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sábado, 29 de mayo de 2021

Pensador, activista, escritor y crítico

 

El parisino François-Marie Arouet, más conocido por Voltaire, recibió las influencias intelectuales y políticas de los pensadores del Renacimiento y del racionalismo. Una de sus obsesiones fue la tolerancia que debía presidir todas las relaciones humanas, estando tan lejos de conseguirse en su época como en la posteridad. La libertad de conciencia nace de la convicción de que ninguna religión puede erigirse como verdadera y absoluta. Voltaire ha sido considerado como un precursor de las libertades democráticas, del pluralismo y de la diversidad[i].

En relación a su defensa de la tolerancia incluso tuvo algunas polémicas con Diderot y agradeció a los jesuitas la formación que recibió de ellos, escribiendo a uno de sus profesores: “le debo algo más que un homenaje: fue usted quien me enseñó a pensar”. A lo largo de su vida Voltaire escribió prolíficamente novela, teatro, ensayos, mientras criticaba acerbamente a la aristocracia de su época; se mostró moralista cuando criticó las prácticas incestuosas del regente Felipe II, lo que le llevó a ser encarcelado durante casi un año a pesar del apoyo que recibía del marqués de Pompadour[ii]. De todas formas siguió defendiendo la tolerancia religiosa y tuvo de las religiones una opinión negativa, pero más por los abusos que las Iglesias cometían, pues Voltaire no era ateo. Esto puede parecer contradictorio con su ferviente racionalismo pero el hombre no puede escapar a su tiempo y a la formación recibida por los jesuitas.

En no pocas ocasiones atacó a las instituciones políticas de Francia, sobre todo durante la regencia de Felipe II y durante el reinado de Luis XV[iii], lo que le llevó a abandonar Francia y afincarse en Inglaterra, de la que admiraba la convivencia entre los diversos credos religiosos, anglicanos, cuáqueros, presbiterianos y antitrinitarios, quizá por los logros de la revolución política de los años 1688-1689. En medio de toda su obra también encontramos gran cantidad de sátiras y poemas.

En 1752 escribió una obra que ha sido considerada como la primera de ciencia ficción, “Micromegas”, nombre de un alienígena que visita la Tierra en compañía de otro pero de distinto origen. Esta obra da a Voltaire ocasión para las críticas mientras se va a vivir (permanecerá durante dos décadas) a la pequeña población de Ferney, en la frontera con Suiza. Desde aquí denunció el poder de los clérigos, estudió el progreso humano y se manifestó contra el providencialismo a partir de la razón. También estudió las grandes civilizaciones asiáticas: China, Persia, Iraq, Arabia, el Islam, el imperio mongol, Japón, India, Abisinia y Marruecos.

Quizá haya sido el humanista más satírico, siendo continuador –según Isidro H. Cisneros- de Erasmo de Rotterdam y de Pierre Bayle, el gran crítico del siglo XVII. Como ellos luchó contra la superstición (también en su misma época Benito J. Feijóo), la crueldad (Beccaría fue continuador) y el dogmatismo. El autor citado considera que a Voltaire le debemos las aportaciones a favor de la libertad individual como a Rousseau en favor de la igualdad.

No hay duda de que los enciclopedistas del siglo XVIII se inspiraron en Voltaire para su magna obra y nuestro autor, al escrutar tan terca y minuciosamente la sociedad y política de su época, dejo escrito que “todo cuanto veo echa las semillas de una Revolución que no dejará de llegar y de la que no tendré el placer de ser testigo”.

Habiendo nacido a finales del siglo XVII murió once años antes del estallido revolucionario pero de haber vivido durante el terror, la división de los revolucionarios, las persecuciones y guerras en las que se vio envuelta Francia, quizá habría agradecido haber muerto antes.

(Fotografía tomada de http://www.chateau-ferney-voltaire.fr/es/).


[i] Isidro H. Cisneros, “Tolerancia: Voltaire entre nosotros”.

[ii] Comuna y población situada en la región de Lemosin, en el centro-sur del país.

[iii] Vivió también bajo los reinados de Luis XIV y Luis XVI.

martes, 12 de enero de 2021

Caminos y posadas

 

                                                         Posada en Calasparra (Murcia) *

Los testimonios que tenemos del estado de los caminos, posadas, carruajes y demás elementos para viajar por España son muy malos, pero lo cierto es que también en otros países lo eran, salvo en las regiones más prósperas de Europa occidental. Como España ha sido objeto de viajes por parte de ilustrados, románticos, aventureros, aristócratas y otros, algunos nos han dejado sus impresiones, que en relación a los siglos XVIII y XIX son negativas en lo que toca a los elementos citados.

El pésimo estado de los caminos, la lentitud de los carruajes, la sordidez de los albergues, las averías de los carricoches, el bandidaje, son algunos de los datos que suministra Rafael Olaechea en su obra[i]. Fernán Núñez, embajador de España en París, escribe a Floridablanca diciéndole que como los caminos de Vizcaya “no se empedraron con cabezas de vizcaínos, cedieron a los balanzos” de los coches y carros, y “están convertidos en escaleras formales”. También Moratín habla de un camino que “al principio, era malo, luego peor y después impracticable”, pero lo cierto es que esta apreciación se encuentra en su obra “Viaje a Italia”, por lo que ya vemos que no era España la única en descuidar sus comunicaciones.

Christian Andersen, en su primer viaje a España (1862) habla de “las desoladoras” descripciones que le habían hecho sobre las comunicaciones en España, y añade que “a los protestantes se nos perseguía como herejes”. Carlos Beramendi[ii], en su viaje por el antiguo Reino de Valencia, en 1784, habla de la villa de Oropesa (en la costa castellonense): rodeada de terrenos pantanosos, sierras pobladas solo de arbustos, malísimos caminos, a un lado el mar y el terreno propio para malhechores, que provocan robos y muertes. En el primer tercio del siglo XIX, Canga Argüelles[iii] dice que es muy arriesgado andar por los caminos de Asturias, que en dirección a Santander se atraviesan treinta y un ríos, de los cuales se pasan diez por puentes, cinco en barcos y dieciséis por vados. Y de Cataluña dice tener malos caminos excepto el que conduce a Valencia.

El abate Cavanilles[iv] incluso llegó a planear un viaje en globo (que ya había experimentado) para llegar a las islas Canarias, ya que estas experiencias, aunque no de tanto alcance, se sucedían en su época con frecuencia.

Durante el siglo XVIII, y como en otros países, hubo un interés minoritario por los viajes, en España y por otros países. El viajero ilustrado estuvo impulsado por los reyes, en España durante la segunda mitad de la centuria citada, para conocer mejor la realidad del país e intentar cambiarla. En otras ocasiones se trató de alejar de la corte a alguien que resultaba molesto, como es el caso de Jovellanos en 1790, a quien Floridablanca envió a un viaje por Asturias, y un año más tarde a Cavanilles para que recorriese España.

Los ilustrados intentan la reforma del país e investigan en archivos, visitan monumentos, realizan inventarios del patrimonio artístico, describen paisajes, copian inscripciones, reúnen documentos, contabilizan las cosechas, estudian el comercio y la industria, conocen aldeas y ciudades… Cuando acaba el siglo Canga Argüelles dice que España contaba con 7.840 posadas. El viajero no es ajeno a la belleza, como cuando Cavanilles ascendió al monte Maigmó, en la actual provincia de Alicante, diciendo que subió a su cumbre y observó plantas que solamente conocía en Peñagolosa, Mariola[v] y otros sitios semejantes.

También recorrieron España viajeros extranjeros, aunque en general España fue desconocida para los ilustrados de otros países, que tenían prejuicios y la consideraban un país “africanísimo” en alguna ocasión, habiéndose dado el caso de quien no se movió de su casa para escribir un libro sobre España copiando de otro (el abate Delaporte). Otro fue Swinburne, de quien dijo Azara que “es tan perspicaz su penetración, que a los dos o tres días de haber entrado en España, ya había descubierto que todos los caminos eran malos”, y también le criticó Antonio Ponz.

Pero otros viajeros alaban el territorio y las personas, como Giuseppe Gorani en sus “Memorias” de 1793 (el viaje lo había hecho treinta años antes). Este autor también constata los aspectos negativos, como el sentimiento religioso de los españoles, “desviado y exagerado”, debido a la superstición y a la Inquisición. El veneciano Giacomo Casanova escribió también sus “Memorias” en las que nos da cuenta de sus aventuras amorosas, pero también habla del rey Carlos III como supersticioso.

A finales de 1771 llegó Vittorio Alfieri, dedicándole a España una “Sátira” donde muestra el poco aprecio que le merece, excepto en Valencia: “ninguna otra tierra me ha dejado un deseo semejante de permanecer en ella…”. Giovanni Battista Malaspina (no confundir con el marino) narró el viaje que hizo, entre 1785 y 1786, por Italia, Francia y España, admirando lo que ve, si bien hay que considerar las condiciones en las que tal viaje se produjo: desde Barcelona, dos carrozas y un carro que le seguía con todo tipo de utensilios para su comodidad, dieciséis mulas y un buen número de muleros. En general habla de España y de Madrid como país y ciudad ordenados y serenos…

El británico reverendo Towsend dijo que para viajar por España “hace falta tener una buena constitución física”, mientras que Ian Robertson, en su prólogo a la obra de aquel[vi], dice que es uno de los viajeros mejor informados. Ya en el siglo XIX Richard Ford escribió un “Manual para viajeros por España” en el que hace alusión a Towsend, que se había despedido de España “alabando la cortesía, generosidad y bondad de los españoles”.


[i] “Viajeros Españoles del siglo XVIII en los Balnearios del Alto Pirineo Francés”.

[ii] Emilio Soler Pascual ha publicado su tesis doctoral titulada “Viajes y acción política del Intendente Beramendi”. En esta obra se basa el presente resumen.

[iii] “Diccionario de Hacienda”.

[iv] Nacido en Valencia en 1745, murió en Madrid en 1804. Botánico y naturalista.

[v] Peñagolosa en la provincia de Castellón y Mariola entre las de Valencia y Alicante.

[vi] “Viaje por España en la época de Carlos III…”.

* Fotografía tomada de upct.es/destacados/cdestacados.php

domingo, 14 de junio de 2020

Un ilustrado español en Roma

Iglesia de San Lorenzo (Barbuñales)
paisajesviajados.com/rincones-del-alto-aragon

Barbuñales es una pequeña población en el centro de la provincia de Huesca donde nació, en 1730, José Nicolás de Azara, y allí se encuentra la estatua sedente del ilustrado español que esculpió el catalán Eduard Alentorn. Según Jorge García Sánchez[i], Azara influyó mucho en los círculos intelectuales romanos durante la segunda mitad del siglo XVIII, donde ejerció como Agente de Preces y ministro plenipotenciario ante el Vaticano.

El papel de Azara, hombre cultísimo, además de la diplomacia, el coleccionismo, la investigación arqueológica, etc. consistió en recibir y acompañar en Roma a todo cuanto personaje importante la visitaba. Azara era, además, marqués de Nibbiano, localidad del norte de Italia, en la provincia de Piacenza (Emilia-Romaña).

A finales de 1783 el emperador de Austria, José II, visitó Roma (no era la primera vez) para informar al papa de las medidas que iba a tomar en detrimento de los derechos de la “Santa Sede”, preguntando por Azara, de quien sabía era el más indicado para ver lo más interesante de Roma. Así, fue guiado por la ciudad, como así hizo Azara con el rey sueco Gustavo III, que había viajado a Italia oculto bajo una identidad supuesta.

Los españoles de cierta importancia que visitaban Roma participaron, invitados por Azara, a las tertulias del Palacio de España, la sede de la embajada, donde había establecido unas clases de dibujo. En ellas estuvo el clérigo Juan Andrés Morell[ii] en 1785, 1788 y 1791. El propio Azara poseyó tres cuadros de Murillo, uno de ellos adquirido a Farinelli, además de bustos de dioses, filósofos, capitanes, príncipes y poetas griegos.

En la época de nuestro personaje “cualquier viajero de origen británico [dice García Sánchez] que en su itinerario por la Campania se hubiese paseado entre las ruinas de Pompeya y Herculano”, ascendido al Vesubio, o atravesado la ruta de Posillipo[iii], no habría dejado de presentarse ante William Hamilton, coetáneo de Azara, el cual fue embajador británico en Nápoles entre 1764 y 1800, y donde se destacó también como coleccionista: vasos griegos, mármoles, bronces, piezas numismáticas, gemas y lienzos que atesoró en sus villas de Posillipo y Portici[iv].

En 1768 Tomás Azpuru[v] invitó al conde de Aguilar[vi] a gozar de la filantropía de Azara, no sin que éste se quejara escribiendo a Manuel Roda, en esta ocasión porque no consideraba al conde apto para recibir sus atenciones, pues no destacaba en ningún conocimiento de forma especial. También el marqués de Grimaldi[vii] pidió a Azara que acompañase en Roma a los archiduques de Milán, pudiendo así estos visitantes conocer las colecciones pontificias, las bibliotecas señoriales, las sociedades académicas y las reuniones del patriciado romano. El propio Azara era dueño de una importante biblioteca, de una galería de antigüedades y de una pinacoteca, célebre en Roma por las pinturas de Mengs, Murillo o Velázquez, lo que sabemos por las “Cartas familiares” de Juan Andrés Morell.

Los jóvenes pensionados del rey y de la Academia de San Fernando visitaban las colecciones de Azara, encontrando en ellas modelos para copiar en sus creaciones. Ponz dejó escrito que en en la biblioteca del ilustrado se encontraban obras de autores clásicos, medallas y pinturas famosas. El eclesiástico y humanista canario, José Viera y Clavijo, que hizo un viaje en 1780 y 1781 por varias ciudades de Italia y Alemania, dejó testimonio de las colecciones de Azara. Autor de una “Historia de las Islas Canarias”, el viaje lo hizo acompañado del marqués de Santa Cruz[viii] y de un hermano de éste, el clérigo Pedro de Silva. Azara los introdujo en el círculo de visitantes de la embajada, como la princesa de Santacroce, el embajador de Malta, el cardenal de Bernis, el cardenal Zelada y algunos exjesuítas residentes en Roma: los abates Calderini y Huerta entre otros.

Azara llevaba a sus invitados (de gusto o forzado) a la campiña de los Colli Albani[ix], al sepulcro de los Horacios y los Curiacios[x], a los palacios del príncipe Chigi[xi] y de la princesa Barberini[xii], éste en Palestrina, al palacio Corsini[xiii], a las termas romanas, a los talleres de artistas locales y extranjeros, como Pompeo Batoni[xiv], que mostraba los lienzos en los que estaba trabajando...

Atrás quedaban los estudios de Azara en Huesca y Salamanca, comenzando su andadura romana durante el reinado de Carlos III (1765); se ganó la amistad de Manuel de Roda y no dejó de intrigar para que fuese elegido papa Antonio Braschi dei Bandi, Pío VI, que reinaría entre 1775 y 1799. Al final de su vida fue enviado a París, pero ante todo fue un ilustrado relacionado con los cortesanos, reyes y personal privilegiado de su época.



[i] “José Nicolás de Azara, un icono del Grand Tour”. En este trabajo se basa el presente resumen.
[ii] Jesuita que viajó a Italia en 1767, dedicándose a escribir una serie de obras en italiano y en latín, una de ellas “Cartas familiares”, en varios volúmenes, editadas en español por Nabu Press, 2011.
[iii] Hoy es un barrio en las colinas de Nápoles.
[iv] Municipio italiano cercano a Nápoles.
[v] En Zaragoza conoció a Manuel de Roda. Combinó su condición de clérigo con actividades diplomáticas, teniendo malísimas relaciones con Azara.
[vi] Debe de tratarse de Valerio de Zúñiga y Fernández de Córdoba Pimentel.
[vii] Pablo Jerónimo Grimaldi fue un genovés que estuvo como diplomático al servicio de los reyes españoles Fernando VI y Carlos III.
[viii] José Joaquín de Silva Bazán.
[ix] Los montes Albanos, teniendo en cuenta que los conocimientos y curiosidad de Azara comprendía muchas disciplinas.
[x] Tumba etrusca en Volterra, hecha de bloques de toba, con cuatro conos truncados en las esquinas.
[xi] Familia de banqueros sieneses que se hicieron con él en la segunda mitad del siglo XVII.
[xii] Hoy museo.
[xiii] Rodeado de jardines, está situado en el barrio de Trastévere, hoy galería nacional de arte antiguo junto con el palacio Barberini.
[xiv] Se especializó en retratos, pero también pintó temas mitológicos y alegóricos. Nacido en Lucca, Toscana, muy joven se traslada a Roma y allí realiza la mayor parte de su obra.

domingo, 3 de febrero de 2019

León de Arroyal

Paisaje conquense

El ilustrado León de Arroyal era miembro de una familia de abogados e hidalgos, nacido en Gandía en 1755. Estuvo muy en contacto con otros ilustrados de la época como Roda, Lerena, Forner, Cadalso y Alcalá Galiano, por citar algunos. En Vara de Rey, al sur de la actual provincia de Cuenca, poseyó un rico patrimonio agrario por parte de su madre, y durante su vida residió en Tordesillas, Vara de Rey, Ávila, Salamanca y Madrid.

Dice Enrique Moral Sandoval[i] que a diferencia de sus compañeros de la Universidad de Salamanca, Meléndez Valdés, Forner o Ramón Salas, que terminaron sus estudios de Leyes, Arroyal los abandonó en 1776. Inclinado a la poesía por influencia de Cadalso, se asentó en Madrid entre 1777 y 1785 y asistió a las tertulias literarias de Estala[ii], frecuentó la Biblioteca Real y puede que contase con el apoyo del ministro Manuel de Roda. Por medio de Forner, entre 1781 y 1785 asistió a las tertulias de las hermanas Vicenta y Rita Piquer (con esta se casaría más tarde), donde tomó contacto con la ciencia económica. Invitado a verse con López de Lerena, ya ministro, pudo este escuchar a Arroyal sus ideas sobre el sistema de rentas existentes en España y la reforma que consideraba necesario, lo que llevó a publicar sus “Cartas económico-políticas” dirigidas a Lerena.

En 1785 se instaló con su familia en Vara de Rey (al sur de la actual provincia de Cuenca) y allí repasó sus “Cartas”, que constituyen un repaso a fondo –dice Moral Sandoval- del sistema hacendístico y fiscal español, desde la antigüedad hasta el momento, aportando datos sobre los países más destacados y demostrando una gran erudición. Ejerció como contador entre 1789 y 1797 en San Clemente (Cuenca), cargo al que fue designado por Lerena. Empezó entonces a perder visión hasta el punto de que, en 1807, estaba casi ciego, lo que se unió a la enajenación mental, falleciendo en 1813.

La influencia de Beccaria y de Adam Simith en sus “Cartas”, escritas entre 1786 y 1790, tiene más mérito por cuanto la obra del primero estuvo prohibida en España desde 1774, pero ediciones en castellano o en otros idiomas caían en manos de ilustrados como Arroyal, que estudió una variedad de temas, como las causas principales de la pobreza del reino; luego analiza la evolución histórica de la monarquía española, considerando que “la constitución de España ha declinado muchas veces a la anarquía y el despotismo”; más adelante habla de los límites de la autoridad del soberano y plantea un ambicioso programa de reformas.

En plena efervescencia revolucionaria francesa, plantea las necesarias reformas eclesiástica, la de la nobleza y la de la administración pública, mostrándose en esto último muy actual, pues habla del “origen plural de la nación española… La España debemos considerarla –dice- compuesta por varias repúblicas confederadas”, y luego se fija en la complejísima división territorial del Estado, con las trabas que se oponían al comercio, la diversidad institucional y la disparidad normativa: “El mapa general de la Península –dice- nos presenta cosas ridículas de unas provincias encajadas en otras, ángulos irregularísimos por todas partes, capitales situadas en las extremidades de sus partidos, intendencias extensísimas e intendencias muy pequeñas…”. En realidad viene a anticiparse a la división provincial de 1834, de inspiración francesa. Es partidario, por otro lado, de la centralización de la administración (a pesar de aquella constatación de “varias repúblicas confederadas”), y a través de la educación, conseguir una ciudadanía más homogénea.

En cuanto a la Administración de Justicia considera que es “el primer paso de la felicidad”, sentando siempre el principio de proximidad y acusando la lentitud de los procesos, en lo que también se muestra muy actual. Acusa a los propios servidores de la justicia por valerse de ella y el excesivo número de “curiales” que se movían en torno a los estrados. Todo ello provocaba, según él, que “los pobres, a pesar de las leyes, gimen sin el miserable consuelo de poder llevar sus clamores adonde sean oídos”.

Se centra luego en la seguridad jurídica por influencia de Beccaria, contra el despotismo y la tiranía propios de “los siglos bárbaros”. Luego –con el escritor italiano- habla de la proporcionalidad entre los delitos y las penas, así como de la necesidad de una legalidad previa que impida toda arbitrariedad. A los jueces hace depositarios exclusivos de la imposición de penas, pero restringiendo al máximo su capacidad de interpretación de las leyes y exigiéndoles que se ciñan a la letra de las mismas. Si hay “vacíos legales –dice- acúdase al legislador”, ya que “es menor inconveniente que un delito quede sin castigo, que no el que se le imponga sin estar señalado por la ley”, en lo que se muestra un garantista más propio de hoy que de su época. Denunció los perjuicios de los procesos inacabables, y como Beccaria, rechazó la tortura y las penas lacerantes, siguiéndole en la máxima de que “si es un mal la interpretación de las leyes, es otro evidentemente la oscuridad”, en relación a la poca claridad con la que muchas estaban redactadas, solapándose unas con otras por la sucesión del tiempo.

Las ideas que Arroyal presentó a Lerena[iii] fueron radicales, presentando como un mal que la justicia se administrase en función de la clase social a la que se perteneciese, contrariamente a su defensa de la igualdad ante la ley.



[i] “Influencia de Beccaria y Adam Smith en León de Arroyal”, 2015. En esta obra se basa el presente resumen.
[ii] Pedro Mariano Estala Ribera fue un religioso, traductor, escritor, helenista… español.
[iii] Ministro con Carlos III y con Carlos IV.

viernes, 25 de enero de 2019

Lusindo y Batilo

Cementerio de Père-Lachaise (París)

En el cementerio de Père-Lachaise de París se encuentra la tumba de uno de los ilustrados españoles más notables desde finales del siglo XVIII a principios del siglo XIX. La tumba es un templete de planta circular con columnas lisas de orden toscano que sostienen un entablamento y una cúpula rebajada en el más claro estilo neoclásico, sin concesión alguna a la decoración y de una sobriedad extrema. Allí está enterrado Mariano Luis de Urquijo, que murió en París en 1817 después de haber ocupado importantes cargos políticos con el rey Carlos IV y con José I.

Urquijo estuvo abierto a las novedades culturales europeas, pero su voluntad de cambio le fue pagada, según Aleix Romero[i], con el destierro, la prisión y el exilio, lo que era común en una época de transición entre el Antiguo Régimen el alumbramiento de otro nuevo. Estudiante en la Universidad de Salamanca desde 1784, asistió a los enfrentamientos entre ultramontanos y aperturistas, mientras Jovellanos aseguraba que, en dicha ciudad, “toda la juventud era… pistoyense”[ii]. Los estudiantes conocían las ideas de Tamburini entre otros que, aunque se prohibieron sus escritos, profesores de mentalidad aperturista las divulgaron, como es el caso de Ramón Salas[iii] o Diego Muñoz Torrero[iv], entonces rector de la Universidad.

Entre Meléndez Valdés y Urquijo se trataban como Lusindo y Batilo, y así Urquijo se aprovechó de las amistades del segundo: Jovellanos, Eugenio Llaguno[v], Ramón Salas, Nicasio Álvarez Cienfuegos[vi], Juan Bautista Picornell[vii] y otros. Cuando Uquijo dio a la imprenta su traducción de “La muerte de César”, obra de Voltaire que estaba prohibida en España[viii], nuestro ilustrado fue investigado por la Inquisición, según Juan Antonio Llorente, pero la sanción que sufrió fue moderada y la traducción de Uquijo no apareció en el Índice de Libros prohibidos hasta años más tarde.

En 1792 el conde de Aranda propuso al rey Carlos IV que Urquijo se incorporase a la Secretaría de Estado y más adelante consiguió la confianza de Godoy (como luego le combatiría). Por las manos de Urquijo pasaron asuntos como el “Discurso” del conde de Teba[ix], que pretendía levantar a la aristocracia contra Godoy; luego fue nombrado secretario de la embajada en Londres, donde estuvo solo unos meses, dedicándose a estudiar el sistema de gobierno británico. Cuando Francisco de Saavedra[x], Secretario de Estado y Hacienda, enfermó y perdió el habla, el rey habilitó a Urquijo en 1798 para ocuparse de dicha Secretaría, pero tales eran las intrigas que por entonces se daban en la Corte que unos días más tarde Jovellanos, Secretario de Gracia y Justicia, fue cesado y recluido en Gijón.

Como ministro plenipotenciario en la República Bátava, nombrado por Carlos IV, se ocupó de mediar entre la Francia del Directorio y Portugal, deseando aquella el cierre de los puertos de esta al comercio británico. Como Francia no se fio de las gestiones de Urquijo, solicitó al rey de España su sustitución, a lo que el monarca se negó. Ello no fue obstáculo para que en 1799 una escuadra francesa saliera del puerto de Brest con el propósito de unirse en Cádiz a la española de Mazarredo, lo que puso en riesgo a esta de quedar a merced de la inglesa que bloqueaba el Mediterráneo. Fue una muestra de que el Directorio trataba a España subordinadamente, lo que provocó el cese del embajador Azara[xi].

Urquijo también tuvo opositores, sobre todo desde que en 1798 fueran publicados los decretos sobre desamortización de los bienes de obras pías, que tenían el objetivo de contener la devaluación de los vales reales sin conseguirlo. Incurrió en contradicciones que se explican en el contexto de la época, de oposición feroz entre reformistas y reaccionarios: impidió la circulación de dos obras en las que se mostraban las invectivas de unos y otros. Cuando murió el papa Pío VI en 1799, Urquijo publicó el Decreto por el que los obispos y arzobispos españoles podían expedir dispensas matrimoniales, entre otras cosas, lo que supuso un importante ahorro para el erario público. Las disputas que originó esto, que se ha considerado como la máxima expresión del regalismo, llevó a la división del episcopado español. Según algunos solo apoyaron el Decreto los arzobispos de Granada (Moscoso y Peralta) y Tarragona (el agustino Armañá y Font), más los obispos de Astorga (Gutiérrez Vigil), Barbastro (el benedictino Abad Lasierra), Calahorra (Aguiriano y Gómez), Salamanca (Tavira Almazán), Guadix (Magi y Gómez) y Tui (García Benito). El nuncio Casoni se soliviantó por este decreto, uniéndose a ultramontanos como el arzobispo de Zaragoza y el general de los franciscanos, Joaquínn de Campmay, que llegó a proponer, en 1793, cuando estaba a punto la guerra contra la Convención, la formación de un ejército de 40.000 hombres que él mismo dirigiría.

También publicó Urquijo un Decreto en 1799 para que la Inquisición no se extralimitara, lo que tuvo resonancia internacional, pues eran conocidos los excesos del tribunal en toda Europa. Se empeñó nuestro ilustrado en una de las expediciones científicas de Alexander von Humboldt a América, manifestándose su admiración por las ciencias en el establecimiento de un laboratorio de química, cátedras de matemáticas, mineralogía y física experimental; introdujo el telégrafo óptico[xii] y la vacuna de Jenner[xiii]. A Urquijo se debe, en 1799, la firma del tratado de paz firmado con la regencia de Marruecos[xiv] por el que se prohibía la esclavitud para los prisioneros de guerra.

Cuando Godoy fue recuperando el favor real, Urquijo lo fue perdiendo, hasta el punto de que los diplomáticos franceses detectaron la aproximación del primero al partido “católico” o “jesuita”, donde encontramos a personajes como Múzquiz[xv], Arce (inquisidor), Caballero[xvi] y el infante de Parma, miembro de una rama “menor” de los Borbón a quien Napeleón concedió ser rey de Etruria en 1801, pero moriría dos años más tarde.

Aquí no tratamos el trabajo de Urquijo con el rey José, pero puede verse en el que hemos citado al principio, debido a Aleix Romero Peña. Asombra, en todo caso, el esfuerzo que personajes ilustrados como Urquijo realizaron para la modernización de España, enfrentándose a fuerzas poderosísimas y sufriendo por ello penalidades e injusticias, aunque también es cierto que no pocos de estos ilustrados tuvieron un poder que les vino dado por la influencia de otros que confiaron en ellos.



[i] “Mariano Luis de Urquijo. Biografía de un ilustrado”.
[ii] Del sínodo de Pistoya, celebrado en 1786 por partidarios de reformas en la Iglesia en orden a las ideas jansenistas.
[iii] Político y catedrático de Universidad, condenado por la Inquisición y luego rehabilitado. Formó parte de las Cortes de Cádiz.
[iv] Sacerdote y catedrático que participó en la elaboración de la Constitución de Cádiz. Colaboró al fin de la Inquisición.
[v] Realizó diversos estudios en el campo del arte, fue miembro de la Real Academia de la Historia y de la Sociedad Vascongada de Amigos del País.
[vi] Escritor de gusto entre neoclásico y romántico.
[vii] Pedagogo influido por Locke, Rousseau, Beccaría y Montesquieu, entre otros.
[viii] Trataba temas como el tiranicidio.
[ix] Eugenio de Palafox, hijo de la condesa de Montijo. Junto con Aranda y otros fue una muestra de la oposición al encumbramiento de Godoy, pero también una reivindicación del papel de la aristocracia en el gobierno.
[x] Militar y diplomático, desempeño funciones públicas en América con Carlos III: expulsión de los ingleses del golfo de México y apoyo a los colonos británicos de Norteamérica.
[xi] Destacó por su labor de mecenazgo. Colaborador de Roda en la expulsión de la compañía de Jesús, fue el encargado de que las pensiones de los expulsos llegasen a Italia.
[xii] Utensilio que se puede ver a distancia y que permite emitir diversas señales que, a su vez, recibe otro igual, propagándose así un mensaje a grandes distancias con mayor velocidad de la que podía llevar a cabo un jinete.
[xiii] Contemporáneo de Urquijo, fue el descubridor de la vacuna antivariólica, pero también contribuyó a otros avances en el campo de la zoología.
[xiv] En vigor desde 1783 con Estados Unidos.
[xv] Predicador real y confesor de la reina entre otras cosas.
[xvi] Intrigante y reaccionario que participó en el proceso incoado contra el príncipe don Fernando (futuro Fernando VII). Estuvo mucho tiempo en el gobierno, pero sin destacar como otros personajes opuestos a él.

viernes, 29 de septiembre de 2017

Ilustrados en la América hispana



En la segunda mitad del siglo XVIII había en la América hispana 168 obispos, mientras que en la primera mitad eran 110 y un siglo atrás 130. Todos eran peninsulares o criollos, pero no de los otros grupos étnico-sociales. Hasta mediados del siglo XVII hubo mayoría de regulares, situación que cambió a favor de los seculares más tarde. Las Universidades de Lima y Santiago de Chile estuvieron a la cabeza en la formación de los obispos (21 y 11 respectivamente), siguiéndoles Santa Fe y México con 9 cada una. En España fueron las de Ávila y Valladolid (con 9 cada una), Salamanca y Alcalá (con 8 cada una).

Hubo obispos ilustrados, como es el caso de Lorenzana, leonés de nacimiento; entre 1766 y 1772 fue arzobispo de México. En su demérito está que se opuso a las lenguas indígenas, lo que influyó en el rey Carlos III para ordenar su extinción, cosa vana por otra parte. Fabián y Fuero había nacido en Tergaza, población al este de la actual provincia de Guadalajara, desarrollando en Puebla una gran labor intelectual. Pedro A. de Espiñeira fue obispo de Concepción (Chile), trabajando con los pehuenches. Pérez Calama fue obispo de Quito entre 1791 y 1792, reformador de la Universidad de Santo Tomas. Martínez de Compañón había nacido en Cabredo, al oeste de la actual provincia de Navarra, fue chantre en Lima y obispo en Trujillo y fue el compilador de una lista de lenguas indígenas que se hablaban en su diócesis, trabajo que realizó para que fuese más fácil la labor pastoral.

Antonio San Alberto había nacido en El Frasno, actual provincia de Zaragoza, siendo obispo de Córdoba de Tucumán y arzobispo de Charcas, dedicándose sobre todo a la educación y al auxilio de huérfanos. Manuel Azamor y Ramírez nació en Villablanca, suroeste de la actual provincia de Huelva; como obispo de Buenos Aires ha legado una extraordinaria biblioteca. Juan Baltasar Maciel, igual que el anterior, legó una gran biblioteca, habiendo nacido en Santa Fe, Argentina; miembro de la Inquisición, cultivó la poesía pastoril. Fray Antonio de San Miguel era natural de Revilla, en el actual municipio de Camargo (Santander), siendo obispo de Comayagua (Honduras) y luego de Michoacán (México). Muy activo ante las catástrofes que sufrió la población (hambrunas), una de sus obras fue el acueducto de Morelia para el desarrollo agrícola.

Joaquín de Osés y Azúa era natural de Galbarra (Navarra), habiendo vivido en Cuba, donde fue obispo y luego arzobispo, enfrentándose a la corrupción de los grupos dirigentes de la isla. Antonio Caballero y Góngora nació en Priego de Córdoba, siendo canónigo en Córdoba, pasa a América donde fue obispo de Yucatán (Mérida) y luego arzobispo de Santa Fe de Bogotá. En 1783 patrocinó una exposición botánica Nueva Granada con la colaboración de José Celestino Mutis. Benito María Moxó hació en Cervera (Lérida), siendo el último arzobispo de Charcas antes de la independencia de Argentina, viéndose envuelto en los conflictos propios de dicha independencia.

Otros ilustrados criollos o acriollados fueron Sánchez Valverde en Santo Domingo, Arango y Parreño en Cuba, Abad y la Sierra en Puerto Rico. Valverde nació en Bayaguana (Santo Domingo) siendo un reformador y un estudioso de las posibilidades económicas de la isla Española. Arango y Parreño fue reformista y jurista, viajando por América y Europa contribuyó a la formación de una conciencia patriótica en Cuba y realizó una intensa labor social. Abad y Lasierra era natural de Estadilla (Huesca). Obispo de Barbastro, fue un historiador de Puerto Rico, así como autor de obras sobre América y la Florida.


domingo, 27 de agosto de 2017

La región más olvidada


Villarreal de San Carlos, hoy

María Soledad Pita ha hecho un trabajo sobre los intentos de repoblar Extremadura por parte de los ilustrados españoles en el siglo XVIII[1]. La región era una de las más despobladas de España cuando las costas empezaron a recibir población y el interior empezó a perderla, tendencia que no ha cesado desde entonces. Se trataba de poner en cultivo tierras baldías frenando el gran desarrollo de la Mesta; también de construir caminos que uniesen la capital con la periferia; se proyectaron ciudades en torno a dichos caminos, pero la mayoría de estas obras no se realizaron. No bastaba con la voluntad y clarividencia de una minoría ilustrada, faltaba un cambio de régimen que no se dio hasta la centuria siguiente.

Los ilustrados encargaron cartografías de los terrenos que querían conocer y ya durante el reinado de Felipe V se habia promulgado una ordenanza (año 1718)[2] en la que se encargó a los ingenieros militares hacer un reconocimiento exhaustivo del país, levantar planos y mapas, y se hicieron memorias. También se constató el problema del bandidaje, que asaltaba a los viajeros debido a los despoblados. Se vio que la situación reinante hacía imposible el desarrollo, aunque la región fuese rica potencialmente.

En 1767 se promulgó el Fuero de las Poblaciones, obra que ya se había planteado en el siglo XVI y que recibió impulso en el XVIII: ello supuso la creación de cuarenta y cuatro pueblos y once ciudades, estableciéndose unos diez mil colonos extranjeros entre Madrid y Cádiz, ciudad esta a donde llegaban las mercancías procedentes de América. Luego el Estado siguió con otros proyectos, y también particulares; en el primer caso la Real Provisión de 1777 sobre “Reglas para la repoblación de Extremadura”.

Fue Antonio Ponz[3] el que calificó a Extremadura como “la región más olvidada”, dejándonos algunas impresiones en su obra: la mayor parte de la tierra está destinada a dehesas, cotos y rebaños. Hablando de la zona de Alcántara dice “sin descubrir alma viviente por aquellos derrumbaderos”. En el Tajo pudo hablar con un barquero, “figura más extraordinaria, y de peor catadura, que he visto”, comparando el río con el “Acheronte”, río griego del inframundo, el río de los afligidos. Habla también de los malos caminos y de las extensiones despobladas. “Solo en las riberas de Almonte”[4] vio algo de vida en esta “pingüe Provincia de Extremadura”. Añade que en las Corchuelas[5] hay un palacio arruinado, y visitó el puerto de la Serrana, hasta el que llegaban las dehesas. Aquí vio los “vestigios de una venta”, lamentándose en otro pasaje de las “calamidades [que] habré pasado” recorriendo estas tierras.

Otro de los ilustrados que estudia la autora a la que sigo es Campomanes, que ya se había preocupado de imaginar sociedades idealizadas en su “Sinapia”. El rey Carlos III le había regalado una finca en las proximidades de Mérida, que él quiso dedicar al cultivo de moreras. En 1778 Campomanes viajó por Extremadura y dejó plasmada una memoria que presentó al Consejo de Castilla. El documento se estructura en cuatro partes: desde Madrid a la venta y puente del río Alberche, desde aquí hasta el Tajo y el puente de Almaraz, hasta el Guadiana y el puente de Mérida y hasta el arroyo de la Caya, en la frontera portuguesa. Para Campomanes lo principal era el acondicionamiento del camino real, que ya estaba casi acabado pero no del todo, y llega a la conclusión de que el despoblamiento es la cusa del abandono de estas tierras y no su consecuencia, indicando que los más notables despoblados están entre Calzada de Oropesa y Navalmoral de la Mata y Almaraz, entre esta población y Jaraicejo, el puerto de Miravete y Torrejón el Rubio, los montes de Trujillo, las zonas del arroyo de Toro y Pizarrosillo, Don Pedro y Medellín, Mérida y Alburquerque (con la excepción de Nava), el arroyo de Albarregas y el de Lácara, la Puebla de Montijo y el fuerte de San Cristóbal, el santuario de Botova…

La memoria fue tomada con interés por el marqués de Ustáriz (1735-1809), ascendido a intendente de Extremadura en 1770, donde su gestión se vio entorpecida por los grandes propietarios de la Mesta. Las propuestas para la repoblación de Extremadura fueron las siguientes: se pretendía crear una enorme cantidad de nuevas poblaciones, así como dos asentamientos entre Calzada de Oropesa y Navalmoral de la Mata. En esta zona se proyectó Encinas del Príncipe. Se planteó otra población entre el puerto de Miravete y Torrejón el Rubio (Villareal de San Carlos, el único que se llevó a cabo y que hoy existe, entre Plasencia y Trujillo). También se habló de la posibilidad de crear poblaciones en el camino entre Jaraicejo y Cáceres, entre Mérida y Badajoz, entre el río Gévora y Alburquerque.

A la postre, lo hecho fue mucho menos de lo proyectado, pero al interés ilustrado se sumaron algunas iniciativas privadas, de las que son ejemplos los proyectos de Valbanera y Roza de la Pijotilla, que nunca llegaron a ser realidad. María Soledad Pita señala que para Extremadura no existió un plan que se pareciese al de Sierra Morena, sino propuestas más o menos inconexas. La “memoria” de Campomanes sobre Encinas del Príncipe es de 1778, que se proponía entre Calzada de Oropesa y Navalmoral de la Mata; aunque fracasaría, se tuvo la intención de que sus habitantes fuesen labradores, y cada uno recibiría cuarenta fanegas de tierra, sobre todo con la intención de producir trigo y otros granos. Cada agricultor tendría hasta doscientas cabezas de ganado lanar, y se entregaría cincuenta fanegas de tierra a cada uno para pastos, sin que un solo labrador pudiese tener más tierra que la indicada, pagando al Estado el 3% de lo producido, eligiendo los habitantes al alcalde y a los concejales.



[1] “Encinas del Príncipe, Villarreal de San Carlos, Valbanera y la Roza de la Pijotilla…”.
[2] Incluso sobre los ríos que pudiesen hacerse navegables.
[3] Nacido en Torás, Castellón, en 1725, murió en 1792. Clérigo, pintor, académico, fue un verdadero ilustrado, dejándonos una importante obra, entre otras: “Viaje de España”.
[4] Afluente del Tajo en la provincia de Cáceres.
[5] Al sur del Tajo y de Villarreal de San Carlos (es una pequeña sierra).