domingo, 23 de octubre de 2016

Buscar el rio Jordán en la Florida




En 1575, en tono de burla, Hernando de Escalante escribió que Juan Ponce de León había ido a burcar el río Jordán a la Florida para volverse joven. El primero es un marino, explorador y escritor español y el segundo fue el que, gobernando Puerto Rico, descubrió para los españoles la Florida. Según Malena López Palmero (1) la colonización de la Florida ocupa un largo y amargo capítulo en la historia de la expansión europea. Las primeras incursiones españolas, desde el descubrimiento de Ponce de León en 1513, fracasaron a la hora de conseguir una ocupación efectiva; sin embargo esto fue obra de hugonotes franceses.

El apoyo de la monarquía francesa a este proyecto colonial fue indirecto, pues Enrique II y Carlos I habían pactado en 1556 no molestarse en América, por lo que la iniciativa correspondió al almirante Garpar de Coligny. El capitán Jean Ribault dirigió el primer episodio de la colonización de Florida con la fundación de Charlesfort (actual Parris Island, en Carolina del Sur). Un segundo intento fue dirigido por René Goulaine de Laudonnière en 1564, con la fundación de Fort Carolina, asentamiento que sobrevivió penosamente hasta que fue atacado por los españoles al año siguiente, dando por finalizada la aventura colonial francesa en Florida.
 
Francia se encontraba pagando las consecuencias de la guerra civil por la oposición entre católicos y hugonotes, uno de cuyos episodios fue la masacre de Vassy, al norte de Francia. En Florida, por su parte, las masacres correspondieron a los españoles Pedro Menéndez de Avilés y otros, lo que contribuyó a la "leyenda negra" de la que tanto se ha hablado, teniendo su repercusión en las tentativas coloniales de Inglaterra.
 
Las rivalidades entre España y Francia se inscribían en el apoyo de la primera a los católicos de la familia Guisa en su lucha contra los hugonotes. Jean Ribault, durante el primer viaje a Florida, evitó navegar por las Antillas y René Laudonnière también expuso que la flota de Ribault navegó “durante dos meses sin seguir en modo alguno la ruta acostumbrada por los españoles”. Pero el plan francés sobre Florida fue descubierto y, en 1562, Granvela informó al rey Felipe II de ello, aunque España no tenía un plan para la ocupación de la península americana. 
 
En 1565 el rey español dispuso el reclutamiento de 1500 hombres para tal empresa y Pedro Menéndez de Avilés salió de Cádiz para, tras abastecerse en Puerto Rico y luego en La Habana, se dirigió a Florida con una flota de 800 personas: 500 soldados y 200 hombres de mar; otras cien personas “de gente inútil”, entre las que se encontraban hombres casados, mujeres, niños y oficiales, lo que da a entender su intención de colonizar el territorio. 
 
La entrada de Menéndez de Avilés provocó –a sangre y fuego- el fracaso del intento hugonote francés. Cuatro barcos franceses formaban parte de una flota recién llegada de Francia al mando de Ribault para reforzar el asentamiento de Fort Carolina, pero ante la llegada de los españoles, Ribault ordenó levar anclas y cuatro de los barcos huyeron a mar abierto, aunque pocos días más tarde fueron destrozados por un huracán que dejó más de trescientos náufragos en la costa. Menéndez de Avilés, por su parte, se dirigió a Fort Carolina por entre “pantanos y desiertos” al mando de 800 hombres, tomando la plaza por sorpresa en 1565. Los heridos y muertos fueron en aumento, siendo “degollados 132 hombres y otro día otros 10 que fueron presos en el monte”. El éxito de Menéndez se debió a la colaboración de dos guías nativos, que facilitaron a los españoles el encuentro de la plaza francesa. Por su parte el pintor Dieppe relató que los españoles asesinaron a cuantos encontraron, pero el relato más difundido sobre estas atrocidades fue el del carpintero Nicolas Le Challeux, pubicado por Dieppe en 1566: “parecían batirse a ver quién degollaba a más hombres, tanto sanos como enfermos, mujeres y niños…”.
 
Después de la matanza de Fort Carolina los españoles llamaron al lugar Fuerte San Mateo, pero nuevos episodios de crueldad se dieron en Matanzas: “y se vinieron [los franceses] y me entregaron las armas y híceles amarrar las manos atrás y pasarlos a cuchillo; solo quedaron 16…, gente que yo tenía dellos necesidad. Parecióme que castigarlos desta manera, se servía a Dios Nuestro Señor y V. M….” (Menéndez de Aviles). El segundo episodio de Matanzas, al nordeste de Florida, fue el que terminó con la vida de Ribault y su compañía, compuesta por 200 soldados: “salvé la vida a dos mozos caballeros, de hasta 18 años, y a otros tres, que eran pífano, atambor y trompeta, y a Juan Ribault, con todos los demás, hice pasar a cuchillo” (M. de Avilés). 
 
Los ingleses colaboraron con el proyecto ultramarino hugonote y, a fines de 1565, el corsario John Hawkins hizo una aguada en el río de Mayo, guiado por el francés Martín Atinas, que había participado en el viaje de 1562. Veinte años después el geógrafo y clérigo Richard Hakluyt informó de todo ello a partir de una importante labor editorial, en lo que contó con la colaboración del colonizador de Virginia, Walter Ralegh. 
 
(1) “Dimensiones discursivas del ataque español a la colonia francesa de Florida (1565)”.


viernes, 21 de octubre de 2016

La transierra extremeña: musulmanes y cristianos



Entre la sierra de Gata y el Tajo se encuentra la transierra extremeña, poco poblada siempre y más en época medieval, sobre todo cuando ya se había producido la invasión y conquista musulmana de Hispania. El rey Alfonso VI de Castilla llegó a ocupar Coria en 1079 y, a partir de este momento, según la historiadora María Dolores García Oliva, las fuentes solo hablan de algunos hechos de armas relacionadas con Coria y Plasencia[1]. La escasez de población mantuvo estas tierras sin un poder continuado que las gobernase.

Se ha hablado de un sistema defensivo en la región, lo que ha llevado a pensar que el poder político cordobés era efectivo aquí, pero no está claro que ese sistema defensivo existiese. La autora señala que el escaso interés prestado a esta tierra por los cronistas es una muestra de que las autoridades no estaban interesadas en ella más que para defender territorios más al sur (por parte cristiana para defender el norte). El silencio de las fuentes permite deducir que, al igual que en otras partes de la península, no hubo oposición masiva y generalizada al avance de los conquistadores musulmanes. Por ello no habría un arrasamiento de las ciudades y los campos, y que los habitantes permanecieron en la zona. Ibn Hayyan[2] dice que hacia 840 en la zona de Coria había “varias tribus bereberes… y otras, junto a gentes del país y cristianos”; los dos últimos grupos descendientes de árabes y mozárabes respectivamente.

Por todo el territorio estudiado se encuentran topónimos de origen preindoeuropeo y celta, entre los que figuran Gata, el Palancar, los que incluyen el componente nava, como Navalmoral, o los que empiezan por Mal-, caso de Malpartida. Los nombres influidos por la romanización son Eljas, Trevejo, Marchagaz y Cilleros, al norte del río Alagón; o Belvís (de Monroy) y Mirabel en la margen derecha del Tajo. Los restos materiales demuestran que la región debió de ser habitada ininterrumpidamente al menos desde época romana.

En el Ajbar Machmûa se dice que en las últimas décadas del siglo VIII rebeldes de Coria huyeron hacia el norte, indicando que buscaban refugio en el país agreste. A partir de ese momento se produjo un desmoronamiento de la red de poblamiento anterior y la diseminación de los habitantes. De los invasores, parece que el grupo más representado fue el de los norteafricanos. Individuos de este origen instalados en tierras de Coria participaron en el levantamiento general de 741, y en 794 llegaron a Trujillo y Talavera bereberes de Takurunna[3], de donde huyeron escapando del emir por haber participado en una revuelta. En la región castellano-manchega, pero cerca de la extremeña, se ha localizado Nafza, topónimo ligado a ese mismo grupo étnico, que ha sido identificado con el despoblado de Vascos*, al sureste de Puente del Arzobispo, aunque Pierre Guichard considera que hay dos lugares con ese nombre: la fortaleza de Mojáfar, situada entre el Guadiana y el Zújar, frente a Villanueva de la Serena, sería la capital de los Nafza, tribu que daría origen al topónimo.

Parece que en la zona la soberanía omeya era acatada, pues hubo revueltas que obligaron a intervenir a los emires, pero solo Abd al-Rahman I emprendió auténticas expediciones en este sector al norte del Tajo, lo que quiere decir que en estas ocasiones las revueltas significaron algún peligro para la continuidad de la dinastía. La primera actuación del emir se corresponde con la sublevación del bereber al-Wahid, originario de Egitania –Idanha a Velha- el cual se apoderó del distrito de Coria hacia 770. Este coincidió con otros movimientos de oposición al Omeya, de forma que Abd al-Rahman I dirigió personalmente dos expediciones contra el rebelde, una en 772 ó 773 y allí tuvo noticia de la sublevación de árabes yemeníes en Sevilla. Algún tiempo después volvió para perseguir a al-Wahid hasta Castelo Branco o Montalvâo. Y más tarde aún el prófugo venció a una hueste enviada contra él por el emir, pero quizá entonces el encuentro ya no fuese en la transierra extremeña, sino en la zona de Santaver[4], lugar donde terminó sus días, asesinado, en torno a 776-777.

En el año 785 Abd al-Rahman I volvió a Coria contra otro insumiso, Abul-Aswad, quien se había sublevado en Toledo y, tras ser derrotado, se había refugiado entre los bereberes del Alagón. Este Abul-Aswad era hijo del último gobernador de al-Andalus, defenestrado por el emir y derrotado de nuevo en 759-760, cuando intentó recuperar el poder, mientras dicho gobernador fue asesinado.

Otra insurrección es narrada por Ibn Hayyan: la de los bereberes de Mérida en 826, que llegó hasta Coria, y unos años después, hacia 840, los que vivían en el territorio de Coria gozaban ya de gran autonomía según el mismo historiador, cuando narra el final de Abd al-Chabbar, rebelde de Mérida, que buscó refugio en el reino asturiano; tras permanecer unos años al servicio de Alfonso II, parece que quisó regresar a la obediencia omeya y, sabido esto por el rey cristiano envió un ejército contra él.

Más adelante, con motivo de la expedición enviada por Muhammad I en 875 contra unos bereberes, estos se unieron a la causa del emir y combatieron a los muladíes de Mérida, logrando apoderase de esta ciudad, pero Ibn Hayyan dice que el Gallego[5], tras haber derrotado a las fuerzas cordobesas, se instaló en Marvâo (ver aquí mismo "Mahamud de Galicia"). El “hijo del Gallego” hizo luego una correría por el Alentejo pero no tuvo más remedio que volver a la obediencia del emir. Más tarde estuvo operando en la región de Lisboa, de donde fue rechazado por los partidarios del emir, y de Marvâo, desde donde solicitó ayuda a Alfonso III

En 915 el rey Ordoño II hizo una expedición por la cuenca del Guadiana y tuvo como guías a las gentes de la transierra extremeña, pero los cristianos solo se apoderaron de la zona situada al norte del Tajo en un momento en que Coria se encontraba arruinada a causa de los partidismos, y uno de los grupos en disputa había solicitado ayuda al rey asturleonés. Dada la distancia que separaba Coria del núcleo astur-leonés, no parece lógico considerar –dice la autora a quien sigo- que el rey cristiano hubiera pretendido incorporar el valle del Alagón a sus dominios, sino más bien acentuar su despoblación para dificultar aún más el control de al-Andalus.

A finales del siglo IX una fuente musulmana decía que Mérida está enfrente de la tierra de los infieles, y en la primera mitad del siglo X otra fuente decía que las fronteras con los gallegos son Mérida, Nafza, Guadalajara y Toledo, mientras que otra incluye Coria y Trujillo entre las poblaciones de al-Andalus, e Ibn Hawqal[6] cita como en poder musulmán Alcántara, Cáceres, Trujillo y Albalat, núcleos todos ellos al norte de Mérida.

En 889 el territorio de Sevilla fue saqueado por los bereberes de Mérida y de Medellín, los cuales habían sido incitados a hacerlo por rebeldes de Sevilla. Por su parte, no parece que Abd al-Rahman III prestase atención a las tierras al norte del Tajo en el área de estudio, por lo que parece que los habitantes de la transierra gozaron de autonomía, tanto del poder musulmán como del cristiano. La razón quizá esté en la falta de valor estratégico de estas tierras, pues la mayor parte de las expediciones contra tierras leonesas por parte de los dos primeros califas salieron de Toledo o de Medinaceli, y el resto fue por la fachada atlántica.

Durante esta época, al norte del Sistema Central se produjeron cambios importantes, sobre todo la colonización de la margen izquierda del Duero, llevada a cabo por Ramiro II en el valle del Tormes y por Fernán González en el área de Sepúlveda, pero ni el reino de León ni el califato de Córdoba controlaban de manera efectiva la totalidad del territorio respectivo hasta una hipotética línea divisoria.



[1] “Un espacio sin poder: la transierra extremeña durante la época musulmana”.
[2] Nacido en Córdoba a finales del siglo X, fue historiador y funcionario.
[3] Cora o distrito de Ronda.
[4] Cora entre las provincias de Cuenca, Guadalajara y Teruel.
[5] En realidad este apodo era el de Abd Al-Chabbar, mientras que su hijo, Ibn Marwan, es el protagonista de este episodio.
[6] Geógrafo y cronista que a finales del siglo X escribió la obra “La faz de la Tierra”-
* Hoy es un yacimiento arqueológico con los restos de una antigua madina habitada entre los siglos IX y XII. Nafza hace referencia a una supuesta madina, no localizada, de origen bereber.

Conquista y crueldad



Écija. Fotografía de la Consejería de Cultura de Andalucía

María Isabel Pérez de Tudela ha estudiado las causas internas y externas del fracaso bélico cristiano (godo) en la invasión musulmana del año 711 y siguientes, así como el proceso de reconstrucción material y moral de los grupos que se constituyeron en resistentes[1]. Esta autora considera que el trato recibido por los cristianos que osaron resistir a la invasión fue inmisericorde, revistiendo en algunos casos visos de crueldad. En el registro de comportamientos violentos –dice- “anotamos métodos tales como la consideración del cautivo como prenda personal y la ejecución sistemática de los prisioneros”. Un caso de agresión es la que sufre el gobernador godo de Córdoba asesinado a sangre fría por el conquistador, el liberto al-Rumi[2].
 
En la crónica “a Sebastián” (una versión de la crónica de Alfonso III) se dice que “con artero designio mandan emisarios a África, piden ayuda a los sarracenos y, una vez que pasaron a bordo de naves, los meten en España" (se refiere a los parientes de Vitiza). El conde Julián, tantas veces citado por los historiadores en los acontecimientos de la primera invasión de Hispania por los musulmanes, les recomendó la conquista, y el Ajbar Machmûa[3] habla de que les hizo una descripción de España junto con una exhortación a Muza para programar su conquista. En las crónicas cristianas se insiste en el papel jugado por el conde Julián y por los familiares de Vitiza, particularmente el obispo Oppas[4]. Otros miembros de la jerarquía eclesiástica también habrían colaborado con el invasor, además de muchas comunidades judías, pues existía una legislación antijudía en época goda.
 
Si se tiene en cuenta que la peste hizo estragos en aquellos años en Hispania, la dureza de la conquista vino a minar todavía más la moral de los conquistados. La crónica Ajbar Machmûa señala que tras la deserción de los hijos de Vitiza “los musulmanes hicieron una gran matanza en los enemigos” y la crónica rotense (cristiana) dice que “puesto en fuga el ejército [cristiano] fue destruido hasta el exterminio”. La Crónica “a Sebastián” dice que “todos los ejércitos de los godos se dieron a la fuga y fueron exterminados por la espalda”. 
 
En Écija fue donde la derrota pudo haber sido determinante: ante sus muros el ejército visigodo volvió a plantar cara, de forma conjunta, a los musulmanes, pero a partir de ahí “no volvieron a encontrar [los musulmanes] fuerte resistencia” y los cristianos huyeron hacia Toledo y Zaragoza. No obstante en Écija los musulmanes tuvieron muchos muertos y heridos, aunque al fin salieran victoriosos. En adelante los intentos de resistencia fueron descoordinados hasta la reorganización de la misma en el norte (Asturias, Navarra, valles pirenaicos, etc.).
 
Los pactos entre los señores godos y los conquistadores no siempre dieron resultado, por lo que hubo casos de resistencia en Córdoba, Granada y Toledo, mientras que en la conquista de Rayya[5] “sus habitantes huyeron a lo más elevado de los montes”.
 
Antes, Tarif, al frente de 400 hombres, 100 de ellos de caballería, protagonizó una algara contra Algeciras y volvió a África con tantos cautivos como ni Muça ni sus compañeros los habían visto semejantes y un abultado botín (Ajbar Machmûa). En otra expedición Medina Sidonia fue conquistada, y con más esfuerzo Carmona. Sevilla y Mérida necesitaron meses de asedio, la última en 713. En las tierras de Teodomiro, señor de Murcia, este colocó mujeres en las murallas, simulando una guarnición de la que ya no disponía, lo que le permitió llegar a un acuerdo –muy conocido por otra parte- ventajoso para él. 
 
En Mérida los musulmanes socavaron una parte de la muralla provocando una gran matanza, siendo considerados los muertos como mártires. Esta conquista dio ocasión a un pacto: “Ajustaron, en efecto, la paz, a condición de que los hispanos contratantes se quedaran con sus bienes, los vencedores con los de los combatientes fallecidos en la emboscada… y los huidos a Galicia y el propio Muça con los bienes y las alhajas de las iglesias. 
 
Los pactos no fueron bien vistos por algunos, que consideraban se perdería así la identidad de lo que hasta entonces había sido cristiano y godo. Tras siete años de guerra (dice la crónica Albeldense) se comprometieron a un pacto y tomaron el acuerdo de desmantelar las ciudades, habitar aldeas, elegir condes que pagaran los tributos debidos al rey…




[1] “El ejército cristiano en la España altomedieval: de la derrota militar ante los musulmanes a la resistencia espontánea frente a ellos”, 2011.
[2] Rumi viene de romano, lo que según algunos podría indicar que se trata de un cristiano de origen, lugarteniente de Tarik, derrotó a los godos en Écija, donde judíos, siervos y esclavos le entregan la ciudad y más tarde conquistó Córdoba, donde los resistentes fueron ejecutados o murieron quemados en el incendio de la ciudad, según http://cronologiahistorica.com/index.php?option=com_content&view=article&id=259:ano-711&catid=12&Itemid=109)
[3] Crónica musulmana del siglo XI.
[4] Obispo godo de Sevilla y hermano de Vitiza, se levantó contra el rey Rodrigo al que consideró usurpador de la corona. 
[5] La región de Málaga.

sábado, 15 de octubre de 2016

El "mal musulmán"

Castillo de Monteagudo, próximo a Murcia


Ibn Mardanish consiguió mantenerse como emir del reino de Murcia una vez que los almorávides norteafricanos fueron desalojados de la península Ibérica. Había nacido en Peñíscola y reinó durante la segunda mitad del siglo XII, resistiendo a la invasión almohade. Ignacio González Cavero[1] ha estudiado los diferentes acuerdos a los que llegó este rey con Castilla, así como el papel trascendente ante el avance de los almohades.
 
Fue llamado en su época, por los cristianos, Rey Lobo o Rey Lope cuando la debilidad política, militar y religiosa de la última etapa almorávide dio lugar a una descentralización del gobierno en al-Andalus. La rebelión que se produjo entonces en la parte este de dicho territorio (Valencia y Murcia sobre todo) fue secundada por diversos señores que no estaban dispuestos a perder lo que habían ganado bajo dominio almorávide. Este Rey Lobo se enfrentó varias veces entre 1161 y 1162 contra el ejército almohade de Granada.
 
De 1168 es una “alianza entre Alfonso II de Aragón y Sancho de Navarra contra el rey Lobo de Murcia”, cuando un mes antes Alfonso II había firmado las paces con Ibn Mardanish. Quebrantar los acuerdos fue norma en la época, tanto por una parte como por la otra. Esta interesada alternancia –dice el autor citado- fue constante: Alfonso VIII de Castilla consideraba a Ibn Mardanish como señor independiente en casi todo el levante peninsular y como un obstáculo de gran envergadura frente a la presencia almohade en al-Andalus, manteniendo buenas relaciones con el rey castellano.
 
Las fuentes árabes, en cambio, le tildan de “mal musulmán” por su proclividad a llegar a acuerdos con los cristianos con tal de mantener su reino, llegando a prestar vasallaje a los reyes cristianos. Pero todo ello se entenderá mejor si nos vamos a los años anteriores a su reinado.
 
La descomposición del imperio almorávide supuso el aumento de impuestos a la población para reforzar las defensas ante las embestidas cristianas y luego almohades. A pesar de ello muchos de los reyes o reyezuelos de los diversos estados musulmanes terminaron acatando a los invasores norteafricanos, aunque otros se opusieron a ellos. De la misma forma que en los territorios de Murcia se alzaron, de manera breve y continuada, una serie de gobernadores en nombre de Ibn Hamdin de Córdoba y, posteriormente, de Ibn Hud, último rey de Zaragoza y vasallo del rey Alfonso VII de León; Valencia quedaba bajo la autoridad de Ibn abd al-Aziz. Después de dos años de efímeros gobiernos y solventadas algunas revueltas en Valencia y Murcia, se impuso Ibn Mardanish al frente de casi todo el levante peninsular.
 
Ibn Mardanish procedía de una familia de origen hispano y cristiano, por lo tanto era un muladí, no un árabe o un bereber, vestía igual que los cristianos, portaba las mismas armas, las tropas de su ejército eran principalmente castellanos, navarros y catalanes y pagaba un tributo a los reyes cristianos para gozar de su protección. ¿Cómo no habría de llegar el “mal musulmán” a acuerdos con la monarquía castellana? Estas relaciones diplomáticas las comenzó pronto; como defensor de la sunna y de la escuela malikí –matiz claramente antialmohade según el autor al que sigo- le llevó a numerosos enfrentamientos con los norteafricanos y por lo tanto a otros tantos acuerdos con los castellanos.
 
Ibn Mardanish reconoció al califa abbasí de Bagdad, ocupó Guadix con la ayuda de Alfonso VII en 1151 y le ayudó en Almería contra los almohades (1157) aunque sin éxito; entre 1158-1161 conquistó Carmona, Écija, Baeza, Úbeda y Jaén, llegando incluso a cercar Sevilla y Córdoba. Sitió la ciudad de Granada sufriendo una gran derrota en 1162 y continuó su lucha contra los almohades sin conseguir importantes victorias. Hizo a Murcia su capital llevándola a su mayor esplendor, reformó el castillo de Monteagudo, el de Larache (Murcia) y dos fortificaciones en el actual Puerto de la Cadena, en la vía Cartagena-Murcia, para controlar el paso de mercancías y el cobro del impuesto correspondiente.
 
Otro de los aliados coyunturales de Ibn Mardanish fue Ramón Berenguer IV;  también las repúblicas de Pisa y Génova y Alfonso VII. Todo ello a cambio de un tributo anual para tener tranquilidad en sus fronteras y en el comercio mediterráneo, pero mientras con aquellos los acuerdos tenían un plazo predeterminado, con Castilla se mantuvo ininterrumpidamente mediante el vasallaje, que también aceptaron Ibn Hamdín de Córdoba y Zafadola[2]. Ibn Mardanish en 1165 fue derrotado en Córdoba y llamó a sus aliados cristianos del reino de Toledo, pero derrotado otra vez por los almohades se retiró a Murcia. Al “mal musulmán” le quedaban pocos años de vida porque murió en 1172.


[1] “Una revisión de la figura de Ibn Mardanish. Su alianza con el reino de Castilla y la oposición frente a los almohades”, 2007.
[2] Último de una dinastía zaragozana que gobernó en Rueda de Jalón, al oeste de Zaragoza, entregando su territorio a Castilla.

El sultán Abu l-Hasan

Calle actual de Marrakech


El décimo sultán de la dinastía meriní (benimerines) había sido proclamado en 1331 y se mantuvo en el poder hasta que fue depuesto por un hijo suyo, Abu Inan, en 1348, muriendo tres años más tarde. Durante esos tres últimos años de su vida fue acogido por los hintata, parte fundamental de los almohades, que habían precedido a los meriníes en la hegemonía del noroeste de África.

Abu l-Hasan llevó a su cénit a los meriníes, según María Jesús Viguera[1], pero después de sus expansiones terminó en desastres como la batalla del Salado (1340) y ocho años después en Qayrawan, iniciándose así su decadencia. Posteriormente se agigantó su figura, habiendo llegado al poder cuando las estructuras de los benimerines se consolidaban contra los zanata almohades. El sultán Abu l-Hasan dio al imperio meriní una estructura administrativa y se rodeó de un círculo culto. Por otro lado llegó a anexionarse Ceuta.

Veinte años después de su muerte, un predicador a su servicio, Ibn Marzuq, publicó una obra laudatoria sobre su personalidad y obra. Marzuq había nacido en Tremecén y muerto en El Cairo, y la obra dedicada a su sultán une religión y política.

Tras los almohades se hicieron con el poder los benimerines en el noroeste de África, ocupando la capital Marrakech en 1268. La obra de Marzuq no fue el único texto panegírico ni el último pero en él se exalta de una forma exagerada al sultán, quizá para congraciarse con el sucesor Abu Faris, otro hijo del sultán, aunque sin conseguirlo.

La “Vida ejemplar” del sultán Abu l-Hasan empieza con una referencia a la nobleza de su origen; sigue con la bondad de su carácter y el equilibrio de su temperamento; más adelante sobre su educación, su personalidad, su cuidado en hacer guardas los preceptos legales, la atención que tuvo con la gente consagrada a Dios, la que dispensaba a sus súbditos; sobre su indulgencia, su esplendidez, su pudor, su devoción filial, su amistad con los sabios, etc.

Según el panegírico de Ibn Marzuq el sultán había construido aljamas, mezquitas y oratorios, madrasas, zagüías (ermitas), hospitales, alcántaras, puentes y canales. Había mostrado atención a los huérfanos y a los ancianos… hizo transitables los caminos.



[1] “’Vida ejemplar’ de Abu L-Hasan, sultán de los benimerines”.

jueves, 13 de octubre de 2016

Impactos en América desde hace 30000 años



¿Imaginamos a todo el continente americano sin un solo ser humano hace aproximadamente 30000 años? En realidad América se fue poblando de inmigrantes que llegaron en diversos momentos a partir de aquellos remotos tiempos. Su medio ambiente, sus paisajes, sufrieron desde entonces incontables cambios, apareciendo la especie homo sapiens muy tarde respecto de la formación del continente, hace quizá unos 150 millones de años.
                                    
Los primeros homo aprovecharían el estrecho de Bering procedentes del noreste de Asia durante una pausa interglaciar. A partir de entonces y durante miles de años fueron ocupando el continente desde Alaska hasta el extremo sur de la Patagonia. Así, según Eduardo Muscar[1], a quien sigo aquí, América fue encontrada dos veces sin planes preconcebidos, descontando las noticias sobre las incursiones de grupos del norte de Europa que fueron insignificantes en relación a las inmigraciones de hace 30000 años y a finales del siglo XV de nuestra era.

Los primeros seres humanos llegados a América se encontraron con un medio favorable para su supervivencia logrando un crecimiento demográfico espectacular. El paisaje gélido de Bering resultó ser fundamental para eliminar buena parte de los organismos patógenos existentes. Pocos de los gérmenes lograron filtrarse y el espacio americano se vio libre durante milenios de la mayor parte de las plagas y enfermedades que sufrieron euroasiáticos y africanos. Las diversas especies faunísticas sufrieron una caza desproporcionada y los cambios climáticos habidos habrían contribuido a la desaparición de especies mayores. Cuando se produjo la estabilización de los dominios étnicos, no se conocía cuadrúpedo mayor que un tapir o un camélido andino, lo que sorprendió a los conquistadores del siglo XVI, de forma que la fauna europea llevada ocupó los lugares vacíos.

La revolución neolítica fue temprana pero se desarrolló lentamente. Los metales, más tarde, solo se emplearon para la confección de objetos ornamentales y religiosos. Los factores ambientales impidieron la rápida adaptación de algunas especies, como el maíz, sobre todo por la variedad de suelos, mientras que la domesticación de animales fue corriente en los altiplanos, pero no en las llanuras. Hay autores que hablan de la antropización de los ecosistemas, con una inmensa variedad florística que, sin embargo, no fue muy explotada, hasta el punto de que cuando llega el hombre europeo encuentra casi intacta esta biodiversidad.

Los indígenas de los grupos más avanzados llegaron a un conocimiento cabal del recurso edáfico y utilizaron técnicas de cultivo y regadío sorprendentes, con unas producciones que evitaron errores ecológicos. Sobre todo en los Andes, que durante veinte milenios el hombre fue adquiriendo conciencia de las limitaciones de su medio. El desarrollo de técnicas para resolver la escasez de suelos aptos para la agricultura, para hacer frente al manejo del agua, escaso o excesivo (acueductos, reservorios, canales, etc.) fabricación de útiles de labranza, aprovechamiento de la diversidad mediante el control de los pisos ecológicos, dio una gran variedad de cultivos. Las técnicas utilizadas por los incas aún subsisten, como el sistema de andenerías (escalones, “socalcos” en Galicia) que permitían evitar la erosión eólica e hídrica de la tierra, controlaban las aguas de riego y protegían los cultivos de las heladas.

Esto permitió la concentración de altas densidades de población, que también se dio en las regiones de la civilización maya. En México y Centroamérica se dieron los campos elevados o camellones (waru-waru): canales conectados a más bajo nivel que los cultivos. Pero también se dieron prácticas inadecuadas: deforestación y erosión en las áreas de piedemonte que provocaron rápidos descensos de civilizaciones, como la teotihuacana, iniciada en el siglo VII.

Las mortandades de tipo epidémico se dieron más por escaseces alimentarias y malas cosechas que por enfermedades; no se produjeron los contagios por la inexistencia de animales domesticados, que más tarde transmitieron a los hombres enfermedades infectocontagiosas. Los espacios más impactados ecológicamente, como es lógico, fueron los más densamente poblados: los incas llegaron a practicar la caza hasta la llanura chaqueña; sin embargo las tribus nómadas tan solo extraían lo necesario para sobrevivir.

Con la llegada de españoles y portugueses América empieza a sufrir cambios intensos y gravísimos impactos bioculturales. Algunas semillas llevadas a América permitieron el desarrollo de malas hierbas, además de los roedores portadores de gérmenes patógenos. Nuevas especies introducidas propiciaron plagas y malezas que perturbaron el equilibrio anterior. Pero el encuentro euroamericano propició algunas de las más fabulosas explosiones demográficas que haya conocido la historia natural, no obstante el vertiginoso descenso en algunas regiones, sobre todo allí donde los indígenas tenían bajas inmunológicas, por los trabajos forzosos, por el empeoramiento de la dieta… En el área antillana esto fue claro, dándose una extinción total del indígena, todo lo contrario que en la región del Río de la Plata.

Hacia 1518 la primera calamidad llega a la Española con la viruela, de allí pasó a México y Guatemala, más tarde en el mundo incaico. Se calcula que la viruela afectó a más de un tercio de la población indígena durante la conquista. También el sarampión entre 1530-1531; en 1546 una enfermedad parecida al tifus continúa con el genocidio natural; hacia 1558 una gripe hizo estragos y entre 1544 y 1545 los rebaños de llamas del Perú fueron disminuidos drásticamente por una epizootia.

El impacto social tuvo mayor dimensión por la extensión de la encomienda y la desintegración de muchas comunidades. Sin embargo hubo una explosión de la fauna y de la flora transferidas por los europeos. El germoplasma se encuentra todavía en una gran cantidad de productos de América, por ejemplo los vacunos encontraron especies forrajeras que les permitió multiplicarse hasta el punto de escapar al control humano. La ganadería colonizó espacios enormes (Tejas, llanos colombo-venezolanos, llanura pampeana). El precio del vacuno decayó  y solo se aprovechaba el cuero y el sebo, dejando el resto para las aves de rapiña. En la región andina, tanto vacunos como ovinos desplazaron a los camélidos nativos a las zonas de mayor altitud. No menos espectacular fue la explosión equina y más aún la porcina, lo que en ciertas zonas se pudo considerar una plaga. El bovino tuvo en algunas zonas una declinación por el agotamiento de los recursos naturales (México y Centroamérica a partir de 1570) el sobrepastoreo y la posterior erosión de los suelos.

Las plantas europeas y africanas marcaron severos impactos produciéndose una verdadera invasión de ruderales[2] y malezas. Gran parte de la flora de muchos países, como Argentina y Chile es europea: un ejemplo de los intrusos es el cardo de Castilla. Muchas especies causaron un verdadero impacto en la flora americana, pero el intercambio entre los dos mundos marca una clara disimetría: la biomasa de organismos provenientes del viejo mundo se americanizaron sin problemas mucho más que lo hicieron las especies americanas en Europa.

Los conquistadores y colonizadores, en realidad, ocuparon un espacio escaso en términos relativos. La colonización se orientó al abastecimiento del mercado europeo con metales preciosos y productos tropicales. Algunos núcleos fueron Potosí, Zacatecas y Guanajuato. El gran auge minero agotó en el primer medio siglo de colonización los yacimientos menores, aunque prosiguieron los más importantes. También aparecieron en la costa atlántica y pacífica plantaciones de azúcar y tabaco.

Algunas economías –dice el autor al que sigo- se transformaron en “portátiles”, como sucedió en Brasil con el oro, los diamantes en Minas Gerais, que provocaron un gran impacto social y espacial. Las haciendas y plantaciones para la ganadería y la agricultura supusieron una clara deforestación, pero no como para ser consideradas catastróficas. Aquellas haciendas son el germen de los latifundios actuales, mientras que las plantaciones fueron especializándose para un mercado lejano. La deforestación, no obstante, provocó inundaciones ya en el siglo XVII, por lo que llegó a prohibirse el cultivo de laderas por el incremento de la escorrentía local que provocaba.

Las ciudades, por su parte, aunque fueron el núcleo de la colonización española, apenas representaron impacto ambiental en la inmensidad continental, desconectadas casi siempre. Finalizada la colonización, el impacto sobre los grupos humanos dio el mestizaje, que es el componente principal de la población iberoamericana.

[1] “El Nuevo Mundo, dos encuentros, principales impactos: Períodos precolombino y colonial”.
[2] Plantas aparecidas por la acción del ser humano en los bordes de caminos, etc.

miércoles, 12 de octubre de 2016

Piratería, corso y negocio en el Mediterráneo

Fotografía tomada de Terrae Antiquae


La Corona de Aragón, en la baja Edad Media, mantuvo intensas relaciones con el otro extremo del Mediterráneo, concretamente con el reino mameluco de Egipto y Siria. Las relaciones fueron buenas y malas, según los momentos, y estuvieron siempre guiadas por el interés comercial de ambas monarquías y los comerciantes de una y otra civilización. Estas relaciones comerciales estuvieron entreveradas de piratería, de forma que la violencia privada, según expresión de Damien Coulon[1], fue frecuente.

El estado mameluco era potente al menos entre los siglos XIII y XV. Había sucedido al de los Ayyubides –descendientes de Saladino- en 1250. Los mamelucos eran soldados esclavos que consiguieron hacerse con el poder; la mayoría venían del mar Negro y aprovecharon la coyuntura que les brindó la séptima cruzada[2], reinando en Egipto y Siria hasta 1517. El estado mameluco ocupó un espacio estratégico, pues era paso obligado para comunicar oriente con occidente.

La primera forma de violencia que se llevó a cabo entre los mamelucos y los cristianos catalano-aragoneses fue en época del rey Jaime I, concretamente en 1269: los musulmanes asediaban los últimos puertos cristianos de Tierra Santa y Siria, pero el estado mameluco estaba ya muy consolidado y era el más potente de los estados musulmanes del Mediterráneo. De nada sirvieron incluso los intentos de alianza con los lejanos mongoles: el rey Jaime envió en cierta ocasión a hablar con el gran khan a su embajador Jaume Alarich.

Con motivo de la guerra que en 1282 llevó a los catalano-aragoneses a Sicilia, el rey Pedro “el Grande” buscó la alianza de los mamelucos, pues tenía en frente al papa por el control de la isla. El sultán llegó a prestar colaboración militar al rey Pedro a cambio de que este socorriese a aquel en caso de agresión cristiana. Así, el rey catalano-aragonés consiguió el acceso de sus comerciantes a los puertos de Egipto y Siria. Vemos que han cambiado las cosas: de tener a los mamelucos como enemigos a tenerlos como aliados.

Ello se explica porque el emperador Federico II ya había negociado con el sultán ayyubide en 1229 el tratado de Jaffa para lograr el dominio sobre Jerusalén, lo que le costó ser excomulgado por el papa. Los reyes de Aragón, a finales del siglo XIII, pretendían defender la herencia del emperador contra los angevinos (dinastía francesa que llegó a reinar en varios territorios, también en Sicilia) defensores de los intereses del papa. Jaime II de Aragón heredó esta política y confirmó con el sultán el acuerdo en 1293, que se mantuvo hasta el siglo XV. Así los monarcas catalano-aragoneses nunca permitieron que se hiciese el corso contra Egipto y Siria.

En época del rey Pedro (el Ceremonioso, siglo XIV) dicho rey había justificado ciertos expolios contra barcos tunecinos por la guerra que había librado contra el emirato hafsí de Túnez. El corsario Ramón de Montcada actuaba con permiso del rey aragonés, pero la prueba de que estos corsarios no actuaban por patriotismo es que poco después Montcada atacó naves catalanas (1386). Las zonas más peligrosas donde actuaron piratas y corsarios, en relación a los comerciantes musulmanes y cristianos, fueron los alrededores de la isla de Cerdeña*, disputada por la república de Génova durante casi todo el siglo XIV. Cuando Cerdeña quedó pacificada a principios del XV los robos pasaron a intensificarse en la isla de Rodas, controlada por los caballeros de San Juan de Jerusalén, cabeza de puente cristiana pero que sufrió las embestidas de, entre otros, el pirata catalán Nicolau Sant Pere, que actuó sobre todo entre 1416 y 1420.

Los patrones de las naves jugaban en ocasiones el papel de piratas al mismo tiempo, creciendo con el tiempo el ritmo de las agresiones, pues también las fuentes dicen que aumentaron las actividades comerciales catalanas en el Mediterráneo durante el siglo XIV. Ello llevó a un crecimiento de los esfuerzos para proteger las naves, llegando a emplear galeras de combate, aunque la medida resultó muy cara, sobre todo cuando se trató de garantizar las especias traídas del Levante. Otra medida fueron los contratos de seguros a prima, que se desarrollaron a lo largo del siglo XV.

Las autoridades mamelucas, por su parte, fueron aumentando las tasas en el comercio con los catalano-aragoneses, hasta el punto de exigir la entrega de las velas de las naves para impedir que estas zarpasen antes de que sus propietarios pagasen aquellas tasas. Con el rey Alfonso V, en el siglo XV, cambiaron las relaciones entre los dos estados, pues una acción pirática en 1412 llevó a un comerciante valenciano a desembarcar mercancías orientales y mercaderes magrebíes en Valencia, sometiendo a estos últimos a la esclavitud. El sultán tomo represalias multando a los mercaderes catalanes que se encontraban en su reino, e incluso castigó físicamente al cónsul catalano-aragonés en El Cairo.

Alfonso V preparó entonces una expedición de corso y las relaciones pacíficas se rompieron, por lo menos entre 1416 y 1429: lo que eran acciones y violencias privadas se han convertido en violencias públicas. Los mamelucos también tomaron decisiones como la de establecer un monopolio público sobre las especias, lo que engrosó los ingresos del estado. Tal situación era perjudicial para el comercio catalano-aragonés, y entonces el rey Alfonso V envió embajadores a Rodas en 1429 y 1430 con el fin de restablecer la paz. El tratado firmado, no obstante, quedó sin aplicar por mucho tiempo, pues el sultán mameluco en 1432 seguía con su política monopolística.

El rey aragonés intentó entonces convertir la lucha en una cruzada, pero sin éxito, en medio de un contexto en el que se estaba afirmando el estado, tanto en oriente como en occidente. Llegó entonces a una política de alianzas con la gran rival económica de Aragón-Cataluña-Valencia, la república de Génova; también se produjeron alianzas entre el sultán mameluco y el reino cristiano de Chipre…


[1] “Formas de violencia en las relaciones entre la Corona de Aragón y el Sultanato Mameluco…”.
[2] A mediados del siglo XIII una rama de los musulmanes, junto con los de Egipto, atacaron Palestina y Siria, saqueando Jerusalén. Esto provocó los preparativos para la séptima cruzada.
 * Ver aquí mismo "Un rey contra los jueces de Arborea".

lunes, 10 de octubre de 2016

Auregenses, aunonenses y suevos

Castro de las Merchanas, Lumbrales, Salamanca


Parece que los especialistas están de acuerdo en considerar que la conquista romana de Gallaecia estuvo motivada por la explotación minera. Una vez que Roma pierde el control sobre el noroeste peninsular, los diversos grupos sociales existentes en el siglo V de nuestra era (hispano-romanos, indígenas, plebe rural, campesinos, etc.) adoptan distintas actitudes ante la invasión sueva. La fuente principal pero no la única es Hidacio, coetáneo de los hechos, obispo y autor de una crónica.

Según Pablo de la Cruz Díaz Martínez[1] durante el Bajo Imperio el campo desempeñó el papel determinante, mientras que la contradicción fundamental se dio entre la aristocracia terrateniente y el campesinado dependiente jurídicamente. Estos campesinos sufrieron la explotación señorial y se vieron abrumados por impuestos que fueron creciendo en momentos de dificultad, lo que provocó tensiones y descontentos. Salviano, otra fuente del siglo V, habla de cómo la gente huía hacia los bárbaros (los suevos, que serían considerados salvadores) o se integraba en las revueltas bagaudas, aunque dicho autor debe de hablar más bien de otras áreas geográficas.

Por su parte Orosio, que estuvo en Gallaecia en los primeros años de la invasión sueva, dice que los campesinos preferían llevar una vida sometida a a los suevos que seguir pagando los abusivos impuestos romanos. Es probable que fuese la misma debilidad del resino suevo –dice el autor al que sigo- la que le forzase a realizar continuas campañas de saqueo en interior de Gallaecia. A partir de 430 y hasta 469 dichos saqueos, enfrentamientos y acuerdos de paz son constantes. En el primer año citado los suevos sufrieron no pocas muertes y prisioneros por la plebe, lo que les obligó al primer acuerdo de paz. Lo que parece claro es que en las décadas centrales del siglo V no se dio ningún acercamiento entre campesinado y aristocracia hispano-romana para combatir a los suevos. A veces eran los obispos los que propiciaban la paz.

Mientras que Casimiro Torres dice que los castros se abandonaron en tiempos de los suevos, la arqueología, posteriormente, ha venido a decir lo contrario: los castros siguieron ocupados y en ellos se renovó la actividad. Este sería el caso de Fiâes[2], Sanfins[3] y Lanhoso[4]; el primero fortificado que estuvo ocupado desde la protohistoria y continuó hasta el siglo V. Otros castros pueden haber sido construidos en esta época, como el de Crestunha (Gaia, frente a Porto), Eja (Peñafiel) y Alto de Maia. Ferreira de Almedia, a quien cita Díaz Martínez, dice que el castro de Crestunha poco o nada tiene que que ver con las fórmulas castreñas, y Rodríguez Colmenero ha estudiado las nuevas formas de defensa que se pusieron en práctica en los castros a partir de los siglos III y IV. Los castros parece que no se abandonaron en ningún momento, a no ser que fueran temporales, y desempeñaron un papel importante en la oposición a la dominación sueva: un incendio datado en el siglo V en Fiâes puede estar en relación con esto.

Lo mismo podría decirse de la destrucción de algunos castros indígenas poco romanizados en la provincia de Salamanca, florecientes en el siglo V, como el de las Merchanas de Lumbrales y el de Yecla de Yeltes, muy cerca de la actual frontera portuguesa, destuidos en la segunda mitad del siglo en medio de las luchas entre suevos y godos.

Los poderosos, contrariamente a lo ocurrido entre el campesinado, estaban cohesionados, pero debieron de verse más afectados por la ocupación sueva, no obstante haber subsistido la gran propiedad, no obstante Sidonio Apolinar[5] dice que la aristocracia sufrió poco y que sus distritos quedaron intactos. Cuando el autor al que sigo habla de aristocracia terrateniente incluye a la jerarquía eclesiástica, mientras que en los días que siguieron a la invasión las referencias de oposición entre suevos y aristócratas autóctonos son escasas. En 459 algunos nobles fueron masacrados y en 465 los suevos entraron en Cantabria y se apoderaron de los bienes de un noble llamado Cántabro. En otras ocasiones aparecen colaboraciones entre nobles y suevos, como es el caso de un tal Lusidio, que ayudó a que aquellos entrasen en Lisboa.

Los nobles, según el segundo concilio de Braga (572) construyeron iglesias en sus propiedades para aprovecharse de sus rentas, son las llamadas iglesias propias, que estaban fuera de la administración episcopal. El texto Biclarense[6] nos habla de la invasión del rey godo Leovigildo de los montes Aregenses y el apresamiento de Aspidius, el noble del lugar, pero no sabemos la localización de dichos montes, quizá en la región León-Ourense. Los nobles tendrían ejércitos privados y ello les permitió mantener la herencia institucional romana.

Las ciudades en Gallaecia no fueron más que núcleos urbanizados pero donde las actividades agropecuarias fueron dominantes gracias al trabajo agrícola en su entorno. Los suevos no conocían la vida urbana antes de entrar en contacto con Roma, según Ammniano Marcelino[7] y esto mismo dice Orosio, pero eligieron Braga como capital, pues era una importante ciudad romana, pero la etapa de mayor debilidad del reino suevo permitió a los godos saquear algunas de sus ciudades: Braga en 455, Astorga y Palencia en 456, Lugo en 460, Coimbra en 465 y 468 y Lisboa en 469, pero no era la primera vez. Chaves también fue destruida en 460: es la etapa de mayor concentración de saqueos, lo que para algunos autores constituye la explicación de la actitud antibárbara de las ciudades.

Hidacio, para referirse a los indígenas de Gallaecia, utiliza en término “gallegos” en lugar de romanos, quizá porque la mayoría de la población era indígena. Como ya se ha dicho, la arqueología ha demostrado la perdurabilidad del hábitat prerromano, y lo mismo podemos decir de las prácticas religiosas precristianas, pues el clero rural, según Valerio del Bierzo, en el siglo VII, dice que el clero rural seguía consultando a astrólogos y adivinos. Hidacio nos habla de dos pueblos, los auregenses y los aunonenses, pero no podemos asegurar los lugares de sus asentamientos. Quizá en la zona de Ourense los dos, y quizá contribuyesen a que en algún momento los suevos se tuviesen que replegar a las montañas de Galicia. Estos dos pueblos fueron independientes del reino suevo y a finales del siglo VI vuelven a dar muestras de vitalidad: los suevos se enfrentaron en 572 a los runcones, quizá en la cornisa cantábrica y próximos a los ástures. Los sappos, sometidos por Leovigildo, quizá vivieron en la zona de Sanabria, o quizá en torno al río Sabor, afluente del Duero.





[1] “Los distintos ‘grupos sociales’ del noroeste hispano y la invasión de los suevos”.
[2] En Melgaço, en el extremo norte de Portugal.
[3] En Cabana de Bergantiños, noroeste de la provincia de A Coruña.
[4] Al nordeste de Braga.
[5] Siglo V.
[6] Juan de Bíclaro fue un clérigo católico del siglo VI.
[7] Siglo IV.