismo Santa Cruz primero luchó en los ejércitos del rey de España hasta que fue derrotado, y bien por conveniencia, por convicción o por sentido de la realidad (corría el año 1820 y las cosas pintaban mejor para los patriotas) se pasó al bando que había combatido desde 1815, si bien siendo entonces muy joven.

La independencia de Perú y Bolivia, como otros casos[ii], se produjo en combinación de las fuerzas partidarias de la independencia, pero con no pocas desavenencias y traiciones entre ellas. Un ejemplo es la guerra federal entre el sur y el norte, con participación indígena, que enfrentó a ejércitos peruanos, bolivianos y argentinos, contra ejércitos chilenos y argentinos entre 1836 y 1839, por lo tanto cuando ya los ejércitos españoles se habían retirado de sus antiguas colonias[iii]. Parece que Santa Cruz siempre aspiró a una confederación o unión entre Perú y Bolivia (este último país fue conocido durante mucho tiempo como Alto Perú), y el mismo Santa Cruz llegó a ser Presidente del Gobierno peruano durante el mandato de Simón Bolívar; luego aspiró a presidir el país pero fue elegido José de la Mar (1827), dedicándose entonces a conspirar junto con otros hasta conseguir destituirlo. De la Mar había estado al servicio del Virreinato del Perú, luchó en el ejército realista antes de pasarse a los patriotas, y como queda dicho, fue Presidente del Perú después de haber colaborado con Bolívar en tareas gubernativas. Parece un ejemplo más de guerra civil entre americanos, pero hay muchos otros.

A Bolívar se le considera en América latina “el libertador”, pero lo cierto es que su política de unión territorial en la Gran Colombia fue traicionado por sus colaboradores, entre los que se encuentra José de la Mar. El protagonismo de estos caudillos durante las guerras de independencia de la metrópoli española les encumbró social y políticamente, razón por la que aspiraron a llevar adelante sus propios proyectos, en muchos casos personales, como ocurrió en España tras las guerras de 1808 y 1833.

No se entiende la historia política de América latina de los siglos XIX y XX sin tener en cuenta el protagonismo del ejército, un estamento que pretendió sustituir o colaborar con las aristocracias respectivas, con los hacendados o dueños del dinero y con las potencias europeas emergentes, particularmente Inglaterra y Francia.

A tal punto esta interpretación se puede considerar correcta que fueron muchos los casos en que, independientemente de las políticas llevadas a cabo, en ocasiones modernizadoras, la pretensión de perpetuarse en el poder fue constante, como constante la sucesión de constituciones políticas hechas al dictado del grupo hegemónico en cada momento; y de ahí los continuos golpes de estado, asonadas, pronunciamientos y guerras civiles que lastraron a las jóvenes repúblicas. El periplo vital y político de Andrés de Santa Cruz antes, durante y después de la independencia de Perú y Bolivia, muestra en una sola persona lo que decimos, hasta el punto de que de exaltarlo pasó a ser denostado.

Son pocos los casos en los que, tras unos años de servicio al Estado, se produjo una retirada ordenada a los empleos civiles o militares correspondientes. La permanente tentación de los jefes militares (incluso los de mediano escalafón) a interferir en la vida política de los países es evidente.



[i] El ascendiente más antiguo conocido era oriundo de la actual provincia de Cáceres, y ya estaba al servicio del Rey, como militar de alta graduación, a finales del siglo XVII.

[ii] Los Estados que formaron la Gran Colombia, los territorios del istmo americano, el conflicto bonaerense con las provincias, el caso de Venezuela, etc.

[iii] Aunque se suele hablar de reinos y no de colonias cuando se trata de Nueva España, Perú, Guatemala, etc., en otros casos se acepta el término colonia en un sentido amplio. La batalla de Ayacucho, en 1824, se considera la última derrota militar española.

viernes, 25 de noviembre de 2022

La nobleza indígena contra Hidalgo

 


“Los Ayuntamientos indígenas del valle de México y de la ciudad de Tlaxcala se manifestaron contra el movimiento de Hidalgo y se pronunciaron a favor de la Monarquía”. Así comienza una conferencia impartida por Margarita Menegus donde relata el estatuto alcanzado por los caciques, miembros de cabildos y otros individuos de la nobleza indígena en Nueva España. La razón de que dicha nobleza indígena no se sumase al levantamiento de Hidalgo es que temía por sus privilegios si las cosas cambiaban.

El Cabildo indígena de la parcialidad de San Juan (Dionisio Cano Moctezuma, Francisco Antonio Galicia y Joseph Teodoro Mendoza) mostró su lealtad al rey Fernando VII, censurando a los levantados, y otros Cabildos siguieron el mismo comportamiento: Tlaxcala se opuso a Napoleón y se ofreció a combatirle en favor de la monarquía española, y esto –dice la autora citada- fue una constante.

¿Cuáles eran los privilegios de la nobleza indígena para temer su pérdida? En primer lugar el derecho a mantener sus puestos que desde el siglo XVI se habían heredado, en muchos casos, dinásticamente. La Orden de los Teclex había sido creada por el rey de España a favor de dicha nobleza indígena, y toda una ceremonia se llevaba a cabo para confirmar los privilegios cuando se trataba de suceder un cacique a otro; a cambio se les exigió que renunciasen a los sacrificios humanos y a las idolatrías (estamos todavía en el siglo XVI).

Esta nobleza llevaba en sus ropas la divisa de la monarquía, y fue considerada nobleza como la española; se le concedieron escudos y títulos desde 1530 y otros privilegios fueron el blasón exclusivo y el reconocimiento de la antigüedad del linaje. Podían esculpir sus armas familiares en los edificios de su propiedad y también en sus tumbas.

También gozaron de derechos procesales: trato personal del virrey en los casos en que el encausado fuese un miembro de la nobleza indígena, tanto para asuntos civiles como criminales y eclesiásticos, y ya en el siglo XVII se creó el Juzgado General de Indios. También tuvieron fuero propio, pues no podían ser juzgados por jueces ordinarios, sino por sus pares; la Audiencia, por su parte, tenía competencia exclusiva en el caso de caciques.

Una cédula de 1696 señaló que “los indios debían ser preferidos en todos los oficios… recogiéndolos en conventos”, pero esto se refirió a todos los indígenas y no solo a la aristocracia. Fueron apareciendo indios que quisieron estudiar en la Universidad de México, y que alegaban como mérito el que sus familias habían ocupado cargos al servicio del rey. También tuvieron derecho a empadronarse en libros para nobles, y en el entierro de cada uno de esos caciques todos los vecinos estaban obligados a asistir, preparándose el evento con gran pompa. El enterramiento era dentro de la iglesia, contrariamente al común de la población, indígena o no, y cuando más cerca del presbiterio, mayor categoría se le reconocía, la que ya había disfrutado en vida.

La aristocracia indígena fundó cofradías de las que sus miembros fueron patronos, es decir, una reproducción de lo que ocurría en la península Ibérica. En cuanto al tratamiento fiscal, estaban exentos de pagar todo tipo de tributo desde el siglo XVI, y cuando las reformas borbónicas intentaron que este derecho afectase solo al cacique y al primogénito, pero no al resto de la familia, un Congreso de nobles caciques aprobó una resolución que dirigió al rey, consiguiendo que se anulase la pretensión inicial.

En cuanto a la educación, la Universidad de México, fundada en 1551, no discriminó nunca por razón alguna, ni de raza ni de condición social, aunque es evidente que si se estaba obligado al trabajo o no se había alcanzado la formación suficiente, difícilmente podrían todos ingresar a dicha institución. Tampoco se exigía limpieza de sangre para cursar estudios en dicha Universidad. Tres instituciones, el Colegio Mayor de Todos los Santos, el Colegio de Abogados y el Convento del Corpus Christi para indias cacicas, estuvieron a disposición para su ingreso en ellas de la nobleza indígena, si bien en el primero nunca ingresó indígena alguno, y dos a finales del siglo XVIII en el segundo.

Cuando Felipe V en 1725, creó de manos de los jesuitas el Real Seminario de Nobles de Madrid, estuvo abierto tanto a la nobleza hispana como a la criolla, mestiza e indígena de América. Hubo un intento de crear en 1791 un Colegio de Nobles americanos en Granada, cuyo mentor fue el capuchino José de Montealegre, el cual ya advirtió al rey del peligro de desórdenes mayores en América, particularmente en Colombia y Perú. En medio de los conflictos internacionales en que se vio la monarquía española, el colegio no se abrió.

Volviendo atrás, Nicolás de San Luis Montáñez, en el siglo XVI, fue un destacado cacique indígena que, como otros, dirigió cartas al rey argumentando sus méritos para obtener el escudo de armas (que diseña el propio cacique) y otros privilegios, luciendo la cruz de Santiago como símbolo de la participación en la lucha contra los infieles (en el caso de Nueva España contra los chichimecas del norte). En ocasiones los caciques indígenas ordenaron ilustraciones en códices con su imagen respectiva y sus méritos, sobre todo militares, en una gran cartela.

Cuando Hidalgo[i] se alzó en el pueblo de Dolores (Guanajuato) en 1810 ¿qué razones habrían de tener los nobles indígenas para aventurarse en no se sabe a dónde? Lo primero eran sus privilegios; no parece que hubiese sentimiento patriótico alguno, cuestión que era privativa, quizá, de una minoría ilustrada y romántica, sino la defensa de intereses muy antiguos y que se consideraban sagrados.


[i] Le acompañaron en la acción revolucionaria Juan Aldama e Ignacio Allende.

viernes, 27 de noviembre de 2020

Un impresionista alemán

A finales del siglo XIX los movimientos artísticos se solapan y conviven, fenómeno que se ha conocido con el nombre de Secesión, pretendiendo cortar con lo que hasta ahora había producido el arte, más aún con lo de siglos anteriores. Si ya hubo artistas que se salieron de lo oficial o académico con anterioridad, ahora esto se hace dogma en varios países europeos, entre los que está la Alemania recientemente unificada.

La Secesión de Berlín, cuando el siglo acaba, dio paso al momento culminante del impresionismo alemán con Corinth[i], Liebermann[ii] y Slevogt[iii], pero también el menos considerado Paul Baum, que se vio influido por la Secesión francesa, muy particularmente de los postimpresionistas y puntillistas. Baum nació en Meissen, pequeña ciudad del este de Alemania, en 1859, falleciendo a los setenta y tres años en San Gimignano (Toscana).

Baum empezó pintando flores sobre porcelana (su ciudad natal era ya entonces famosa por la porcelana) y luego estudio pintura en Dresde para, más tarde, viajar a París y a los Países Bajos, impregnándose de la técnica divisionista de Signac y Rysselberghe[iv]. El paisaje incluido aquí está representado con austeridad, siendo obra de 1896: un óleo sobre lienzo de 69 por 88 cm. que se encuentra en la Galería Berlinische. En lo alto vuelan pájaros, pero el dominio es la masa vegetal, sombría y verdosa, con el agua en la que se proyecta la sombra de los árboles.

Seurat[v], que también pintó paisajes, quizá influyó en Baum, pero los de aquel son más luminosos, como se puede ver, por ejemplo, en sus obras “El Sena en Courvevoi” y “La playa de Bas-Butin cerca de Honfleur” (en ambos casos óleos sobre lienzo, el primero en una colección privada y el segundo en el Museo de Bellas Artes de Tournai).


[i] Nacido en Prusia en 1858, murió en Holanda en 1925.

[ii] Berlinés nacido en 1847 y fallecido en 1935.

[iii] Nació en Landhut (sureste de Alemania) en 1868 y falleció en 1932.

[iv] Nació en Gante en 1862 y murió en 1926, dominando varios estilos.

[v] Nacido el mismo año que Baum, murió joven, en 1891.

martes, 24 de noviembre de 2020

Construir un manicomio

 

Los más importantes expertos franceses que teorizaron sobre la construcción de asilos para dementes, buscaron la colaboración de profesionales para trazar sus planos. Uno de ellos fue Hippolyte Lebas[i] en 1818, pero no fue el único. Lo mismo se hizo en España cuando se trató de construir un manicomio-modelo (así se le llamó) dando su parecer la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando a los proyectos que se presentaron a un concurso en 1859.

María José Navarro Bometón[ii] ha estudiado éste asunto y señala que dos tipos de factores influyeron en el proyecto madrileño: de índole social, reclamando un lugar adecuado, y los avances médicos y científicos para una obra que tenía valor terapéutico. Los teóricos franceses, ya desde Pinel[iii], recabaron las directrices de la psiquiatría, pues la evolución de esta insistía en la morfología de las plantas y las clasificaciones nosológicas (variedad de enfermedades). El gobierno español quiso para el manicomio-modelo que fuese decoroso, al igual que otros cinco que se pensaban para otras tantas provincias, manicomios que, a la vez, serían escuelas de formación para futuros especialistas.

Pero tan buenas intenciones no se cumplieron en realidad, empleándose un viejo palacete en Leganés que se encontraba en pésimas condiciones. En todo caso se produjo el concurso, surgieron las polémicas y se habló mucho de seguridad e higiene. El médico de Cámara de Isabel II, Pedro María Rubio –sigue diciendo Navarro Bometón- había visitado en 1845 un hospital en Zaragoza y le causó una deplorable impresión. Fue el principio de una serie de planes médicos e higiénicos, se llevó a cabo una estadística de dementes y hubo otras varias reuniones.

Las condiciones que se impusieron para los concursantes a ejecutar el manicomio-modelo fueron que el edificio fuese sencillo y elegante a un tiempo, su distribución, metódica y regular y que “nada revele ni excite la idea de reclusión”. Por Real Decreto en 1846 se nombró una Comisión que se ocupó de elegir el terreno, uno de cuyos miembros fue Aníbal Álvarez Bouquel[iv], que tendría una gran influencia en los trabajos; por su parte, las demandas de Rubio se atendieron con una Ley de Beneficencia en 1849, que preveía un manicomio en cada provincia, y se redactó un Reglamento en 1852 donde se dijo que el manicomio de Madrid se instalaría en el antiguo palacete de los duques de Medinaceli, en Leganés. Allí se inauguró, en 1854, la Casa de Dementes de Santa Isabel, pero esto nada tenía que ver con las pretensiones de Rubio: la situación no era la adecuada y ni siquiera contaba con agua potable.

Volviendo al proyecto del manicomio-modelo, debía albergar a quinientos enfermos y tener instalaciones para los trabajadores y sirvientes, debía constar de una sección para hombres y otra para mujeres y, dentro de cada sección, habría subdivisiones para “pensionistas” (de primera y segunda clase), pobres (adultos, viejos, niños y detenidos judicialmente), “tranquilos” y para “agitados y sucios”. El edificio debía constar de entrada principal, cementerio, laboratorios, talleres, baños, oficinas, farmacia y almacenes.

Ocho trabajos se presentaron al concurso para ser seleccionado uno, lo que no ocurrió hasta 1860, siendo elegido el que llevaba el nombre de “Perseverancia”. Otro, cuyo nombre era “Toda casa de enagenados…” (sic) contemplaba una tahona y un matadero. La planta baja de esta última propuesta era simétrica, dividida cada una de las dos partes por un pasillo y compartimentos a cada lado.

Uno de los que participaron en la selección del proyecto fue Amador de los Ríos[v], arqueólogo e historiador, formando parte de una Comisión de la Real Academia que opinó sobre la especificidad y novedad de los hospitales en España; uno de los proyectos fue rechazado por la excesiva vegetación que se preveía en cada uno de los patios, “nociva para la salud de los dementes”, pero también se rechazó por el uso de determinados materiales y por la ostentosa ornamentación que pretendía, “un delirio de imaginación injustificable”.

No dejó de haber polémica en la opinión pública, aunque los que participaron en ella, sobre todo, fueron arquitectos, si bien algunas opiniones se vertieron anónimamente, particularmente uno que se calificó de “frenópata”, nombre antiguo para referirse a los psiquiatras. El ganador, autor de la propuesta “Perseverancia”, fue el arquitecto Cristóbal Lecumberri Gandarias (1819-1882), que se había formado en Francia, especializándose luego en arquitectura hospitalaria. En 1863 fue nombrado, junto a Concepción Arenal, visitador de prisiones, y publicó varios estudios sobre colonias agrícolas y escuelas de reforma para jóvenes. Su proyecto fue exhibido en la Exposición Internacional de Londres de 1862.

La obra de Lecumberri comprendía dos partes simétricas a partir de un cuerpo central, una capilla y las dependencias de servicios generales, con espacios muy amplios. Reunía las condiciones de luz y zonas ajardinadas, a lo que contribuyó la ubicación algo elevada del edificio y, separadamente, el arquitecto incluyó una alquería para enfermos masculinos.

Las autoridades habían comprado la Dehesa de Amaniel (hoy Dehesa de la Villa, en la Ciudad Universitaria), con una superficie de casi 980.000 m2., pero no se llevó a cabo tal manicomio-modelo y, años más tarde, el arquitecto Grases Riera puso todo su empeño en construir un manicomio y centro asistencial en la finca de Vista Alegre, en el entonces municipio de Carabanchel, lo que se llevaría a cabo por el doctor Esquerdo, que adquirió una finca junto a las huertas del arroyo Luche[vi] (muy cerca de la actual estación de metro de Aluche.


[i] 1782-1867, profesor de historia y del arte.

[ii] “La Academia y el concurso de un manicomio modelo (1859)”.

[iii] Philippe Pinel (1745-1826), médico psiquiatra partidario de un gran rigor en el método de estudio de los enfermos mentales.

[iv] Nacido en Roma en 1809 falleció en Madrid en 1870, siendo un arquitecto y teórico de la arquitectura.

[v] Nacido en Baena (Córdoba) en 1816, falleció en Sevilla en 1878.

[vi] Afluente del Manzanares, dio nombre al barrio de Aluche. 

En la ilustración, el manicomio de Leganés en el siglo XIX (juanmalcala.es/historia/el-manicomio-de-leganes/).

lunes, 18 de noviembre de 2019

Historia e imagen en el sur de América

"Entrevista del Gobernador..." (*)

Los países necesitan perfilar una historia distintiva –dice Gutiérrez Viñuales- y para ello crean mitos, falsean la realidad y producen obras con dicho fin. Surgió en los países de América la necesidad de la construcción de un imaginario visual donde se relatasen epopeyas e hitos relevantes, y las ilustraciones fueron un elemento sustancial en este asunto. En el caso de Argentina, estudiado por al autor citado, a finales del siglo XIX la mayoría de los habitantes urbanos eran inmigrantes, lo que resulta paradójico.

Gutiérrez Viñuales dice que a partir de 1775, cuando Tomás Cabrera pinta la “Entrevista del Gobernador Don Tomás Matorras con el Cacique Paykín en el Chaco” (1774) comienza en Argentina una línea pictórica historicista que se irá consolidando con el tiempo. El cacique era reconocido como jefe por una serie de pueblos en la región de Salta que tenían una permanente lucha con otros pueblos dirigidos por Ichoalay (el motivo era la posesión de los caballos cimarrones del Chaco). Matorras visitó al cacique para pacificar esa zona.

Posteriormente, numerosos artistas formaron un “variado mosaico” entre los que se encuentran Juan Manuel Blanes, Cándido López, Benjamín Franklin y Julio Fernández Villanueva. Blanes fue un importante pintor de historia siendo de nacionalidad uruguaya, comenzando por pintar escenas de guerra, dos de gran tamaño sobre Caseros, lugar donde se enfrentaron el ejército de la Confederación Argentina (Rosas), derrotado por fuerzas de Brasil y Uruguay, así como algunas provincias argentinas (el uruguayo Urquiza). También pintó otras escenas como la de Pago Largo[i] (1839), Laguna Limpia[ii] (1846), Vences[iii] (1847), Don Cristóbal[iv] (1840) e India Muerta[v] (1845).

Blanes también pintó cuadros de historia para Uruguay y para Chile, por ejemplo “El asesinato del General Flores”. El personaje fue presidente de Uruguay en dos ocasiones, siendo asesinado en condiciones no aclaradas y, posteriormente, una de las provincias llevó su apellido. Blanes trabajó también en su taller de Montevideo, donde intentó plasmar de la forma más fiel los símbolos del pasado, lo que se observa particularmente en su obra “La batalla de Sarandí”, iniciada en Florencia hacia 1880, lucha producida en 1825 entre el ejército independentista del futuro Uruguay y el de Brasil, venciendo el primero.

Contrariamente a Blanes –dice Gutiérrez Viñales- que había estudiado en Europa y en América, Cándido López era “un hombre de pueblo” con escasos estudios. Documentó en su obra la guerra de la Triple Alianza (1865-1870) que enfrentó a los ejércitos de Argentina, Brasil y Uruguay al de Paraguay[vi]. Pintó una escena de la batalla de Curupaytí con su mano izquierda, pues la derecha le había quedado inútil participando en dicha guerra, lo que le impresionó para dedicarse a este tipo de tema en sus obras. Esta batalla se inició con el bombardeo del ejército brasileño de las fortificaciones paraguayas, pero el ejército paraguayo se defendió bien, siendo favorable a él.

Luego pintó una serie de obras entre las que está la toma de Uruguayana, donde muestra un gran estudio de los detalles más nimios. La provincia de Uruguayana, entre Brasil, Argentina y Uruguay, fue reivindicada por unos y otros, pero definitivamente quedó bajo soberanía brasileña. Cándido López entra en los pormenores del paisaje y es muy fiel a los trajes y armas utilizados por los contendientes.

Pero también hubo otros pintores que reflejaron escenas de la guerra del Paraguay, como el español Francisco Fortuny (aunque algunos le consideran argentino) y el suizo Adolfo Methfessel, siendo este último el que más contribuyó, de los dos, a formar el imaginario del interior de Argentina.

Benjamín Franklin Rawson, nacido en San Juan (Argentina) en 1819, ha sido considerado un precursor de la pintura que aquí tratamos, y es el más importante pintor de historia de la región cuyana, en el noroeste de Argentina. Trasladado a Buenos Aires (1856), expuso su “Salvamento operado en la cordillera por el joven Sarmiento”[vii] (1855), hoy en el museo de Luján, al norte de la provincia de Buenos Aires.

Julio Fernández Villanueva, pintor de batallas, realizó algunos estudios en París, y tras él es larga la lista de los artistas, extranjeros la mayoría, que cultivaron la pintura de historia. A finales del siglo XIX algunos artistas argentinos y extranjeros se dispusieron a recrear escenas del pasado histórico del cono sur latinoamericano, particularmente los hechos de armas de la “conquista del desierto”, y así se llegó al año 1893, cuando se dio el apogeo del arte plástico en el área geográfica citada.



[i] Enfrentamiento entre el ejército de Entre Ríos y el de Corrientes.
[ii] Esta batalla se inscribe en las guerras civiles en Argentina. El ejército de Entre Ríos venció al de Corrientes.
[iii] Batalla entre el ejército de Entre Ríos  y el de Corrientes, con victoria para el primero que perseguía una Argentina federal.
[iv] También en el contexto de las guerras civiles de Argentina entre el ejército de Entre Ríos y el de Corrientes.
[v] Entre los partidarios del presidente de Uruguay, Manuel Oribe y el caudillo Fructuoso Rivera, derrotado.
[vi] El origen estuvo en los conflictos fronterizos con Paraguay, luego intervino la diplomacia británica pero los motivos de la guerra se complicaron a lo largo de la misma.
[vii] Una parte del ejército derrotado en Rodeo del Medio, al norte de la provincia argentina de Mendoza, que había quedado atrapado en la montaña por la nieve, fue auxiliado por el personaje de nombre Sarmiento.
(*) "Entrevista del Gobernador Don Tomás Matorras con el Cacique Paykín en el Chaco", Tomás Cabrera, 1775.

sábado, 9 de febrero de 2019

De las misiones al caudillo Jatñil

Grabado tomado de Grau Erectus

En la parte más occidental de la frontera entre México y Estados Unidos se encuentra el territorio de los asentamientos indígenas kamiai. El curso bajo del río Colorado se encuentra al este de dicho territorio, en cuyo extremo norte está el mar Saltón, en el sur la población mexicana de Ensenada y la antigua misión de Santo Tomás.

Otras misiones son las de San Miguel Arcángel,  Guadalupe, San Diego de Alcalá, San Vicente Ferrer, Santa Catalina, El Descanso, San Pedro y San Pablo Bicuñer, fundada esta en 1781. Dos fueron las órdenes religiosas que actuaron en estas misiones, franciscanos y dominicos, estos en la baja California, y fueron los kamiai los que más muertes violentas causaron a los religiosos. A diferencia de otros indígenas, lucharon más años en contra de la ocupación novohispana y mexicana, desde la fundación de San Diego en 1769 hasta la destrucción de Santa Catalina en 1840. En el siglo XIX aún existían comunidades indígenas en la parte más occidental y central del territorio, tanto mexicano como estadounidense. Los kamiai disponían de una gran extensión territorial, teniendo su límite al norte del río San Dieguito, algo más de diez mil kilómetros cuadrados, bastante más que otras etnias circundantes.

El paisaje en torno a la misión de Santo Tomás es semidesértico con palmeras, pero también otra vegetación; fue fundada a finales del siglo XVIII por José Loriente y Juan Crisóstomo Gómez, ambos dominicos, siendo la última en ser abandonada a mediados del siglo XIX. La misión de San Miguel Arcángel todavía conserva la iglesia con una alta espadaña y cinco campanas, un coro alto y formas barrocas indigenizadas por el colorido, el patio porticado y una fuente; fue fundada por Fermín Francisco de Lasuén en 1797.

La misión de Guadalupe, la que se encuentra más al norte, pero en territorio mexicano, fue fundada también a finales del siglo XVIII, cuando el sistema fundacional estaba tocando a su fin con los procesos de independencia de Iberoamérica y la secularización que caracterizó al siglo XIX. Las primeras noticias de los kamiai de la costa son de la expedición de Rivera y Moncada[i] en 1769, escribiendo el franciscano Crespí sobre la belicosidad de los kaimiai, y en una segunda expedición el padre Serra tuvo una impresión totalmente distinta de estos indígenas. Lo cierto es que en 1787 convocaron a cincuenta rancherías para atacar a los novohispanos, aunque estos pudieron sofocar la rebelión.

David Andrés Zárate Loperena[ii] ha estudiado la actividad del jefe indígena Jatñil, el cual luchó al lado de los soldados mexicanos por la pacificación que entonces todavía se consideraba “frontera” de la civilización occidental. El conocimiento de Jatñil se debe, sobre todo, a la tradición oral, recogida por Clemente Rojo, subjefe político, y a Ros Mishkwish. También han aportado información al autor citado Calista Tenjil, que describe a Jatñil como un hombre enorme y muy fuerte.

Jatñil comandaba a todos los indios de un vasto territorio hasta donde se encontraban los curapá, viviendo, al parecer, noventa años. Entre los kamiai cuando un indígena fallecía no se volvía a pronunciar su nombre, porque si se hacía, su espíritu no encontraba sosiego y regresaría a importunar a sus familiares.

El primer trabajo sobre Jatñil –dice Zárate Loperena- se basó en las noticias etnográficas que la historiadora norteamericana Florence Shipeck obtuvo de la indígena Delfina Cuero. Cuando México ya era independiente de la monarquía española, le quedaba mucho para ordenar el territorio de acuerdo con las pautas de un estado moderno, existiendo centros de oposición a dicho estado, que a la postre estaba en manos de criollos y no de indígenas. En torno a 1837 destaca el teniente Macedonio González, sucesor de otros en el control de la “frontera” de la que venimos hablando. Con motivo de una derrota sufrida por Macedonio González, Jatñil vino en su auxilio y le salvó la vida, además de la de otros veinticinco soldados. El episodio es resultado de un levantamiento indígena en Jacumé[iii] (1836), que tuvo que sofocar Macedonio González y su tropa, a la que se unió con sus hombres Jatñil.

Este debió de nacer a finales del siglo XVIII, participando de la educación que los padres daban a sus hijos, bastante esmerada en cuanto al comportamiento que debían seguir con los visitantes, las obligaciones y el bautizo, que solía ser a los siete u ocho años de edad, a partir de cuyo acto recibían el nombre por el que debían ser conocidos, se les consideraba seres humanos y empezaban en las actividades de recolección y preparación de alimentos junto a las mujeres. A partir de los nueve o diez años se iniciaban en la caza y la guerra.

Durante la primera década del siglo XIX la resistencia indígena se estableció en las montañas de Santa Catalina, mientras el comandante de la “frontera”, Ruiz Carrillo, realizaba expediciones punitivas. En 1803 se produjeron asesinatos de dominicos de la misión de Santo Tomás y los catecúmenos huyeron a las montañas para, más tarde, refugiarse en el desierto. En realidad, los primeros cuarenta años del siglo fueron de constante inestabilidad, tanto por diferencias interindígenas como por la oposición de parte de ellos a ser sometidos por los españoles o criollos mexicanos.

Durante los años de la independencia de México la situación se calmó algo porque los soldados patriotas no recibían apoyo, armas y caballos suficientes para someter a los indígenas, pero a partir de 1825 se dieron episodios de guerra y crueldad, particularmente por parte de los soldados criollos. Mientras tanto, Jatñil vivió una paradoja, pues no aceptaba el sometimiento a una religión que le resultaba extraña pero colaboró –al parecer por recomendación de su padre- con el régimen criollo, considerando que era el que tenía futuro. El padre Félix Caballero, en 1834, fundó una misión en Guadalupe auxiliado por Jatñil, trayéndose todo el ganado que pudo conseguir de los ranchos aledaños.

Por su parte, los indígenas lo que querían es que se les reintegrasen sus tierras, que estuvieron a salvo mientras dominicos y franciscanos les habían tutelado, pero no ya cuando, en el proceso de formación del estado mexicano, los rancheros se habían hecho propietarios de ellas por la fuerza. En cierta ocasión Jatñil se vio obligado a replegarse con su gente hacia la costa, dejando el siguiente testimonio: me retiré de la sierra a la costa, porque eran muchísimos los enemigos que allí podían alcanzarme.

En relación al trato que recibieron los indígenas por los rancheros, Clemente Rojo ha dejado el siguiente testimonio: los indios de las reducciones misionales de la frontera vivían sin libertad, privados de todos los goces de la vida y obligados a trabajar por la fuerza sin recompensa alguna [una vez que estas misiones ya no estaban en manos de los frailes sino bajo el control de los rancheros]. El mismo Jatñil fue apresado para ser reducido al cristianismo: me alcanzaron y arrastraron un largo trecho, estropeándome mucho con las ramas… me amarraron los brazos para atrás y me llevaron por delante a la misión de San Miguel haciéndome andar casi a la carrera para igualar el trote de sus caballos… Jatñil fue encerrado con el fin de que aceptase el cristianismo: un día me echaron agua en la cabeza y me dieron a comer sal, y con esto me dijo el intérprete que ya era cristiano.

Pero Jatñil consiguió huir, fue capturado por soldados, y recibiendo golpes perdió el conocimiento, de forma que cuando estuvo en condiciones decidió escapar de nuevo, estando dos meses después atacando la misión de Guadalupe y deshaciéndose de una vez por todas de los que le obligaban a lo que él no quería: sin acordarse de mis servicios y de todos nuestros trabajos… comenzó a bautizar por la fuerza… Esto me dio mucho coraje… Entre 1839 y 1840 se produjo el ataque de Jatñil a la misión de Guadalupe y Caballo Negro. Jatñil entró en la iglesia preguntando por el padre Caballero: busco al padre porque está bautizando a fuerza a la gente de mi tribu para esclavizarla, pero como no diera con él, el jefe kamiai se retiró y regresó a la sierra.

Luego siguieron más guerras intertribales mientras en las siguientes décadas Jatñil continuó auxiliando al ejército mexicano en la persecución de los alzados y transgresores de la ley, dice Zárate Loperena. Un indígena que no acepta le fuercen a una religión que no es la suya pero que, viviendo en el tránsito de un mundo a otro, se ofrece a colaborar con el ejército para “pacificar” aquella apartada región respecto del altiplano.



[i] Nacido quizá en 1725, murió en 1781. Militar que participó en expediciones en la baja y alta California, llegando a ser gobernador durante tres o cuatro años.
[ii] “Nñait Jatñil, soy Caballo Negro”.
[iii] Hoy está construida una alta valla metálica de acuerdo con la política de contención de inmigrantes iberoamericanos hacia Estados Unidos.

martes, 17 de octubre de 2017

El clero y la independencia de la América española


Imagen antigua de Quito

Debido al patronato, la jerarquía eclesiástica americana tenía su centro en Madrid y no en Roma y España presionó al papa para que dicha Iglesia no fuese reconocida como independiente de España durante el proceso de emancipación de las futuras repúblicas hispanas. Pero los nuevos estados americanos reivindicaron el patronato como inherente a la soberanía (regalismo) participando el clero en las luchas de independencia y en la políticas de los nuevos estados. Las leyes civiles dictadas contra el clero regular en América desconectó a este de sus jerarquías en España, bajando los efectivos de los dos cleros, en 25 años, entre un 35 y un 60%.

La primera revolución de Quito (1810-12), por ejemplo, estuvo bajo la dirección del obispo y del clero, y se convirtió en una guerra de religión en la que aquellos combatieron a los realistas españoles y a los criollos por la fe católica. Por su parte, un tercio de los revolucionarios eran miembros del clero y cerca de la mitad de los eclesiásticos de la Audiencia de Quito participaron directamente en el movimiento. En la independencia de Ecuador se estima que participaron 114 clérigos activamente (de un total de 224), entre ellos 18 capitanes y 13 encargados de la intendencia. A la cabeza de la Junta gubernativa, el obispo José Cuero y Caicedo alentó a las tropas, excomulgó a los opositores y condenó a los indecisos, firmando en 1812 como Presidente del Estado de Quito: “nosotros los obispos somos quienes independientemente de todo otro poder, debemos dirigir, gobernar y regular”[1].

Cuando en noviembre de 1812 el Presidente Montes entra en la ciudad, los miembros del clero fueron los últimos en entregar las armas y diez de ellos fueron estigmatizados como feroces sanguinarios, habiendo liderado los batallones populares, mercedarios, agustinos y franciscanos.

En la misma época está en Venezuela el arzobispo de Caracas Coll y Prat: cuando triunfó la revolución se sometió a las nuevas autoridades, pero en 1812 se acogió con entusiasmo a la reacción realista del oficial Monteverde; en 1813, con Bolívar en Caracas, se adhiere a él pero en 1814, al sucumbir la revolución, se vuelve legitimista y Morillo decide enviarlo a España, en 1816, para que rinda cuentas. Esta actitud cambiante fue seguida por muchos miembros del clero, tanto de arriba como de abajo.

La legislación anticlerical del “trienio” en España hizo que el arzobispo de México declarara muerto el patronato y la acción del clero, entre 1810 y 1822, prueba su responsabilidad directa en la independencia; incluso puede que haya inspirado el Plan de Iguala[2]. Toda la jerarquía, salvo el obispo criollo de Durango, y en menor grado el arzobispo de México, se volcó en la independencia en la que ya estaba comprometido parte del clero bajo desde 1810; incluso Iturbide fue consagrado emperador en 1822 por el arzobispo de Guadalajara.

Parece que el clero peruano fue el más antirrevolucionario, pues la ausencia casi total de mestizos e indios en el clero, así como su exclusión de los cargos de autoridad dentro de la Iglesia oficial, tuvo como consecuencia el desarrollo de una “religiosidad popular” manifiesta en una iglesia paralela con su propia jerarquía indígena y sus propios símbolos. El único obispo peruano que apoyó la lucha por la independencia fue el de Cuzco, Pérez Armendáriz (criollo). La riqueza de la Iglesia peruana al estallar las guerras de independencia se resume en los siguientes datos: de los 3.941 edificios existentes en Lima, 1135 pertenecían al clero, mayormente al diocesano (las órdenes religiosas solo disponían de 157)[3]. El episcopado de la Gran Colombia, sin embargo, modificó su actitud a favor de la independencia en torno a 1821, pero la oposición de los obispos acompañó a los avatares políticos en España, según existiese aquí un régimen liberal o absolutista (en este caso partidarios de la lealtad al rey). En el bajo clero los partidarios de la independencia fueron más, entre otras razones por su mayor contacto con la sociedad americana e independencia con respecto al rey. En las zonas de alta densidad de población (Cundinamarca, Boyacá, Nariño, Tolima y Huila) el influjo de la Iglesia fue mayor, pues el cristianismo sirvió al indio de elemento de reconciliación con su posición inferior en la nueva sociedad que se estaba gestando, pero menor en la zona antiguamente esclavista (Gran Cauca, Costas y Chocó), lo que fue debido a un régimen de evangelización deficiente, tratándose de zonas alejadas de ciudades, en minas y haciendas. Donde la población hispana se hizo dueña de tierras, constituyendo la clase media (Santander) el influjo eclesiástico fue pequeño

En este momento existían en Nueva España diez obispados, incluidas Texas y la Alta California, atendidas por franciscanos. Esta Iglesia era rica y aumentaba su propiedad de tierras: el decreto de 1798, que solo se ejecutó a partir de 1804, y que ordenaba el traslado a las arcas del Estado del valor de todos los bienes raíces y los capitales de obras pías, capellanías, colegios, hospitales, cofradías y demás lugares piadosos, reveló que casi las tres cuartas partes de la producción total de Nueva España estaba bajo la administración de la Iglesia. Los clérigos que disfrutaban de capellanías y la población humilde, que se beneficiaba de los hospitales, fueron quienes más padecieron estas medidas. Es más, al denunciar el clero las desigualdades sociales, la población rural se acercó a él y no es extraño que los principales líderes de la revolución de 1810 fuesen clérigos. Desde 1824 hubo en México una agrupación liberal anticlerical cuyos principales dirigentes eran sacerdotes católicos: Servando Teresa de Mier, Miguel Ramos Arizpe y José Luis Mora, además de Lorenzo de Zavala y Gómez Farias.

En Guadalajara, Hidalgo abolió la esclavitud, derogó las leyes de los tributos y suprimió los estancos reales. En 1810 dictó el decreto de retribución de tierras a los indios y Morelos dio un bando aboliendo las castas y la esclavitud, así como el pago de tributos. Su ejército debía decomisar a los ricos el dinero y los bienes reales y repartir tales fondos para la caja militar y para los pobres… mientras tanto los obispos excomulgaba a los insurgentes.

Los acontecimientos en Guatemala y Nicaragua estuvieron en contacto con Hidalgo y Morelos, y también los cleros tuvieron mucho que ver con la independencia de Centroamérica. En la década de 1820 se produjo en Guatemala la primera revolución liberal de toda Centroamérica y la reforma anticlerical más drástica de las realizadas en toda Latinoamérica. Otro caso de Iglesia rica fue Honduras: aquí el clero liberal era regalista, mientras que el clero conservador defendía la independencia respecto al Estado, pero conservando la Iglesia fueros y privilegios. Una parte de Honduras (Comayagua) solo aceptó la independencia uniéndose a México y siendo el nuevo estado regido por un miembro de la familia real española o por el propio Fernando VII, mientras que la región influida por Tegucigalpa fue declaradamente independentista. En Costa Rica la pobreza y el aislamiento que se arrastraba desde la época colonial, hizo a la población adoptar una actitud recelosa ante lo que sucedía en otras naciones.

De todas las provincias americanas, las de la Plata fueron las que lograron mayor éxito en mantener la independencia política respecto de la Corona española después de 1810, pues el clero se solidarizó con los independentistas rápidamente. Este clero tenía una formación superior a la media y la región estaba marginada (eclesiásticamente) con respecto a otros centros

Económicamente, la independencia significó una gran pérdida para la Iglesia; el clero regalista contribuyó a la causa de Fernando VII enviando joyas y plata a España; en dirección inversa, el clero patriota también contribuyó, y además perdió el servicio personal de los indios por disposiciones gubernamentales, y por lo tanto una de sus fuentes de ingresos. Los gobiernos liberales posteriores aplicaron medidas más o menos anticlericales (no antirreligiosas), pero según Carbia[4] la incautación por el Estado de los bienes de la Iglesia sirvió para beneficio de la propia Iglesia. Las guerras civiles hicieron el resto.


[1] “La Iglesia católica en la América independiente (s. XIX)”, Rosa María Martínez de Codes, Edit. Mapfre, 1992.
[2] De la Fuente, “Historia de España”, Madrid, 1873-75.
[3] C. Pereyra, “Historia de la América Española: Perú y Bolivia”, VII, Madrid, 1925.
[4] Rómulo D. Carbia (1885-1944), nacido en Buenos Aires.