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lunes, 8 de mayo de 2023

Ser viejo antiguamente

 


Antiguamente se identificaba ancianidad con enfermedad, y Alfonso López-Pulido[i] señala que Aristóteles consideraba la enfermedad como una vejez accidental y la vejez una enfermedad natural. También se ha supuesto que la enfermedad “es una especie de adherencia material que se sobrepone al cuerpo”.

Entre los antiguos griegos hay que esperar a la época helenística para que se represente a ancianos en esculturas, siendo las estatuas anteriores de jóvenes atletas, hermosas mujeres, etc. Hipócrates[ii], a quienes los médicos tienen como el fundador de su profesión, desarrolló una teoría sobre el envejecimiento, defendiendo que era consecuencia de la evolución natural, de índole física e irreversible. Lo contrario defendían los que veían que los ancianos tenían ciertas enfermedades que raramente se daban en quienes no lo eran: luxaciones de la vértebras, asma, ascárides, satiriasis, pleuresías, diarreas crónicas, etc.

Galeno fue uno de los que identificó ancianidad y enfermedad en el siglo II d. C., explicando que “el propio proceso de envejecimiento provoca un deteriro funcional a nivel fisiológico”. En época cristiana no se tendrá especial atención a los viejos, viéndose a estos como una consecuencia del pecado; la misma Iglesia prestó poca atención a los monjes ancianos en un primer momento, pero durante la Edad Media europea los viejos pasaron a depender de la voluntad de su familia o engrosaron el grupo de los indigentes[iii]; también se ve a partir del siglo VI que una minoría de ancianos ricos ingresaron en los monasterios para vivir tranquilamente y garantizar su salvación eterna. En siglos posteriores los monasterios contaron con alojamientos para ancianos, y la vejez se identificó con el cese de la actividad y la ruptura con el mundo.

Los pobres no tenían posibilidad de retiro voluntario y trabajaban hasta que sus fuerzas se lo permitían, si bien han existido enfermerías en los monasterios medievales, hospitales (generalmente asociados a San Juan de Dios), y los señores solían mantener a sus viejos trabajadores agrícolas, lo cual se comprende porque no se alcanzaban edades muy avanzadas.

Según Mari Paz Ortega y sus colaboradoras, a partir del siglo XI la situación empieza a cambiar, en parte debido a las mejoras económicas, y el desarrollo urbano ofreció nuevas posibilidades por medio de sus actividades específicas. Téngase en cuenta que cuando se extendía una enfermedad infecciosa, las puertas de las ciudades se cerraban y sus vecinos quedaban más protegidos que los del campo. Aquellos que se dedicaron al comercio y que pudieron acumular alguna riqueza, ven su vejez con más comodidad que los campesinos dependientes o los que tenían una economía de subsistencia.

La proporción de personas ancianas aumentó bruscamente a partir de mediados del siglo XIV, lo que trajo un cambio en la mentalidad y en la estructura de la sociedad. La desintegración parcial de la familia producida por los estragos de la peste, provocó un reagrupamiento de los supervivientes en familias amplias, incluso en comunidades, que permitían la supervivencia de otra forma imposible o más difícil[iv]. Entonces hay un cambio en la visión de la vejez: los ancianos pasan a ser vínculo entre generaciones, escriben crónicas si saben hacerlo o transmitiendo el saber oralmente.

La Iglesia otorgó entonces autoridad moral a los viejos en materia religiosa, y aumentan los matrimonios en segundas nupcias, generalmente de hombres ancianos con mujeres jóvenes. La mortalidad femenina era altísima, sobre todo a causa de la maternidad, y los viejos con posibilidades económicas encontraron una salida a su situación que también beneficiaba las mujeres candidatas al casamiento (eran tiempos de pocas contemplaciones; lo que interesaba era garantizar el alimento y la seguridad).

En otras ocasiones fueron instituciones religiosas las que atendieron a los ancianos, sobre todo mujeres que, viejas, solas y pobres, representaban el estrato más bajo de la sociedad. Las cosas siguieron cambiando en la Edad Moderna (hablamos de Europa), pues el Renacimiento exaltó los valores de la juventud, que se intenta prolongar a través de la medicina, la magia, la alquimia, la religión y la filosofía.  

Se vuelve a tener una opinión negativa de la vejez, por lo menos en las obras escritas: Erasmo, inspirado en autores griegos y romanos, hizo una despiadada cita de la vejez en su obra “Elogio de la locura”, por más que se trata de un libro extraordinario en calidad, enalteciendo la ignorancia portadora de felicidad frente a los que saben, burlándose de filósofos, teólogos, gramáticos, alto clero, etc. Poco a poco se va haciendo más común la atención a la propia familia (sobre todo entre las clases pudientes), mientras que otros siguieron el camino del retiro monástico.


[i] “La vejez como enfermedad: un tópico acuñado en la Antigüedad clásica”.

[ii] Siglos V-IV a. C.

[iii] Mari Paz Martínez Ortega, María Luz Polo Luque y Beatriz Carrasco Fernández, “Visión histórica del concepto de vejez desde la Edad Media”.

[iv] Ver nota iii.

Ilustración en La Vanguardia: "Anciano" de Ulpiano Checa.

jueves, 16 de marzo de 2023

Inscripciones en las rocas de Behistún

                                              Rocas de Behistún (asiahistoria.blogspot.com)

Que un rey acceda al trono mediante la violencia o la deposición de su predecesor es algo común a lo largo de la historia. En la España goda, Sisenando destronó a Suintila, que a su vez sería destronado para dar ocasión al reinado de Chintila; el rey Wamba tuvo que retirarse a un monasterio en Pampliega (actual provincia de Burgos) ante las rebeliones que no pudo sofocar.

Otro tanto ocurrió en los pequeños reinos taifas de al-Andalus, donde solo unas pocas dinastías consiguieron tener continuidad a lo largo del siglo XI y posteriores. En la Castilla del siglo XIV el pretendiente Enrique quitó de en medio a su hermano Pedro I sin reparar para ello en una guerra civil. El conde de Barcelona, Guillermo de Septimania, usurpó los condados de su padre en Gotia y Septimania (s. IX).

En relación al Imperio romano, Vitelio se hizo emperador usurpando el poder a Otón; Macrino usurpó el trono a Caracalla, y a partir de Heliogábalo (s. III) se suceden los asesinatos de emperadores romanos para ser sustituidos por otros que, a su vez, fueron también asesinados, gobernando muchos de ellos pocos años o meses.

El emperador aqueménida Darío fue también un usurpador del trono persa, y para ello se valió de la acusación de que Gaumata era también usurpador del trono. Pero Darío I tuvo un largo y fructífero reinado (522-485). Todo arranca de una pretendida legitimidad por ser descendiente de un personaje de cuya historicidad no se asegura nada (Aquemenes). Una vez asentado en el poder, Darío mandó inscribir en las rocas de Behistún, al noroeste de Irán, un texto donde se tituló rey de reyes y Gran Rey, y a continuación cita a todos aquellos de los que se considera descendiente. “Desde hace mucho tiempo hemos sido nobles” –dice- y desde hacía mucho tiempo su pretendida dinastía había ejercido la realeza. Él se considera el noveno rey de la dinastía aqueménida, y habla inspirado por el dios Ahura Mazda, gobernando sobre Persia, Elam, Babilonia, Asiria, Arabia, Egipto, Sardes, Jonia, Media, Urartu, Armenia, Capadocia, Escitia, Sattagidia, Aracosia y Maka.

Por voluntad de Ahura Mazda –dejó escrito en la roca- los habitantes de todos esos territorios “me entregan un tributo”. Sigue la inscripción hablando de la usurpación de Gaumata, a quien Darío quitó de en medio, pues le acusó de haberle arrebatado el trono a Cambises[i]. Ralata cómo Gaumata hizo suyas Persia, Media, Babilonia y otras regiones, y no habiendo nadie que le pudiese hacer frente, pues “el pueblo le temía enormemente”, hasta que “llegué yo [que] rogué a Ahura Mazda”, que le proporcionó ayuda. “Yo maté a ese Gaumata el Mago”, arrebatándole la realeza, restauró la realeza –dice- que Gaumata había arrebatado a su familia; y luego sigue diciendo: “Devolví al pueblo los bienes, los rebaños, los sirvientes y las haciendas que Gaumata el Mago les había arrebatado”.

Por último relata las gestas que se atribuye: “Tú que en el futuro leas esta inscripción, deja que lo que afirmo te convenza. No lo consideres una mentira… por voluntad de Ahura Mazda, muchos más hechos llevé a cabo que no han sido recogidos en esta inscripción. No figuran por esta razón, no sea que a quienes en el futuro lean la inscripción de mis hechos estos les parezcan excesivos, no les convenzan y los juzguen falsos”.

Y en una inscripción de Naqsh-i-Rustam, muchos siglos más tarde, Shapur I, rey persa sasánida, dejó escrito: “Yo… rey de los reyes de Irán y de las tierras no iranias, cuyo linaje procede de dioses… adorador de la divinidad de Ahura Mazda… soy gobernante de Eranshar, y domino las tierras de Persia, Partia, Kuzistán, Mesene, Asiria, Adiabene, Arabia, Azerbayán, Armenia, Georgia, Segán, Albania, Balasakán hasta las montañas del Cáucaso…”, y sigue diciendo que a todos los habitantes de estos territorios los ha convertido en tributarios. Luego alude al emperador romano, con el que mantenía conflictos fronterizos, diciendo que el César Gordiano levantó en todo el Imperio romano una fuerza desde los reinos godos y gernamos (Hispania y el Rin) y marchó sobre Babilonia contra el Imperio de Irán. Es sabido que en la batalla subsiguiente el César Gordiano fue muerto…

Habían pasado ochocientos años entre Darío I y Shapor I, pero los pueblos iranios seguían con la misma propaganda, con la misma pretendida legitimidad, igual que los emperadores romanos en su lucha por mantener bajo su dominio Mesopotamia, muchas veces límite del Imperio romano y los imperios iranios. Daba igual que el acceso al trono del antiguo Darío I hubiese sido ilegítimo: ¿qué más daba si se había impuesto y construido un Estado que duraría hasta el siglo IV antes de Cristo? Los partos luego y los sasánindas después, herederos de aquella legitimidad impostada, se sintieron herederos de ella, y gobernaron hasta que el expansionsimo árabo-islámico, en el siglo VII, cambió el signo de los tiempos.



[i] Cambises II, que había sido rey de Persia entre desde 530, hijo de Ciro II.

miércoles, 15 de marzo de 2023

Las razones de Sócrates

 

                                 Ágora romana de Atenas (guiagrecia.com/atenas/agora-romana)

Dice Antonio Tovar[i] que el juicio de Sócrates fue como un verdadero palo de ciego que el pueblo de Atenas descargó en un momento de atroz nerviosismo. En ese justo momento en que llega al juicio supremo, contra el maestro no hay en Atenas sino una persona suficientemente fresca y vital, capaz de percibir el verdadero camino histórico: el propio Sócrates, que era un representante de las viejas generaciones, criado cuando la democracia no había degenerado aun, ni la nueva cultura había llegado a Atenas, ni la vida se había complicado y modernizado todavía.

El pueblo ateniense, en cambio, estaba demasiado endurecido; la gente acudía a los tribunales y a las asambleas, la que visitaba todos los días el ágora, la que había vivido los horrores de una guerra de casi treinta años, la peste, la derrota y la ocupación extranjera, la humillación y la ruina de la hegemonía marítima. Las ideas nuevas se habían convertido en instrumento de rapiña y de sangre, y se había predicado la soberanía del más fuerte. No importaba que Sócrates hubiese luchado en gloriosas batallas, ni bastaba que toda su vida hubiera sido una continua enseñanza de vitalidad fecunda.

Precisamente porque el pueblo ateniense se había endurecido y carecía de las virtudes de una época más creadora, la protesta resultó dirigida, a ciegas, contra Sócrates. Ya veinticinco años antes el cómico Aristófanes había acumulado sobre el filósofo las faltas de todos. Los poetas comicos –dice Antonio Tovar- con su brocha gorda, resultaron unos pintores adecuados para las entendederas gruesas del pueblo. Se acusó a Sócrates de no creer en los dioses en quienes la ciudad creía, y además se le acusó de corromper a los jóvenes.

Se acusó a Sócrates de asebeia, un crimen por la profanación y burla de los objetos divinos, los dioses del Estado, y es que Sócrates debió de ser un provocador, un librepensador que no se arredró ante nada. Nada dejó escrito y todo lo sabemos gracias a Platón, que como discípulo suyo nos da una versión favorable de su personalidad y obra. Pero lo cierto es que todos los procesos de asebeia se iniciaron en momentos de grave conmoción política y religiosa, y quizá no hubo momento más grave en Atenas que el que siguió a la derrota de 404: se establecieron en el gobierno treinta tiranos y se suspendió la democracia, lo que fueron imposiciones de Esparta, aunque un año más tarde Trasíbulo[ii] la restauró.

Metelo[iii] fue el encargado de presentar la acusación “sirviendo de pantalla a una verdadera conjura”, y como quiera que aquel era muy joven, dijo Sócrates –según Platón- que no sabía cómo teniendo tan corta edad podía acusarle. Pero sometido el filósofo a juicio, hubo métodos legales e ilegales para salvar a Sócrates –según Platón. Descartados los segundos por la voluntad de aquel, solo quedaba confiar “en la habilidad leguleyesca ante el tribunal”. Consistía esta en la referencia a la restablecida democracia, recurrir al llanto y a la compasión, las muestras degradantes de la vejez, la pobreza y todo el arsenal con el que se pretendía enternecer al pueblo.

En un pasaje Sócrates le dice a Hermógenes[iv] que varías veces había intentado preparar su defensa, “pero mi demonio se ha opuesto. Quiere Dios sin duda que yo muera ya”. Y continúa: “no me parece mal la muerte, y ahora, cuando estoy ya llegando a lo peor de la vida, a las cercanías de la muerte, he aquí que las cosas se precipitan, y me hallo con la ocasión de librarme de una vergonzosa decadencia y de adquirir una gran gloria. Ahora viene la vejez: iría perdiendo la vista, el oido, la inteligencia y la memoria, decayendo en todo sin poder ya mejorar en nada, perdería de un golpe cuanto me ha servido de satisfacción. Y además de llegarme con la mayor oportunidad, me toca la muerte mejor y más rápida, y la que hará que vosotros, mis amigos, me echéis íntegramente de menos sin que el recuerdo de una enfermedad ni de las molestias que con ella os diera, enturbie el limpio recuerdo que quiero dejar en vosotros. Además –añade- de que no quiero humillarme ante los jueces ni vivir gracias a su benevolencia. Y finalmente, si me matan injustamente, no me contagiaré de la fealdad de esta injusticia, y no caerá mancha sobre mí”.



[i] “Vida de Sócrates”.

[ii] Vivió entre 455 y 388 aproximadamente. Militar y partidario de la democracia.

[iii] Fue un poeta trágico del siglo V. Al parecer, después de la muerte de Sócrates los atenienses sintieron remordimiento por ello y mataron a Metelo.

[iv] Filósofo del siglo V a. de C. discípulo de Sócrates a quien Platón hace intervenir en una de sus obras.

lunes, 13 de marzo de 2023

Antigüedad y Medievo

 

                                   Porta Nigra de Tréveris (obra de finales del s. II, inconclusa)

Si entendemos por Antigüedad el largo período en que parte de Europa, el norte de África y el oriente próximo (desde la perspectiva de Europa) estuvieron bajo la influencia de la civilización grecolatina, quizá sean los siglos V a. de C. en adelante a los que nos estamos refiriendo para los territorios citados. No parece se pueda aplicar el término “antigüedad” para la parte de Asia influida por las campañas del macedonio Alejandro y sus sucesores, pues el imperio Seleúcida, a finales del siglo II a. de C., no iba más allá de Dura-Europos, a orillas del Éufrates.

En cuanto a Inglaterra, su romanización comenzó en el siglo I de nuestra era, mucho después que los territorios mediterráneos de Europa y África. Además, los pueblos indígenas ofrecieron permanente resistencia a la dominación romana, si bien es cierto que la influencia latina existió, pues el conjunto de calzadas romanas hablan del desarrollo comercial y de las campañas militares, siendo el ejército –como se ha dicho en otras ocasiones- un factor esencial de romanización. Después de la teórica conquista, aún el general Vespasiano tuvo que emplearse en someter a ciertas tribus del oeste que se atrincheraban en sus oppida, y las campañas del general Agrícola culminaron con una gran fortaleza inconclusa[i] que por su envergadura indica las dificultades de la dominación.

Egipto no fue romanizado hasta las últimas décadas del siglo I a. de C., pero llevaba siglos en contacto con la civilizáción griega incluso antes del imperio de los Ptolomeos. Al norte del Sahara, Roma construyó ciudades, extendió su lengua e instituciones, construyó calzadas y explotó las riquezas agrícolas y pesqueras, particularmente en la Mauritania Tingitana. El resto de los territorios romanos son bien conocidos, desde la Galia Bélgica hasta la Dacia.

Antes, la civilización griega se había extendido por el Mediterráneo y el mar Negro, por Siria y Palestina, algunas regiones de Anatolia y el sur de Italia. Posteriormente vendría la época helenística de los imperios, y siglos más tarde mantendría la civilización griega el imperio Bizantino, romanizado y cristianizado.

Ahora bien ¿cuándo podemos decir que toda esa romanidad (civilización grecolatina) decae para dar paso a un estado de cosas notablemente distinto que denominamos Medievo? No parece que sea correcto hablar del siglo V de nuestra era, pues Bizancio aún conquistará el espinazo norte-sur de la península Italiana y algunas regiones del sur de la Ibérica, así como algunos territorios del norte de África. Que los pueblos llamados bárbaros se poseyeran de territorios en Galia, Hispania, Italia y otros en torno al Rin y al Danubio, así como se incursionaran en el imperio Bizantino, donde fueron subsumidos, no quiere decir que el mundo antiguo hubiera desaparecido en el vasto territorio del que venimos hablando. Las oligarquías romanas siguieron compartiendo el poder con los jefes militares germánicos y otros, el latín siguió siendo la lengua de la administración y de la cultura, y en algunos lejanos territorios el obispo Martín de Dumio tuvo que emplearse para que los campesinos dejasen los ritos y creencias religiosas que eran un sincretismo de los dioses indígenas y los romanos.

El cristianismo no parece haber influido en la decadencia de la Antigüedad, pues se acomodó a ella y a los tiempos que la siguieron, pero la irrupción del Islam en el siglo VII sí mermó la influencia bizantina en la parte más oriental de su imperio, y solo un año después de la entrada árabo-beréber en la península Ibérica, caía en su poder la ciudad asiática de Samarcanda (712). Con anterioridad, tanto griegos como romanos tuvieron que vérselas con medos, aqueménidas, partos y sasánidas. No fue la romanidad la que acabó con el poder de estos últimos, sino el expansionismo musulmán.

Está, pues, claro cuales son los siglos que dan comienzo a la civilización grecolatina (antigüedad para las regiones estudiadas), pero no tanto los siglos en los que esta da paso al Medievo. Algunos historiadores ven signos de debilidad en la Roma de Marco Aurelio (s. II de nuestra era), pero lo cierto es que tras la gran recaída del siglo III, el IV fue de prosperidad y recuperación evidentes. Agustín de Hipona e Isidoro de Sevilla son de cultura romana, como el citado Martín de Dumio, pero estos y otros personajes aislados no son suficientes, ciertamente, para hablar de una sociedad que se mantiene sin cambios.

En la Europa occidental ha comenzado la ruralización, la escasez del comercio y la moneda; hay un atraso en las formas de cultivo y en la producción; el cuarteamiento del antiguo imperio ha dado paso a formas de gobierno menos eficaces aunque igualmente brutales en algunos aspectos. El régimen de esclavitud, que en la antigua Roma fue evidente entre los siglos II a. de C. y II d. de C. por lo menos, va dando paso al sistema de colonato; los antiguos latifundistas romanos han ido dando paso a los señores de la tierra, aliados con los jefes militares aquí y allá. La Iglesia se ha ido abriendo paso y participó de los beneficios que unos y otros le deparaban, desparramándose por una Europa ruralizada, parte de la cual había que cristianizar (Rusia lo fue por monjes bizantinos a partir del siglo IX).

El Islam puede haber contribuido a la ruina de la Antigüedad en oriente, pero no en occidente, donde sólo Hispania se vio afectada, en un primer momento, por su presencia, y no precisamente para contribuir al atraso, sino para revitalizar las ciudades, el comercio y la cultura. Hay unos siglos en los que se abre paso el Medievo sin que desaparezca por completo la cultura grecolatina, como ha defendido M. H. Jones[ii], y en cuanto al imperio Bizantino parece que hasta principios del siglo VIII se puede defender la pervivencia de la Antigüedad[iii]. Algunos ven en la dinastía heracliana (siglos VII-VIII) la transición entre Antigüedad y Medievo en Bizancio, y hay unanimidad en que con los isaurios las características de este último ya se abren paso sin obstáculo.



[i] Se trata del excavado en Inchtuthil (Escocia), sin que el terrtorio fuera nunca dominado.

[ii] “The later Roman Empire 284-602”.

[iii] G. Finlay, “Greece under the Romans”.

domingo, 28 de abril de 2019

Siervos y campesinos



Muy probablemente el campesinado ha tenido un estatus parecido en época tardorromana, visigoda y altomedieval, pero de acuerdo con la legislación visigoda jugaron un importante papel los servi, y otras fuentes hablan de huidas de esclavos. El profesor Martín Viso advierte de que el término servus se utilizó en la época con una gran pluralidad de significados y que el esclavismo, entendido como esclavitud en masa, no parece haber sido una realidad en época hispano-goda.

El sistema socioeconómico romano no se estructuró en torno al uso masivo de mano de obra esclava, aunque pudieron darse situaciones locales que desmientan lo anterior. Lo que sí es posible es que la legislación buscase mantener a la población adscrita a la tierra con fines fiscales, en cuyo caso los servi no serían esclavos. Por otro lado, en zonas de fuerte desarrollo de la gran propiedad, la diferenciación social entre servi y esclavos no debía ser mucha en la práctica, ya que los campesinos dependientes serían casi esclavos, aunque pagaban censos a los propietarios de tierras y estaban vinculados a estos por reglas de patrocinium.

La mayor parte del campesinado debió de ser legalmente libre y económicamente autónomo, poseyendo tierras y sometido directamente al poder central, que trataba de mantenerlo al margen del control aristocrático, y estos campesinos libres se organizaban en instituciones propias. Las pizarras visigodas –un tipo de documentación privada procedente del suroeste de la meseta norte y datadas en los siglos VI y VII- evidencian la existencia de rustici que pagaban tributos. Estos rustici gestionarían libremente la tierra, ya que los propietarios se la habían cedido para ello.

El profesor Martín Viso señala que campesinos y grandes propietarios no eran esferas completamente opuestas, pues la aristocracia se detecta en algunas poblaciones campesinas. Es el caso de Gózquez[i], que se ha excavado en su totalidad y se trata de un asentamiento rural campesino con una actividad orientada al mercado, como sucede con la producción de aceite y un relativamente alto número de équidos, un animal asociado a la aristocracia. Es decir, los campesinos dispusieron de una mayor capacidad de agencia para organizar y gestionar la producción que en épocas anteriores.

Este predominio de campesinos basados en la producción familiar, con tendencia a la subsistencia y al policultivo, puede ser el causante de la imagen de una decadencia de la producción con respecto a la época romana, pero en realidad lo que hay es una disminución de la especialización e intensificación debido a la decadencia de las grandes redes comerciales y también por la menor riqueza de las aristocracias.

En tal sentido cabe destacar el auge de la ganadería. En el entorno de Barcelona se ha observado un incremento de la deforestación de áreas de montaña, unido a un aumento de los materiales de sedimentación en los deltas de los ríos, lo que reconfiguró la geografía del litoral. Por otro lado, los datos polínicos procedentes de la comarca salmantina de La Armuña y de algunos lugares de la Sierra de Gredos revelan un avance de la deforestación asociada a la ganadería, y esta también aparece en la legislación visigoda. Otra cosa es que se trate de un fenómeno generalizado o no.


[i] San Martín de la Vega, Madrid.

viernes, 26 de abril de 2019

El asno de Apuleyo



Lucio es el protagonista de esta obra del siglo II, cuyo autor es Apuleyo pero que debió basarse en otra anterior de un tal Lucio de Patras, ciudad al norte del Peloponeso. Transformado Lucio en asno, está en las mejores condiciones para ver el trato que reciben los esclavos sin levantar sospechas de simpatizar con ellos.
La obra sirve al profesor López Barja de Quiroga[i] para ver en qué medida las leyes y la protección que debieran proporcionar a los débiles son falsas. La novela de Apuleyo –dice el autor citado- se construye sobre el engaño. El asno, que al final se vuelve a transformar en Lucio, anda por Tesalia y Macedonia observando las contradicciones del mundo. Es una obra que “se enraíza en Ovidio y en la sátira romana, desde Lucilio a Juvenal”.
En las “Metamorfosis” no hay alusiones directas al mito de la caverna de Platón pero abundan las alusiones platónicas, mientras que en época del emperador Marco Aurelio (s. II d. C.) se despertó un gran interés por entremezclar verdad y mentira.
El último libro de la novela de Apuleyo (XI) se había considerado como un “postizo”, y López Barja considera que en él se nos relata la iniciación a los misterios isíacos del propio Apuleyo. Sin embargo, a partir de la obra de Winkler[ii], los autores se han inclinado por considerar las “Metamorfosis” como “un prodigioso castillo de fuegos artificiales”. La aventura de Lucio –dice el autor citado- es parecida a la de Acteón, convertido en ciervo al quedarse admirando al ver a Artemis bañándose desnuda.
“Entre las cosas que son falsas, meras apariencias, se encuentran las leyes y las convenciones sociales”. En la novela, los huéspedes traicionan a sus anfitriones, las esposas se burlan del matrimonio cometiendo adulterio, los sacerdotes resultan ser seres depravados. Palabras como “obsequium” o “pietas” han perdido su valor por completo. La invocación a la ley no es capaz de salvar al humilde campesino de la violencia de su vecino rico, al contrario, le enfurece y causa una terrible carnicería.
“Así pues, ¿por qué os asombráis vosotros, despreciables criaturas, ganado del foro, o mejor dicho, buitres con toga, si actualmente todos los jueces trafican con sus sentencias a cambio de dinero…?”. Es importantísima la “curiositas” en la novela: dominado por ella, Lucio desea con todas sus fuerzas ver en acción a las célebres magas tesalias, deseo que le trae la ruina, pues es causa de su transformación en asno.
Cuando Lucio-asno recuerda que Ayax, muy superior en la guerra, fue pospuesto por el mediocre Ulises, se irrita; y cuando Lucio-asno está en un molino y contempla a los esclavos que trabajan haciendo pan, su condición de asno le permite ver las mentiras y los engaños. Esos esclavos que hacen pan le producen lástima, con sus cuerpos escuálidos, las espaldas amoratadas por los constantes latigazos, van casi desnudos y llevan la frente marcada con letras, como esclavos fugitivos[iii].
Lucio, una vez que recobra su forma humana, triunfa en el foro, se ha convertido en uno de los “buitres con toga” a los que antes increpaba. “Viene a ser como el abogado al que la bruja Méroe transformó en carnero, y que como carnero, defiende los pleitos”. Después, el dios Osiris se le aparece a Lucio en sueños y le anima a continuar una carrera, que será triunfal, como abogado en el foro, ya que ha adquirido una laboriosa doctrina durante su época como asno. “Su íntimo contacto con la maldad, la crueldad y la mentira humanas no le han hecho mejor”. Lucio no termina más sabio, sino más astuto.
En realidad el esclavo paradigmático de la novela es el propio Lucio, que pasa por diversos amos haciéndose con él mediante compra o robo. Entonces es sometido a los más crueles castigos; un muchacho al que se le confía el asno para transportar leña, lo muele a palos y luego lo martiriza atando a su cola unas espinas afiladas para que se las clave al moverlas, pero por fin es liberado gracias a la muerte del muchacho.
Para los estoicos –dice López Barja- lo único que importa era la esclavitud interior, la del alma, ya que solo se esclaviza el cuerpo, por eso Epicteto[iv] decía que debemos tratar nuestro cuerpo como a un burro de carga. Pero el esclavo siempre tenderá a librarse de su condición, ya mediante la huida, el suicidio o la ejecución. En este último caso, el dueño ata al esclavo a una higuera y lo embadurna con miel para que acudan las hormigas, y con sus mordiscos le hacen sufrir una interminable agonía.
“Cualquier hombre, sin excepción, apenas, en cualquier momento podía ser robado, apaleado, traicionado, metamorfoseado incluso en un animal, perdida su condición humana. La esclavitud es la metáfora de ese riesgo…”.



[i] “Violencia servil en las “Metamorfosis” de Apuleyo.
[ii] Debe de tratarse de Katharina Winkler, autora de una obra sobre la violencia contra las mujeres.
[iii] Es el carimbo de los esclavos en la América hispana. Ver aquí mismo “El carimbo de los indios esclavos”.
[iv] Vivió parte de su vida como esclavo (siglos I-II d. C.).

jueves, 25 de abril de 2019

Los "foederati" de Roma

Imagen supuesta del rey godo Teodoredo

Cuando un general romano de nombre Flavio Constantino se declaró emperador romano en Britania, tuvo como objetivos Galia e Hispania, encontrando aquí la oposición de Dídimo y Veriniano, parientes del emperador Honorio, con un ejército privado, pero fueron derrotados y ejecutados. Por su parte, el levantado Constantino tuvo que abdicar poco después (411) y corrió la misma suerte. Geroncio, otro general romano que en un principio colaboró con Constantino III y su hijo Constante, se enfrentó luego a ellos pactando con vándalos, suevos y alanos, que se encontraban en Galia e Hispania. Estos bárbaros saquearon esta última y comenzó el lento deterioro de la autoridad imperial romana[i].

En el tercio septentrional de Hispania la situación se deterioró mucho más abruptamente que en Levante y la Tarraconense, que estuvieron algún tiempo bajo control romano desde Rávena. Los bárbaros perseguían botín y un estatus dentro del imperio, no destruirlo, por lo que cuando el poder imperial se recuperó con la ayuda de los foederati visigodos, estos, desde Galia, emprendieron una serie de campañas (rey Valia) que permitieron aniquilar a los vándalos silingos y arrinconar en el noroeste de Hispania a los asdingos, suevos y alanos. Entonces Rávena permitió el reino visigodo de Tolosa gracias a un foedus con el emperador Honorio, llevando a cabo el asentamiento en el sur de Galia mediante el régimen de hospitalitas: los propietarios de la región compensaron la protección militar entregando a los guerreros acuartelados parte de sus bienes, las llamadas tercias.

En Hispania subsistían numerosos grupos bárbaros que actuaban autónomamente, aunque buscaban pactos con el poder imperial. Los suevos fueron los únicos que, a medio plazo, permanecieron en Hispania dominando el noroeste, en la provincia Gallaecia, donde llegaron a pactos, al parecer, con las autoridades locales de la zona, pero no con el estado romano. La llegada al poder de Requila en 438, asociado a la corona por su padre Hermerico, supuso la hegemonía de los suevos en el noroeste, llegando a conquistar Emerita (439) e Hispalis (440). Su hijo Requiario continuó con esta política expansiva por el norte cantábrico y llegando a alianzas con los visigodos. Los bagaudas en el valle del Ebro favorecieron a los suevos, que tuvieron las manos libres para dicha expansión.

Si los suevos habían llegado a algún tipo de acuerdo con Rávena, se vieron libres de cumplirlo cuando se produjo el asesinato del emperador Valentiniano III en 455, aprovechando la crisis que vivió el estado romano. Los visigodos de Teodorico II, por su parte, se convirtieron de nuevo en la fuerza armada del nuevo emperador, Avito. En 456 los visigodos derrotaron a los suevos mediante la batalla del Órbigo, cerca de Astorga, y asediaron Braga, capital de los suevos. Requiario fue capturado poco después y ejecutado, mientras Teodorico II se hacía con el control de Lusitania, lo que le valió actuar ya sin control alguno por parte de Rávena, aunque formalmente aún firmase algunos pactos.

Teodorico II no destruyó al pueblo suevo, sino que puso a su frente a Agiulfo, un cliente suyo. Muerto este en 457, se agudizaron las luchas internas hasta que la muerte de Teodorico (466) permitió a los suevos liberarse de la tutela visigoda en un territorio más pequeño, la antigua Gallaecia romana y poco más, pero sobre la base de gobiernos locales que difícilmente aceptaron la centralización monárquica.

Por su parte, cuando los visigodos del sur de Galia fueron derrotados por los francos de Clodoveo en 507 (batalla de Vouillé[ii]), murió el monarca de aquellos, Alarico II. El asentamiento de los visigodos en Hispania con centro en Toledo, permitió que estos llegasen a destruir el reino suevo en 585, pero después de conquistar Córdoba en 572, derrotar a los sappos y tomar Sabaria, en la zona del río Sabor, al nordeste de Portugal, en la región de Tras-Os-Montes; en 574 vencieron en Amaya[iii] a los cántabros, y en 575 un senior suevo de los montes Arageneses (quizá al sur de Ourense), se rindió al rey visigodo, que en 577 se hizo con la Oróspeda (sierras de Cazorla y Segura); en 581 dominó parcialmente Vasconia…Los foederati de antaño se habían hecho fuertes.


[i] Iñaki Martín Viso.
[ii] Cerca de la actual Poitiers.
[iii] En Sotresgudo, al noroeste de la provincia de Burgos.

martes, 3 de octubre de 2017

Lupicio y Romano...



Monasterio de l'Aiguille, en el sudeste de Francia
(http://www.monestirs.cat/monst/annex/fran/lleng/croman.htm)


La Galia
meridional puede ser un ejemplo del decaimiento económico, las relaciones de producción y el estado de guerra al final de la Antigüedad y en la alta Edad Media. Cuando a principios del siglo V una serie de tribus se dieron al saqueo en territorio romano, la región citada no fue una excepción, convirtiéndose incluso en un hábito. La principal misión del rey o del jefe militar –dice Pablo Sarachu[1]- era la obtención del botín, el cual debía compartirse entre los “fideles”. Las relaciones de don y contra don dominaban el sistema político, obligando a los soberanos a reanudar constantemente la maquinaria bélica.

El botín no se empleaba para invertirlo productivamente, sino para poder obsequiar buscando establecer obligaciones por parte de los agraciados, y ese botín no solo se practicó fuera del territorio, sino dentro del propio. Las guerras eran de corta duración, como la empresa, por ejemplo, de Clodoveo, que se formó a partir de muchas pequeñas batallas. Por otra parte había bandas armadas que se integraban en los ejércitos “regulares” para dedicarse al pillaje. Los ejércitos seguramente eran pequeños y las poblaciones que no lograban huir a un lugar seguro tenían que enfrentarse a la pérdida de su ganado y a la devastación de sus cultivos. El “Liber Constitutionem”[2] está plagado de referencias a delitos menores, y Cesáreo de Arlés (ss. V y VI) pronunció sermones donde hacía referencia a robos y conflictos cotidianos.

En el año 500, por ejemplo, la ciudad de Vienne (a orillas del Ródano y al sur de Lyon) sufrió un sitio que finalizó con una matanza masiva de su población y se da la paradoja –según Halsall- de que estando los ataques a las ciudades a la orden del día, sus murallas estuviesen casi siempre destruidas. Esto se debe a la imposibilidad de las autoridades para contratar mano de obra con el fin de restaurar las defensas. Cuando la guerra coincidía con una catástrofe natural, incluso el mero paso de un ejército por una comarca podía producir males mayores, como ocurrió durante el viaje de Rigunta[3] desde París a Toledo. En otro orden de cosas el mantenimiento de la disciplina en el ejército, al estar formado heterogéneamente, era cosa difícil.

Los ejércitos estaban formados por guerreros de los “reguli” francos, séquitos privados de la aristocracia, descendientes de los “milites” romanos y aliados bárbaros. Dada la progresiva militarización de las aristocracias, sus fuerzas se acrecentaron durante el siglo VI, contribuyendo a ello la crisis del sistema fiscal, pues a las autoridades cada vez les fue más difícil cobrar impuestos, y los séquitos privados crecieron en beneficio de los campesinos capaces de armarse. Uno de los objetivos específicos de las campañas militares fue la toma de prisioneros para ser vendidos como esclavos o negociados como rehenes, de lo que nos habla, entre otras fuentes, Gregorio de Tours (s. VI). Por su parte, el concilio de Orleáns, en el año 549, denunció que libertos de la Iglesia estaban siendo reducidos a la servidumbre.

Las huidas estaban a la orden del día, particularmente de esclavos burgundios hacia territorios controlados por los francos, y la rebeldía de la mano de obra esclava también se expresaba mediante la violencia.

Se produjo en los siglos estudiados una radical transformación del hábitat rural, consistente en la desaparición de las “villae” y el surgimiento de núcleos campesinos independientes sometidos a lazos de subordinación débiles. La desaparición de las “villae” en el área estudiada, se acelera a partir del 500, aunque algunos autores sostienen que permanecen grandes propiedades rurales, lo que se ha podido comprobar en Provenza. Cesáreo de Arlés, obispo en las primeras décadas del s. VI, condenó ciertas maniobras mediante los cuales los ricos se apoderaban de las tierras de sus vecinos más pobres. Da comienzo la ocupación de grutas y sitios en altura, a veces sobre antiguos “oppida” prerromanos en los que se construyen murallas. A veces esto fue debido a calamidades bélicas, pero hay ocupaciones que se remontan al siglo V y tienen continuidad hasta el VII; otros lugares presentan construcciones eclesiásticas, que han sido vinculadas a la organización de la Iglesia cristiana, lo que llevó al traslado de la prefectura de las Galias a Arlés. Todos estos casos, sin embargo, eran lugares fortificados ocupados por campesinos.

En cuanto a las grutas se las ha supuesto refugios, santuarios y talleres artesanales, abrigo para poblaciones pastoriles y habitación de eremitas. La población se redujo en número al empobrecerse de forma generalizada, se simplificaron las estructuras económicas (aunque hay divergencias microrregionales) y continuaron, en algunas zonas, la extracción de metales y la artesanía. La depresión agrícola degradó la salubridad y surgieron epidemias con frecuencia.

En la Galia las superficies cultivables se contraen y los suelos marginales se transforman en bosques o baldíos, pero aún se notan diferencias sociales en la riqueza del ornamento, que es un signo de distinción. La retracción de la economía influyó negativamente en los circuitos comerciales, que dependían de la capacidad de las aristocracias para extraer el excedente de los campesinos, pero la circulación comercial siguió siendo intensa avanzado el siglo VI. Se contrajo el comercio de bienes de lujo y el de productos básicos, quedando Marsella como único puerto marítimo de la región.

Existe no obstante una controversia sobre si los intercambios mediterráneos no se vieron afectados hasta las conquistas árabes (Pirenne) y quienes, como McCormick dicen que esto ya se dio entre los siglos V y VII. En todo caso la economía doméstica no se supeditaba ya a vínculos estables de producción, se redujeron los impuestos pero las exigencias en especie por los grandes propietarios del “midi” continuaron, aunque aquellas fueron menores que las que los campesinos debían satisfacer al Estado con anterioridad. La imposibilidad de mantener una mano de obra estable llevó al trabajo a muchos eclesiásticos, como por ejemplo Lupicio y Romano, que tuvieron que dedicarse a las labores agrícolas en los inicios del monasterio de Condat (sur de Fancia). En el concilio de Epaone (517, sureste de Francia) se prohibió a los abades liberar esclavos donados a los monjes porque se estimó injusto que unos trabajaran en el campo mientras otros gozaban del ocio: es uno de los ejemplos más claros en los que las condiciones materiales determinan la conciencia…


[1] “Guerra, relaciones de producción y economía en la Galia meridional post-romana”. 2012.
[2] Debe de haber más de uno con este título.
[3] Hija de Chilperico I de Neustria, que viajó para desposarse con el godo Recaredo.

martes, 26 de septiembre de 2017

Exageraciones romanas



Escalera del palacio Barberini, obra de Borromini

Además del elevado número de cadáveres arrojados al río Tíber desde la antigüedad, costumbre que quizá solo ha cesado en los últimos siglos, Roma es, por su historia, la ciudad de la exageración desde, por lo menos, el Renacimiento, desde que cada papa o familia de la nobleza quiso dejar su impronta para disfrutar de la ciudad o para ser recordados. Roma es la ciudad donde tuvo su origen el barroco, de la mano de los papas y de los jesuitas más tarde, pero también de los artistas, arquitectos y escultores sobre todo, que se han esforzado por mostrar la grandeza, la desproporción, la escenografía y la riqueza.

Ya en el siglo I los emperadores hicieron levantar el más ampuloso y monumental anfiteatro con tres niveles de arcadas de medio punto, donde se superpusieron los órdenes clásicos, el grosor de los muros, la imponencia de su arquitectura. También nos asombra el Panteón como templo para todos los dioses, hoy iglesia, que contiene las tumbas, entre otros, de dos reyes italianos y de Rafael Sanzio (ossa et cineres). Su gran óculo y el pórtico columnario, el frontón del que han desaparecido las figuras iniciales, su interior podría estremecer al visitante si pudiese hacerlo en soledad, no en medio del gentío que se agolpa día a día en la actualidad.

Andando el tiempo se levantó, sin miramiento alguno, pretendiendo solo la magnificencia, la basílica de Santa María Maiore, construida sobre un antiguo templo pagano. Obra de la Edad Media, la fábrica actual es del siglo XVII, pero conservando elementos y materiales anteriores, mármoles, mosaicos, artesonado en su nave central, columnas gigantescas que la separan de las laterales, fachada barroca al exterior, grandes cúpulas sobre los brazos del crucero, ábside monumental… Su interior nos recuerda a la basílica de San Lorenzo, también en Roma, y a la florentina de Bruneleschi, aunque en este caso las columnas de las naves sostienen arcos de medio punto, más clasicista que la romana.

El palacio Barberini alberga hoy un museo de pintura y escultura, desde la Edad Media hasta el barroco en el primer caso. Obra del siglo XVII para la familia Barberini, uno de cuyos miembros, Maffeo, llegó a ser el papa Urbano VIII. El edificio, monumental, tiene planta cuadrada, pero con forma de U en una de sus fachadas, de tres niveles, con arcadas en el inferior y elementos clásicos en los dos superiores, vanos y frontones. Su interior es ampuloso, con el capricho solemne de una monumental escalera de caracol obra de Borromini. En una de sus estancias se representa, en un monumental fresco, el “Triunfo de la Divina Providencia”, obra de Pietro da Cortona, pero también el cuadro“La conducción de los santos Pedro y Pablo al martirio”, obra de Giovanni Serodine, donde la agitación de los personajes contrasta con la serenidad de los santos… Otra de las pinturas es “La expulsión de los mercaderes del templo”, obra de Valentín de Boulogne. Aquí todo es agitación barroca, colorido y ropajes plegados. También están allí las muy conocidas obras de Quentin de Metsys (“Erasmo”), obra de 1529, y de Hans Holbein (“Enrique VIII”), de 1543.

Todo ello contrasta con una escultura marmórea, copia de otra romana del siglo I: un joven desnudo y en movimiento levanta uno de sus brazos mientras vuelve la cabeza hacia atrás. También es excepción un retrato apenas terminado, con tenues colores, una pequeña obra de Rafael.

El urbanismo de la ciudad antigua romana está completado por la iniciativa de papas y señores, que han querido dejar su recuerdo gastando los recursos que no les pertenecían: es el caso de la Fontana di Trevi, mandada esculpir con todo esplendor y exageración por el papa Urbano VIII: escorzos, músculos, movimiento, monumentalidad; se trata de la más espectacular fuente romana.

Anterior es la plaza del Campidoglio, en lo alto, muy cerca del monumental edificio y escultura en honor del rey Víctor Manuel II, obra de finales del siglo XIX pero terminada durante la dictadura de Mussolini. La plaza es obra de Miguel Ángel, flanqueada por dos monumentales esculturas con caballos, desproporcionadas entre sí y con respecto a la plaza, quizá encargada por Alejandro Farnesio en la antigua colina Capitolina, de grandes resonancias sagradas en la Roma antigua. El que sería papa con el nombre de Paulo III perteneció a una familia noble con posesiones en el norte del Lacio, en torno al lago Bolsena, llevando a cabo un nepotismo que escandalizó a muchos, colocando en puestos bien remunerados incluso a nietos suyos.

Miguel Ángel no vio terminada su obra: la plaza oval, al fondo el palacio Senatorio (hoy sede del Ayuntamiento de Roma) y a cada uno de los lados, el palacio Nuevo, así llamado porque sustituyó a otro que estaba arruinado, y el palacio de los Conservadores, hoy ambos edificios sede de los museos Capitolinos. Aquí no podemos hablar de exageración, sino de clasicismo, de proporción y belleza. 

Al otro lado el foro de Trajano con la columna que relata, en relieves singularísimos, las guerras contra los dacios. En el foro también columnas gigantescas, yacimiento arqueológico que seguramente dará nuevos datos a los más interesados.

¿Qué decir de la plaza y basílica de San Pedro? Caminando por entre las columnas de orden gigante berninianas, se tiene la impresión de insignificancia en comparación con esos fustes y basas que se suceden regularmente, pero lo cierto es que la monumentalidad de la basílica (particularmente de su fachada) obligó a Bernini a concebir aquellas columnas gigantescas si no quería que quedasen ridículas y empequeñecidas por la concepción de Maderno. En el interior de la basílica ¿cuántos relieves y eculsturas? ¿cuántos ángeles suspendidos? ¿cuánta exageración y pompa? ¿cuánta riqueza que escandalizó y escandaliza, que embelesa y admira a tantos?

La plaza de España, con su escalinata anexa y la iglesia de la Trinitá dei Monti, en lo alto, presidiendo desde la colina el conjunto. No lejos se encuentra la villa Borghese, gran espacio con campos y arboledas diversas, fuentes y estanques. El edifico de la Galería Borghese conserva obras de los más afamados pintores del renacimiento italiano, pero también del escultor Canova. Edificio pequeño, combina la sencillez con la decoración barroca. La villa ajardinada fue idea del cardenal Scipione Borghese, que no podía admitir quedarse atrás en el afán de inmortalizarse con una obra en la ciudad. Allí la pajarera, edificio rematado por grandes jaulas de formas artísticas, más propio aquel de una mansión señorial; los jardines “secretos”; hay un hipódromo, plazas, caminos que serpean, un zoológico…

En la calle del mimo nombre se encuentran San Andrés del Quirinal, sede jesuítica, y San Carlos de las Cuatro Fuentes, estas en cada una de las esquinas de las calles que se cruzan. La primera, obra de Bernini, la segunda de Borromini: en esta última, sobre todo, las curvas, las formas quebradas, los elementos inverosímiles, la planta singularísima, las estatuas y columnas…

¿Cuántas cúpulas, pilastras, linternas, escalinatas, palacios, frontones, patios y fuentes, esculturas en las que se retuercen en escorzos y contrapostos personajes fornidos, musculosos, en actitudes inútiles, movidos hasta el infinito, hay en Roma? ¿Cuántas iglesias y oratorios hay en Roma? Hubo épocas en la historia de la ciudad en las que los más poderosos debieron de enloquecer y quisieron dejar su nombre plasmado en la urbe, y contaron con los artistas que atesoraban el genio y la osadía.

Hasta el palacio de Justicia, obra de finales del siglo XIX y principios del XX, quiere acompañar a las demás exageraciones romanas: fachada movida con varias alturas, columnas, guirnaldas, vanos y la gran plaza en frente… Parece como si los grandes edificios del Imperio, del manierismo y del barroco, hubiesen condicionado todas las obras posteriores. El monumento al soldado anónimo y al rey Víctor Manuel II, en realidad, obedece a un plan ascendente hasta el gran edificio columnario, levantado sobre el barrio medieval que ya no podremos ver, bajo sus cimientos.