domingo, 29 de enero de 2023

Brandenburgo después de 1648

 

                              Paisaje de Pomerania (dreamstime.com/photos-images/pomerania)

Con las paces de Westfalia se resolvió el conflicto de soberanía dentro del Sacro Imperio, cuyo emperador tenía ya un poder meramente nominal[i]. Desde mediados del siglo XVII, un “imperio provinciano” se mostró compatible con un alto grado de centralización del poder de los estados, es decir, los gobernantes territoriales pasaron a ser los principales actores dentro del Imperio a costa de los parlamentos y otras instancias territoriales de sus respectivos ámbitos.

Se redujo, pues, el poder del emperador, y el espacio alemán pudo convertirse, en el siglo XVIII, en un territorio de estados absolutos. Samuel Pufendorf[ii] describió, en 1667, el nuevo régimen imperial: una monstruosidad, aunque la “constitución alemana” se había dotado de normas para regular las relaciones entre ambas esferas de poder (emperador y príncipes territoriales), si bien esta estructura resultaría inoperativa.

En los siglos XVII y XVIII, cuando de sesarrolló este proceso de centralismo político, Brandenburgo-Prusia tenía unas tierras cultivables trabajadas por 4/5 partes de la población total, hecho que dio un gran poder a la nobleza terrateniente, los junkers[iii], aunque estos no eran un grupo homogéneo: la mayoría eran medianos y pequeños terratenientes, pero delegaban la iniciativa política en los grandes, los cuales tenían un gran poder económico y político al poseer la propiedad y admistración de la principal fuente de riqueza, la tierra. Esto fue reforzado por una dimensión legal que venía del siglo XV[iv], lo que les permitía ejercer una autoridad directa sobre los campesinos. El mundo urbano era marginal pero tenía un gran sentido de su autonomía.

Sin embargo, fue la crisis general del siglo XVII la causante principal de la creciente injerencia de los príncipes territoriales en los asuntos locales, que hasta entonces se habían autogobernado. Aquellos formaron una burocracia expansiva que buscó la captación de nuevos recursos fiscales; de hecho, Brandenburgo-Prusia, hasta mediados del siglo XVII, había aumentado sus gastos militares, al tiempo que en el espacio alemán se había dado un uso interesado a las tensiones confesionales que la paz de Augsburgo[v] había intentado solucionar. Es decir, estamos ante el fin de los poderes universalistas donde el Sacro Imperio y el Papado eran las dos instancias de referencia: se impusieron los intereses pragmáticos y no los morales o confesionales.

El acto de reinar, desde entones, fue más un oficio que una dignidad, perfilando una figura del soberano que marcó el gobierno de los Electores de Brandenburgo-Prusia a partir del Gran Elector. La centralización del poder en los príncipes tuvo el apoyo teórico de Pufendorf, partidario de que los asuntos fiscales, antes en manos de los poderes locales, pasaran al príncipe, y el fortalecimiento del poder del Gran Elector terminó consolidando un estado unitario en Brandenburgo, que había empezado a renacer en la segunda mitad del siglo XVII.

De ser un territorio disperso ocupado por tropas extranjeras y con una economía arrasada, pasó a ser, en la primera mitad del siglo XVIII, un estado cohesionado con una economía capaz de sostener un gran ejército profesional. Bajo el gobierno de Federico Guillermo I de Brandenburgo (1640-1688) se comenzó el proceso, y con Federico Guillermo I de Prusia se consolidó. El primero fue el fundador del Reino de Prusia gracias a una serie de reformas, aunque su gobierno estuvo marcado por la experiencia de su padre Jorge Guillermo I de Brandenburgo (1619-1640), consiguiendo la máxima independencia posible, una administración central y el ejército permanente del que ya hemos hablado.

La formación de Federico Guillermo I de Brandenburgo la obtuvo en la Universidad de Leiden[vi] en una estancia de cuatro años, y allí aprendió la lealtad del príncipe con la causa calvinista[vii], además de comprobar las ventajas que tenía un estado robusto en materia fiscal; también aprendió la cultura militar moderna. A diferencia de sus predecesores, cuando ejerció el poder percibió su papel más como un deber que como un conjunto de derechos y rentas, y los Electores sucesivos continuarían en esta línea. Tras su vuelta a Berlín en 1643 se ocupó de aumentar los recursos disponibles para poder ampliar el ejército, hasta el punto de que se institucionalizó la maquinaria bélica encarnada en un Comisariado de Guerra creado en 1655, justo cuando dieron comienzo las “Guerras del Norte”[viii] entre dicho año y 1661.

Bajo la dirección de Joachim von Grumbkow en 1679, el Comisariado extendió su influencia a todos los territorios dependientes de Brandenburgo, ampliando sus funciones a la economía y la autosuficiencia, estimulando la industria textil en particular. Brandenburgo pudo llevar así una política exterior autónoma y la nobleza se fue convirtiendo en una casta de servicio. Esta nueva maquinaria militar se financió por dos medios: los subsidios obtenidos en sus alianzas con potencias extranjeras (véase lo dicho sobre las guerras del norte) y el aumento de la presión fiscal, pero como el gobierno no dispuso durante algún tiempo de una administración suficiente, se fue creando un entramado burocrático que garantizase eficazmente el cobro de los tributos.

Se creó también una Oficina de Tierras que se encargó de la gestión del patrimonio en cada localidad, bien entendido que el Elector era el mayor terrateniente, a la vez que poseía no pocos monopolios. La centralización de estas rentas no se completó hasta 1683, y aún así no fue suficiente[ix], por lo que la contribución directa se sustituyó por una tasa indirecta sobre los bienes y los servicios, que se recaudaron por la administración central, aunque su aplicación fue exclusivamente urbana, pues la oposición de las familias terratenientes, de cuyo apoyo dependía el Elector, le hizo ser prudente en esta materia. Solo de forma progresiva estos impuestos se fueron extendiendo a todo el territorio.



[i] El emperador, a través del Consejo Áulico, que era el tribunal de mayor instancia del Imperio, conservará su papel como juez supremo. Cita de Remedios Solano Rodríguez en su obra “La influencia de la Guerra de la Independencia en Prusia a través de la prensa y la propaganda: la forjadura de una imagen sobre España (1808-1815)”. En un capítulo de esta obra se basa el presente resumen.

[ii] Sajón nacido en 1632, falleció en Berlín en 1694. Fue un jurista, filósofo, economista e historiador.

[iii] Así se denominaba a la nobleza al Este del Elba, cuyo origen se remonta a las colonizaciones y cristianización del este alemán durante la Edad Media.

[iv] Ver aquí mismo “Los orígenes de Prusia”.

[v]  Firmada por Fernando I de Habsburgo (hermano del emperador Carlos) y los estados del Imperio (1555): cada príncipe podía elegir la confesión de su estado.

[vi] En los Países Bajos, cerca de la costa.

[vii] El calvinismo era dominante en la Universidad de Leiden, defendiendo como garantía el orden, la majestad del derecho, la venerabilidad del Estado y la necesidad de subordinar la instancia militar a la disciplina y autoridad del Estado.

[viii] Entre Suecia por un lado y Brandenburgo-Prusia, la Mancomunidad Polaco-Lituana, el Reino de Dinamarca y Noruega y el Sacro Imperio por el otro.

[ix] C. Clark, El reino de hierro…”, obra citada por Remedios solano en la nota i.

jueves, 26 de enero de 2023

Sâo Paulo, indios, minas y jesuitas

 

                                                    Hernandarias de Saavedra (1561-1634)

El repartimiento de indios en Brasil fue una de las preocupaciones de la monarquía española, viéndose ya en una carta del rey de 1605 al Gobernador General Diogo Botelho, donde se le hacía ver que pretendía “se usaran en el Brasil las mismas leyes que la Corona de Castilla aplicaba a sus Indias, y a partir de la década de 1580 la estructura colonizadora cambió de sentido: entre 1570 y 1590 la población portuguesa aumentó en el norte y así mismo los ingenios de azúcar, de manera que en 1585 se había duplicado su número[i]. El principal objetivo era organizar un sistema de aldeas fijando el pago de los servicios de los indios, y “para evitar los excesos de que mis vasallos moradores de las dichas partes de Brasil usan con los indios de ellas tanto trayéndolos del interior forzadamente y con engaños…”, siendo el principio fundamental la idea de que los indios eran libres.

Por lo tanto todo servicio que los indígenas hicieran tendría que ser con su consentimiento, y para ello la repartición debía hacerse “al gusto y provecho de los indios… sin obligarlos a servir contra su voluntad”. El Gobernador u oidor general debían velar por que se pagasen los servicios de los indios a los colonizadores, para lo que las autoridades citadas debían visitar los repartimientos dos veces al año. Se trata de una situación similar a la de la América española, y aunque podamos suponer que las leyes no siempre se cumplían, constituyó un alivio para la situación de los indios, pues habría funcionarios que ya por convencimiento o por temor, las harían cumplir.

Los colonos, por su parte, y principalmente los paulistas, se emplearon en buscar otras soluciones para hacer trabajar a los indios sin tener que pagarles: la principal y más conocida fue la “guerra justa”, eufemismo con el que se quería justificar la tenencia de esclavos, y con el paso del tiempo este fue uno de los principales puntos de discordia entre los colonizadores y los jesuítas, que habían recibido en la misma ley la misión de mediar para que las cosas se hiciesen a la voluntad del rey. Así, se estableció que “dos o tres padres de la Compañía de Jesús” se preocuparán para que los indios trabajasen en los ingenios “sin fuerza ni engaño”[ii].

Las leyes más importantes fueron las de 1609 y 1611, inseparables del proyecto de la corona de transformar la ciudad de Sâo Paulo en otro Perú[iii], y este era un proyecto acariciado desde tiempo atrás por las noticias que se tenían de la plata y el oro en la región de la cuenca del Plata y del Paraná, que llegaron a Europa en torno a 1530, y con la unión de las dos coronas se podría llevar a la práctica el proyecto de descubrir minas en el altiplano paulista; y ciertamente, Sâo Paulo jugó un papel central en la monarquía española.

La corte decidió enviar a dos alemanes especialistas en minas, siendo el plan similar al que había sido implantado años antes por el virrey Toledo en el Tauantinsuyo, concretamente en Potosí: desplazar indios de un lugar a otro, en este caso de Río de Janeiro y Espíritu Santo, llevándolos hasta Sâo Paulo y trayendo negros de Guinea, pero la ley de 1609 insistía en el trato que debían recibir los indígenas de Brasil, sobre todo en el régimen laboral, y el pago a los indios era tan claro que no se admitía ninguna excepción, incluyendo a los religiosos.

Rafael Ruiz González señala que la ley de 1609 tiene que ser vista en conexión con la Consulta del “Provedor mor” de las minas de Sâo Paulo, siendo la respuesta de la corona que se comprendiese toda la cuenca del Plata y del Paraná; es decir, no se trataba de una respuesta para el Brasil, sino para el Imperio español. La corona española iría más allá y autorizó a la Compañía de Jesús a empezar su trabajo en el Guairá[iv], al tiempo que se daban los pasos necesarios para abrir el camino desde Sâo Paulo en dirección al Perú, estableciendo las bases de lo que debía ser la “repartiçâo sul do Brasil”, del gobierno del Paraguay y del Plata y del Virreinato del Perú. Era uno de los primeros planes que el imperio español realizaba desbordando las propias fronteras nacionales de las dos coronas[v].

Una de las personalidades que más influyó para llevar a cabo el plan fue el gobernador del Plata, Hernandarias de Saavedra, quien ya había insistido sobre la necesidad de confiar a los jesuítas la acción sobre los indios. En 1604 aconsejó ir hacia Santa Catalina, al sur de las costas de San Vicente, donde había muchos indios y –dice- grandes noticias de oro; y en 1607, mientras estaba resolviendo el plan del Proveedor de las minas, aconsejó el eje entre Potosí y Santa Catalina para la fundación de ciudades, “haciendo Pueblo en el Río del Vruay”[vi]. También dijo que era buenísimo el camino desde Potosí a Santa Catalina, y desde aquí llevar la plata a Castilla por el océano Atlántico, y este camino era mucho mejor –dijo- que el escarpado por Salta, Tucumán, Jujuy hasta Buenos Aires, además de que el puerto de Santa Catalina estaba en mejores condiciones que la difícil boca del Mar del Plata y permitía mayor número de barcos.

De igual forma se pidió al rey que autorizase valerse de los portugueses de Guayra para poder “allanar los yndios e yrlos Reduciendo”. Para el Gobernador del Río de la Plata el dominio del territorio sería imposible sin la ayuda de los jesuítas, por lo que propuso que por Sâo Paulo entrasen siquiera seis padres de la Compañía, lo que aceptó la corona, y además dispuso que Brasil, tal y como hiciera el rey Sebastián en 1570, fuese nuevamente dividido en dos partes, norte y sur, siendo el gobernador de esta Francisco de Souza, cuya gestión estuvo marcada por una política que prohibía que los indios fuesen esclavos, y un plan de colonización basado en incursiones al interior para buscar mano de obra indígena con el fin de trabajar en las minas.

El desarrollo de la región fue uno de los puntos principales, y durante los primeros veinte años del siglo XVII, en los que la corona pretendió desarrollar Sâo Paulo, el comercio entre el Plata, Brasil e incluso Angola permaneció abierto. Cuando en 1621 ese comercio fue cerrado, no fue por motivos económicos, sino porque se reanudó la guerra entre las Provincias Unidas y la monarquía española. Entretanto, Francisco de Souza, y luego su hijo Luis, siguieron una estrategia de atraer a los indios de Asunción a la ciudad paulista imitando el proceso peruano, con la diferencia de que ahora, en lugar de llevar a las minas paulistas indios de Río de Janeiro o de Espíritu Santo, serían llevados de Asunción por un camino que ya se conocía. Esta política se llevó a cabo conjuntamente entre varias autoridades, constando que el jefe de los paulistas, Pedro Paes de Barros, fue hasta Asunción con una treintena de portugueses y muchos indios tupís, participando luego en las operaciones una comisión de caciques.

Los paulistas estaban actuando con las normas de la ley de 1609, consitiendo en persuadir a los indios para que fueran a la ciudad “con buenas palabras y blandura, como promesas, sin hacerles fuerza ni molestia alguna”. Y como se trataba de persuadir, eran los caciques los encargados de explicar por qué era mejor vivir en Sâo Paulo que en Asunción. Aquella era, en los comienzos del siglo XVII, la única ciudad de las costas del Brasil que se encontraba en la frontera con los españoles, la única ciudad de la corona de Portugal que naturalmente estaba orientada hacia el interior, y el interior era la América española.



[i] Rafael Ruiz González cita a Marchant en la obra del primero: “La política legislativa con relación a los indígenas de la región sur de Brasil…”.

[ii] Ya en las Leyes de 1542 se decía que “ninguna persona se pueda servir de los indios por vía de naboría ni tapia ni otro modo alguno contra su voluntad”.

[iii] Sergio Buarque de Holanda, citado por Ruiz González, apunta una cierta resignación portuguesa, como si la suerte estuviera del lado de los castellanos, y ello explicaría el deseo de hacer tantas incursiones hacia el interior a partir de Sâo Paulo, en busca no del Brasil, sino del Perú (“Visâo do Paraíso”, 1994).

[iv] Sur del actual Paraguay.

[v] Rafael Ruiz González en la obra citada.

[vi] ¿Hace referencia al Uruguay?

El retrato de Hernandarias de Saavedra ha sido tomado de lagazeta.com.ar/hernandarias

miércoles, 25 de enero de 2023

Las "bandeiras" portuguesas en Brasil

 


Una práctica de algunos colonos portugueses en Brasil, así como en territorios colindantes, fue la de las “bandeiras” o grupos que se internaban en territorio indígena para apresar a los indios y reducirlos a esclavitud. Los enfrentamientos con los indígenas en el Brasil portugués fueron contínuos, siendo uno de los líderes nativos Juan Ramalho. En 1572 una confederación de pueblos indígenas atacó Sâo Paulo, pero en su defensa participaron el citado Juan Ramalho y el cacique Tiribiçá.

Al incorporarse Portugal a la corona española, Brasil se vería beneficiado en la medida en que los portugueses comenzaron a reivindicar los límites que cosnsideraban naturales, desde el río Amazonas al norte hasta el de la Plata al sur, lo que iba más allá de lo establecido en el Tratado de Tordesillas[i]. Intentaron ocupar por la fuerza más territorios sin que la monarquía española se molestase en defenderlos, quizá considerando que se trataba de tierras muy apartadas y cubiertas de selvas. Una vez alcanzada la amplia meseta brasileña, a los portugueses les resultó más fácil colonizar algunos puntos del interior.

El interés estaba en los metales preciosos, la captura de esclavos, la recolección de especias y la ampliacón de la ganadería extensiva. La captura de los indios se hacía por medio de guerrillas en contínuo desplazamiento, eran las “bandeiras”, que remontaban los ríos hasta la Amazonía en canoas aprovechando la inmensa red fluvial. De hecho fue posible la explotación minera cuando la meseta se fue poblando de haciendas ganaderas, sabiendo los colonos los resultados que los españoles habían conseguido en el alto Perú y en la Nueva España. Surgieron entonces leyendas como la del Lago Dorado y la Sierra de Esmeraldas, “localizados” en las zonas pantanosas que dan origen a los ríos paraguayos y en el centro de Brasil respectivamente.

Las dos primeras expediciones de los portugueses a la meseta brasileña tuvieron lugar en 1531, partiendo de Río de Janeiro, y en 1532 desde San Vicente. Desde Porto Seguro partió otra en busca de esmeraldas, y en 1554 partió también desde Porto Seguro otra expedición al frente de la cual estuvo el español Francisco Bruza de Espinosa, formada por portugueses, muchos indios y un jesuíta, adentrándose 350 leguas en el continente. En 1560 se organizó otra expedición encomendada a Blas de Cubas, que remontando el río Parahiba llegó hasta San Francisco, y entre 1572 y 1573 Sebastián Tourinho realizó dos expediciones partiendo también de Porto Seguro, explorando en la primera el río Jequitinhonda, y en la segunda los ríos Doce y de las Carabelas. Será, sin embargo, de mayor alcance, la penetración en el interior de Brasil a partir de 1592, siendo el gobernador Francisco de Sousa el precursor de la explotación minera que, sin embargo, no dará verdaderos frutos hasta el siglo XVIII.

Las “bandeiras”, mientras tanto, se habían especializado en tres regiones: las vertientes hidrográficas del Río de la Plata, el Amazonas y el San Francisco, partiendo de Sâo Paulo, Pará y Bahía respectivamente. Además del apresamiento de indios se conseguían productos naturales de la selva, especias y drogas, y ya en la primera mitad del siglo XVI se habían producido los primeros viajes de los portugueses hasta el bajo Paraná y el Paraguay, en no pocas ocasiones guiados por indios. A mediados de dicha centuria fue corriente la comunicación de españoles y portugueses entre Sâo Paulo y Asunción del Paraguay empleando en ciertos tramos los cursos fluviales.

La prolongada hostilidad de los indios sobre Sâo Paulo provocó en 1561 las primeras expediciones de castigo hacia el interior, hasta el extremo de que en dicha ciudad se estableció un comercio de esclavos que llegó a ser excedentario, lo que representó un problema, pasándose entonces las ventas a San Vicente, Río de Janeiro, Bahía y Buenos Aires, sobre todo después de la segunda fundación de esta última en 1580. A partir de 1624, estando Portugal bajo la monarquía española, la guerra con las Provincias Unidas y la dificultad en importar esclavos negros desde el golfo de Guinea, los esclavos indios fueron muy solicitados, lo que hizo aumentar el número de “bandeiras”.

Según Rafael Ruiz González[ii], la monarquía española dictó varias leyes para garantizar el camino terrestre entre Sâo Paulo, Asunción y Potosí, política que encontró su auge entre 1609 y 1616. El citado autor habla de los trabajos que se han llevado a cabo en relación a la política indigenista de los Austria españoles en Brasil, pero concentra su atención en la acción monárquica sobre la Capitanía de Sâo Vicente, último territorio portugués en tierras de Brasil. La peculiaridad de este foco –dice- consiste en que fue en esta región, las cuencas de los ríos Paraná y Plata, “donde se pudo llevar a cabo una política de integración de pueblos y superación de fronteras”.

Destaca Ruiz González que las diferencias de orientación entre la política legislativa antes y después de la unión se hizo sentir en dicha región brasileña, incluyendo el viaje que el rey Felipe III hizo a Portugal. Antes de 1580 –como hemos visto- las hostilidades de los indios fueron una constante, además de los problemas planteados por las apetencias de otras naciones europeas. Antes de la legislación española en Brasil, la monarquía portuguesa tuvo que dar cuenta de una política de guerra en la que se pueden destacar varios momentos[iii]: la decisión de establecer en Brasil un Gobernador General en 1549, pues la corona portuguesa estaba más preocupada en ese momento de garantizar la salvaguarda de Bahía que la penetración en el interior del continente, e incluso una ley prohibió que se intentasen expediciones hacia el interior, añadiendo que “cada hombre era un soldado, que tenía que defender la ciudad incipiente: ‘todo habitante de las dichas tierras del Brasil que en ellas tuviere casas, o aguas, o barcos tendrá por lo menos ballesta, escopeta, espada, lanza o chuzo’”. Tal era el peligro, que poco después Río de Janeiro cayó fácilmente en poder de franceses, apoyados por los indios aimorés y tamoios.

Un segundo momento coincidió con la llegada de otro Gobernador General, Mem de Sá, en 1557, que tuvo que hacer frente a los franceses y a los indios hostiles que se encontraban establecidos en Río de Janeiro, y que habían comenzado a levantarse al norte y al sur a lo largo de la costa. Hubo varias guerras contra los indios caetés en la región de Bahía, y se estableció la doctrina de la “causa justa” incluso contra los ya convertidos y pacíficos que se encontraban en las aldeas jesuíticas, que en 1562 eran unos 34.000. Se creó un tribunal formado por seis jueces, tres de los cuales jesuítas, pero el sur pasó a estar también en peligro en vísperas de la unión hispano-portuguesa, y después de la fundación por los jesuítas en Sâo Paulo de un colegio, fue atacada la ciudad por los indios tupiniquin durante más de dos años, momento en que Mem de Sá, refiriéndose a las capitanías del sur, especialmente a la de Sâo Vicente, dice: “Porto Seguro se está despoblando… los Ilhéus* si no se acude se habrán de perder… los de Sâo Vicente están casi levantados: si Vuestra Alteza quiere el Brasil poblado es necesario tener otro orden en los Capitanes…”. El rey Sebastiâo dictó entonces una ley en 1570 determinando las condiciones de lo que consideraba una “guerra justa” contra los indios…



[i] María Belén García López, “La colonización portuguesa de Brasil: los eternos problemas de demarcación y límites”.

[ii] “La política legislativa con relación a los indígenas en la región sur de Brasil durante la unión de las coronas (1580-1640)”.

[iii] Id. nota anterior.

* Al sur de Bahía.

martes, 24 de enero de 2023

Los primeros portugueses en Brasil (2)

 

                                                                     Río Tieté (Brasil)

En la década de 1530 se hizo cargo de la Capitanía General de Brasil Gonzalo Monteiro, que ordenó una expedición de castigo contra los indios que habían matado a portugueses en el interior del país, y entonces llegó a Pernambuco (1532) una nave francesa que atacó la la población, haciéndose con el gobierno de la misma el Señor de la Motte. Pedro Lopes de Sousa, que se dirigía a Lisboa con dos navíos, dio vuelta y atacó a los franceses en Pernambuco, reconquistando la plaza. Esto no pudo se recogido por el cronista español Juan Sánchez de Vizcaya[i], piloto que exploró las costas de Brasil y Río de la Plata, pues su crónica es de 1530.

Entretanto seguían los ataques indígenas contra quienes consideraban extraños, y entonces la monarquía postuguesa estableció las donatarías, o cartas de donación que concedían a los beneficiarios cierto número de leguas de tierra con jurisdicción civil y criminal. La capitanía de estas donatarías era hereditaria, inalienable e indivisible, y la tierra quedaba en posesión de estas personas para sí y para sus descendientes. Allí se establecieron ingenios, molinos de agua y otros bienes que eran trabajados por los que los subinfeudaban. En estas donatarías no podía entrar ningún corregidor o tribunal, y las disposiciones más importantes se referían al comercio: la corona se reservaba el palo Brasil, los esclavos, especias y drogas, así como la quinta parte de los metales preciosos que se descubriesen.

Los productos podían ser exportados a la metrópoli, dentro de la colonia o al extranjero, siendo doce las donatarías en la época de la que estamos hablando: Martín Alfonso y Pedro Lopes de Sousa recibieron cinco, estando comprendidas entre la costa de Santa Catalina, por el sur, y la costa del Marañón por el norte, comprendiendo las islas hasta diez leguas de la costa. Menos precisas eran las demarcaciones hacia el interior, hacia el sertao, o vasta región semiárida del nordeste brasileño, y con frecuencia pasaban la divisoria de Tordesillas. El régimen de donatarías tuvo una importante influencia, y siete años después de su establecimiento el desarrollo del cultivo de la caña de azúcar era un hecho, así como la cría de ganado y, en menor medida, el cultivo del algodón, antes de que aparecieran por allí las primeras naves holandesas.

En cuanto a los indígenas, las relaciones de los colonos con ellos fueron muy malas, sobre todo por los desmanes de estos últimos, por lo que se hizo necesaria cada vez más la importanción de esclavos negros, y así se configura el tipo de explotación agraria portuguesa: la casa grande y la senzala, entendiéndose por la primera la vivienda del amo y por la segunda la humilde choza o cobertizo en que vivían hacinados los esclavos negros, siendo el mayor defecto de las donatarías su falta de unidad en la dirección, por lo que se convirtieron en pequeños principados que no supieron imponerse frente a la disgregación, que se unió a los enfrentamientos con los nativos y causó un gran desorden, alcanzado su grado sumo en torno a 1548.

Por ello en la corte surgieron voces pidiendo reformas, y así se creó el Gobierno General de Brasil, cuyo primer titular fue Tomé de Sousa (familiar de Martín Alfonso de Sousa). A él se unió el donatario de Bahía, y esta población se fijó, con el nombre de Bahía de todos los Santos, como primera capital de Brasil. El Gobernador General tuvo que fortificarla, así como otras poblaciones que no lo estuvieran ya, y en los ingenios los propietarios estuvieron obligados a construir una torre o casa fuerte. Cada villa debía tener, a su vez, suficiente artillería, armas y municiones con el objeto de hacer frente a cualquier navío al que hubiera que dar caza. Desde entonce comenzó el intento de colonizar el interior del país enviando algunos bergantines por los ríos Peraçú y San Francisco, y un Reglamento estableció cómo debían ser las relaciones con los indígenas, castigando con rigor a los enemigos y determinando la conversión de los que se prestasen a ello.

Tomé de Sousa partió de Lisboa en 1549 al mando de una armada de seis naves llevando más de mil hombres (militares, funcionarios y técnicos) pagados por el erario, y con ellos iban también los primeros jesuitas, que en todo dependieron de la monarquía. El gobierno de Tomé de Sousa duró más de cuatro años con buenos resultados, excepto en lo reativo a combatir a los corsarios franceses. En 1557 un nuevo gobernador, Men de Sá, ya vio la ciudad de Bahía “terminada”, pero las condiciones de seguridad eran peores, pues los corsarios franceses se habían establecido en la bahía de Guanabará, donde hoy se encuentra Río de Janeiro.

Los ataques franceses se intensificaron, de lo que informó Men de Sá, así como de las relaciones de los portugueses con los indios tamoyos, que ponían en peligro la capitanía de Río, y pidió ayuda a la corte en 1559. Con ella organizó una expedición contra los franceses, a los que venció, pero estos se volvieron a instalar en la costa; continuó la lucha su sobrino Estacio de Sá, que puso los cimientos de la ciudad de San Sebastián de Río de Janeiro (en honor del monarca reinante) y restableció el dominio portugués en la región. A la muerte de Men de Sá en Bahía (1572), el dominio portugués en Brasil era patente.

Decidió entonces la corte dividir Brasil en dos zonas para su gobierno: la del Norte, desde las islas hasta Itamaracá, con sede en Bahía, gobernada por Luis Brito de Almeida, y la del Sur, de Porto Seguro hasta San Vicente, con sede en Río de Janeiro, gobernada por Antonio Salema, juez de Pernambuco, el cual terminó con la resistencia de los tamoyos. Pero en 1578 se volvió al régimen de gobierno general al comprobarse ciertos inconvenientes en la dualidad de mandos. Desde San Vicente los colonos se extendieron hasta la isla de Santa Catalina, fundando las villas de Iguapé y de la Cananea; por el norte los colonos de Pernambuco progresaron hasta el río San Francisco. Un nuevo donatario, Duarte de Alburqueque Coelho, conquistó las tierras del cabo de San Agustín y Serinhaem[ii]. En cuanto a los jesuítas, que ya habían hecho su aparición en la India, la corona pensó en contar con ellos para Brasil, y puso al frente de los mismos al Padre Manuel de Nóbrega.

Los jesuitas tenían una forma de evangelización heterodoxa, permitiendo las cosmovisiones indígenas y cierto sincretismo al principio, para ir acercándolos al cristianismo poco a poco, pero también incurrieron en cierta pompa, fetichismo y cábala que eran cercanas a la imaginación primitiva. No supieron, sin embargo, combatir la economía esclavista, y aunque defendían al indio, aconsejaban la esclavitud del negro y la del indio enemigo, participando también en el tráfico de esclavos desde Angola. El Padre Nóbrega comprendió que sería útil comenzar la evangelización de los indios desde niños, creando las “casa de meninos”, la primera en Bahía sostenida por el trabajo de esclavos negros; y también creó los “aldeamentos”, que fueron el germen de la “República Teocrática del Paraguay”[iii], y en otras zonas del Río de la Plata. Centraron sus misiones primero en la donataría de San Vicente, y en el interior el establecimiento más notable fue el de San Andrés de Bordo do Campo, no lejos del río Tieté[iv] (1553).



[i] Nació a principios del siglo XVI y no se conoce la fecha de su muerte. Fue un marino y descubridor. Una flota al mando de Juan Sánchez de Vizcaya salió de Sanlúcar de Barrameda en 1550, pero puede que al servicio de la monarquía portuguesa, porque navegó hasta la proximidad de la costa de Guinea. La única nave que conducía fue abordada por otra corsaria francesa y fue detenido, junto a su tripulación, en la isla de Año Bueno en el mismo año citado. Luego pasaron a Santa Catalina, viviendo en condiciones de extrema escasez, llegando una parte de la tripulación a San Vicente en 1553.

[ii] En el nordeste brasileño.

[iii] Ver caratula.net/tentacion-de-una-utopia-la-republica-de-los-jesuitas-en-el-paraguay/

[iv] En el interior del actual estado de Sâo Paulo.

Los primeros portugueses en Brasil (1)

 

                                                   Imagen actual de Porto Seguro (Brasil)

En el proceso de conquista y colonización de Brasil por los portugueses, hubo varios casos en los que se encontró a quienes ya llevaban viviendo en el país durante muchos años, incluso casados con indígenas, ejemplo de lo cual es Diego Alvares de Caramuru, que proporcionó muchas informaciones a los expedicionarios portugueses. Otro es Francisco de Chaves, que vivía en la isla de la Cananea[i] desde hacía unos treinta años, habiéndose adentrado en la selva para formar la primera “bandeira” y nunca más volver.

Pero décadas atrás, en 1500 había zarpado de Lisboa una armada compuesta por trece navíos al mando de Álvarez de Cabral para tomar posesión de Brasil, durando el viaje cuarenta y cuatro días hasta llegar a lo que los portugueses llamaron Porto Seguro[ii]. La aparición de una gran cantidad de algas y aves manrinas anunciaron a los expedicionarios la proximidad de tierra firme, y una vez en Porto Seguro pudieron ver, algo hacia el interior, un pequeño cerro de algo menos de 600 metros de altitud, al que pusieron el nombre de Monte Pascual porque era época de Pascua. A la tierra circundante la llamaron Vera Cruz, iniciándo días más tarde una expedición hasta la boca de un río, pero como tuvieran mal tiempo decidieron regresar a Porto Seguro.

Cuando el rey Manuel fue informado de esto y de otros avances, decidió arrendar las tierras descubiertas en Vera Cruz, de la misma forma que se había hecho con éxito en tierras africanas, entrando en el caso de Brasil cristianos nuevos, uno de los cuales Fernando de Noronha[iii] (1502). También ordenó la construcción de factorías-fortaleza, quizá la primera donde hoy se encuentra Pernambuco[iv]. Un año después otra armada, al mando de Gonzalo Coelho, en la que iba Américo Vespucio, puede que estableciera otra factoría en Puerto Seguro, comenzándose a enviar a Lisboa palo de Brasil.

Hacia 1516 se observa un cambio en la política real –según María Belén García López[v]- al parecer por los recelos que despertó la expedición de Juan Díaz de Solís al Río de la Plata, pero también por las incursiones y ataques de los navíos franceses, que serían una constante durante muchos años. El rey Manuel decidió establecer las Capitanías de Mar (experiencia que se tenía en el océano Índico) para garantizar el monopolio de la navegación contra las pretensiones españolas sobre el territorio brasileño. Estas Capitanías no lograron, sin embargo, que las naves de Magallanes-Elcano viajasen por el Atlántico sur, y tampoco el viaje de Juan Caboto al Río de la Plata, que también exploraron con minuciosidad los portugueses. Entre 1516 y 1530 cuatro armadas portuguesas exploraron las costas brasileñas, y es durante estos años cuando intentaron por primera vez una colonización metódica con base en el aprovechamiento de la tierra para el cultivo de la caña de azúcar.

De igual manera se formaron las Capitanías de Tierra, que tuvieron la misión de formar núcleos urbanos que sirviesen para combatir a los filibusteros franceses que merodeaban con mucha frecuencia. Se trató ahora de fijar los colonos a la tierra, de la misma manera que se había hecho en los archipiélagos de Madeira y Santo Tomé[vi], aprovechando mano de obra indígena. A principios del siglo XVI se había establecido en Lisboa la Casa da India, encargada de aministrar el comercio marítimo, y ahora empezó a cobrar derechos por la entrada de azúcar procedente de Pernambuco e Itacamará[vii], mientras en 1530 el rey Juan III tomó las primeras medidas para la defensa de Brasil, existiendo ya los siguientes núcleos de población: Pernambuco, Bahía, Porto Seguro y San Vicente, pues la continua llegada de embarcaciones francesas y sus ataques amenazaban las posiciones portuguesas. Fue encargado de la defensa Martín Alfonso de Sousa[viii], pero también el control de los límites entre lo que correspondía a Castilla y a Portugal, además de la posibilidad de explorar el Río de la Plata, pues se tenía la esperanza de hallar metales preciosos, lo que Portugal no conseguirá hasta el siglo XVIII.

En cuanto a la labor colonizadora, en 1530 Alfonso de Sousa partió de Lisboa con cinco naves de guerra y transporte, con unos 500 hombres entre marineros, militares y colonizadores, llevando a su vez semillas y animales. A finales del año siguiente, al llegar al cabo de San Agustín[ix], la expedición capturó dos naves portuguesas cargadas con palo Brasil, y poco después otra en la isla de San Alejo, frente a Pernambuco. Sousa envió entonces una para descubrir el río Marañón, labor muy ingrata porque está en el interior, y otra para el Río de la Plata, deteniéndose en la Bahía de todos los Santos[x], y allí encontraron a Diego Alvares de Caramuru, del que hemos hablado. Rumbo al sur esta nave llegó a la isla Cananea, encontrando al también citado Francisco de Chaves.

La expedición siguió hacia el Río de la Plata, pero un temporal aconsejó volver hacia el norte, no sin renunciar a dejar a su hermano Pedro Lópes de Sousa[xi] y algunos en un bergantín, que se adentraron por el río contra corriente más de 100 leguas para luego regresar y reunirse con su hermano en el puerto de San Vicente (1532); aquí establecieron la primera colonización organizada, pero también se fundaron dos villas (San Vicente en la plaza de Tararé, en el límite entre los actuales Paraná y Sâo Paulo) y Piratininga, más hacia el interior, en la sierra de Piranaciaba; estas dos villas, más la población de Itanhaem, fueron el germen del que años más tarde surgieron las ciudades de Santos y Sâo Paulo, siguiendo los jesuitas por medio de un colegio la obra de los primeros colonizadores.



[i] O Cananeia, en el litoral del actual estado de Sâo Paulo pero distante de la ciudad del mismo nombre.

[ii] Al sureste del actual estado de Bahía.

[iii] 1470-1540, explorador judío que llegó a convertirse en un rico comerciante, siendo su familia, al parecer, natural de Asturias. La armada de Noronha partió para Brasil en 1502, y descubriendo una isla le puso su nombre, aunque en realidad se trata de un archipiélago a 360 km. de Natal, en el extremo nordeste del país.

[iv] Algo más al sur que Natal.

[v] “La colonización portuguesa de Brasil: los eternos problemas de demarcación y límites luso-españoles”. En esta obra se basa el presente resumen.

[vi] Casi sobre el Ecuador, cerca del golfo de Guinea.

[vii] Al norte del actual estado de Río Grande do Sul.

[viii] 1500-1571, de familia noble, marino y militar, luego sería gobernador de la India portuguesa.

[ix] No sé si es el ahora llamado Cabo de Consolación.

[x] Es un profundo entrante en la costa Este de Brasil.

[xi] Fue el cronista de esta expedición.

viernes, 20 de enero de 2023

Corrientes y Entre Ríos


                                                Ilustración de EfeméridesArgentina.com.ar

El complejo proceso de independencia de los “reinos” o colonias americanas bajo la soberanía española, conllevó no pocas contradicciones que se explican en unos casos por las ambiciones personales de unos caudillos u otros, pero también por razones de más peso. Sonia Tedeschi y Griselda Pressel[i] han estudiado el caso de Corrientes y Entre Ríos, en el nordeste de la actual Argentina.

Las autoras citadas señalan que no fueron ajenas al fenómeno, en el caso de Corrientes y Entre Ríos, las aspiraciones imperiales de España y Portugal por extender su influencia en la zona, máxime teniendo en cuenta que se trataba de una parte de los “circuitos comerciales entre el Litoral fluvial rioplatense, la Banda Oriental y Río Grande del Sur que potenciaban la circulación de personas, bienes y recursos”. En este contexto interactúan las dinámicas en el establecimiento de la frontera entre los “estados provinciales” de Corrientes y Entre Ríos a finales del siglo XVIII, durante su independencia colonial y en la etapa independiente de la primera mitad del siglo siguiente. Esto involucró a Cabildos, Gobiernos de Intendencia, gobiernos centrales y más tarde a gobiernos provinciales, la base sobre la que se construyó la historia nacional argentina.

Los movimientos de la frontera en la zona estudiada se fueron alternando por diversos factores, uno de los cuales fue el crecimiento económico que tuvo como base la ganadería vacuna, lo que provocó una mayor afluencia de población que en otras provincias, particularmente desde Santiago del Estero y un buen número de indígenas guaraníes de las ex misiones jesuíticas. La necesidad de mano de obra y la amplia disponibilidad de tierras contribuyeron a ello, incentivándose la agricultura de subsistencia a base de maíz, mandioca, zapallo[ii] y frutales. Otro factor fueron las tensas relaciones con los guaycurúes[iii] del valle de Calchaquí (en la parte oriental de los Andes) y con los charrúas[iv] que hostigaban desde la parte oriental del río Uruguay.

En 1750 se había firmado el Tratado de Madrid entre España y Portugal para definir los límites de ambos imperios, lo que pretendía –por parte española- contener las contínuas invasiones portuguesas sobre la Banda Oriental, y entre 1767 y 1810 la “Carrera al Paraguay” se fue expandiendo, multiplicando nodos de comunicación desde Santa Fe[v], en que confluía el circuito mercantil Chile-Perú-Córdoba, y desde aquí se conectaba con Corrientes. La compra de estancias se remonta a siglos atrás (la ciudad de Corrientes fue fundada en 1588), y con el tiempo estas compras se convirtieron en causa de discordia jurisdiccional, que fue zanjada por el virrey Gabriel Miguel de Avilés disponiendo una línea divisoria entre Yapeyú[vi] y Corrientes, y a fines del siglo XVIII las disputas entre los Cabildos de Santa Fe y Corrientes giraron en torno al problema fiscal que originaba la confusión de sus delimitaciones.

La revolución independentista iniciada en 1810 trajo consigo nuevos problemas, pues las fuerzas independentistas de Buenos Aires y las realistas de Paraguay intervinieron en la provincia, y en 1814 se creó la provincia de Corrientes, pero en un nuevo ordenamiento administrativo pasó a formar parte de la de Entre Ríos (República Entrerriana de 1820 y 1821), y no terminarían aquí los problemas: durante las décadas de 1820 y 1830 Corrientes consolidó su estructura institucional con un Congreso Legislativo, un Gobernador y una Administración de Justicia, contando con una Constitución en 1824 que dispuso el cese del Cabildo a partir del año siguiente. 

En el mismo período Entre Ríos se configuró a partir de un Estatuto Provisorio (1822) que no dio estabilidad a la provincia, aunque también se dotó de un Congreso Legislativo, un Gobernador y una Administración de Justicia. Pero ya en 1821 el gobierno provisional de Corrientes había dictado leyes en defensa de su “derecho inmemorial” sobre los pueblos de Santa Rita de la Esquina y Curuzú Cuatiá, reafirmando su soberanía sobre dicha área fronteriza sur, lo que contravenía las pretensiones de Entre Ríos, y esto tensó las relaciones entre las dos provincias o “estados”.

El Tratado del Cuadrilátero de 1822, firmado entre Buenos Aires, Santa Fe, Corrientes y Entre Ríos, dio solución provisional al conflicto, pero ello no evitó, aún teniendo en cuenta rectificaciones territoriales, acuerdos y desacuerdos, intermediadores y otros avatares, que estallase la guerra que enfrentó a Corrientes y Entre Ríos, dándose en llamar “guerra del Plata”, durante seis meses entre 1851 y 1852. Las dos provincias se aliaron a Brasil y Uruguay contra la Confederación Argentina, quedando patentes los intereses contrapuestos entre Argentina y Brasil. Los gobernantes de este último estado vieron oportuno aliarse con las provincias separatistas de Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe, prueba de que la capitalidad de Buenos Aires no era, aun, un hecho consumado, estando también en la alianza Uruguay. En la batalla de Caseros [vii], Rosas fue vencido por los aliados y se exilió. Aún no estaban las cosas maduras para un estado unificado argentino.

[i] “Zonas de frontera en el litoral rioplatense…”. (Las autoras utilizan el término “litoral” referido a los ríos).

[ii] La mandioca es un fruto con cáscara y pulpa firme, y el zapallo es un tipo de calabaza.

[iii] Conjunto de pueblos que habitan en la región del Gran Chaco

[iv] De origen pampeano, son un complejo formado por pueblos distintos.

[v] Hoy capital de la provincia de Santa Fe, al oeste de Entre Ríos.

[vi] Al oeste del río Uruguay.

[vii] En la cañada de Morón, hoy en plena ciudad de Buenos Aires.