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viernes, 28 de abril de 2023

Especias, negocio y falsedad

 

Tus renuevos son paraíso de granados, / con frutos suaves. / De flores de alheña y nardos; / Nardo y azafrán, caña aromática y canela, / Con todos los árboles de incienso; / mirra y aloes, con todas las especias aromáticas. Así se puede leer en el “Cantar de los Cantares” (4,14), describiendo las excelencias de la mujer amada.

Las especias, conocidas desde la antigüedad pero puestas muy en valor durante la Baja Edad Media y la Edad Moderna de occidente, eran aromatizantes, conservantes, servían para fabricar cosméticos y fármacos. En todo caso terminaron por ser símbolo de riqueza y poder como el oro.

Se debe a Klaus Wagensonner la transcripción de trablillas de Mesopotamia, particularmente cuatro de una antigüedad aproximada del siglo XVIII a. C. que se encuentran en la Yale Babylonian Collection. En dichas tablillas ya se citan el comino, el sésamo y el hinojo. Muy posteriormente barcos fenicios distribuyeron estas y otras especias por el Mediterráneo, y Alejandro Magno tiene noticia de ellas en la India durante su extraordinaria expedición guerrera.

Tiro y Alejandría, en el Mediterráneo, se convirtieron en centros distribuidores de especias, y posteriormente Roma mantuvo un comercio con Asia a través de la ruta de la seda, comercializándose la canela, el clavo, el jenjibre y la nuez moscada, etre otras. Una ruta marítima entre Roma y la India se estableció desde el siglo I de nuestra era, llegando a Alejandría productos desde oriente.

Con la división del Imperio Romano a finales del siglo IV, Constantinopla se convirtió en un centro privilegiado que comunicaba, a estos efectos, oriente con occidente, y unos siglos más tarde, con la expansión islámica, se establecieron pasos clave en las rutas terrestres. Los árabes controlaron el Índico y el sur del Mediterráneo antes de que los mogoles[i] debilitasen su monopolio. Cogieron el relevo Venecia y Génova, que habían sido ciudades beneficiadas por las cruzadas siglos atrás; particularmente la familia Polo, en Venecia, venía explotando el comercio con oriente desde el siglo XIII[ii].

Lo que está claro es que la India fue el espacio intermediario entre las islas Molucas y occidente. Mientras Génova perdió sus factorías en el mar Negro por la acción de los otomanos en el siglo XV, Venecia siguió llegando a acuerdos con ellos para prolongar algo más su poderío económico, pero aceptando la superioridad turca. Surgieron entonces ciudades como Marsella y Barcelona, donde sus grupos dirigentes se esforzaron en encontrar una solución para seguir manteniendo el comercio con Asia.

Mientras Venecia se alió con Portugal para financiar los viajes de circunnavegación de África, Génova lo hizo con Castilla para los viajes ultramarinos de Colón. El objetivo era controlar el comercio de las especias –entre otros- una vez que por los portugueses se supo de las islas Molucas y el binomio oro-especias se impuso. En 1493 Colón dejó escrito que había visto en las Indias la planta que allí llamaban ají, que nada tenía que ver con la pimienta negra de oriente. En 1497 Vasco de Gama llegó a la India en busca de las especias cuyo comercio habían interrumpido los otomanos, y en 1510 estableció en Goa la capital con dicho fin.

                                                        Ilustración de "La Voz de Galicia"

En 1513 los portugueses llegaron a establecer relaciones comerciales con Java, mientras que nobles gallegos, entre los que destaca Fernando de Andrade das Mariñas, influyeron para que se estableciese en A Coruña (aunque efímeramente) una Casa de la Especiería. En 1529, mediante el Tratado de Zaragoza, el rey Carlos vendió a Portugal las islas de las Molucas, en lo que hizo un buen negocio, pues posteriormente dichas islas serían explotadas también por comerciantes españoles.

Los portugueses establecieron alianzas con poblaciones del sur de la India, y sus carracas surcaban los mares para hacer de Lisboa el único centro de importanción de las especias durante algún tiempo. Luego cobró importancia Amberes, antes de que Hamburgo contribuyese a arruinar a no pocos comerciantes holandeses. De esta nacionalidad fueron los que establecieron una ruta con Java entre los siglos XVI y XVII para el cargamento de especias, origen del imperio comercial holandés, para lo que jugó un papel clave la Compañía de las Indias Orientales, de titularidad privada pero que actuaba como un estado acuñando moneda, con 50.000 empleados a su servicio, cientos de naves y un ejército propio.

Se creó entonces la Compañía Inglesa de las Indias Orientales, y otra con el mismo nombre en Dinamarca, fundadas en 1600 y 1616 respectivamente. La competencia fue entonces la norma, sobre todo entre las compañías inglesa y holandesa, hasta 1620, en que se llegó a un acuerdo de cooperación antes de volver a los enfrentamientos. A estas empresas se unió, en la segunda mitad del siglo XVII, el comerciante de esclavos británico Elihu Yale[iii], que vio una oportunidad de negocio en las especias junto con otros, estableciéndose así en Massachusetts un floreciente comercio.

Pero para esa época se vio la necesidad de diversificar el comercio dando entrada al té, el café, el azúcar y otros productos, además de que se habían producido cambios en los gustos de la demanda europea. La corrupción en la Compañía holandesa, entre tanto, le había hecho perder importancia en las rutas abiertas con tanto esfuerzo. Durante el siglo XVIII, como consecuencia de las ideas ilustradas que se abrían paso, se vio la posibilidad de cultivar en Europa, mediante invernaderos, las plantas de las que se obtenían las especias orientales, y al dar comienzo el siglo XIX Claudio Boutelou[iv] publicó una serie de obras sobre injertos, los cultivos de huerta, descripción de especias y sus propiedades.

Como se ha dicho (el uso de especias orientales dio la frase “lujo asiático”), fue signo de distinción y poder, por lo que dichas especias solo las consumían las familias pudientes. El resto de la población se valió de especias locales como la salvia, el romero, el hinojo, el perejil, el espliego, el filantro, etc. Algunas tenían la propiedad de conservar los alimentos, pero en Europa se había extendido la costumbre del secado (embutidos), la salazón (pescados), escabeches con vinagre, conservación en aceite y vino, elaboración de salsas para dar mejor sabor a los alimentos, etc. Son de destacar las bebidas reconfortantes elaboradas por los monjes de Poblet que luego siguieron otros cenobios, y en algunas regiones de España se elaboró un aguamiel especiado que se guardaba en cuevas para garantizar su frescor.

Desde el punto de vista terapéutico se impusieron el empirismo y la credulidad de las gentes; mito y magia estuvieron presentes en las cualidades medicinales y curativas de las especias y plantas. Los venecianos “inventaron” un polifármaco en el que el rito tenía más importancia que el producto obtenido. Cervantes nos ha legado su “bálsamo de Fierabrás” como panacea para todos los males de su protagonista quijotesco. La botánica, en el siglo XVI, estuvo en medio del oscurantismo, del que se hace eco Andrés Laguna en 1555 con el escepticismo que le caracteriza: las descripciones terapéuticas adolecían del desconocimiento de las plantas pretendidamente medicinales por sus recomendadores, así como los preparados.

El pimentero es una planta trepadora a la que se dieron facultades que no tiene. El amomo o cardamomo sería el combinado de varias especias aromáticas, pero en realidad es una herbácea perenne y aromática de cierta longitud en altura. El jenjibre tiene un sabor picante y se decía de él que servía como afrodisíaco, lo que no se corresponde con la realidad. Cristóbal Acosta, que a mediados del siglo XVI estuvo como soldado en la India, conoció al naturalista portugués García de Orta, y llegó a publicar un “Tratado de las drogas y medicinas de las Indias orientales”, donde dice que la canela (que tenía un alto coste) combatía los dolores de estómago y muchos males más, igual que la pimienta negra, pero denuncia las descripciones “mágicas” que se hacían en su época.

Del clavo dice que combate los males del hígado, y contra otras enfermedades era buena la nuez moscada. Las plantas que producen las especias, incluso en el siglo XVII, fueron desconocidas en Europa, y de estas nunca fueron descubiertas sus propiedades terapéuticas. Con el impulso de la ciencia en el siglo XVIII las plantas vivas cruzaron el océano a bordo de los buques para su estudio, misión especial de las expediciones de la época. En su “Dorotea”, Lope de Vega hace decir a uno de sus personajes cuando trata de describir la casa de la mujer a la que pretende:

¿Qué humo es este? ¡Qué gentil pastillas! ¿Esto es vuestra casa, señora Dorotea, donde dice mi amo que se retrató el paraíso, los olores de la India oriental, donde nacen el clavo y la canela y espira más fino el ámbar que en los mares de la Florida?[v]


[i] Constituyeron un imperio en la India entre los siglos XVI y XIX.

[ii] Se ha puesto en duda el testimonio de Marco Polo en su obra “Il Milione”, cuyo autor sería alguien a su servicio, Rustichello de Pisa, pero sometida a crítica, es posible sacar algunas conclusiones.

[iii] Benefactor de la Universidad de Yale, que por eso se llama así, en Connecticut.

[iv] De origen francés, desarrolló su labor científica en España.

[v] El presente resumen se basa en un trabajo de Don Antonio González Bueno.

martes, 6 de diciembre de 2022

Combatir la viruela

 

                                                      agnyee.com/expedicion-balmis/

A pesar de que durante el siglo XVIII hubo un crecimiento demográfico de la periferia española en detrimento del interior, Alicante era, a mediados de dicha centuria, una pequeña ciudad en la que los artesanos eran el grupo más numeroso. Como ciudad portuaria empezó a haber muchos extranjeros, lo que fue en aumento durante las décadas siguientes, y era un centro distribuidor de salazones y productos manufacturados hacia el interior peninsular[i]. En este contexto nació, en 1753, el que sería médico y cirujano Francisco Javier Balmis, protagonista de una de las expediciones científicas y sanitarias más importantes de la España moderna.

Cervera, hoy al Este de la provincia de Lleida, fue el lugar de nacimiento de José Salvany (1778) que sería médico y cirujano militar[ii] hasta el momento de su prematura muerte a la edad de treinta y dos años en Cochabamba (Bolivia), en plena expedición sanitaria a la que hemos hecho referencia. Por su parte Isabel Zendal había nacido en una pequeña aldea del municipio hoy coruñés de Ordes, en 1773, muriendo en Puebla de los Ángeles, entonces Nueva España, a donde regresó después de haber participado en la misma expedición[iii].

El profesor José Luis Barona[iv] ha expuesto el carácter ilustrado de Balmis, partidario de modernizar la sanidad y la medicina, por lo que pudo convencer al rey Carlos IV y a sus colaboradores para luchar contra la viruela no solo en España sino en las provincias de ultramar, labor que se llevó a cabo ente 1803 y 1806, aunque de forma menos intensa se prolongaría unos años más. En el primer año citado se puso en marcha la Expedición Filantrópica de la Vacuna (preventiva del contagio de la viruela[v]). Salvany, Zendal y otros muchos colaboradores participaron en dicha Expedición.

Balmis había estado ya en Nueva España desde 1780 trabajando como médico y dedicándose al estudio de ciertas plantas que podían ser útiles para combatir enfermedades infecciosas, por ejemplo la begonia. Regresó a España en 1792 y sus experiencias se incorporaron en hospitales españoles y más tarde en otros territorios dependientes. De nuevo regresó a América en 1810 como consecuencia de la ocupación de España por el ejército bonapartista, y regresó en 1813 para ejercer, entre otros cargos, como Cirujano de Cámara del rey Fernando VII, muriendo en 1819.

Fue traductor de tratados que se habían publicado en otros países europeos para combatir las epidemias, y de hecho en Bogotá y Lima se produjeron, en 1802, fuertes brotes de viruela que el ministro Godoy pretendió combatir llevando a América vacas que habían padecido la viruela vacuna, sirviendo como reservorios para curar a los afectados. Pero lo que nos importa aquí es la Expedición de Balmis y sus colaboradores, entre los que tuvo al médico novohispano José Felipe Flores, que ya había combatido con éxito la enfermedad de la viruela en 1780 (Guatemala). La conjunción del personal español con Flores fue de lo más afortunada, porque contribuyó a evitar el rechazo a las vacunas en no pocos casos.

Antes de salir hacia América desde el puerto de A Coruña (1803), se había redactado un Reglamento y el derrotero de la vacuna por los territorios españoles de ultramar, se recurrió a veintiún niños hospicianos que se encontraban a cargo de la enfermera Zendal, se les inoculó la vacuna y se les embarcó en la Expedición como reservorios para poder emplear los antígenos a favor de los que habrían de vacunarse en América (no era posible que se conservase la vacuna si no era en el cuerpo de aquellos niños[vi]). La primera parada y vacunación fue Tenerife, para seguir luego hasta Puerto Rico y Puerto Cabello[vii], donde fueron vacunados los niños de las familias más acomodadas, pero se formó una Junta de Vacunación en Caracas.

Desde entonces la Expedición se dividió: una parte del personal acompañó a Balmis a las Antillas, particularmente La Habana, Yucatán y lo que hoy conocemos como México; la otra parte acompañó a Salvany en Bogotá, Perú, Buenos Aires y otros territorios, si bien en el virreinato del Perú se contó con la férrea oposición del virrey Gabriel de Avilés y del Fierro (1801-1806). De todas formas las inoculaciones se siguieron realizando, pues de la misma forma que el virrey desoía una decisión del rey de España, los expedicionarios pudieron esquivar la oposición de la autoridad virreinal, además teniendo en cuenta que no se realizaban en hospitales, sino en casas particulares.

La Expedición siguió luego a Filipinas (1805), Macao, China, la isla de Santa Elena (1806), para regresar a Lisboa y Madrid. El éxito sanitario fue desigual, pero la repercusión preventiva posterior fue evidente; la respuesta entre la población indígena y sus autoridades fue también desigual; mientras que en Nueva España la Iglesia y los militares colaboraron con las vacunaciones, en Perú las actitudes oscilaron entre la acogida, la reticencia o el rechazo. Obviamente, los objetivos propuestos eran inalcanzables, pues las limitaciones de la época eran muchas, pero se avanzó en la profilaxis y en la educación sobre higiene. Se atendió sobre todo a niños, y más en las ciudades y en la costa que en las zonas del interior y rurales, aunque no se renunció a ellas; poco se pudo hacer entre las poblaciones indígenas y marginales de la sociedad, lo que no debe extrañar porque igualmente ocurre en nuestros días, salvando las distancias.

La repercusión en las Academias Científicas de Europa y de la propia España fue grande, y hoy se puede comprobar, como han investigado algunos historiadores[viii], la predisposición a la curación por medio de la medicina, contra la resignación anterior en amplias capas de la población.  


[i] https://blogs.ua.es/historiaalicante18/

[ii] En la época la medicina y la cirugía estaba muy vinculada al ejército debido a los muchos compromisos bélicos en los que se veía envuelto.

[iii] La labor filantrópica de esta mujer es inmensa, no detallándola aquí por poderse consultar fácilmente.

[iv] Académico de la Historia y Catedrático de la Universidad de Valencia.

[v] Como sabemos, fue una enfermedad que se cobró muchas vidas en la época de la conquista y colonización de América.

[vi] Se recurrió a hospicianos para evitar las reticencias de los padres; los hospicianos no los tenían.

[vii] Hoy ciudad de Venezuela en la costa del Caribe.

[viii] Por ejemplo, Antonio Rumeu de Armas.

sábado, 6 de julio de 2019

Médicos babilonios

cardenashistoriamedicina.
net/capitulos/es-cap2-2

Según Piedad Yuste aun no disponemos de textos teóricos mesopotámicos sobre medicina[i], pero sí de textos que revelan el saber práctico de aquellos sanadores. Los tratados médicos se han clasificado en tres categorías: terapéuticos, farmacológicos y series de diagnósticos y pronósticos.

El documento médico más antiguo se remonta a los siglos XXII-XXI a. de C. y es un repertorio farmacológico que ha estudiado S. Kramer. Recoge conocimientos de la tradición sumeria, que es la primera a la que podemos considerar culta en la zona. Quizá fuese un manual utilizado por un sanador o azu donde se incluyen remedios concretos para aliviar algunas dolencias, sin detallar las proporciones de los ingredientes, lo que posiblemente se hacía de una forma u otra según los casos.

Los elementos nombrados son de origen vegetal: semillas, raíces, tallos, cortezas y hojas. Las plantas son el mirto, el cedro, la palmera datilera, la higuera, el sauce y otras. También se mencionan elementos procedentes de animales: miel y leche; y minerales como salitre, sal común, arcilla del río y aceite del mar (¿?). Uno de los productos más utilizados como excipiente era la cerveza y en ocasiones se citan sustancias de origen animal: piel de serpiente, caparazón de tortuga, pero eran más bien para exorcismos.

En un texto procedente de Ebla (Siria) se detalla el instrumental médico: hojas de bronce con pesos entre 16 y 24 gramos, lancetas para las dolencias oculares, forceps para asistir a las parturientas, martillos pequeños para comprobar los reflejos, vidrios pulimentados para examinar la piel y los tejidos…

Durante el período paleobabilónico[ii] los sanadores actuaban de dos maneras distintas. Los exorcistas hacían exhaustivos exámenes de los pacientes observando cada detalle: el pulso, las secreciones, el color de la piel, el semblante, la lengua, los ojos y los olores. Recomendaban remedios y bebedizos solo si el enfermo tenía cura; de lo contrario se limitaban a recetar algún producto para aliviar el dolor y daban al enfermo por desahuciado. También recurrían a la ayuda de los dioses y, en ocasiones, el mal desaparecería si el enfermo se arrepentía de algún mal que había hecho. Para ello, el exorcista elevaba plegarias al dios mientras hacía rituales y hechizos.

Los terapeutas llevaban a cabo una práctica más empírica: recomendaban terapias de origen vegetal, animal o mineral; suministrando pócimas, aplicando bálsamos y emplastos, curando heridas y lesiones, restaurando huesos rotos, administrando antídotos contra las mordeduras de serpientes y las picaduras. A diferencia de lo que ocurría en el antiguo Egipto, en Mesopotamia no se practicaban momificaciones y tampoco se hacían autopsias ni disecciones. El adivino solo inspeccionaba el interior del cuerpo de los animales ofrecidos a los dioses, examinaba qué órganos estaban marcados por el mal y anotaba malformaciones y coloraciones inusuales. Según algunos investigadores (Scurlock y Andersen) los asirios hicieron incursiones en el interior de los fallecidos a causa de enfermedades, pero no existe constancia de ello.

Los médicos babilonios disponían de tratados terapéuticos según el remedio sea vegetal, mineral o animal. Un ejemplo es el siguiente: azafrán amarillo para la constricción de la vejiga, el cual debía machacarse y administrar como poción en cerveza fina; bellota que debía machacarse y mezclarse de la misma manera que en el caso anterior; ajo preparado de la misma manera; pistacho para los pulmones, que debía machacarse y administrar como poción. Algunos de los manuales terapéuticos estaban destinados al corazón, los pulmones, el vientre y los riñones, habiendo remedios contra la fiebre, la tos, los dolores de cabeza, las afecciones oculares, cólicos, entumecimiento de las extremidades, etc. Se dice en un texto antiguo: Si un hombre tose, haz cocer arnoglosa, (es una planta) cuando está todavía verde como las judías, mézclala con leche, ajo y aceite fino; que la beba en ayunas y sanará. Si un hombre tiene reuma…, mezcla palomina (excremento de las palomas), cantáridas (insecto parecido a la mosca), excrementos de gacela, en la cerveza extiende la mezcla en una tela y colócala en su pecho y en la base de sus pulmones; déjala así durante tres días y él sanará.

 Las enfermedades de la mujer y el cuidado de los recién nacidos contaban con especialistas y parteras que prescribían recetas contra la esterilidad o practicaban pruebas de embarazo. Otros describían los síntomas de las enfermedades, de lo que conservamos un manual escrito por Esagil-kin-apli, de Borsippa (muy cerca de Babilonia), un sipu que vivió en el siglo XI a. de C., el cual recogió una parte de la tradición médica acumulada hasta entontes. Se trata de 40 tablillas con más de 5000 líneas donde se habla de muchas enfermedades: malaria, tuberculosis, difteria, faringitis, neumonía, tétanos, cólera, rabia, varicela, hepatitis, herpes, lepra, etc. Otras eran causadas por transmisión sexual: gonorrea, sífilis, infecciones del tracto urinario… También patologías causadas por parásitos, falta de higiene, contagio, heridas y malformaciones. Se describen también enfermedades propias de la vejez, como el párkinson, la demencia, trastornos de la memoria… y dolencias nerviosas, problemas digestivos, afecciones mentales, insuficiencias respiratorias, arritmias, etc. 

El “Tratado de diagnósticos y pronósticos”, que es como se ha traducido el manual de Esagil, permitió a los médicos asirios, que heredaron la “ciencia” de los babilonios, distinguir cinco niveles de temperatura corporal: normal, tibia, caliente, muy caliente y ardiente. Hoy conservamos dos copias de este manual con juicios clínicos sobre el cráneo, como la fiebre, heridas y dolor; heridas y afecciones de los ojos, nariz, orejas, boca, dientes y lengua; temblores y rigidez en el cuello; afecciones en el pecho y la respiración; brazos, manos, dedos, muñecas y codos; abdomen, epigastrio, intestinos, cadera, ingles, nalgas, ano, pene, testículos, excrementos, orina, piernas, rodillas y pies. 

En otro apartado se aportan síntomas de personas que han cumplido setenta años; sobre enfermedades infecciosas; las que afectan al sistema nervioso; lesiones de la piel; dolencias y cuidados de la mujer y de los niños.

Se ha recuperado otro texto más antiguo del que se conservan dos fragmentos, uno procedente de Nippur y otro encontrado en las excavaciones de Sultantepe[iii], donde se puede ver que los sipu pasarían a ser los auténticos médicos diferenciados de los que se ocupaban de cuestiones farmacológicas o herbarias. En una vivienda de Assur se ha encontrado un texto neoasirio en el que se mencionan las actividades de Kisir-Assur, hijo y descendiente de “sipus” del templo dedicado al dios Assur.

Magia y curación iban muchas veces de la mano, pues las facultades curativas de los fármacos dependían de un ritual. Algún autor ha señalado que la medicina debía ser preparada bajo la influencia de las estrellas benefactoras y administrada en el momento propicio: deja reposar [el medicamento] por la noche bajo las estrellas, o por la noche, colócalo frente a la estrella Cabra (se trata de Vega, la estrella más brillante de la constelación Lira, en aquella época la diosa de la salud). El asu (farmacéutico) cubría su cabeza al recolectar la hierba, y lo hacía de noche, cuando la posición de los astros era favorable. Tapaba la planta con un paño y trazaba un círculo de harina a su alrededor, mientras que otros métodos curativos consistían en envolver figurillas de arcilla y colgarlas del cuello del enfermo.

Los babilonios creían que el lugar donde se genera la actividad mental es el corazón y distinguieron un grupo de dolencias a las que nosotros identificamos con la epilepsia. Denominaron con el término AN.TA.SUB.BA al ataque repentino “caído del cielo”, pero otras enfermedades las denominaban miqtu (algo que ha caído abajo). Si un bebé –se dice un en texto- tan pronto como nace pasados dos o tres días [su estómago] no acepta la leche y miqtu cae sobre él por la mano de un dios, la mano de Istar: el ladrón le ha tocado; él morirá. En una afección contemplada en el código de Hammurabi se dice: si un hombre compra un esclavo o esclava y antes de que haya transcurrido un mes bennu (una enfermedad de carácter crónico en lengua acadia) cae sobre él, el comprador devolverá el esclavo a su vendedor y el comprador obtendrá la plata que hubiera pagado.



[i] “El arte de la curación en la antigua Mesopotamia”
[ii] Siglos XIX-XVII en su máxima duración, pero hay diversas posiciones sobre este asunto.
[iii] En la actual Turquía, muy cerca de la frontera con Siria. La ciudad asiria se corresponde con los siglos VIII y VII a. de C., pero los fragmentos son muy anteriores (siglos XIV-XII a. de C.).