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lunes, 5 de junio de 2023

Pueblos, ciudades y paisajes

 

Desde el siglo XVI se ha repetido con alguna frecuencia la representación de lugares, pueblos y ciudades en la pintura, como es el caso de Fontainebleau, Rapallo, Ornans, Brighton, Nuremberg o Toledo. Pintores como Anton Mirou, Vermeer, Pieter Hoos, El Greco o Jan Bisschop, nos han dejado paisajes o escenas de lugares, ciudades o aldeas.

Halle es una ciudad alemana cuya iglesia inmortalizó Lyonel Feininger, que se relacionó con pintores expresionistas pero se adhirió al cubismo en París. Henri-Edmond Cross, por su parte, pintó en 1907 “Tarde en Pardigón”, una localidad al suroeste de Niza: árboles en primer y segundo plano coloreados caprichosamente, el mar y las montañas al fondo en un estilo puntillista. La Bretaña francesa ha sido representada por varios pintores, pero aquí elegimos la obra de Émile Bernard, “La cosecha”, un ejemplo de “cloisonismo”.

Pierre Bonnard compró una casa de campo en Vernonnet, a orillas del Sena, y allí pintó su “Ma Roulotte”, con rabiosos colores “fauves”. Aureliano de Beruete, por su parte, nos ha dejado muchos paisajes rurales de Madrid y Toledo con un estilo característico y muy personal, mientras que Eugene Laermans pintó su natal Molenbeek, ciudad belga, con los inmigrantes que llegaban procedentes del campo.

El granadino Bertuchi se enamoró del sol marroquí, de sus escenas callejeras, y ha pintado calles, mercados y personas en un estilo luminista que recuerda a Sorolla. Cézanne pinto un paisaje con casas, el lago, montañas y un árbol plasmando la visión geométrica de las cosas que luego adoptaría el cubismo: “Lago Annecy” (al norte de Grenoble). Muy distinto es el paisaje marino de van Gogh en Saintes-Maries-de-la-Mer (1888) localidad de provenza donde estuvo una temporada: el colorido al que nos tiene acostumbrados se torna aquí predomino del marrón, pero las líneas sinuosas del mar ya están presentes.

El barrio parisino de Montmartre, tan querido por los impresionistas y otros artistas bohemios, es el tema de Pisarro para representar edificios, carruajes, personas, a lo largo de una calle en perspectiva un día nuboso. Y la localidad normanda de Honfleur le sirve a Adolfphe-Félix Cals para representar a una pareja que almuerza en una mesa, mientras al fondo se ven los árboles, el río y el cielo luminoso; y sus “Figuras en la playa”, de Eugène Boudin (1893). Yerres, población y río del norte de Francia, sirvió de inspiración a Gustave Caillebotte para pintar a sus bañistas, con encarnaciones violáceas.

Boulenger pintó influido por los de la escuela de Barbizon la iglesia de Saint-Hubert-Mass en 1871. Sus tonos son terrosos en esta obra; las arborescencias, indefinidas; los personajes, amontonados y confusos; las atmósferas, propias de su Bélgica natal. Y una plaza de Nuremberg fue representada por William Bell Scott con Alberto Durero como espectador en primer plano (1854); mientras Gustave Courbet nos dejó su “Entierro en Ornans” (Este de Francia) con todo el realismo de una escena rural donde un recogido grupo de personas asiste en silencio y dolorosamente a la ceremonia.

A los curtidores del barrio parisno de Mantes representó Corot con una paleta oscura, reflejando la pesadumbre de las clases humildes, pero con más colorido nos dejó “El puente de Mantes”: los árboles y el barquero en primer plano, el río, y en color pastel el puente con sus parteaguas. Había pintado en 1834 la ciudadela de Volterra, mostrándonos aquí un paisaje luminoso de la Toscana. Y antes, Goya, pintó la pradera de San Isidro, en las afueras de Madrid, con dos visiones diferentes de su vida: la festiva y de amplios horizontes; la de las pinturas negras a base de máscaras.

La playa de Brighton, en el sur de Inglaterra, fue inspiración para uno de los cuadros de Constable, como también la bahía de Weymouth, cubriendo el cielo la mayor parte en el primer caso; los tonos cobrizos en el segundo. Con una técnica que luego emplearía Turner con éxito, Karl Blechen se inspiró en la bahía de Rapallo, en la costa ligur, para un paisaje indefinido, donde las sombras, el mar y el horizonte dejan el resto a la imaginaicón. Árboles iluminados en la frondosidad del bosque pintaron Antoine-Louis Bayre, inspirado en Fontainebleau, y Narcisse Díaz de la Peña, con un parecido extraordinario.

Solo comenzar el siglo XIX, Philip J. de Loutherbourg se dejó llevar por la naciente revolución industrial en Inglaterra y pintó un cuadro extraordinario donde el resplandor de una herrería ilumina la noche en Coalbrookdale; y al finales del siglo XVIII, Thomas Jones pintó sus casas de Nápoles anunciando los colores pastel de Corot, pero no eligió para ello los grandes edificios, sino los muros, las casas ruinosas o antiguas. La ciudad de Dolo, cerca de Venecia, es la inspiraciónn para Francesco Guardi, que pintó el río Brenta y el puente, mientras las personas no son más que manchas indefinidas.

En un estilo parecido, pero con la paleta más oscura, pintó Bernardo Bellotto una vista del Arno en Florencia (1740) una “veduta” o vista panorámica (postal en nuestro tiempo) después de visitar otras ciudades italianas en un viaje de estudios; y algo antes, Canaletto pintó una de sus muchas obras inspiradas en Venecia, “Dolo en el Brenta”, haciendo alusión a la ciudad y al río en las proximidades de aquella ciudad. En este caso una esclusa y personas de diferentes clases sociales en primer plano, un estudio de perspectiva y las casas a uno y otro lado del río.

Johannes Vermeer se inspiró en Delft para sus vistas de la ciudad, pero también Josué de Grave nos dejó un dibujo a pluma, tinta marrón y aguada gris con las fachadas de las puertas de Rotterdam y Schiedam en Delft. El dibujo es un documento histórico, pues dichas puertas fueron derribadas en el siglo XIX. Jan Vermeer van Haallem “el viejo”, pintó una vista de Haarlem desde unas dunas; y a mediados del siglo XVII pintó Adriaen van de Velde “La playa de Scheveningen”, un barrio de La Haya.

A principios de la década de 1666 Meyndert Hobbema y su maestro Jacob van Ruisdael, realizaron juntos un viaje por las provincias de Gelderland y Twenthe en busca de molinos de agua, pintanto el primero no menos de treinta, uno de ellos en torno a 1666: es el agua en cascada, la placidez del lugar, los cielos nubosos, lo que interesa a Hobbema. Aelbert Cuyp, por su parte, nos ha dejado una “Vista de Arnhem”(ciudad del Este de Holanda) con la iglesia de San Eusebio destacando. En Nueva Escocia dejó paisajes sencillos y coloristas Maud Lewis: las bahías y los campos, los caminos y los niños jugando, las gentes de las poblaciones alejadas de los centros urbanos. En la retina de Lewis, Nueva Escocia ha cobrado vida y color.

Molinos o paisajes urbanos, ríos y praderas, caminantes y vistas de ciudades, puentes y paisajes marinos, embarcaciones y atmósferas han sido representados muchas veces por los pintores flamencos, belgas, franceses, ingleses, españoles, italianos, alemanes, etc. Más paisajes y ciudades, más campos y ríos cuanto mayor fue el auge en el arte, los países mediterráneos, Francia y los Países Bajos.



sábado, 8 de abril de 2023

Las ciudades de Seleuco Nikator


El fundacor de la dinastá seleúcida y primer emperador del imperio conocido por el mismo nombre, Seleuco Nikator[i], fundó en Siria y Mesopotamia varias ciudades siguiendo el ejemplo de Alejandro en sus fulgurantes conquistas.

Hay una gran complejidad de situaciones aunque hablemos de grandes imperios que a duras penas consiguieron mantener los territorios más alejados bajo su control. En época del emperador romano Caracalla se declaró a la ciudad de Edesa, al norte de Mesopotamia, colonia romana (214), y se llevó a la capital del imperio al rey de la ciudad y su familia, cuya dinastía había gobernado durante no poco tiempo.

Mucho antes, cuando Marco Licinio Craso[ii] luchó contra los partos, quizá Edesa y su rey jugaron un papel en la derrota del romano, y a partir de este momento la ciudad cayó bajo la órbita de los partos. Casi un siglo más tarde, durante el reinado de Claudio, Edesa recuperó su monarquía, que aún mantenía en época de Trajano, pero la ciudad fue destruida durante el reinado de este. Con Adriano recuperó su autonomía y la dinastía árabe se repuso. No es el único caso en que los habitantes del desierto se hicieron con el poder, tenemos también los ejemplos de Hatra y Palmira[iii], empleándose sus dinastas en el entendimiento con los fuertes poderes imperiales al este y al oeste.

Es una de las ciudades que pudo ser fundada por Seleuco Nikator en época helenística a partir de un puesto militar que existiría con anterioridad, convirtiéndose desde ese momento en un importante nudo de comunicaciones y haciendo su nombe alusión a la abundancia de agua[iv]. Antíoco IV[v] la denominó Antioquía, pero después de este reinado volvió a llamarse Edesa, que debió su autonomía al hecho de las permanentes luchas entre partos y romanos.

                                                               Busto de Seleuco Nikator

Para dominar su frontera con los partos, Roma osciló entre el sometimiento de las ciudades Sirias y en torno al Éufrates o en el consentimiento de estados clientes, y esto determinó la vida de Edesa. Sila y Pompeyo, por ejemplo, llevaron a cabo una política de alianzas, y mucho más tarde, en época de Maximiano (285-305)[vi], volvía a gozar de una cierta autonomía hasta que un rey de la ciudad, Filipo, pactó la paz con los sasánidas en 244, y en 259, tras la derrota de Valeriano, pasó a poder de aquellos. Otra vez en poder de Roma, Diocleciano la hizo capital de una provincia y estableció la frontera con los persas más al este de Edesa.

Tempranamente se extendió el cristianismo por la región, teniendo Edesa un papel floreciente en él. Un primer sínodo tuvo lugar en 197, y más tarde personajes destacados fueron Ephrem, Rábula e Ibas, que conformaron una escuela teológica en la ciudad. El primero fue escritor y músico del siglo IV, siendo reconocido como místito y padre de la Iglesia; el segundo vivió entre los siglos IV y V, fue asceta y posteriormente obispo de Edesa; y el tercero sucedió a Rábula en el obispado, pero su pontificado fue tormentoso y se le depuso en el Concilio Ladrón de Éfeso (449), aunque el concilio de Calcedonia (451) lo repuso[vii].

No es seguro que Nicephorum Callinicum (la actual Raqqa) haya sido fundada por él, pues algunas fuentes hablan de Alejandro (Plinio); Apiano, sin embargo, dice que fue Seleuco el fundador[viii]. Hay un largo trecho del Éufrates medio en el que el río discurre de oeste a este, y es en su ribera norte donde fue fundada dicha ciudad.

Quizá Nicephorum cayó en manos de los partos a mediados del s. I a. C., pero luego volvería al control romano y vuelta a cambiar de dueño en sucesivas ocasiones. En tiempos del emperador Galieno (253-268)[ix] la ciudad recibió el nombre de Callinicum, quizá en honor del filósofo del mismo nombre del siglo III. Los sasánidas vencieron a los romanos a finales de dicho siglo en las inmediaciones de la ciudad, pero después alcánzó un buen desarrollo económico, y en el siglo IV o parte de él fue una fortaleza que favoreció el comercio. El emperador de oriente León II[x] le cambió el nombre por Leontópolis, pero después de su muerte se restauró el antiguo nombre, y a mediados del siglo VI, ya en época bizantina, los sasánidas se hicieron con la ciudad, “de la que los ricos no pudieron huir a tiempo con sus tesoros”.

Otra ciudad fundada por Seluco Nikator fue Calcis, la actual Qinnasrin a partir de la conquista árabe, hoy un yacimiento arqueológico al noroeste de Siria. En época helenística fue capital de un reino y ciudad fronteriza hasta que cayó en poder de Roma en el siglo I. En el siglo VI, ya en época justinianea, el enfrentamiento entre bizantinos y sasánidas obligó a la ciudad a pagar una suma elevada para evitar el asalto de estos últimos, pero en 629 fue saqueada por los árabes y empezó a jugar un importante papel, aunque fue perdiéndolo a medida que Alepo se engrandecía, donde en el siglo X ya vemos los principales mercados situados en esta ciudad.

Zeugma, en la ribera occidental del Éufrates, también habría sido fundada por Seleuco Nikator, de igual manera que Apamea[xi], en la otra ribera del río. La primera tuvo un templo que aparece en las monedas, y como estaba en alto se accedía mediante escalones tallados en la roca. Su importancia en la antigüedad fue militar, pues era uno de los pasos hacia el interior de Mesopotamia, y en las guerras del emperador romano Constancio II[xii] jugó un importante papel en 359 contra los partos, conservando su relevancia en tiempo de los árabes (siglo VII en adelante).

Beroea, al norte de Siria, es antigua población, engrandeciéndola Seleuco Nikator, que le dio el nombre de la Beroea macedonia. Cuando los sasánidas se enfrentaron a Roma la ciudad quedó destruida a manos de aquellos, salvándose la ciudadela por su mejor defensa, pero se entregó a los árabes en el siglo VII, aunque el emperador Nicéforo la recuperase por poco tiempo en el IX. Las cruzadas medievales hicieron mella en la ciudad y luego todo fueron desastres: en el siglo XIII fue destruida tres veces por sendos terremotos, luego por lo mongoles y en 1400 por Tamerlán…


[i] Reinó entre finales del s. IV y principios del III a. C.

[ii] Murió en 53 a. C. en territorio parto después de haber sido derrotado. Formaba entonces en el primer triunvirato junto a Pompeyo y César.

[iii] Hatra está hoy al norte de Irak, y Palmira en el centro de Siria.

[iv] Al norte de la actual Grecia hay otra Edesa famosa por sus cascadas.

[v] 175-164 a. C.

[vi] Compartió el poder con Diocleciano.

[vii] Enciclopedia Católica.

[viii] Plinio el joven vivió entre los siglos I y II de nuestra era, y Apiano poco después en el siglo II, por lo que están muy alejados de los acontecimientos, pues Seleuco Nikator gobernó a principios del s. III a. C. Aquellos autores recogían noticias de otros anteriores y no es extraño que las fuentes de cada uno fuesen diferentes.

[ix] Hasta 260 gobernó con Valeriano.

[x] 469-474.

[xi] La Apamea que está al oeste de Siria, cerca de la costa, es de una importancia muy superior.

[xii] Gobernó la parte oriental del Imperio Romano.

jueves, 6 de abril de 2023

Siria romana

 


                                            Columnata y calzada romanas en Apamea (Siria)*

Por su clima y su situación geográfica, el desierto de Siria, al sur y al norte del Éufrates, era una zona de trashumancia. Desde el Anti-Líbano hasta el Tigris, es una región de estepa, un Hamad. Por todas partes suelos de arcilla o de aluviones en los que crecen las hierbas del desierto, y tras las lluvias, una hierba vigorosa, pasto abundante para los rebaños de los nómadas. La arena no aparece más que en regiones muy limitadas, como el sur de Palmira. El desierto de arena o Nefoud no se encuentra más que muy al sur, más allá del oasis de Gowf. La Harra, estepa pedregosa de las regiones basálticas del desierto, ofrece igualmente buenos pastos. Herbosa y verdegueante durante y después de la estación de las lluvias, la estepa siria queda rápidamente sofocada por el ardor del sol[i].

González Blanco y Matilla Séiquer estudian las etapas del domino romano en Siria, particularmente en la línea del Éufrates y muy en concreto la zona de Qara Qûzâq, un yacimiento arqueológico cercano a la aldea del mismo nombre en el margen izquierdo del Éufrates. El estudio comprende las ciudades que existieron en dicha región siria, las vías romanas, la importancia política de Siria dentro del Imperio Romano, la producción de grano y el comercio en época romana. Los autores se extienden luego, de acuerdo con los restos aparecidos en el yacimiento citado, a la época bizantina.

La frontera oriental del Imperio Romano soportó tan frecuentes guerras que sería inútil pretender siquiera citarlas, y aun así, “de todos los ejércitos romanos, es el de Oriente el que tiene una historia más oscura durante los cuatro primeros siglos de nuestra era hasta la época en la que se redactó la Notitia Dignitatum[ii]. Se conoce muy poco sobre los lugares de estacionamiento de las legiones romanas y cuáles fueron sus desplazamientos sucesivos, pero las excavaciones han permitido saber que Dura Europos[iii] estaba ocupada, en tiempo de los Severos[iv], por la vigésima cohorte de los palmirenos.

En cuanto a la organización del limes sirio, la Primera Guerra Mundial fue un factor que permitió los trabajos arqueológicos, pues la ocupación del territorio por las potencias occidentales cambió las cosas. Es la época en que tres religiosos, Poidebard, Mouterde[v]  y Jalabert, estudiaron toda la zona norte de Siria y el Éufrates medio. Los dos primeros llamaron a su obra “El Limes de Calcis”, gracias a la cual conocemos vías romanas, el urbanismo en el Éufrates, necrópolis, el sedentarismo y nomadismo de los habitantes del limes, etc. Por su parte, el autor antiguo Juan Malalas[vi] (Antioquía, finales del siglo V-578), nos ha dejado una Chronographia en varios volúmenes de donde es posible obtener informaciones que luego deben ser confirmadas por la arqueología, pero ya sobre el Imperio de Justiniano.

Uno de los extremos del limes era Antioquía, hoy en territorio turco pero muy cerca de la frontera siria, objeto de invasiones partas y persas, siguiendo luego por la región Cirrhéstica (al norte de Siria) en contacto con la alta Mesopotamia y Osroene (al sureste de Edessa y al norte de Dura Europos); pero este limes no era solo un intento de contener a otros imperios, sino también la forma de mantener los cultivos para la alimentación de la población y los ganados y el urbanismo. Durante los primeros siglos de nuestra era estas regiones verán extenderse el cristianismo, y las listas de obispos firmantes en los primeros concilios –dicen González Blanco y Matilla Séiquer- permiten saber de qué núcleos procedían. Al concilio de Calcedonia (Bitinia, 451) asisten más obispos que los conocidos en todos los concilios anteriores, si bien son pocos. Algo similar ocurre con el monacato, del que tenemos noticias así como de su difusión y de la vida de los monjes.

El limes de Trajano se había fijado “en el codo del Éufrates, delante de Antioquía”, pero dicho emperador quiso dominar una gran vía comercial y militar que uniese Aila (Aqaba)[vii], en contacto con el golfo del mismo nombre (mar Rojo) con la desembocadura del río Phase en el sureste del mar Negro, y luego avanzó hasta el Tigris contra los partos, constituyéndose “un gran triángulo de caminos” cuyos centros militares fueron Carrhas (Harran) y Nísibis; al sur Amida  (Diyarbekir) y Singara; al norte Bezabde-Saphe (Pazira ibn.’Umar) sobre el Tigris. Más tarde los romanos avanzaron a una región transtigritana.

Adriano ordenó un repliegue abandonando la antigua Asiria y Mesopotamia, lo que dio pie a un ataque parto contra Siria. Marco Aurelio volvió a la política de Trajano con pequeñas enmiendas territoriales, estableciendo un “protectorado” en el Tigris, y Septimio Severo consolidó este avance estableciendo el limes en el Tigris por el norte, y por el Este en el río Habur, afluente del Éufrates.

Diocleciano, a finales del siglo III, consolidó la frontera que había dejado Septimio Severeo sobre el Tigris, y salvo una breve retirada en época de Joviano (363-364), que cedió Nisibis y Singara a los Sasánidas, el limes de Diocleciano permanecerá sin cambios durante la época bizantina hasta la ocupación árabe en 656 (batalla de Yarmouq[viii]).

No se entiende el Imperio Romano sin el papel jugado por las ciudades fundadas o refundadas; las conquistas fueron determinadas por intereses estratégicos, y en la zona de la que hablamos aquí, el Éufrates en ocasiones fue frontera y en otras vía de navegación, siempre fuente de riqueza. De todas formas debemos tener en cuenta que los griegos comenzaron a poner pie en esta región con la expedición de los “diez mil” de Jenofonte[ix], pero fue con el Imperio Macedónico cuando por primera vez esta zona entra en contacto con occidente.

Nicephorium Callinicum (cerca de la actual Raqqa) es una ciudad griega situada en la ribera norte del Éufrates medio, habiendo sido fundada por Alejandro o por Seleuco Nikator[x]. Otra es Barbalissos (Meskene, en la orilla derecha del Éufrates, Siria) que fue una fortaleza y puesto militar importante, lo que aprovechó Justiniano para reforzarla. Hierápolis (Mkbiy, ciudad al norte de Siria) ya está atestiguada desde tiempos asirios y más tarde en época persa, recibiendo el nombre griego, probablemente, de Seleuco Nikator. Thapsaco fue una antigua ciudad de Siria junto al Éufrates, y antes había sido un importante puerto fluvial a partir del cual los ejércitos avanzaban hacia el Asia superior, teniendo que cruzar el río por medio de puentes de barcos o por algún vado[xi].

Bathnas (El-Bab, al norte de Siria) fue una fortaleza romana en la frontera del Éufrates. Sura, por su parte, está citada por Plinio, que la sitúa en el codo del Éufrates, no lejos de la primera ciudad pártica de Filisco (?). Según los itinerarios romanos Sura está en el final de la vía que llegaba desde Damasco al Éufrates pasando por Palmira. Calcis (conocida como Chalcis ad Bellum) es citada por Plinio, Ptolomeo, Amiano Marcelino, Apiano y otros. Según este último es una de las fundaciones de Seleuco Nikator, situada “a 53 millas de distancia de Antioquía”.

Otras ciudades son la citada Dura Europos, Apamea, Edessa, Palmira, Rusafa, Ichai, Tyba, Beroea y Zeugma, pero no son todas de las que se tiene noticia. Unas jugaron un papel comercial; otras, militar; lugares de obligado paso que les hizo prosperar; puertos fluviales como Antioquía, que está junto a la desembocadura del río Orontes, muy cerca del Mediterráneo, un mar que los romanos imperiales desearon proteger con su dominio sobre Mesopotamia y Siria.


[i] Así es como citan A. González Blanco y G. Matilla Séiquer a Poidebard, A., “La trace de Rome dans le Désert de Syrie…”, París, 1934, en un trabajo titulado “Aspectos generales de la romanización de Siria, con particular atención a la Mesopotamia”, en el que se basa el presente resumen.

[ii] En este documento se informa de la organización administrativa del Imperio Romano. Se le da una fecha de redacción entre finales del siglo IV y 427 d. C., aunque es posible que fuese actualizado.

[iii] Al Este de la actual Siria.

[iv] Desde fines del s. II hasta 235.

[v] A. Poidebard (jesuita, 1878-1955), Mouterde (1880-1961) y Jalabert, fueron arqueólogos franceses.

[vi] Este es el que por primera vez usa el término “limes de Chalcis”.

[vii] Al suroeste de la actual Jordania.

[viii] El río Yarmuk desemboca en el Jordán al sur del mar de Galilea.

[ix] Mercenarios griegos (entre los que estuvo Jenofonte) interviniendo en conflictos internos de los persas. Su retirada fue narrada por Jenofonte en la “Anábasis” (marcha tierra adentro).

[x] Del griego “vencedor”.

[xi] Aparece citada en la Biblica (Reyes, 4,24) con el nombre de Tiphsah, “el paso”.

* Fotografía de serturista.com/siria/apamea

martes, 8 de septiembre de 2020

Imágenes de una ciudad

Pontevedra en 1669 por Pier María Baldi
La investigadora Carla Fernández Martínez ha publicado un trabajo sobe “la ciudad imaginada” aplicado al caso de Pontevedra[i], en el que analiza la producción plástica que generó dicha ciudad. Según la autora citada, de la nómina de autores que se han ocupado de Pontevedra en el plano histórico, social, económico y cultural, ninguno lo hizo sobre la configuración gráfica de la ciudad a lo largo del tiempo.

La ciudad –toda ciudad- presenta lugares visibles que la identifican, otros han sido sepultados y algunos han experimentado cambios. Pontevedra, como otras muchas ciudades, pasó por momentos de esplendor pero también otros de “pobreza y olvido” tras la pérdida de su importancia marítima y pesquera. La baja Edad Media es la época de mayor crecimiento, prolongándose al siglo XVI. En estos siglos era una villa amurallada donde sobresalían diversas casas torreadas. Aunque en su fuero no se le adjudicase ninguna finalidad defensiva, lo cierto es que sufrió, en un siglo y otro, invasiones y ocupaciones, desde la lejana Edad Media hasta el siglo XIX.

Como han estudiado también otros autores, hasta bien avanzada la Edad Moderna fue una de las poblaciones más destacadas de Galicia, sobre todo gracias a la pesca, pues buena parte de su población se dedicaba a las tareas marítimas y residía en el barrio de A Moureira, el principal extramuros. Pero la ría se llenó de arena y los habitantes tuvieron que reconvertir sus oficios, mientras que el florecimiento de la ciudad en la baja Edad Media –dice Carla Fernández- permitió que se enriqueciese notablemente su patrimonio construido. Las dificultades durante la Edad Moderna frenaron ese crecimiento durante los siglos XVII y XVIII, con excepción de ciertos ejemplos de arquitectura civil y religiosa patrocinados por la nobleza y la Iglesia.

Aunque el urbanismo no experimentó cambios sustanciales hasta el siglo XIX, la apariencia de la villa (no será ciudad hasta el siglo citado) sí se vio profundamente alterada. Este aspecto se reflejó –dice nuestra autora- en diferentes descripciones textuales y en las vistas urbanas realizadas por el italiano Pier María Baldi[ii], y por el pintor Mariano Ramón Sánchez[iii], éste a finales del siglo XVIII. Los testimonios plásticos que nos dejaron estos dos artistas muestran el rico patrimonio arquitectónico de la ciudad. Las imágenes de Pontevedra se incluyeron en publicaciones que permitieron que los lectores se formasen una idea de ella, al tiempo que los habitantes obtuvieron una visión de la ciudad que se sumó a la de cada uno.

El perfil de la ciudad también fue retratado por numerosos artistas locales que optaron por inmortalizar su imagen desde una ladera próxima –A Caeira- donde la iglesia de Santa María es protagonista, así como las modestas casas del barrio de A Moureira, y esto fue ocurriendo hasta principios del siglo XX, de modo que la ciudad se asoció durante siglos con dos de sus hitos más significativos: el templo de los mareantes y el antiguo arrabal marinero. Pero a lo largo del siglo XIX el interés de los creadores se dirigió hacia esa Pontevedra desaparecida e imaginada. En algunos casos los testimonios fueron realizados por dibujantes y pintores que pudieron conocer ciertas arquitecturas, pero destacan las obras realizadas después de las demoliciones decimonónicas. Aquellos quisieron reconstruir una imagen de la ciudad que pudo existir, pero de la que ya no se conservaba ningún elemento material, mostrando además el interés por el conocimiento de la arquitectura y, sobre todo, por la plasmación de los que fueron algunos de los hitos más destacados de la antigua villa amurallada.

Ejemplo de esto es la fortaleza arzobispal, el hospital de Corpus Christi, la antigua iglesia de San Bartolomé o los numerosos palacios barrocos. A través de numerosas estampas y dibujos se han podido ofrecer una serie de datos que facilitan el estudio de la estructura urbana y las características de unas viviendas y construcciones, específicamente diseñadas para las tareas relacionadas con la pesca y el mar. También han generado no pocas obras las ruinas de Santo Domingo, la capilla de la Peregrina y los espacios de uso colectivo. 

La autora ha seleccionado imágenes que dan una visión lo más amplia posible de la ciudad en su conjunto, de sus elementos individualizados dentro de su contexto histórico, siendo la calidad de las obras –dice- diversa, con vistas urbanas, retratos pictóricos que van más allá de la propia imagen (como el coleccionismo y el conocimiento geográfico y estratégico) hasta aquellas representaciones de edificios urbanos singulares. Algunos dibujos y pinturas fueron hechos sin seguir criterios matemáticos, otros pueden ser considerados como fantásticos, combinando diversos puntos de vista, pero también se han utilizado recursos geométricos en la realización de otros ejemplos.




[i] “La ciudad imaginada. Vistas y visiones de la realidad urbana: el caso de Pontevedra”.
[ii] Nacido en Florencia en 1630, fue un arquitecto y pintor que acompañó a Cosme de Médici en el viaje que realizó por España y otros países europeos. De éste viaje nos dejó una serie de dibujos con vistas panorámicas de ciudades y otras pequeñas poblaciones.
[iii] Nacido en Valencia en 1740, se trasladó a Madrid siendo niño y se educó en la Academia de Bellas Artes de San Fernando.


jueves, 31 de octubre de 2019

Recópolis y Zorita

Vista de Recópolis

En 1845 nació en Salmeroncillos de Abajo (noroeste de la provincia de Cuenca) Juan Catalina García López, arqueólogo e historiador entre cuyas obras se encuentra la “Biblioteca de escritores de la provincia de Guadalajara…”. Fue el primero que se preguntó por la “Rochafrida del rey Pipino” de la que hablaban las Relaciones Topográficas[i] redactadas en época de Felipe II.

Visitando la Alcarria (escribe Vicente G. Olaya) llegó a un altozano junto al río Tajo, donde encontró en 1893 los restos de lo que luego se conocería como Recópolis, un complejo palaciego de 33 hectáreas, de las cuales 22 estaban amuralladas, ordenado construir en 578 por el rey Leovigildo. Luego, decenas de investigadores han ido desentrañando el devenir de una población palatina visigoda que dio origen, a su vez, a otra ciudad muy cercana, Zorita de los Canes (Guadalajara), primero musulmana y más tarde cristiana.

Leovigildo gobernaba sobre casi toda la península Ibérica, incluido el sureste de Francia, lo que quizá influyó para desear simbolizar su poder con la construcción de Recópolis en honor de su heredero Recaredo. Desde 1992 las excavaciones han estado dirigidas por el profesor Lauro Olmo Enciso, que ha recogido los frutos de sus antecesores, entre ellos Juan Cabré. Este desenterró, en los años cuarenta del siglo XX, un tesoro de monedas de oro que fue ocultado cuando se levantó la basílica de la ciudad.

El palacio de 139 metros de longitud y dos alturas, talleres, viviendas para nobles, tiendas de artesanos con mostradores, comerciantes, un acueducto y dos kilómetros de murallas no han hecho más que empezar a mostrarnos la realidad de lo que fue, pues según los arqueólogos, hay trabajo para muchas décadas.

Los musulmanes de la Edad Media se llevaron las mejores piedras y piezas escultóricas para construir Zorita, habiéndose encontrado en Recópolis una balanza romana junto al edificio del palacio. La ciudad goda se rindió[ii], como otras muchas en 711, por lo que no fue arrasada, sino transformada para sus nuevos ocupantes; los edificios aristocráticos fueron ocupados por gente común y se construyó una mezquita. Entre finales del siglo VIII y principios del IX este lugar sufrió un incendio, que los expertos consideran fue intencionado, por lo que Muhammad I inició, en 855, aguas arriba del río, la construcción de Zorita, una alcazaba para la que se expoliaron las piedras de Recópolis. Allí se pueden ver columnas de mármol en una de las puertas de acceso.

En 1124 Zorita fue conquistada por los cristianos tras diversos intentos y comenzó su transformación medieval. La iglesia de San Benito, por ejemplo, tiene capiteles de Recópolis y a los pies de la puerta de acceso de la alcazaba musulmana quedan los restos del puente que mandó levantar Felipe II para unir las dos orillas del Tajo, aunque una tremenda riada lo arrasó y nunca fue reconstruido.


[i] En ella se ofrecen datos sobre todas las poblaciones en época de Felipe II, lógicamente de forma incompleta.
[ii] Ver aquí mismo “Obispos, emires e impuestos” y "Resistencia y colaboración con el invasor".

lunes, 7 de octubre de 2019

Viaje a Toledo

El cardenal Borja

 No se trata aquí de reproducir lo que una guía turística diría, sino de plasmar las sensaciones vividas en este viaje a una ciudad singularísima, que ha desbordado los márgenes de la meseta sobre la que fue construida desde época romana, para continuar dando habitación a moros, cristianos y judíos durante la Edad Media, dejando estos las muestras más significativas de su particular cultura.

En una calleja sin salida se encuentran, formando parte del subsuelo de una edificación actual, unas termas romanas, o mejor dicho, la parte inferior de las mismas, que corresponden al siglo I hasta mediados del II de nuestra era. Destaca una estructura abovedada para la canalización del agua que, por su envergadura, da idea de la importancia de la obra en su momento de esplendor. En realidad, el yacimiento muestra los lugares donde trabajarían los que mantenían el funcionamiento de las termas, seguramente esclavos, de ahí que no tengamos muestras vistosas como en otros casos. Se conserva un arco de herradura con dovelas de ladrillo bien trabajadas, así como el arranque de los pilares que sostendrían el suelo de las termas. También se conservan muros de opus caementicium u hormigón romano, que atraviesa el hipocausto (sistema de calefacción).

Quizá estas termas estaban compuestas por tres edificios adosados, el central más alto, cubiertos a dos aguas. Otro gran arco de medio punto, construido con dovelas de piedra, deja ver un fragmento de muro, y en otro lugar se ha descubierto la pared curva de un aljibe medieval. Buena parte de la ciudad vieja está horadada por galerías con yacimientos arqueológicos de diversas épocas.

En medio de la ciudad vieja se encuentra una de las catedrales góticas más notables de España, quizá la que debe menos a la influencia francesa, aunque también encontramos aquí vidrieras que no llegan a la amplitud y magnificencia de las de León o Chartres. Pero sí podemos ver la enorme importancia de su decoración escultórica, como era común más en el gótico que en el románico y en los estilos posteriores, sobre todo por la monumentalidad de la misma.

En una de las portadas se abalanza un león contra un ave fantástica, sobre cuyas figuras, en registros a mayor altura, se representan edificios. Bajo doseles, figuras en bulto redondo con los pliegues que tanto gustaba representar a los escultores de aquellos siglos, con personajes que muestran un naturalismo desconocido para los del románico. Arcos apuntados y trilobulados, estatuas sobre peanas en las jambas de las portadas, la más notable de ellas desde la que se pueden ver la torre y la cúpula flanqueándola.

En el interior el transparente de Narciso Tomé, capricho barroco que solo puede concebirse si se quiere rizar el rizo en una obra inmensa, tanto en la girola de la iglesia, donde se encuentra aquel, como en toda la estatuaria de la catedral, con escenas complejas de arrebatos místicos, movimientos teatrales, abundancia de ropajes labrados en piedra o mármol, arquillos y nichos con figuras, angelotes que se suspenden casi en el aire. El coro es un trabajo formidable, con escenas guerreras donde se representan caballos, lanzas y otras armas, soldados y gentes de la más variada condición. Pequeños detalles, como el del perro que lame las heridas al mendigo, se suman a otros en los numerosos asientos.

En una de las dependencias de la catedral toledana se encuentran pinturas de El Greco (un San Pablo, obra de entre 1605 y 1610) en óleo sobre lienzo, y una muy conocida de Tiziano, el retrato de Pablo III[i], en óleo sobre tabla, donde el anciano y sedente personaje aparece pensativo, con la gran esclavina roja. Aquí tiene la cabeza descubierta, al contrario que el cuadro con el mismo personaje de 1543. También se encuentra aquí el retrato del cardenal Borja[ii] en óleo sobre lienzo, obra de los últimos años de Velázquez a mediados del siglo XVII. El personaje nos mira, tocado con el bonete y la esclavina roja, destacando la palidez de su rostro sobre el fondo negro.

En uno de los laterales de la catedral se encuentra, desde hace pocos años, la tumba del arzobispo Bartolomé Carranza (ver aquí mismo “Carranza, un reformador condenado”). Pero para ver el interior de la catedral con sus riquezas, tuvimos que pagar a un esbirro del arzobispo crecida cuota…

Obra grandiosa, pero poco acorde con el espíritu franciscano, es el monasterio de San Juan de los Reyes, construido con el dinero que aportaron los Reyes Católicos. Profusión de pináculos, iglesia de una sola nave pero de gran altura, con escudos a un lado y otro de la cabecera; lo más interesante, quizá, es el claustro, obra realmente profusa y de varios autores, especialistas unos en desnudos (niños), detalles pintorescos (jugando o trabajando en un ambiente campestre), monstruos de las más variadas formas con grandes orejas, fauces, alas y escorzos; aquí un mono come unos frutos, allí una bestia alada con patas de ave, granadas quizá alusivas al reino por conquistar, pues el monasterio se levantó con ocasión de la victoria de los reyes en Toro (1476).

Callejeando por Toledo aparecen arcos de herradura construidos con ladrillo, flores entre las rejas de las ventanas, calles con pintorescos nombres (Bajada del Pozo Amargo, Cuesta de los Pajaritos…), espadañas y portadas nobles, puertas defensivas, almohadillados, estrecheces que sugieren chismorreos y vecindad, portalones, torres mudéjares, jardines desde los que asomarse al Tajo (en las proximidades de la sinagoga del Tránsito hay un balcón que permite ver, muy cerca, un meandro del tranquilo río). En una de esas calles se encuentra la sede del archivo histórico, con un sobrio claustro de columnas en dos pisos.

El Toledo judío se ve mejor que en ninguna otra parte en la zona más próxima de la ciudad al Tajo, donde es más fácil el contacto con el río: allí está la judería, con el barrio del Alacava[iii], el degolladero, el puente de San Martín y las sinagogas, de Santa María la Blanca y del Tránsito. Nada menos que ocho puertas había para acceder al barrio de los judíos medievales.

En un museo sefardí adjunto a la sinagoga del Tránsito, que recoge objetos de muy diversas épocas y motivos, se encuentran las losas sepulcrales de unos y otros. El espacio ocupado por esta sinagoga contaba con un patio y varios aljibes, despensa, cocina y salas, correspondiendo la mayoría de la excavación a los siglos XII y XIII, y en el siguiente, bajo el patrocinio económico de Samuel ha Leví, se arrasaron aquellos edificios para construir la sinagoga, cuyo exterior es de planta rectangular, con muros de mampostería y ladrillo y arcos en la parte superior. El interior es fastuoso por la decoración de su pared principal, con ricas ornamentaciones, oraciones y frases poéticas en los frisos. La creencia en otra vida tras la muerte está muy arraigada en el pueblo judío, y de ahí los rituales religiosos.

En el museo se conserva un ídolo doméstico de basalto con un gran pico, que se remonta al 4º milenio. Se trata de un “altarcito” procedente de Golán. También hachas de bronce del segundo milenio, un vaso carenado (cerámica de la misma época), ropajes de sefardíes, objetos rituales, domésticos, fotografías de judíos de los dos últimos siglos…

Al otro lado de la ciudad, extramuros, encontramos el hospital mandado construir por el arzobispo Tavera: exageración para una época en la que ser hospitalizado era, en muchas ocasiones, antesala de la muerte. Imponente edificio, se encuentra algo alejado, pero casi enfrente, de la puerta de Bisagra, con las águilas bicéfalas imperiales. El hospital consta de tres cuerpos, el superior más bajo que los otros dos, el inferior almohadillado y el del centro con grandes sillares. La portada, que se extiende esbelta atravesando en su mitad los tres cuerpos, es de gusto clasicista, decorándose las ventanas, adinteladas las del cuerpo inferior, con arcos de medio punto las del central, con potentes almohadillados.

El edificio de Ayuntamiento, de estilo herreriano, Toledo de noche y de día, sus mazapanes, el regusto judío y mudéjar, pero ante todo, el verdadero poder de Toledo, antes y ahora, es la Iglesia, con sus riquezas inmensas y sin precio.

En contrapunto, la estación del ferrocarril, construida a principios del siglo XX siguiendo un estilo neomudéjar, conserva su antiguo buzón de correos, el artesonado de la época, las ventanillas donde se expedían los billetes. ¡Que gran acierto el de aquellas autoridades y arquitectos! Demostraron ser cultos y respetuosos con la historia de la ciudad. 



[i] Uno de los miembros de la familia Farnesio, que ejerció el mecenazgo en su favor encargándole a Antonio de Sangallo la construcción de un palacio en Roma.
[ii] De la familia Borgia, el retrato de la catedral es el original, habiendo una copia en el Museo de Arte de Ponce, al sur de Puerto Rico. Entre otros cargos, el cardenal Borja fue arzobispo de Toledo y embajador ante el papa.