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miércoles, 31 de mayo de 2023

La paleta de Francesco Guardi

 

Fuera de Italia no se habla de Francesco Guardi si no es entre los especialistas; nacido en Venecia en 1712, murió en la misma ciudad en 1793. Aunque la obra más divulgada de él son sus paisajes venecianos, también trabajó en pinturas de otros géneros: retablos, mitología, batallas e incluso murales. No obstante, después de 1760, su obra consistió en seguir los pasos de Canaletto pero con otra técnica; su pintura tiene características poéticas, motivos arquitectónicos que no necesariamente corresponden a grandes palacios o iglesias. Sus colores pastel parecen una premonición de la pintura de Corot en el siglo siguiente, y quizá fue influido por Tiépolo, emparentado con él por medio de su hermana.

En ocasiones, Guardi oscurece su paleta, pero en otras hace reflejar el cielo en las aguas de la laguna o en las del río Brenta. ¿Cuáles son las horas del día que refleja Guardi en sus cuadros? La luz impacta a veces en paredes de ladrillo, en los personajes diminutos, indefinidos, de sus cuadros; en ocasiones elige el gris y en otras una tonalidad plateada, pero no hay colores puros. En “Un capricho arquitectónico” se transita de la sombra a la luz; en “Cuenca de San Marcos con San Giorgio y la Giudecca”, la iglesia de Andrea Palladio es un elmento más, pero no el principal en el tormentoso cielo y en el oscurecido canal donde discurren como sombras las embarcaciones.

Donde Guardi anuncia lo que va a ser el impresionismo, como antes lo hicieran Velázquez, Goya y otros, es en “Puente en Dolo”, donde, desde un punto de vista bajo, aparecen las manchitas que forman las personas en sus embarcaciones y sobre el puente, con una arquitectura propia de almacenes (ver arriba). En “Gran Canal con Santa Lucía y la Iglesia Scalzi”, la paleta oscura hace una excepción para representar a los edificios, religiosos y civiles, con sus diminutas ventanas estos; y en su “Capricho con motivos venecianos” muestra destartaladas arquitecturas aisladas, mientras los personajes se entretienen en sus afanes (ver abajo).

En su “Góndola en la laguna”[i], nos invita a la meditación, qué se encuentra ante nuestros ojos, en ese horizonte fundido con el agua y solo separado por la línea de edificios con sus delgadas torres (ver abajo): “La intensidad emocional del cuadro se condensa en este breve registro del momento en un llanto doloroso” (Goethe). De nuevo la transición entre la sombra y la luz en “Ascenso en globo aerostático”, signo de los tiempos, donde la gente se agolpa en primer plano, confusa en los pigmentos y expectante, ante el globo en el aire luminoso.

En “Capricho de laguna con ruinas” dominan los colores terrosos en primer plano, de nuevo los personajes indefinidos y gesticulantes, las columnas esbeltas que sostienen un entablamento. En la “Plaza de San Marcos de Venecia” no le interesa el palacio de los Dux, ni la iglesia de estilo bizantino, que aparece parcialmente a la derecha, sino los toldos de los mercaderes y el edificio comunal con su campana en lo alto. En su Río dei Mendicanti hace un estudio de perspectiva: el río se aleja dejando en sus riberas los edificios solamente representados como masas con manchas para las ventanas, y al fondo el puente de un solo arco, oscuro, mientras en las aguas faenan los gondoleros.

En “San Giorgio Maggiore” no aparece la fachada paladiana, sino los edificios adjetivos con tonalidades doradas y terrosas, el frontón y la cubierta de la iglesia, la cúpula y la esbelta torre rematada bulbosamente. Por último, en “El Gran Canal con San Simeone Piccolo y Santa Lucía”, oscurece la paleta; la cúpula preside la parte izquierda del cuadro y, en lo alto y en el agua, combaten los azules y los blancos, los colores plata con sus matices.


[i] La crítica considera esta obra, sin duda de Guardi, formando parte de una composición mayor.

martes, 4 de abril de 2023

La importancia del "Índice"

 

En 1707 tuvo lugar con “católica, real y noble pompa” la ceremonia que precedió a la reunión de los inquisidores para la publicación del nuveo Índice de libros prohibidos, siendo el último de 1640. El documento en el que se lee lo que aquí resumimos[i], dice que que “este gran empleo de inquisidor” es el que ha posibilitado encargar “ a personas de la primera literatura [teología], prudencia y experiencia” el examen de los pliegos e impresos que se se publicasen o pretendiesen hacerlo.

Se consideraba a la Virgen de Santa Rosalía de Palermo la “especial protectora contra los accidentes contagiosos, [y] será antídoto contra la pestilencia fiebre de las heregías”. Para ello se congregaron en las casas del Tribunal de la Inquisición “mucha nobleza, ministros y ofiales de el Tribunal”, saliendo a caballo precedidos de timbales y clarines la congregación de familiares… y así llegaron hasta la plazuela de Palacio, “que no obstante estar cerrado el paso de coches y cavallos, a causa del feliz parto de la reina […] fue su Magestad servido de mandar se franquease a tan Católica función, saliendo al balcón a patrocinar con la Real presencia este religioso acto”.

Hubo misa en la real capilla “con todo el lleno de instrumentos y voces”, y el nuevo Índice se mostró después del Evangelio. Vino luego la consiguiente predicación, y al terminar toda la pompa, con no menos que como había comenzado, se produjo la procesión con todos los nobles, familiares, etc. para retirarse.

Unos años más tarde, en 1720, Don Diego de Astorga y Céspedes[ii], Arzobispo de Toledo e Inquisidor General, dio orden de que se retirase una publicación que ponía en duda creencia muy extendida entre los españoles: se había difundido un “papel” impreso en diez hojas que contenía cuarenta y seis números, cuyo título era “Examen de la Tradición del Pilar”, poniendo en duda el autor la venida del apóstol Santiago a España, lo que contravenía lo decretado por el Santo Oficio en el Índice de 1707, donde se había mandado borrar la propisición de dicha duda en otras obras.

“Y mandamos poner –dice el arzobispo toledano- y ponemos perpetuo silencio, para que nadie pueda escibir contra dicha Tradición” (bajo pena de excomunión), dando permiso al tiempo para que se pudiese publicar libremente a favor de la misma. Diego de Astorga se había mostrado contrario a ciertas formas de religiosidad popular que consideraba anticuadas e impropias del nuevo tiempo que -como vemos- era viejo en otros aspectos.

En 1703 se publicó la lista de las personas que habían sido condenadas en el Auto público de Fe, que se había celebrado en la iglesia del convento de Santo Domingo de Lisboa, siendo Inquisidor General el obispo Fray Joseph de Lancastro, y en 1722 se hizo pública la relación de los reos que salieron en el Auto de Fe que el Tribunal de la Inquisición había celebrado en el convento de Santo Domingo de Madrid, siendo Inquisidor General el obispo de Pamplona, Don Juan de Camargo[iii]. Este obispo presentó su renuncia al obispado en 1725 y se le asignaron diez mil ducados sobre caudales de la Santa Cruzada y una canongía en la catedral de Toledo, pero renunció a lo primero[iv].

En el mismo año tenemos ejemplos parecidos en Llerena, y en 1723 en Córdoba, Valladolid, Valencia, Coimbra, Murcia, Toledo y Sevilla. En 1724 en Madrid y al año siguiente en Granada… A medida que avanza el siglo XVIII van siendo más extrañas estas ceremonias.


[i] Bibliotheca Sefarad.

[ii] Nació en Gibraltar en 1665 (siendo todavía la plaza de soberanía española) y murió en Madrid en 1734

[iii] Era natural de Ágreda (Soria), nacido en 1663 y fallecido en Madrid en 1733.

[iv] Real Academia de la Historia.

domingo, 26 de marzo de 2023

Visiones sobre Goya

 

                                                         Manuscrito de Goya de 1803*

Seguramente aprendió Goya de José Luzán, pues en sus primeras pinturas el colorido y los temas son propios del segundo, pero de forma lenta el primero le aventajará junto a otros contemporáneos, hasta el punto de que Goya es una singularidad en la pintura española y quizá quepa decir universal. De Luzán toma el estilo italiano que estaba de moda entonces y que hizo a Goya aspirar a visitar Italia en cuanto le fuese posible. Si está influido por la pintura neoclásica será en los temas, pero en la técnica pronto se apartará, y de ello ya tenemos muestra en una de las cúpulas de la basílica del Pilar de Zaragoza.

La que se considera primera obra de Goya solo se conoce por fotografía, pues se perdió en 1936: se trata de “Venida de la Virgen del Pilar”[i], en unas puertas de relicario, obra de 1762 (a los dieciséis años). Luego siguieron cuadros de devoción en los que el colorido y los grandes ropajes destacan, seguramente por influencia de Francisco Bayeu, que le lleva a Madrid en 1763.

Pero más importancia para Goya tuvo su viaje a Italia en 1769, del que el Museo del Prado conserva su bloc de notas una vez fue encontrado en 1993. En él se citan las ciudades por las que pasó y estuvo, además de algunos bocetos como el torso Belvedere y copias de pinturas al fresco que pudo ver en las iglesias. El boceto de “Aníbal, vencedor, que por primera vez mira Italia desde los Alpes”[ii] (1770-1771) ha permitido atribuir a Goya el posterior cuadro del que no se conocía su autor.

En Italia ha conocido la pintura barroca y regresa a Zaragoza, pero ya con la idea de que puede hacer una buena carrera artística. En dicha ciudad pinta, en la basílica del Pilar, el fresco en una de sus cúpulas y pechinas, “La Gloria o Adoración del nombre de Dios” (1771-1772), cuyo boceto se encuentra en el Museo Goya de la capital aragonesa. Más importancia tienen los frescos de la cartuja de Aula Dei[iii] (aunque cuatro están destruidos y se conservan en mal estado siete) que Goya pintó a lo largo de la nave de la iglesia con escenas de la Virgen y arquitecturas enmarcándolas.

De nuevo en la Corte empieza sus trabajos para la Real Fábrica de Tapices (empleo que consiguió gracias a Bayeu), dándose la circunstancia de que los cartones de los pintores fueron valorados en su época de menor mérito que los tapices finales: se trata de escenas de caza “al modo de Bayeu”, con colores muy perfilados en sus contornos para facilitar el trabajo de los tapiceros. “El quitasol” lo pintó Goya desde un punto de vista bajo, donde personajes populares son retratados elegantemente, como repetirá en muchas de sus obras posteriores, pero en esta ya hay un cambio, pues los perfiles están más difuminados[iv].

De la misma época (1780) es su “Cristo crucificado”, que se encuentra en el Museo del Prado, obra en la que Goya presenta una anatomía más serena que la de los pintores barrocos, la encarnación es luminosa y el volumen acentuado. El mismo año está en Zaragoza de nuevo para pintar varios frescos de la basílica del Pilar, bajo la dirección de Francisco Bayeu, al que no le gusta la pintura de Goya porque rompe con la tradición. En efecto, la audacia de Goya con la pincelada, nada académica, le separa definitivamente de Bayeu en lo artístico.

De nuevo en Madrid dará un salto profesional cuando el ministro Floridablanca le encarga, junto a otros, la decoración de la basílica de San Francisco el Grande, y aún se encuentra allí el óleo sobre lienzo que Goya pintó: “San Bernardino de Siena predicando al rey Alonso de Aragón”[v] (1782-1784). Sobre una roca está el santo, y el rey arrodillado, junto con su Corte, a un nivel muy inferior. El mismo Floridablanca le encarga un retrato y Goya lo representa como protector del Canal de Aragón[vi] (1783), donde el ministro, estilizado, está rodeado de un reloj, la figura de Carlos III al fondo, el autorretrato de Goya de perfil y una gran cartela alusiva a las obras públicas de la Ilustración.

Al servicio del infante don Luis, que se encontraba con su familia exiliado en Arenas de San Pedro[vii], pintó “La Familia del Infante don Luis”[viii] (1784), donde los personajes están representados en una escena doméstica alrededor de una mesa (Goya se autorretrató en una posición inferior). Luego vendrían sus trabajos para la Casa de Osuna, que le pusieron en contacto con tertulias, personajes e influencias, pero también  quedaban al pintor muchas desgracias…


[i] Se encontraba en la iglesia parroquial de Fuendetodos.

[ii] Se encuentra en el Museo del Prado.

[iii] Monasterio de Zaragoza.

[iv] La Real Fábrica de Tapices estaba dirigida entonces por Francesco Sabatini (Palermo, 1721), arquitecto favorecido por el rey Carlos III.

[v] Se trata de Alfonso V. Las dimensiones del cuadro son 480 por 300 cm. Están editados los bocetos de esta obra.

[vi] “El conde de Floridablanca”. Se encuentra en el Banco de España (Madrid).

[vii] Ver aquí mismo “Tres mujerzuelas a su servicio”.

[viii] Se encuentra en la Fondazione Magnani-Roca de Parma.

* Ilustración de "La Comarca".

jueves, 23 de marzo de 2023

"Atar el dedo gordo"

 

                                                                   Siétamo (Huesca)*

El conde de Aranda[i] pasa por ser un librepensador, indisciplinado y culto personaje de la España dieciochesca, e incluso algunos le han hecho iniciador de la masonería española, pero no es esto lo que aquí nos interesa. Cuando el ministro Grimaldi, al servicio del rey Carlos III, era Secretario de Estado (responsable de los asuntos exteriores), Aranda lo era de los de interior en el Consejo de Castilla, teniendo roces recíprocos. Más tarde el primero sería sustituido por Floridablanca, y también con este tuvo Aranda diferencias, siendo subordinado suyo como embajador en París.

Uno de los motivos de enfrentamiento entre Grimaldi y Aranda fue la diferente política que pretendían con Inglaterra, que acababa de ocupar las islas Malvinas, siendo el primero partidario de contemporizar y el segundo de la guerra. Las islas habían estado en poder de la monarquía francesa hasta 1767, que pasaron a manos de la española, pero ya entonces Inglaterra había hecho algunas incursiones en el contexto de la lucha por el control de los mares.

Cuando Aranda llegó a París como embajador empezaron las hostilidades entre las colonias inglesas de Norteamérica y la metrópoli, alieándose aquel meditadamente contra Inglaterra debido a su anglofobia comprobada. La oportunidad de debilitar a Inglaterra –dijo- no podía desaprovecharse, aun considerando el riesgo de que las colonias españolas en América pretendiesen lo mismo más tarde o más temprano. Aranda se dirigió a su superior, Floridablanca, que no tenía la misma visión que él sobre América, diciéndole que no se atrevía a “atar el dedo gordo”, expresión que en la época significaba acometer la empresa más importante.

Lo cierto es que en 1783 se firmó el Tratado de Versalles con Inglaterra en el que Aranda participó en nombre de España, consecuencia de la finalización de la guerra de independencia de las colonias inglesas, por lo que el conde fue felicitado por el rey Carlos III. De ese mismo año hay un memorial que se le ha atribuido y que el profesor José Antonio Escudero López considera falso. Una vez en Madrid, Aranda se entretuvo en formar parte de la camarilla del futuro Carlos IV contra su padre el rey (es lo que se ha llamado “partido aragonés”).

Durante el reinado de Carlos IV, Godoy empezó a ascender mientras que Floridablanca y Aranda descendían, buscando este apoyo en la reina María Luisa, y logrando ser nombrado (aunque por poco tiempo a favor de Godoy) ministro de Estado. En esta ocasión el conde no fue partidario de la guerra con la República Francesa, por considerar que España no estaba en condiciones de asumirla, mientras que Godoy, que a la postre sería nombrado “príncipe de la Paz”, sí lo fue… Este enfrentamiento, que al parecer llegó a producirse con cierta violencia en presencia del rey, llevó a Aranda al destierro.

Godoy propuso entonces formar monarquías en América en sustitución de los virreyes y sendos senados formados por mitad de peninsulares e indianos. Y este asunto es el que entronca con el memorial de 1783 que se le atribuye a Aranda (parece evidente que no es su autor) en el que se proponía asegurar el control sobre Cuba y Puerto Rico y crear tres monarquías: Costa Firme, Perú y México, que estarían federadas con España y su rey tendría el título de emperador. Todo ello en la línea de evitar que se intentase en la América española seguir el curso de las colonias inglesas de Norteamérica, recientemente independizadas. Pero este memorial apareció por primera vez a la vista treinta años después de su fecha, no conociéndose el original (esto último no sería el mayor problema), y existen copias en varios archivos españoles (entre ellos el de Simancas) y en uno francés[ii].

En relación a ese memorial no aparece correspondencia entre Floridablanca y Aranda, lo que representa la primera rareza, y en él Aranda se mostraría arrepentido de la firma del reciente Tratado de Versalles (en el mismo año). Además –dice el autor citado- no existe correspondencia alguna entre el estilo literario de Aranda y el del memorial. Como existe otro memorial de Aranda con fecha de 1786, del cual sabemos es ciertamente autor el conde ¿cómo es posible que no se haga referencia al de tres años antes? Además tenermos la contestación de Floridablanca al memorial del último año pero no al del primero, del cual no sabemos su autor.

Centrándonos en el documento de 1786, Aranda dice a Floridablanca que “no podemos sostener el total de nuestra América”, proponiendo cambiar Portugal por Perú, ya que la monarquía lusa poseía Brasil; el resto de la América meridional sería entregada a un infante con el título de rey; y en el documento Aranda se anticipa a las aspiraciones de los Estados Unidos sobre la Florida y México, pero Floridablanca dio evasivas a esta propuesta.

Volviendo al documento de 1783, Escudero López ha podido saber la fecha en la que Aranda salió de París hacia España después de firmar el Tratado de Versalles: 10 de diciembre del mismo año, llegando a Madrid el 28 del mismo mes y encontrándose que su esposa acababa de fallecer. Tendría que haber redactado el documento entre dicho día 28 y el 31 de diciembre para que el año coincida con el del documento. Si lo hubiese redactado en París significaría que se habría arrepentido de la firma del Tratado poco después de haberlo suscrito…

No corresponde aquí especular sobre lo que hubiera resultado de las propuestas de Godoy y Aranda, aunque sí demuestran la preocupación por retener los lazos con la América española mucho antes de que se produjese el proceso independentista. Sería mucho esperar del tibio Floridablanca (recuérdese su política contra las ideas de la Revolución Francesa, lo que fue común a muchos otros ministros europeos); o quizá la prudencia demostrada por José Moñino evitó un fracaso, porque ciertamente eran audaces las propuestas antedichas.



[i] Pedro Pablo Abarca de Bolea y Ximénez de Urrea fue X conde de Aranda, nacido en Siétamo, en la actual provincia de Huesca, en 1719, y fallecido en Épila (Zaragoza) en 1798.

[ii] El historiador José Antonio Escudero López ha estudiado este asunto.

* Fotografía de mapcarta.com/es/25062518

domingo, 19 de marzo de 2023

Causas de una guerra

En Usúrbil (hoy al norte de la provincia de Guipúzcoa) se construyó el galeón San José en 1698, que diez años después, mientras Europa se debatía en la guerra de sucesión a la Corona de España, fue atacado por buques enemigos y se hundió en Cartagena de Indias, llevando en sus bodegas mercancías por valor 100 millones de reales de a ocho[i]. El asunto cobró mayor importancia porque, desde 1702, los ejércitos aliados de Austria y los de España y Francia se enfrentaban en una guerra que tuvo –como otras muchas- motivaciones económicas evidentes. La guerra en España no comenzaría hasta 1705, entre partidarios del archiduque Carlos de Austria y de Felipe de Anjou, de la familia Borbón francesa.

Holanda e Inglaterra[ii], en un principio, se habían declarado neutrales en la guerra por la Corona española, aunque la aceptación del testamento de Carlos II de España por el rey francés Luis XIV preocupó a aquellas potencias, pues implicó la ruptura de un pacto firmado solo unos meses antes con Holanda e Inglaterra por el que Nápoles y Sicilia quedarían al margen de las aspiraciones de la dinastía Borbón. Todo ello lo supieron, por información del rey francés, el Parlamento inglés y los Estados Generales de Holanda. La política francesa en los territorios españoles de Italia fue bien vista por Inglaterra y Holanda, cuyos grupos dirigentes mantenían un gran interés comercial, tanto en el Mediterráneo como en el Atlántico.

Así las cosas, Inglaterra y Holanda reconocieron a Felipe de Anjou como rey de España (1701), el cual entró por Irún ese mismo año para ser proclamado por las Cortes de Castilla, reunidas en la iglesia de San Jerónimo el Real de Madrid: tal decisión contó con las bendiciones de todas las potencias europeas excepto Austria. A continuación, Felipe V viajó a Zaragoza para jurar los fueros de Aragón y luego a Barcelona (1702) para tomar acuerdos muy favorables para Cataluña, pues se condeció la categoría de puerto franco a Barcelona y el permiso de dos embarcaciones al año a América sin el control de Sevilla ni Cádiz, rompiéndose así el monopilio de estos dos puertos andaluces. Se constituyó además la “Compañía Mercantil, Náutica y Universal” según el modelo de las existentes en Inglaterra y Holanda, lo que favoreció a los poseedores de las acciones de aquella. Según la profesora Carmen Sanz Ayán[iii], un dirigente político catalán llegó a proclamar que tales condiciones eran las más favorables que había recibido nunca “la provincia”. Hasta tal punto debió de ser así que los austracistas catalanes pidieron al archiduque Carlos que reconociese lo anterior.

Por su parte Felipe V condeció el gobierno de los Países Bajos del Sur al duque de Berry, alguien de la absoluta confianza del rey francés; quedando rota la franja de seguridad entre Francia y Holanda. También el rey español concedió privilegios comerciales a los franceses para la América española, hasta el punto de que tuvieron el monopolio de importanción de esclavos negros en dichos territorios, obteniendo así Francia una posición de ventaja sobre Holanda e Inglaterra. ¿Por qué era tan importante el asiento de negros, es decir, el permiso para introducir esclavos en la América española? Porque durante el siglo XVII el negocio negrero había sido tan próspero que los grupos dominantes de los estados marítimos no estaban dispuestos a perder nada. A su vez, la gestión del asiento rompió el monopolio español en América.

España no dispuso de territorios en África para la obtención de esclavos, pero se valió de otros estados, ya que no se podía esclavizar a los nativos de la América española. En el Tratado de Tordesillas (1494) se reservó a Portugal el control del territorio entre los ríos de Guinea y Angola a estos efectos, y desde 1640 (independencia portuguesa de la Monarquía española), daneses, franceses, holandeses e ingleses se beneficiaron de los territorios portugueses en África a base del comercio esclavista. Se habían creado compañías inglesas y holandesas en África (Guinea, Costa del Oro) que abastecieron a comerciantes genoveses, los cuales tenían la concesión española para el abastecimiento de esclavos negros con destino a América.

En 1663 el duque de York, hermano del rey inglés Carlos II Estuardo, fundó una compañía para proporcionar 3.000 esclavos anuales para las colonias inglesas en el Caribe (Barbados y Jamaica)[iv], cuyo nombre fue “Cía. de Reales Aventureros del comercio inglés con África”. A su vez Inglaterra construyó una cadena de fuertes en las costas de Guinea para garantizar sus actividades, pero fueron destruidos por Francia aprovechando la guerra angloholandesa entre 1665 y 1667[v]. La Compañía Neerlandesa de las Indias Occidentales, a la altura del último año citado, estaba en su apogeo, sobre todo debido al dominio holandés a través de negreros genoveses.

En 1685 España decidió prescindir de los genoveses a estos efectos y acordó con una compañía comercial holandesa el mismo asunto, algo impensable solo unas décadas atrás[vi]. En el Caribe, Holanda tuvo ventaja desde finales del siglo XVII a base del comercio legal e ilegal, por medio del contrabando, sobornos y otras “artes”. Por su parte, el rey inglés Carlos firmó un nuevo asiento con la Cía. de Portugal (Cabo Verde) y volvió a construir una cadena de fuertes en la costa africana (1672), creando la Real Compañía Africana[vii], de la que era accionista el propio rey, llegándose al momento en que los portugueses utilizaron los servicios de la misma (1693), y esta es la que estaba vigente cuando se inicia la guerra de sucesión a la Corona de España.

España puso entonces en manos de un Consorcio de comerciantes franceses[viii] el asiento de esclavos negros, excluyendo a los que hasta entonces se habían estado beneficiando de tal actividad, y solo ahora Inglaterra y Holanda deciden apoyar al cantidato austracista, cuando ya habían reconocido a Felipe V. La guerra, como queda dicho, empezó en 1702, y la posición neutralista de Carlos II fue sustituida por otra intervencionista de Guillermo III, que aunque murió en 1702, fue la que se impondría. El comerciante Mitford Crowe fue el encargado de procurar el levantamiento de Cataluña a favor del archiduque Carlos, lo que consiguió después de trabajar en ello durante 1704, y al año siguiente se firmó el pacto de Génova entre Inglaterra y los más importantes comerciantes catalanes (vigatans)[ix], que pretendieron representar los intereses de toda Cataluña: Inglaterra desembarcaría tropas en Barcelona de acuerdo con Portugal (resultó un fracaso); en un segundo intento tomaron la ciudad soldados austríacos, holandeses e ingleses, pero la intención de Inglaterra era convertir toda la península Ibérica en un centro al servicio de sus intereses comerciales, teniendo como precedente el reciente Tratado de Methuen con Portugal (1703).

La reina Ana, sucesora de Guillermo III, sería accionista principal del asiento de negros firmado con el archiduque Carlos de Austria, intentando Inglaterra un plano de total igualdad con España en América (“Compañía para el Comercio de las Indias Españolas”, formada por españoles e ingleses) pero tal cosa no fue posible porque Carlos de Austria solo dominó Madrid un mes. Otra “Compañía Nova de Gibraltar” fue fundada en 1709 para el comercio con América, pretendiéndose por Inglaterra que Gibraltar (que había ocupado en 1704) sustituyese a Sevilla-Cádiz en el comercio americano, pero hasta el archiduque Carlos se resistió a este plan en un primer momento.

La guerra, en definitiva, fue un pretexto para adueñarse del comercio de todo el mundo, pues las flotas inglesa y holandesa eran imponentes y quizá comparables a la española hasta 1805. La cuestión dinástica nunca interesó más que a los dos candidatos principales, pues cuando murió el emperador austríaco José I (1711), el archiduque Carlos le sustituyó y perdió todo interés por la Corona española, consolidándose así Felipe V como rey de España.


[i] Recientemente ha sido descubierto el pecio.

[ii] No cabe hablar de Gran Bretaña hasta 1707.

[iii] “Una lucha por el dominio económico intercontinental”, conferencia en la que se basa el presente artículo.

[iv] Curaçao ya estaba en manos de Holanda.

[v] El motivo fue la disputa por la captura de esclavos en la costa guineana.

[vi] Entre los siglos XVI y XVII la Monarquía española y las Provincias Unidas habían mantenido una guerra de ochenta años (con treguas).

[vii] Actuó en Senegal y Angola, territorios teóricamente portugueses.

[viii] En estos asuntos se empleaban corsarios o antiguos corsarios para las negociaciones oficiosas, cuando se consideraba que no procedía emplear a funcionarios.

[ix] Vigatá es el gentilicio de Vich, de donde procedían los comerciantes implicados.