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domingo, 30 de abril de 2023

"... aliviar los ajes de la arruinada vejez..."

 

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La colonización de la Luisiana y la Florida, en el sureste de los actuales Estados Unidos, fue una labor lenta, penosa y llena de dificultades. Sus costas fueron descubiertas por Ponce de León en 1513, al mismo tiempo que Núñez de Balboa descubría el Pacífico, y aquel le puso el nombre de Florida por ser el domingo de Pascua Florida. La intención de Ponce era la de “navegar hacia las islas de Bimini[i], porque los indios de Borinquen[ii] le habían revelado una quimera: aliviar los ajes de la arruinada vejez comunicando el vigor y gracia de la mocedad”[iii]. Un año después el rey Carlos le dio orden de que tomara posesión y poblara la “isla” de la Florida, para lo que salió de Puerto Rico en 1521 con doscientos hombres y 50 caballos[iv].

Ponce de León había descubierto la Florida a su costa, como era común en el siglo XVI, y predentió establecer una cabeza de puente aunque fracasó, como ocurrió con las expediciones de Vázquez de Ayllón a la Carolina (1526) y la de Pánfilo de Narváez a la Florida (1528). En 1538 Hernando de Soto salió de Sanlúcar de Barrameda con diez barcos y desembarcó en la bahía de Tampa[v] (Florida). En 1549 el dominico Luis Cáncer de Barbastro[vi] lo intentó de nuevo, pero fue muerto por los nativos.

Por orden de Felipe II el virrey Velasco[vii] organizó una expedición en 1558 nombrando gobernador a Tristán de Luna y Arellano, el cual fundó dos establecimientos, uno en Panzacola con el nombre de María de Filipino, que duró muy pocos años, y otro en Santa Helena, precursora de la actual San Agustín, al nordeste de la península de Florida y primer asentamiento definitivo en Norteamérica llevado a cabo por europeos, pero fue obra ya de Pedro Menéndez de Avilés (1565). El objetivo fue expulsar de la zona a los colonos franceses que se habían establecido allí.

Mucho más tarde, en 1682, Robert la Salle reclamó para Francia el valle del Mississippí, al que bautizó con el nombre de la Luisiana en honor del rey Luis XIV, pero en 1698 una expedición española llevó a cabo la fortificación de la bahía de Panzacola (Pensacola, al Este de Nueva Orleáns), de forma que cuando llegaron los franceses fueron rechazados, dirigiéndose entonces hacia el oeste para fundar varias colonias: Biloxi, Movila[viii] y Nueva Orleáns.

En Panzacola hubo convictos desde su fundación, militares, religiosos franciscanos y de San Juan de Dios que dirigían el hospital, e indios que realizaban diversos trabajos. Pero los conflictos con los colonos franceses de Movila fueron frecuentes durante el siglo XVIII, llegándose a capitulaciones y reconquistas, sin contar con los huracanes frecuentes en la zona. La toma de La Habana por los ingleses en 1762 (en el contexto de la guerra de los siete años) obligó a España a entregar la Florida a Gran Bretaña, y en compensación Francia entregó la Luisiana a España en 1763, nombrándose poco después el primer gobernador español, Antonio de Ulloa[ix], sustituido en 1768 por Alejandro O’Reilly, irlandés de nacimiento pero formando en el ejército español.

O’Reilly llegó a Nueva Orleáns en 1769 al frente de un ejército de más de 2.000 hombres con el que pacificó el territorio que se hizo depender militarmente de La Habana y judicialmente de la Audiencia de Santo Domingo. Fue también autor del primer plan español de fortificación de la Luisiana, concentrando la mayoría de las tropas en Nueva Orleáns. En 1776 el coronel Francisco Bouligny[x] redactó una “Memoria de la Luisiana” para el Secretario de Indias José Gálvez, donde explicó su plan de fortificación del país con el objetivo de combatir a los ingleses. Importancia especial tuvo la localización en el río Mississippí de una fragata con no menos de treinta cañones, la cual estaría siempre en el río como batería flotante, y se propuso la reconstrucción de dos baterías en la zona denominada Torno de los Ingleses, la reconstrucción del fuerte de Manchak[xi] español sobre la isla de Nueva Orleáns y la construcción de otro igual en la orilla opuesta.

En cuanto a la ciudad de Nueva Orleáns, Boulingy planteó rodearla con muros, y en el año 1779 el rey Carlos III declaró la guerra a Gran Bretaña en el contexto de las aspiraciones por el control de la zona. Era entonces gobernador de la Luisiana Bernardo de Gálvez, que apoyará la independencia de las colonias rebeldes de Gran Bretaña con el suministro de armas, medicinas, alimentos, dinero y vestuario. Al tiempo expulsó a los ingleses de dos ploblaciones de la costa de Florida, Movila y Panzacola, destruyó la primera y conquistó la segunda, con lo que los ingleses huyeron y Gálvez fue objeto de honores.

Aunque se intentó reconstruir la ciudad de Panzacola en un lugar nuevo, la zona llamada de las Barrancas junto al fuerte de San Carlos, la Hacienda real no etaba para tales gastos, por lo que se desechó el proyecto. En cuanto a Movila su reconstrucción consistió en 25 manzanas, 20 de las cuales estaban destinadas a viviendas y las otras cinco a los edificios públicos. Las manzanas adyacentes al río se dividieron en diez solares, mientras que las restantes tenían ocho. Salvo el costado oriental de la calle Real, que presentaba una hilera de casas con huertas al fondo, cada una de las manzanas disponía de viviendas en las esquinas, y los jardines y las huertas se dispusieron en el centro, si bien no todo lo planificado fue llevado a cabo de tal manera.

También se construyeron presidios y fuertes, y en cuanto a San Marcos de Apalache estuvo ligado a la cadena de misiones de los franciscanos a raíz de la fundación del presidio de San Agustín. Entre 1614 y 1616 se había creado la misión de San Francisco de Apalache, y en 1630 la población urbana con el mismo nombre[xii]. Se construyó un fuerte en Los Nogales, situado a 26 pies sobre la superficie del río Yaroo (Mississippí arriba). Otro fuerte se construyó en San Carlos de Arkansas[xiii], y en 1787 se decidió la construcción del fuerte de San Felipe de Placaminas, terminado en 1792.

La Luisiana fue devuelta a Francia en 1803 por el Tercer Tratado de San Ildefonso que se había firmado en 1800: a cambio recibía España territorios en la Toscana. Cuando a principios del siglo XIX los cazadores de esclavos estadounidenses perseguían a los semínolas negros del norte de la Florida española, surgieron nuevos conflictos. En 1816 los estadounidenses invadieron el norte de la Florida y así comenzó la primera guerra semínola[xiv], y en 1821 fue Estados Unidos quien controló el territorio definitivamente, mientras España se preparaba para perder también el resto de sus territorios en la América continental.


[i] Al oeste de las Bahamas y al sureste de Miami.

[ii] Se identifica con la isla de Puerto Rico.

[iii] José Antonio Cubeñas Pelluzzo, “Presencia española e hispánica en la Florida…”. Citado por José Miguel Morales Folgueras (ver nota iv).

[iv] José Miguel Morales Folgueras, “La última frontera del imperio español en el siglo XVIII…”. En esta obra se basa el presente resumen.

[v] Ripley Bullen (1902-1976) dice que el lugar de desembarco fue Shaw’s Point, a la entrada de un canal al sur de Tampa. Bullen trabajó en el Museo de Historia Natural de Florida y en su universidad; fue también arqueólogo y se le tiene como el mejor conocedor de la arqueología en el sureste de los Estados Unidos.

[vi] Nació en torno a 1480 y se le reconoce su obra como filólogo.

[vii] Era natural de Carrión de los Condes (1511) y murió en México en 1564.

[viii] Las dos al nordeste de Nueva Orleáns.

[ix] Naturalista al que se considera descubridor del platino.

[x] Natural de Alicante (1736), su familia era franco-española, llegando él a ser gobernador interino de la Luisiana.

[xi] Al noroeste de Nueva Orleáns.

[xii] Al noroeste de la península de la Florida.

[xiii] Dio nombre al estado que se encuentra al norte de Luisiana.

[xiv] Los indígenas de la zona resistieron a la dominación estadounidense hasta pasada la primera mitad del siglo XIX.

lunes, 24 de abril de 2023

Fundición de oro y plata en América

 

En la segunda década del siglo XVI ya se había producido una drástica reducción de los indígenas en las Antillas, lo que además del drama humano, representó una merma en el rendimiento de las minas que se estaban explotando. Por ello la Corona redujo a un décimo los derechos que cobraría por la obtención de metales preciosos, siendo desde 1504 muy superiores: la mitad en un primer momento para La Española, lo que se hacía extensivo a los indios, pero en 1504 se rebajaron al quinto en dicha isla[i].

Los que viajaban a Indias debían cumplir lo establecido en una Real cédula sobre los objetos que podían o no llevar a las tierras recientemente descubiertas, y a los que ya estaban en Indias no se les permitía tener en sus casas fuelles ni aparejos para fundir oro, encargándose la vigilancia de esto a los gobernadores, alcaldes, alguaciles y otros funcionarios en La Española, San Juan y Cuba. Debían fundirse el oro, la plata y cualquier otro metal en las casas de fundición establecidas al efecto, siendo las penas por el incumplimiento de esto muy grandes. Al mismo tiempo se exigió que el oro no se fundiera con mezcla de otro metal “y corra por su valor”; de igual manera se estableció “que no se pueda echar liga en la plata para fundirla”.

De todo ello cabe deducir que no existía en las Antillas una producción local de objetos de oro y plata, fundamentalmente para la liturgia católica, pues el comercio de dichos objetos prosperó en la Península incluso teniendo en cuenta los gastos del almojarifazgo[ii] y del largo viaje. Aunque la prohibición absoluta de elaborar objetos de oro y plata en Indias finalizó en 1526, siguieron ciertas restricciones, por lo que los plateros no vieron negocio en viajar a Indias para dedicarse a su oficio; la mayor parte de ellos se dedicaron a la localización y fundición de metales preciosos, pero no a transformarlos.

La mayor parte de los objetos labrados en oro y plata salían del puerto de Sevilla, y era en esta ciudad donde se producía la mayor parte, teniendo que esperarse hasta la segunda mitad del siglo XVI para que se compruebe el trabajo de metales preciosos en Indias. Tampoco se permitió en un primer momento la acuñación de moneda en el nuevo mundo, ni se favoreció la circulación de moneda castellana allí. Había una desconfianza por parte de la Hacienda pública de que se hurtasen los derechos que le correspondían en los metales preciosos, y los medios para controlar los posibles fraudes no existieron hasta más tarde, de forma que no se amonedó en América hasta bien avanzada la primera mitad del siglo XVI.

La inveterada costumbre de la Iglesia de emplear objetos hechos con metales preciosos para la liturgia, hizo que estos se llevasen desde España, y así vemos cálices, báculos, cruces, anillos, patenas y otros objetos de plata y oro llevados a América. La escasez de moneda castellana en Indias llevó al trueque y a la utilización de fragmentos de oro y plata de diversos pesos denominados tejos, por lo que en 1519 se ordenó que los metales preciosos de más de medio peso se ensayaran y marcaran, es decir, tenían que ser valorados por ensayadores sobre su ley y marcados, pero ya en 1502 se enviaron a Indias dos millones de reales de plata para que circulase en América. Llegado el año 1535, una Real cédula estableció las condiciones de emisión de moneda en México, y al año siguiente se autorizó la emisión de moneda en Santo Domingo.

Habrá que esperar a 1544 para que se estableciese el permiso de acuñar moneda en Santo Domingo “de la misma ley, valor y peso que la que se labra en estos reinos”. La escasez de numerario iba en contra del desarrollo de una sociedad que ya había demostrado ser capaz de llevar a cabo un comercio activo. No obstante se prohibía a los mineros, indios o particulares fundir oro o plata por su cuenta, lo cual debía hacerse con la vigilancia de las autoridades locales, las cuales, en ocasiones, fueron sancionadas por no cumplir con la obligación encomendada. Ya en 1505 se había prohibido a los plateros que tuvieran en sus talleres crisoles, fuelles y otros instrumentos para fundir, estableciéndose penas que podían llegar a la muerte.

La obligación de fundir o soldar dentro de las casas de fundición se quiso controlar encargando a los oidores que pusieran celo en ello, así como a los veedores, que debían estar presentes en el acto de fundición para evitar fraudes, extendiéndose esto a México, Cuba, Puerto Rico y Tierra Firme (lo que hoy conocemos como Mesoamérica). En 1533 las autoridades de Lima recibieron instrucciones sobre lo mismo, particularmente que se informasen sobre la fundición de oro por los naturales. En cuanto a México, en 1537 se estableció que en la casa de fundición se trabajase en dos períodos al año, una después de Reyes y otra después de San Juan, de 50 días cada una. A su vez los oficiales debían acudir a la casa de fundición “todos los días de ocho a diez” para que no hubiese fraudes.

Ciertamente, la Corona se dio cuenta muy pronto de la importancia que tenía, para la Hacienda pública, el control de la obtención de metales preciosos, su fundición y su amonedamiento, por lo que no cesó de publicar reales cédulas y ordenanzas poniendo a virreyes, oidores, gobernadores y cualesquiera otros funcionarios sobre aviso de sus obligaciones.


[i] Véase el trabajo de María Teresa Cruz Yábar, “El control del oro y la plata en Indias en la primera mitad del siglo XVI y su repercusión en el arte de la platería americana”. En este trabajo se basa el presente resumen.

[ii] Es un tributo que tuvo su origen en el siglo XII en muchas ciudades y villas de la Corona de Castilla al sur del Sistema Central. Se heredó de al-Andalus y gravaba los derechos de tránsito de las mercancías.

Ilustración de numismaticodigital.com

domingo, 23 de abril de 2023

Quito en 1809

 

                                        Salón del Convento de los Padres Agustinos de Quito*

Sabido es que Napoleón Bonaparte, una vez al frente de Francia, persiguió varios objetivos: engrandecerla y engrandecer a su familia, combatir a las monarquías absolutistas europeas y a Gran Bretaña, hacerse con el control del comercio atlántico y, a ser posible, con la América española.

El vacío de poder que se sintió en España con la captura por Bonaparte de los reyes Carlos IV y Fernando VII se intentó sustituir con la formación de Juntas provinciales y luego una Junta Central, pero no pocas de las instituciones tradicionales, entre ellas el Consejo de Castilla, se plegaron más o menos convencidas al rey José. Era, pues, una situación de extrema confusión que se intentó solucionar recurriendo a la guerra.

En América se tuvieron los mismos sentimientos: en algunos lugares se sustituyó a las autoridades nombradas desde la España borbónica por otras, por ejemplo en el Virreinato de Nueva Granada, donde Quito fue la primera ciudad (agosto de 1809) que formó una Junta Suprema, y este fenómeno se extendió a partir de 1810. La Junta de Quito se revistió enseguida de legitimidad mientras que entre la población circularon noticias confusas, formándose corrillos en la plaza Mayor. El Presidente de la Junta quiteña, para hacer avanzar el proceso, que nada tuvo de independentista, hizo publicar un bando en el que se informaba sobre la ocupación francesa de la Península y el apresamiento de su Junta Central.

Quito se erigió, entonces, en abanderada para la restitución de Fernando VII en el trono: se colgó en el balcón del Cabildo un retrato del rey y se divulgó la idea del gobierno mixto, en el que junto a aquel el pueblo se erigia en su soporte. La Junta quiteña recibió los homenajes de las autoridades civiles y militares y parece que todo rodaba bien, pero hubo detractores de este movimiento acusándolo de “fiesta de toros”.

La Junta, no obstante, tenía un programa propio: abolió el estanco del tabaco, eliminó el “cabezón” o alcabala y redujo a la mitad el precio del papel sellado, demostrando así que la institución estaba en manos de criollos defendiendo sus intereses. A continuación se produjeron reuniones de la Junta en lugares de urgencia, entre los que estuvo la vivienda de su Presidente, pero luego se optó por darles un carácter más solemne y se escogió el salón del Convento de los Padres Agustinos, donde se puso en lugar preeminente un retrato del rey Fernando VII. En cada reunión se hacían alusiones a la religión, al rey y a la patria.

Llegó el momento en que se pensó debía procederse al juramento de los miembros de la Junta y se hizo ante el obispo, sentándose todos ante el altar mayor; se celebró una misa y se cantó un “Te Deum”. Luego se “regaron” monedas a la puerta de la iglesia y, pocos días después, se creó La Orden Militar de San Lorenzo, en lo que la Junta demostraba su mentalidad aristocratizante y antigua. En dicha Orden se integrarían la nobleza de Quito y los extranjeros que se fuesen sumando al nuevo orden. La Junta se concibió a sí misma como el hilo conductor del patronazgo real.

Pero pronto surgió la hostilidad de las regiones vecinas: Guayaquil y Cuenca acudieron al virrey pidiéndole que sometiese a la Junta quiteña, el cual inició un plan de reconquista con tropas opuestas a Quito. Los grupos dirigentes de esas ciudades demostraban que preferían el poder central del virrey a una ciudad, Quito, por encima de las demás. Otros cabildos, no obstante, empezaron a sustiuir a las autoridades borbónicas, ejemplo de lo cual son Caracas, Bogotá, Buenos Aires, Santiago de Chile y México, donde el virrey[i] nombrado por José I tuvo la oposición del cabildo, consiguiendo su nulidad y apoyando a Fernando VII: “nunca un monarca legítimo dejaba de serlo sin el consentimiento de la nación española”.

En México se produjeron entonces las revueltas del bajo clero, siendo exponentes principales los curas Hidalgo y Morelos, formando el primero un ejército de indios y mestizos que se alzaron dando vivas a Fernando VII, a la Virgen de Guadalupe, “a la América y muera el mal gobierno”; es el llamado grito de Dolores, ciudad del centro de México, pero esto inquietó a los criollos, pues temieron un estallido social que afectase a sus intereses. Al sur del país, en la Capitanía General de Guatemala, que comprendía una extensión muy superior al actual estado, se publicaron bandos y se dijeron sermones contra el “cautiverio” del rey Fernando repudiando a José Bonaparte, pero como esta situación causaba inquietud entre los grupos dirigentes, se sofocaron estos movimientos, aunque no se pudo ya impedir la duplicidad gubernativa y la fragmentación territorial.

En 1810 la municipalidad de Buenos Aires estableció un Comité Superior Provisional de las Provincias del Río de la Plata, pero se mostraron discrepancias entre Buenos Aires y otras ciudades como Asunción y Montevideo (fenómeno parecido al de Quito). En Perú, el virrey Abascal resistió contra los juntistas argumentando que mientras en España estaban justificadas las juntas porque estaba ocupada por un ejército extranjero, no era tal la situación en América. Salió a la luz un Catecismo “para la firmeza de los verdaderos patriotas”, donde se proclamaba que “se trataba de vencer o de morir esclavos”, en alusión a una eventual invasión francesa de América.

Los procesos independentistas, contra lo que comúnmente se cree, se produjeron más tarde: en México en 1813, pero como se sabe la independencia real no se dio hasta 1821; en el Río de la Plata el Congreso de Tucumán de 1816 proclamó la independencia en medio de discordias; solo en Caracas la proclamación de independencia se produjo pronto, en 1811, pero Guayana, Coro y Maracaibo no la siguieron (otra vez el caso de Quito). En dicho año Caracas convocó un Congreso Constituyente donde se pusieron de manifiesto los presupuestos económicos y la intervención inglesa, siempre presente desde este momento en el proceso de independencia americana.

La alianza inglesa con Portugal y Brasil contó con el apoyo de la infanta Carlota Joaquina, esposa del rey Juan VI[ii], la cual alegaba que era la única Borbón que no estaba sujeta a Napoleón, y por lo tanto podía decidir por ella misma. Cuando se produjo la alianza inglesa con España para combatir a Francia, Gran Bretaña cambió de estrategia hasta el final de la guerra (1814), y desde 1815 volvió a intervenir en América una vez Fernando VII se ceñía de nuevo la corona de España.


[i] Pedro Catani.

[ii] Considerado rey del Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarve entre 1816 y 1825.

* Fotografía de la Biblioteca Cervantes.

jueves, 23 de marzo de 2023

"Atar el dedo gordo"

 

                                                                   Siétamo (Huesca)*

El conde de Aranda[i] pasa por ser un librepensador, indisciplinado y culto personaje de la España dieciochesca, e incluso algunos le han hecho iniciador de la masonería española, pero no es esto lo que aquí nos interesa. Cuando el ministro Grimaldi, al servicio del rey Carlos III, era Secretario de Estado (responsable de los asuntos exteriores), Aranda lo era de los de interior en el Consejo de Castilla, teniendo roces recíprocos. Más tarde el primero sería sustituido por Floridablanca, y también con este tuvo Aranda diferencias, siendo subordinado suyo como embajador en París.

Uno de los motivos de enfrentamiento entre Grimaldi y Aranda fue la diferente política que pretendían con Inglaterra, que acababa de ocupar las islas Malvinas, siendo el primero partidario de contemporizar y el segundo de la guerra. Las islas habían estado en poder de la monarquía francesa hasta 1767, que pasaron a manos de la española, pero ya entonces Inglaterra había hecho algunas incursiones en el contexto de la lucha por el control de los mares.

Cuando Aranda llegó a París como embajador empezaron las hostilidades entre las colonias inglesas de Norteamérica y la metrópoli, alieándose aquel meditadamente contra Inglaterra debido a su anglofobia comprobada. La oportunidad de debilitar a Inglaterra –dijo- no podía desaprovecharse, aun considerando el riesgo de que las colonias españolas en América pretendiesen lo mismo más tarde o más temprano. Aranda se dirigió a su superior, Floridablanca, que no tenía la misma visión que él sobre América, diciéndole que no se atrevía a “atar el dedo gordo”, expresión que en la época significaba acometer la empresa más importante.

Lo cierto es que en 1783 se firmó el Tratado de Versalles con Inglaterra en el que Aranda participó en nombre de España, consecuencia de la finalización de la guerra de independencia de las colonias inglesas, por lo que el conde fue felicitado por el rey Carlos III. De ese mismo año hay un memorial que se le ha atribuido y que el profesor José Antonio Escudero López considera falso. Una vez en Madrid, Aranda se entretuvo en formar parte de la camarilla del futuro Carlos IV contra su padre el rey (es lo que se ha llamado “partido aragonés”).

Durante el reinado de Carlos IV, Godoy empezó a ascender mientras que Floridablanca y Aranda descendían, buscando este apoyo en la reina María Luisa, y logrando ser nombrado (aunque por poco tiempo a favor de Godoy) ministro de Estado. En esta ocasión el conde no fue partidario de la guerra con la República Francesa, por considerar que España no estaba en condiciones de asumirla, mientras que Godoy, que a la postre sería nombrado “príncipe de la Paz”, sí lo fue… Este enfrentamiento, que al parecer llegó a producirse con cierta violencia en presencia del rey, llevó a Aranda al destierro.

Godoy propuso entonces formar monarquías en América en sustitución de los virreyes y sendos senados formados por mitad de peninsulares e indianos. Y este asunto es el que entronca con el memorial de 1783 que se le atribuye a Aranda (parece evidente que no es su autor) en el que se proponía asegurar el control sobre Cuba y Puerto Rico y crear tres monarquías: Costa Firme, Perú y México, que estarían federadas con España y su rey tendría el título de emperador. Todo ello en la línea de evitar que se intentase en la América española seguir el curso de las colonias inglesas de Norteamérica, recientemente independizadas. Pero este memorial apareció por primera vez a la vista treinta años después de su fecha, no conociéndose el original (esto último no sería el mayor problema), y existen copias en varios archivos españoles (entre ellos el de Simancas) y en uno francés[ii].

En relación a ese memorial no aparece correspondencia entre Floridablanca y Aranda, lo que representa la primera rareza, y en él Aranda se mostraría arrepentido de la firma del reciente Tratado de Versalles (en el mismo año). Además –dice el autor citado- no existe correspondencia alguna entre el estilo literario de Aranda y el del memorial. Como existe otro memorial de Aranda con fecha de 1786, del cual sabemos es ciertamente autor el conde ¿cómo es posible que no se haga referencia al de tres años antes? Además tenermos la contestación de Floridablanca al memorial del último año pero no al del primero, del cual no sabemos su autor.

Centrándonos en el documento de 1786, Aranda dice a Floridablanca que “no podemos sostener el total de nuestra América”, proponiendo cambiar Portugal por Perú, ya que la monarquía lusa poseía Brasil; el resto de la América meridional sería entregada a un infante con el título de rey; y en el documento Aranda se anticipa a las aspiraciones de los Estados Unidos sobre la Florida y México, pero Floridablanca dio evasivas a esta propuesta.

Volviendo al documento de 1783, Escudero López ha podido saber la fecha en la que Aranda salió de París hacia España después de firmar el Tratado de Versalles: 10 de diciembre del mismo año, llegando a Madrid el 28 del mismo mes y encontrándose que su esposa acababa de fallecer. Tendría que haber redactado el documento entre dicho día 28 y el 31 de diciembre para que el año coincida con el del documento. Si lo hubiese redactado en París significaría que se habría arrepentido de la firma del Tratado poco después de haberlo suscrito…

No corresponde aquí especular sobre lo que hubiera resultado de las propuestas de Godoy y Aranda, aunque sí demuestran la preocupación por retener los lazos con la América española mucho antes de que se produjese el proceso independentista. Sería mucho esperar del tibio Floridablanca (recuérdese su política contra las ideas de la Revolución Francesa, lo que fue común a muchos otros ministros europeos); o quizá la prudencia demostrada por José Moñino evitó un fracaso, porque ciertamente eran audaces las propuestas antedichas.



[i] Pedro Pablo Abarca de Bolea y Ximénez de Urrea fue X conde de Aranda, nacido en Siétamo, en la actual provincia de Huesca, en 1719, y fallecido en Épila (Zaragoza) en 1798.

[ii] El historiador José Antonio Escudero López ha estudiado este asunto.

* Fotografía de mapcarta.com/es/25062518

domingo, 19 de marzo de 2023

Causas de una guerra

En Usúrbil (hoy al norte de la provincia de Guipúzcoa) se construyó el galeón San José en 1698, que diez años después, mientras Europa se debatía en la guerra de sucesión a la Corona de España, fue atacado por buques enemigos y se hundió en Cartagena de Indias, llevando en sus bodegas mercancías por valor 100 millones de reales de a ocho[i]. El asunto cobró mayor importancia porque, desde 1702, los ejércitos aliados de Austria y los de España y Francia se enfrentaban en una guerra que tuvo –como otras muchas- motivaciones económicas evidentes. La guerra en España no comenzaría hasta 1705, entre partidarios del archiduque Carlos de Austria y de Felipe de Anjou, de la familia Borbón francesa.

Holanda e Inglaterra[ii], en un principio, se habían declarado neutrales en la guerra por la Corona española, aunque la aceptación del testamento de Carlos II de España por el rey francés Luis XIV preocupó a aquellas potencias, pues implicó la ruptura de un pacto firmado solo unos meses antes con Holanda e Inglaterra por el que Nápoles y Sicilia quedarían al margen de las aspiraciones de la dinastía Borbón. Todo ello lo supieron, por información del rey francés, el Parlamento inglés y los Estados Generales de Holanda. La política francesa en los territorios españoles de Italia fue bien vista por Inglaterra y Holanda, cuyos grupos dirigentes mantenían un gran interés comercial, tanto en el Mediterráneo como en el Atlántico.

Así las cosas, Inglaterra y Holanda reconocieron a Felipe de Anjou como rey de España (1701), el cual entró por Irún ese mismo año para ser proclamado por las Cortes de Castilla, reunidas en la iglesia de San Jerónimo el Real de Madrid: tal decisión contó con las bendiciones de todas las potencias europeas excepto Austria. A continuación, Felipe V viajó a Zaragoza para jurar los fueros de Aragón y luego a Barcelona (1702) para tomar acuerdos muy favorables para Cataluña, pues se condeció la categoría de puerto franco a Barcelona y el permiso de dos embarcaciones al año a América sin el control de Sevilla ni Cádiz, rompiéndose así el monopilio de estos dos puertos andaluces. Se constituyó además la “Compañía Mercantil, Náutica y Universal” según el modelo de las existentes en Inglaterra y Holanda, lo que favoreció a los poseedores de las acciones de aquella. Según la profesora Carmen Sanz Ayán[iii], un dirigente político catalán llegó a proclamar que tales condiciones eran las más favorables que había recibido nunca “la provincia”. Hasta tal punto debió de ser así que los austracistas catalanes pidieron al archiduque Carlos que reconociese lo anterior.

Por su parte Felipe V condeció el gobierno de los Países Bajos del Sur al duque de Berry, alguien de la absoluta confianza del rey francés; quedando rota la franja de seguridad entre Francia y Holanda. También el rey español concedió privilegios comerciales a los franceses para la América española, hasta el punto de que tuvieron el monopolio de importanción de esclavos negros en dichos territorios, obteniendo así Francia una posición de ventaja sobre Holanda e Inglaterra. ¿Por qué era tan importante el asiento de negros, es decir, el permiso para introducir esclavos en la América española? Porque durante el siglo XVII el negocio negrero había sido tan próspero que los grupos dominantes de los estados marítimos no estaban dispuestos a perder nada. A su vez, la gestión del asiento rompió el monopolio español en América.

España no dispuso de territorios en África para la obtención de esclavos, pero se valió de otros estados, ya que no se podía esclavizar a los nativos de la América española. En el Tratado de Tordesillas (1494) se reservó a Portugal el control del territorio entre los ríos de Guinea y Angola a estos efectos, y desde 1640 (independencia portuguesa de la Monarquía española), daneses, franceses, holandeses e ingleses se beneficiaron de los territorios portugueses en África a base del comercio esclavista. Se habían creado compañías inglesas y holandesas en África (Guinea, Costa del Oro) que abastecieron a comerciantes genoveses, los cuales tenían la concesión española para el abastecimiento de esclavos negros con destino a América.

En 1663 el duque de York, hermano del rey inglés Carlos II Estuardo, fundó una compañía para proporcionar 3.000 esclavos anuales para las colonias inglesas en el Caribe (Barbados y Jamaica)[iv], cuyo nombre fue “Cía. de Reales Aventureros del comercio inglés con África”. A su vez Inglaterra construyó una cadena de fuertes en las costas de Guinea para garantizar sus actividades, pero fueron destruidos por Francia aprovechando la guerra angloholandesa entre 1665 y 1667[v]. La Compañía Neerlandesa de las Indias Occidentales, a la altura del último año citado, estaba en su apogeo, sobre todo debido al dominio holandés a través de negreros genoveses.

En 1685 España decidió prescindir de los genoveses a estos efectos y acordó con una compañía comercial holandesa el mismo asunto, algo impensable solo unas décadas atrás[vi]. En el Caribe, Holanda tuvo ventaja desde finales del siglo XVII a base del comercio legal e ilegal, por medio del contrabando, sobornos y otras “artes”. Por su parte, el rey inglés Carlos firmó un nuevo asiento con la Cía. de Portugal (Cabo Verde) y volvió a construir una cadena de fuertes en la costa africana (1672), creando la Real Compañía Africana[vii], de la que era accionista el propio rey, llegándose al momento en que los portugueses utilizaron los servicios de la misma (1693), y esta es la que estaba vigente cuando se inicia la guerra de sucesión a la Corona de España.

España puso entonces en manos de un Consorcio de comerciantes franceses[viii] el asiento de esclavos negros, excluyendo a los que hasta entonces se habían estado beneficiando de tal actividad, y solo ahora Inglaterra y Holanda deciden apoyar al cantidato austracista, cuando ya habían reconocido a Felipe V. La guerra, como queda dicho, empezó en 1702, y la posición neutralista de Carlos II fue sustituida por otra intervencionista de Guillermo III, que aunque murió en 1702, fue la que se impondría. El comerciante Mitford Crowe fue el encargado de procurar el levantamiento de Cataluña a favor del archiduque Carlos, lo que consiguió después de trabajar en ello durante 1704, y al año siguiente se firmó el pacto de Génova entre Inglaterra y los más importantes comerciantes catalanes (vigatans)[ix], que pretendieron representar los intereses de toda Cataluña: Inglaterra desembarcaría tropas en Barcelona de acuerdo con Portugal (resultó un fracaso); en un segundo intento tomaron la ciudad soldados austríacos, holandeses e ingleses, pero la intención de Inglaterra era convertir toda la península Ibérica en un centro al servicio de sus intereses comerciales, teniendo como precedente el reciente Tratado de Methuen con Portugal (1703).

La reina Ana, sucesora de Guillermo III, sería accionista principal del asiento de negros firmado con el archiduque Carlos de Austria, intentando Inglaterra un plano de total igualdad con España en América (“Compañía para el Comercio de las Indias Españolas”, formada por españoles e ingleses) pero tal cosa no fue posible porque Carlos de Austria solo dominó Madrid un mes. Otra “Compañía Nova de Gibraltar” fue fundada en 1709 para el comercio con América, pretendiéndose por Inglaterra que Gibraltar (que había ocupado en 1704) sustituyese a Sevilla-Cádiz en el comercio americano, pero hasta el archiduque Carlos se resistió a este plan en un primer momento.

La guerra, en definitiva, fue un pretexto para adueñarse del comercio de todo el mundo, pues las flotas inglesa y holandesa eran imponentes y quizá comparables a la española hasta 1805. La cuestión dinástica nunca interesó más que a los dos candidatos principales, pues cuando murió el emperador austríaco José I (1711), el archiduque Carlos le sustituyó y perdió todo interés por la Corona española, consolidándose así Felipe V como rey de España.


[i] Recientemente ha sido descubierto el pecio.

[ii] No cabe hablar de Gran Bretaña hasta 1707.

[iii] “Una lucha por el dominio económico intercontinental”, conferencia en la que se basa el presente artículo.

[iv] Curaçao ya estaba en manos de Holanda.

[v] El motivo fue la disputa por la captura de esclavos en la costa guineana.

[vi] Entre los siglos XVI y XVII la Monarquía española y las Provincias Unidas habían mantenido una guerra de ochenta años (con treguas).

[vii] Actuó en Senegal y Angola, territorios teóricamente portugueses.

[viii] En estos asuntos se empleaban corsarios o antiguos corsarios para las negociaciones oficiosas, cuando se consideraba que no procedía emplear a funcionarios.

[ix] Vigatá es el gentilicio de Vich, de donde procedían los comerciantes implicados.

sábado, 18 de febrero de 2023

Del mito a la ciencia en América

                        Cerezas de Indias (frutascolombia/status/1130448657260666881?lang=fa)

La colonización de América no consistió solo en abusos, crímenes y encomiendas; es sabida la labor de misioneros y funcionarios a favor del cristianismo, de la cultura y del mestizaje, pero lo que aquí interesa ahora es un repaso a las exploraciones y estudios científicos que tuvieron como centro el continente americano ente los siglos XVI y XIX.

Los más informados europeos del siglo XV creyeron en la existencia de una mítica isla conocida como Antilla en pleno océano Atlántico, y aún posteriormente se hicieron descripciones sobre seres que tenían sus ojos en el pecho, echados en el suelo se daban sombra con sus pies y cosas por el estilo. Aún del siglo XVIII hay descripciones inglesas donde se ve el gigantismo de los indios patagones en relación al tamaño de un europeo… Ello indica lo mágico y misterioso que representó América desde el momento en que se supo de su existencia separadamente de Asia.

Las expediciones que se llevaron a cabo durante los siglos citados tuvieron por objeto, según los casos, levantamientos topográficos, estudios de la naturaleza floral y faunística, la búsqueda de medicinas desconocidas por los europeos pero no por los indígenas de América, encontrar variedades alimentarias (maíz, papa, frutas), conocimientos antropológicos y etnográficos, el control de lugares estratégicos y el descubrimiento de nuevas islas, el establecimiento del meridiano 0º, el relieve y los paisajes, el conocimiento de los ríos y su fauna, el acopio de metales preciosos, entre ellos el platino, establecer límites entre los dominios españoles y portugueses, etc.

Ya Fernández de Oviedo, en 1526, publicó un “Sumario de la Natural Historia de las Indias”, sin que podamos considerar esta obra sino como meramente descriptiva: el autor se asombra de los armadillos y las iguanas como particularidades desconocidas por los europeos. Una expediciónn de Francisco Hernández[i] a Nueva España (1571-1577) tuvo como principal finalidad encontrar plantas medicinales que ya usaban los indígenas. También Monarde se ocupó de hacer un acopio de plantas medicinales por las mismas fechas que el anterior, pero con la particularidad de que no estuvo nunca en América, realizando sus estudios en Sevilla[ii] con las informaciones que le iban llegando.

De importancia especial es fray Bernardino de Sahagún, que hizo un estudio de la lengua nahualt (nunca escrita por los indígenas) entre 1540 y 1585[iii], extendiendo su interés a la antropología, la etnografía, la fauna y las plantas medicinales. Jan van Straet, por su parte, dedicó su atención a la cartografía y a la iconografía (1592); Tomás de Berlanga, aún siendo clérigo dominico, se especializó en temas geográficos y naturalistas, llevando a cabo un vieje accidental hasta las islas Galápagos (en realidad recibieron este nombre por los animales que allí habitaban en gran número). Y otro clérigo y botánico, Charles Plumier (1693), realizó un viaje a las islas antillanas para completar sus estudios sobre la flora de las mismas.

Bernardo de Cienfuegos fue un botánico nacido en Tarazona en torno a 1580, y estuvo en América interesado en hacer acopio para una obra que comprendiese toda la flora mundial. El dominico Jean-Baptiste Labat, más tarde, fue un viajero empedernido, pero destacó también como matemático, ingeniero y botánico, realizando un viaje por las islas de América haciendo acopio de mucha información. Las expediciones al estrecho de Magallanes y a las islas Malvinas fueron más sistemáticas, destacando Jacques Gouin de Beauchene, que con intenciones científicas visitó también las islas Galápagos, todo ello entre 1699 y 1701.

La exploración cartográfica cobró importancia en el siglo XVIII, destacando el viaje de circunnavegación del corsario inglés Woodes Rogers entre 1708 y 1711. Habiendo rescatado a Alexander Selkirk en una de las islas de Juan Fernández, al oeste de Chile, inspiró la novela de Daniel Defoe “Robinson Crusoe”, pero no es esto lo más importante en orden a su aportación científica, sino los muchos datos que aportó con su circunnavegación de la Tierra. El clérigo Louis Feuillée, por su parte, estudió en Sudamérica varios aspectos de su geografía, se guió por el meridiano 0º, que entonces era de forma imprecisa el de la isla de Hierro, y estuvo en Canarias midiendo la altura del Teide.

Una expedición hispano-francesa a Quito entre 1735 y 1746 tuvo intenciones geodésicas, pues se trató de determinar si la Tierra estaba achatada en sus polos o no, lo que en la época se dudaba. Charles-Marie de La Condamine, junto con Pierre Bourger y Louis Godin, realizaron una expedición a Sudamérica para procurar la medición del meridiano en la zona del Ecuador, teniendo serias diferencias entre el primero y los dos segundos. No obstante los estudios realizados fueron exitosos y La Condamine se animó a realizar otra expedición al río Amazonas, de donde trajo a Europa ciertos preparados medicinales de los indígenas de una de aquellas latitudes. Con La Condamine colaboraron también los jóvenes por entonces Jorge Juan y Antonio de Ulloa, publiando el primero, más tarde, unos libros sobre fauna y el platino hallado en Nueva Granada, metal que despertó interés en Europa; también consiguió en Ecuador, en contacto con los indígenas, recetas para combatir ciertas fiebres.

Entre 1740 y 1744 se produjo el viaje de George Anson a la América hispana, particularmente a las zonas menos conocidas y colonizadas, y James Lind, en el buque “Salisbury”, realizó otro viaje de exploración entre 1746 y 1747, antes de que se produjese un tratado de límites entre España y Portugal en el que participó la expedición de Iturriaga[iv] en 1750. Se trataba de conocer hasta dónde se habían extendido los colonos portugueses en el intererior de Brasil y llegar a un primer acuerdo. Con Iturriaga participó unos años más tarde (1754-1756) Pehr Löfling[v] en una expedición al Orinoco para el estudo de la zoología y la flora de su cuenca. Así pudieron comprobar la importancia del cacao, las piñas y las cerezas de Indias, entre otros productos.

Una expedición astronómica hispano-francesa fue comandada por Jean Chappe d’Anteroche en 1768, aunque las autoridades españolas pusieron dificultades para que el francés entrase en territorio español: se intentó medir la distancia entre el Sol y la Tierra, comprobar el fenómeno del tránsito de Venus (1769) desde el extremo sur de la península de California y otras investigaciones de mérito, como la medición de la longitud por medio de cronómetros marinos. Francisco de Requena, por su parte, participó en otra expedición para fijar los límites de las posesiones de España y Portugal, llegándose al tratado de San Ildefonso en 1777: Portugal cedió la colonia de Sacramento y otras posesiones en Uruguay a España, además de las islas de Annobón y Fernando Poo en el golfo de Guinea. España, entonces, se retiró de la isla de Santa Catalina en la costa sur de Brasil. Ello permitió conocer mejor estas regiones y levantar mapas más precisos. Requena también participó en una expedición para conocer la hidrografía del Amazonas, y una comisión se encargó de hacer ilustraciones sobre el Marañón entre 1778 y 1804.

Algunas expediciones virreinales llevarona Felipe González Ahedo[vi] a la isla de Pascua, y a Domingo Boenechea[vii] a Tahití (1770-1772): el primero cartografió la isla de Pascua y tomó posesión de ella en nombre de Carlos III, siendo este el segundo contacto documentado de europeos con los nativos. El segundo intentó incorporar Tahití al imperio español (1772); posteriormente intentó la evangelización de los tahitianos, tuvo un enfrentamiento con el jefe local y se abandonó el propósito.

Las exploraciones del noroeste americano tuvieron varias intenciones: el control del territorio y la evangelización de los indígenas. Entre 1774 y 1791 una serie de expedicionarios, Pérez, Ezeta, Bodega y Cuadra, Arteaga, etc., intentaron averiguar si existía un paso por el norte que comunicase el Pacífico con el Atlántico, resultando infructuoso por la existencia de los hielos árticos, pero los asentamientos y los sucesivos intentos dejaron una abundante toponimia española en la costa oeste de Canadá y Estados Unidos. Un enfrentamiento en Nutka entre españoles e ingleses (los primeros habían fortificado la isla)[viii] ahuyentó a segundos, pero en 1795 los españoles abadonaron la zona.

También se hicieron expediciones al estrecho de Magallanes, particularmente con la fragata “Santa María de la Cabeza” (1785), haciéndose entonces el levantamiento topográfico más perfecto hasta el momento. La obra zoológica de Félix de Azara, entre 1781 y 1801, fue extraordinaria: siendo ingeniero militar, se sintió atraído por la naturaleza de América; “perdido” en los límites de las posesiones hispano-portuguesas, nos ha dejado una valiosa información sobre los cuadrúpedos y aves de Paraguay.

Una Real Expedición Botánica a Perú y Chile (1777-1788) se hizo con información sobre maderas útiles para la construción de barcos de guerra, se estudiaron multitud de plantas de las diversas regiones exploradas y fue precedente de otra expedición en la que José Celestino Mutis, médico gaditano, hizo a Bogotá (en realidad varias regiones de la actual Colombia) y Ecuador: descubrió flora novedosa y sistematizó sus descubrimientos, haciéndose más de 6.000 láminas que se encuentran en el Jardín Botánico de Madrid, para lo que contó con la colaboración de jóvenes indígenas.  La expedición de Sessé y Mociño tuvo una importancia superior, en el ámbito científico, a las anteriores, pues fue muy extenso el territorio explorado en Canadá y Nueva España (téngase en cuenta que abarcaba desde el istmo de Panamá hasta vastos territorios de los actuales Estados Unidos); además se extendió a Cuba y Puerto Rico. El botánico Martín de Sessé[ix] y el médico José Mariano Mociño[x] se hicieron acompañar de dibujantes para representar las plantas, de otros botánicos auxiliares y también participaron alumnos mexicanos del Real Jardín Botánico de México[xi]. De regreso a España el estudio de los materiales traídos dio resultados extraordinarios, conservándose en el Jardín Botánico de Madrid fondos importantísimos de aquellos estudios. El interés mostrado llevó a la formación del Primer Gabinete de Historia Natural de México (1790) y luego de Guatemala.

La expedición del conde de Mopox a Cuba fue patrocinada por criollos de la isla, realizando un estudio sobre los montes, caminos, bosques y el estudio del transporte del azúcar desde el interior a La Habana (1796-1802). El inglés Cook realizó tres viajes por el Pacífico, pero tocó poco el territorio americano, mientras que Louis Antoine de Bougainville tiene el mérito de una nueva circunnavegación del globo y una detallada descripción de Tahití. Más importancia tuvo la expedición Malaspina (1789-1794) que incluyó una amplia propuesta sobre cómo reformar el Imperio colonial español para asegurarlo, pero también hizo estudios sobre astronomía, cartografía, hidrografía, geografía, etc. El guatemalteco Antonio Pineda, militar, formó parte de la expedición Malaspina encargado de las ciencias naturales.

La obra inmensa de Alexander Humboldt se completó con su expedición por buena parte de América: salió de A Coruña en 1799 mientras Malaspina estaba preso en el castillo de San Antón, próximo a dicha ciudad, recorriendo y estudiando diversos aspectos naturalistas y geográficos, etnográficos y humanos de las Antillas, Nueva Granada, Perú, Mesoamérica, Nueva España y el Este de Estados Unidos, regresando en 1804. Una Comisión Científica al Pacífico entre 1862 y 1866, acompañada de fragatas de guerra, se inscribe en la “política de prestigio” de O’Donnel en la última etapa del reinado de Isabel II, y ya en el siglo XX se malogró una expedición del capitán Iglesias al Amazonas, auspiciada por el médico Gregorio Marañón, a causa del estallido de la guerra civil española de 1936 (*).


[i] No confundir con Francisco Hernández de Córdoba, pues este fue un conquistador anterior que murió en 1526.

[ii] Médico y botánico (1508-1588).

[iii] “La Historia General de las cosas de Nueva España”.

[iv]  José de Iturriaga y Aguirre era guipuzcoano nacido en 1699; falleció en Pampatar, Venezuela, en 1767. Marino de profesión se dedicó al comercio del cacao.

[v] Fue alumno de Linneo. Nacido en Suecia en 1729, murió en San Antonio de Caroní, Venezuela, de resultas de la expedición citada. Fue un botánico y estuvo también interesado en la zoología, malográndose quizá un gran científico debido a su temprana muerte.

[vi] Nacido en Santoña, murió en Cádiz en 1802.

[vii] Guipuzcoano, murió en Tahití en 1775.

[viii] En la defensa de la isla participó una Compañía de Voluntarios de Cataluña, lo que Malaspina, posteriormente, podría recordar y dejar testimonio.

[ix] Oscense nacido en 1751 y fallecido en Madrid en 1808

[x] Nació en Temascaltepec, México, en 1757, falleciendo en Barcelona en 1820.

[xi] Instalado en el Palacio del Virrey.

(*) El presente resumen es deudor de la conferencia dada el 13 de noviembre de 2014 por Miguel Ángel Puig-Samper, con el título "La exploración científica de América" (Fundación Juan March).