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miércoles, 3 de febrero de 2021

La presa de Villasalit

 

En el siglo XII había, en el lugar de Villasalit[i], a orillas del Cea, una presa para regular el caudal del río, que los vecinos de Grajal destruían anualmente con gran disgusto del monasterio de Sahagún, verdadero dueño de aquellas tierras. Las quejas de los monjes fueron continuas y las explicaciones de los vecinos, las mismas: que lo hacían para poder pescar y así reponer la despensa de Sancha, hermana del rey Alfonso VII, tenente de la villa donde pasaba algunas temporadas. El asunto llevó a no pocos conflictos y a un pleito en el que tuvieron que participar la citada Sancha y el propio rey, llegando a la conclusión de que los vecinos de Grajal se habían conjurado para poner aquella excusa, aunque la verdadera causa era perjudicar al monasterio por los abusos que contra el vecindario cometía[ii].

El conflicto citado se inscribe en la época convulsa que caracterizó a la corona castellano-leonesa durante la primera mitad del siglo XII, pero podríamos decir que siguieron otros conflictos, de parecida o distinta naturaleza, durante toda la Edad Media. En crónicas anónimas de Sahagún y en la “Historia compostelana” se describen conflictos que han sido estudiados por los historiadores.

En 1111 los vecinos de Grajal formaron una “hermandad” para defender sus intereses y contra las intrusiones del abad y los monjes de Sahagún, pero no fue el único caso. Un documento de 1127 revela que el rey Alfonso VII perdonó a los vecinos de Saldaña, Cea, Carrión, valle de Añoza, valle de Cisneros y valle de Moratinos[iii], con sus respectivos alfoces y pueblos, las tropelías y daños cometidos contra el monasterio de Sahagún, que concitó una oposición general.

Aunque ha de someterse a crítica la crónica del monje que escribió sobre los levantamientos campesinos anteriores a los que aquí tratamos, los describe de la siguiente manera: “…quebrantando los palacios de los reyes, las casas de los nobles, las iglesias de los obispos e las granxas e obediençias de los abades… matando los judíos que fallaban…”. De la aldea de Bercianos, a pocos kilómetros de Sahagún, recoge J. Puyol el siguiente texto: “… quebrantaron [los burgueses] la muy abastada villa de Briçianos[iv], e destruyeron con fuego e fierro… e de los hombres algunos mataron, a otros quemaron”, capturando rehenes.

La hermandad de Grajal había sido fundada para defenderse los vecinos de los abusos, pero luego pasó a la agresión, diciendo el anónimo monje que nos informa que “devastaron todas las aldeas del coto” del monasterio de Sahagún, vengándose tanto de los abusos presentes como pasados. Aunque Grajal era de realengo, los vecinos de la villa de San Andrés vieron la necesidad de enfrentarse a los abusos del monasterio y “andavan los pregoneros pregonando” que todos debían acudir a una reunión, de forma que el que no lo hiciese “su casa se derrocará”. En medio de éste alboroto, “acaeció un día que el abad fuese a un llano de la villa”, cuyos habitantes estaban juntos en hermandad, y viendo aquel que las cosas no pintaban bien intentó huir, pero las puertas le fueron cerradas. Aún así consiguió huir porque temió que le quisieran matar, llegó a la ciudad de León y luego fue al monasterio de Nogal[v], “e así por tres meses anduvo fuyendo”[vi].

La villa de San Andrés, junto al Aratoy (actual Valderaduey), donde se produjo el episodio anterior, formaba parte del territorio de Grajal, pero era propiedad del monasterio de San Pedro de las Dueñas que, a su vez, era priorato del de Sahagún (al sur de esta villa y muy próxima a ella). Los monjes se quejaban de que los vecinos no habían labrado las fincas de Dueñas, sin duda como medida de protesta.

En el conflicto ocasionado por los abusos del monasterio (según los vecinos de Grajal) y la destrucción de la presa de Villasalit, intervino la hermana del rey, Sancha, que había sido dotada de un infantazgo extensísimo donde actuaba como si fuera reina del mismo, entrevistándose con unos y otros, indagando aquí y allá, escuchando a los monjes y a los vecinos de Grajal, que seguían insistiendo en que la destrucción de la presa, anualmente, se remontaba a muchos años atrás, con el solo objeto de pescar para mantener la mesa de la misma Sancha y su corte cuando visitaba o permanecía una temporada en la villa.

Dos de los testigos, incumpliendo el pacto de la conjura, probablemente ante la insistencia de Sancha, confesaron que deshacer la presa no era sino una forma de protesta por la obligación a que estaban sometidos de pagar el portazgo al monasterio de Sahagún, y así Sancha pudo dictar sentencia para intentar apaciguar los ánimos, pero ya vemos que esta anécdota es un elemento más de la enorme conflictividad entre unos y otros (poderosos contra vecinos del común) durante el siglo XII[vii].


[i] Al sureste de la actual provincia de León.

[ii] H. Salvador Martínez, en dos artículos, ha estudiado el contexto de la época, la personalidad de Sancha y el conflicto citado: “La infanta Dña. Sancha Raimúndez y la conjura de Grajal” (II).

[iii] Excepto Cea, al este de la actual provincia de León, los demás topónimos se encuentran al oeste de la de Palencia.

[iv] Bercianos, al oeste de Sahagún.

[v] Al sur y a pocos kilómetros de La Bañeza.

[vi] Vera nota ii. El autor cita a J. Puyol.

[vii] Ver aquí mismo “Infantazgo en León y Castilla”.

Fotografía: castillo de Grajal.


sábado, 30 de enero de 2021

El "tesoro real"

 

En 1321 tres cristianos entraron en la morería de Elche y atacaron a mano armada a una mujer mudéjar de nombre Fátima, que estaba en su casa, y le cortaron un dedo… En el siglo XIV Francesc Eiximenis escribió refiriéndose a los cristianos del reino de Valencia que estaban “mezclados con diversos infieles”, que era necesario perseguir a los bandidos que abundaban en el sur de dicho reino y “que si los moros se mueven, los de la tierra tomarán su parte en ellos”, refiriéndose a la amenaza del reino granadino y la connivencia de los mudéjares con él.

En 1419 ocurrió un caso en la villa de Cocentaina (norte de la actual provincia de Alicante) que se ha conservado en una fuente: un moro de dicha villa “ocultamente yació con un muchachito cristiano”, cuando estaba prohibido que hubiese relaciones sexuales entre individuos de diferente religión. Los jurados de Valencia, en 1451, se dirigieron al rey Alfonso V diciendo “que los moros de éste reino, viendo tan a menudo entradas de los moros de Granada… se atreven, presumen, y tienen las orejas altas y lanzan muchas bravuconerías insólitas…”, añadiendo que “tenemos los enemigos en nuestra casa muy favorecidos”.

El viajero alemán Jerónimo Münzer, en el siglo XV, cuando visitó Arcos de Jalón[i], dijo de los mudéjares que es gente que vivía con sobriedad y gozaba  de excelente salud; y cuando se refiere a los mudéjares de Zaragoza dice que son de fuerte complexión, sufridos en el trabajo, diestros en muchos trabajos y sobre todo labradores, aunque pagan un “crecidísimo tributo”; añadiendo que hay pueblos habitados solo por “sarracenos”, que tienen mucho ingenio para la agricultura de regadío. Un señor de Borriol[ii], que tenía vasallos mudéjares, se refería a ellos como “perros de moros, que no valen nada”… aunque eran la fuente de sus ingresos, añade Hinojosa Montalvo[iii].

Sirvan estos pocos ejemplos para mostrar la conflictividad entre la minoría mudéjar (que en el reino de Valencia fue mayoría por lo menos en el siglo XIII) y la mayoría cristiana. Los mudéjares vivían bajo la “protección” de un contrato o pacto de capitulación entre los reyes cristianos y las aljamas, por los que se les reconocía la práctica de su religión, sus autoridades, lengua, derecho y costumbres, pero dependían de la voluntad real, que podía reconocerles ciertos derechos al margen de las disposiciones de la Iglesia, una de las grandes enemigas de las minorías religiosas en la Edad Media. Lo importante para los reyes cristianos, la nobleza y los grupos que vivían del trabajo mudéjar, eran las riquezas que les proporcionaban, considerados los moros como el “tesoro real”.

Donde más casos de conflictividad se dieron, ya desde la segunda mitad del siglo XIII, fue en el reino de Valencia, no siendo comparable la convivencia de los mudéjares con los cristianos en Aragón y Castilla. Algunos historiadores han sugerido la idea de que los mudéjares valencianos, minoría fuerte, no habrían perdido la esperanza de que, con ayuda del reino granadino y la piratería en el Mediterráneo, pudiesen revertir la situación de sometimiento en la que estaban, esperanza que se habría ido disipando a medida que avanzaba el siglo XIV. Cuando durante el reinado de los Reyes Católicos se fuerce la conversión de los mudéjares al cristianismo, pasarán a ser moriscos y, así Cervantes en su “Quijote”, por ejemplo, habla del morisco Ricote, no de mudéjar.

Los mudéjares vivían, como los judíos, en barrios segregados en cada ciudad o villa, aunque seguramente habría algunas excepciones, siendo discriminados por los cristianos y considerados de inferior calidad, pero lo que prevaleció entre mudéjares y cristianos fue una paz en la que aquellos estuvieron sometidos, si bien algunos alcanzaron riquezas y fueron prósperos artesanos o comerciantes. La excepción –aunque hay muchas- son los conflictos en el sur del reino de Valencia. Algunos historiadores han estudiado casos concretos, como Ernesto García para los mudéjares de la Ribera del Ebro en Navarra; Serafín Tapia para los de la Extremadura castellano-leonesa; Torres Fontes para los murcianos en el siglo XIII; María Luisa Ledesma estudió el caso de los mudéjares aragoneses; el citado Hinojosa Montalvo ha publicado “La morería de Elche en la Edad Media” y no son los únicos.

La palabra mudéjar significa “sometido” (“mudayyan”), pero no se empleó en la época, sino sarraceno, y estos constituyeron focos de conflictividad pero solo en determinados momentos y regiones. Ello se debió a su propia condición de musulmanes, a los que se consideró infieles, como infieles eran considerados los cristianos por los musulmanes, y es un fenómeno que afectó a toda minoría a lo largo de la historia: mozárabes y judíos fueron discriminados en al-Andalus. Pero es evidente que, desde la segunda mitad del siglo XIII, el mudéjar sufrió una condición social, política y jurídica inferior a la del cristiano, de lo que era consciente, además de que tenía que pagar por poder ejercer su religión.

A finales de la Edad Media se han calculado, para Castilla, unos 20.000 mudéjares, lo que es una insignificancia en relación al total de la población, mientras que en Valencia y Aragón fueron muchos más. En el primer caso, a finales del siglo XV se contaron 5.674 fuegos (28.370 habitantes), con una población total muy inferior a la de Castilla. En Valencia, por la misma fecha, eran un tercio de la población, por lo que no es extraño que hubiese mudéjares que participasen en el comercio internacional, sobre todo con el reino de Granada hasta finales del siglo XV. La morería de Valencia, reducida tras el asalto que sufrió en 1455[iv], sufrió la pérdida de unos ochenta y seis mercaderes mudéjares, quedando solo treinta y dos en las últimas décadas del siglo. Fueron destruidas casas, atacadas personas y ocupados bienes[v], contando con mezquita, carnicerías, horno, molino, cárcel, baños, etc. A mediados de 1455 fue asaltada la morería pero, al parecer, no solo por valencianos, sino por extranjeros y delincuentes, provocando que muchos mudéjares se marchasen a otros sitios: Xátiva, Manises o el reino de Granada.

En el reino de Valencia había más alfaquíes que en Aragón y, por supuesto, que en Castilla, a los que correspondió velar por la ortodoxia que no era seguida en muchos casos en estos dos últimos territorios. En Aragón, por ejemplo, el esoterismo impregnó el Islam, y el grado de integración en la sociedad cristiana fue mayor en Castilla que en Aragón y Valencia. Hinojosa Montalvo habla de represión, temor, intransigencia, odio, en las relaciones con los mudéjares por parte de los cristianos, lo que se daría recíprocamente pero en condiciones de inferioridad por parte de los mudéjares. Abusos y graves delitos contra los mudéjares eran castigados benévolamente por las autoridades, al revés que si eran cometidos por los mudéjares. Los protectores de estos fueron los nobles que vivían de ellos y la Corona, a la que reportaron buenos ingresos; la oposición al mudéjar vino del bajo pueblo, dándose tanto en la ciudad como en el campo, mientras que los conflictos con los judíos fueron más bien urbanos.

La Iglesia, desde el IV concilio de Letrán (1215), dictó muchas medidas contra las minorías no cristianas, derivando ello en que se prohibiese a los mudéjares vestir como los cristianos, se les obligase a vivir en barrios específicos, se prohibió a los cristianos echar mano de médicos, criados o amas de cría mudéjares, cayendo durísimas penas a los transgresores. A pesar de la tolerancia religiosa teórica, se llegó a prohibir, en el siglo XIV, a los mudéjares la llamada a la oración por el muecín y se buscó la conversión forzosa a través de predicaciones. Ello provocó la huída al reino de Granada de algunos, aunque estuvo prohibida en la mayor parte de los casos. Se llegó incluso a profanar cementerios mudéjares y, en cuanto a la promiscuidad entre cristianos y musulmanes, se dio sobre todo en las tabernas y los burdeles, sin que las repetidas prohibiciones diesen resultados sino parciales.

Vicente Ferrer[vi] calentó el ambiente social antes de que, a finales del siglo XV, se estableciese la Inquisición española, mientras que los señores trataron de forma humillante a los mudéjares, sus vasallos, por lo que algunos cambiaban de señorío o se marchaban a tierras de realengo, huída que fue duramente combatida en las Cortes de Zaragoza de 1442. En cuanto al reino de Valencia, la conflictividad desde la segunda mitad del siglo XIII fue –dice Hinojosa Montalvo- “casi como una continuación de la lucha contra el Islam” y un siglo más tarde (1386) los cristianos asaltaron la morería de Xátiva. En el lejano Haro, en 1453, las autoridades prohibieron a los moros y judíos adquirir bienes raíces…

Pero cuando el rey Alfonso V de Aragón quiso, en 1456, convertir por la fuerza a los mudéjares, se le pidió por los poderosos que no lo hiciese, temerosos de que provocasen desórdenes o huyesen, afectando negativamente a sus intereses económicos, los cuales estaban por encima de todo. 


[i] Al sureste de la actual provincia de Soria.

[ii] Al sureste de la actual provincia de Castellón.

[iii] “Cristianos contra musulmanes…”.

[iv] Manuel Ardit Lucas, “El asalto a la morería de Valencia…”.

[v] Hay un plano de la morería hecho a principios del siglo XVIII por Tomás Vicente Toscá, arquitecto, matemático y teólogo valenciano (fue un “novator”)

[vi] Dominico valenciano del siglo XIV (murió en 1419).

Fotografía: calle y casas del Haro histórico (gomezurdanez.com/haro/arte.pdf)

sábado, 23 de enero de 2021

Hartos de los abusos (2)

 

                                                   Muralla y puerta de Sepúlveda (Segovia) *

Sepúlveda es uno de los casos más sobresalientes de resistencia al rey por la concesión de mercedes a los nobles. En 1472, en Segovia, Enrique IV firmó una cédula por la que se entregaba a Juan Pacheco[i] la villa de Sepúlveda a cambio de Magaña[ii] y Coruña[iii], amenazando al mismo tiempo a los vecinos si no acatasen su decisión, pero todo sería inútil. Una representación de dichos vecinos solicitó ayuda a la pretendiente Isabel y a Fernando, que aceptaron ayudarles, prometiendo –a petición de ellos- residir en la villa durante algún tiempo para garantizar el realengo de la Sepúlveda.

El rey envió representantes suyos para que los vecinos se aviniesen a su autoridad, pero aquellos fueron recibidos violentamente. Shima Ohara[iv] indica que el rey privó a Sepúlveda de su condición de villa y de todos los fueros y privilegios que hasta entonces tenía. En realidad fue inútil porque los vecinos ya habían conseguido protección suficiente, aunque esto no evitó el envío, por una parte y otra, de varios cientos de jinetes armados, provocándose una lucha que sería favorable a los vecinos[v]. En una carta que el rey escribió y a la que hace referencia el autor citado, se dice que Sepúlveda contó con el apoyo del rey de Sicilia (Fernando II de Aragón).

Otro ejemplo es el de Trujillo, que fue entregada a Pacheco en relación con el interés de casar a Juana (discutida hija del rey de Castilla) con Alfonso V de Portugal. En éste caso sí se entregó a Pacheco la villa, pero para eso tuvo que emplearse el rey castellano a fondo, pues se estableció una estrecha relación entre las pretensiones de Pacheco sobre Trujillo y las de Juana y Alfonso V.

Salamanca venía soportando “los desmanes, robos y asaltos de la nobleza y también el tener que hacer frente a las tasas arbitrarias”. También esta ciudad se encontró agitada en la época, pero sobre todo por los enfrentamientos entre clanes nobiliarios, lo que ya se venía dando desde el reinado de Juan II, destacando los Manzano y los Enríquez. Enrique IV pretendió pacificar la ciudad y, para ello, hizo donación de la misma al conde de Alba (1469), García Álvarez de Toledo, a lo que los salmantinos hicieron frente con las armas.

Medina del Campo era posesión de Isabel, hermana del rey, pero en el contexto de las luchas sucesorias, éste ve la necesidad de ignorarlo, entregando a Juan Téllez Girón, conde de Urueña, varias mercedes sobre Medina (1470). Los habitantes de la villa se opondrán a ello, teniendo que escribirles Enrique IV desde Tórtoles[vii], ordenándoles que acepten la decisión tomada.

El señorío de Vizcaya, desde mediados del siglo XIV, era de Juan de Trastámara, hijo del rey Enrique II, luego también rey, y desde entonces era patrimonio de la corona, siendo su fuero de 1452. Las clases populares respondieron al incremento de la presión señorial y las hermandades, verdaderas protagonistas contra la nobleza en el siglo XV, se esforzaron contra el endémico bandidaje. Vizcaya estaba amenazada por las ambiciones del conde de Haro, pero éste fue derrotado en Munguía[viii] (1471) por los vizcaínos unidos al conde de Temiño, isabelino.

Soria luchó contra el adelantado Pero López de Padilla, señor de Calatañazor, oponiéndose el pueblo a que el segundo se hiciese con Vinuesa, aldea que le había sido concedida por el rey Enrique IV. Los campesinos de Villaciervos, aldea entre Soria y Calatañazor, llegaron a negociar con el noble el pago de 20 fanegas de cebada, 6 pases de aves y 4 carneros a cambio de que no descargase sobre ellos su violencia, pero Padilla no respetó el acuerdo y robó a estos vecinos gran cantidad de cabezas de ganado menor y 127 de mayor.

Ágreda era de realengo y protagonizó un caso semejante al de Sepúveda, aunque allí es contra un noble, produciéndose la sublevación en 1472 porque el rey había donado la villa a don Luis de la Cerda, conde de Medinaceli, que se enfrentó a los vecinos por medio de robos e incendios

También Aranda se unió a la pretendiente Isabel para permanecer en el realengo contra el conde de Miranda, don Pedro Estúñiga, acudiendo aquella a la villa desde Torrelaguna, donde se encontraba. Moya había sido entregada por el rey a su mayordomo Andrés de Cabrera en 1473, pretendiendo a su vez Juan Pacheco ser aceptado en esas propiedades, pero los habitantes se opusieron. Ante los requerimientos de los futuros Reyes Católicos, la villa apoyará al bando isabelino.

En 1474 Tordesillas pasa a poder de Isabel, que se vale de la ayuda del duque de Alba y del marqués de Coria, a lo que se prestan los vecinos, que quieren librarse del dominio tiránico del alcaide de Castronuño[ix], viéndose éste obligado a huir y llegando entonces a la villa los futuros reyes. Shima Ohara cita, además, los casos de Murcia, Sevilla, Asturias, Extremadura, Santander, Ciudad Rodrigo, Valladolid y Fuente Ovejuna[x].

Algo estaba empezando a cambiar: la centralización política que llevarán a cabo los reyes posteriores (fenómeno que se da en otros estados europeos de la época) y el protagonismo popular que, habiéndose manifestado en siglos anteriores, es ahora mucho más intenso. La autora a la que sigo cita a Guillermo de Ockham, franciscano y filósofo del siglo XIII, cuando escribió que “en la esfera pública, [la libertad] significa el derecho de toda la comunidad política a hacer sus propias leyes y a instituir a sus propios gobernantes” (repito: ¡en el siglo XIII!) y Tomás de Aquino señaló que “la ley abarca la justicia, los derechos…”.

Shima Ohara dice que lo que podríamos llamar en el siglo XV clase media está formada por elementos parecidos, "solo" se diferenciaban en el nivel de riqueza; esta clase media estaba en otro punto que no era ni la corte ni la nobleza. No tiene conciencia de sí misma, ni busca el poder (como tal clase), ni tenía gran descontento contra el gobierno de la nobleza. Solo cuando los abusos se hacen insoportables se subleva y, haciendo del rey su protector, reclama de éste cumpla con sus obligaciones.

Aunque el concepto de “clase” no es aceptable para la época estudiada aquí, porque toda clase ha de tener conciencia de ella para que pueda actuar como tal, se ha empleado dicho término para poder entendernos. Aquellos vecinos que se opusieron a los nobles tiránicos y exactores sabían contra qué luchaban y cuáles eran sus objetivos: contra la tiranía y a favor de la mayor cuota de libertad posible.


[i] Juan Fernández Pacheco murió en Trujillo en 1474, habiendo participado en los arreglos para que la discutida hija del rey castellano (Juana) se casase con el rey portugués Alfonso V (1468). En 1475 contrajeron matrimonio por el interés de ambos en tener bajo su mando a Castilla (si triunfaba la pretensión de Juana) y Portugal al mismo tiempo.

[ii] Al norte de la actual provincia de Soria.

[iii] Debe tratarse de Coruña del Conde, al sur de la actual provincia de Burgos.

[iv] “La propaganda política en torno al conflicto sucesorio de Enrique IV…”.

[v] Las fuentes hablan de procurador de los hidalgos y procurador de los comunes, por lo que, aunque no hubiese conciencia “de clase” entre estos dos grupos, unos y otros vecinos estaban representados separadamente.

[vii] Puede ser la población que se encuentra al oeste de la actual provincia de Ávila o al suroeste de la de Burgos.

[viii] Al norte de la actual Vizcaya.

[ix] Suroeste de la actual provincia de Valladolid.

[x] Al noroeste de la actual provincia de Córdoba. Éste caso sirvió para la obra teatral de Lope de Vega siglos más tarde.

* lospueblosmasbonitosdeespana.org/castilla-y-leon/sepulveda

Hartos de los abusos (1)

Los reyes Trastámara en Castilla favorecieron la señorialización de buena parte de la población durante los siglos XIV y XV, y apenas unos pocos núcleos urbanos conservaron la condición de realengo. Incluso una sede episcopal como Astorga cayó bajo señorío en 1465. Los concejos de realengo fueron Valladolid, León, Burgos, Ciudad Rodrigo, Salamanca, Zamora, Ávila, Segovia y Soria. Los concejos villanos de realengo que resistieron fueron Arévalo, Medina del Campo, Sepúlveda, Ágreda y otros.

Vemos que todos los citados están en la Castilla del norte, aquella que se había ido repoblando mediante la acción de los grupos concejiles, librándose de pagar los impuestos que los señores exigían a los habitantes bajo su jurisdicción. En las diversas Cortes celebradas durante el siglo XV las villas y ciudades piden al rey de turno que devuelva a los concejos señorializados al realengo, así que evite conceder nuevas mercedes a los señores. No lográndose, surgieron numerosos conflictos que tuvieron como objetivo librarse de los señores y denunciar el incumplimiento de la ley por parte del rey.

De los veintiocho conflictos sociales que Shima Ohara[i] contabiliza entre 1458 y 1474, diez son protagonizados por villas o ciudades andaluzas, destacando el caso de Córdoba; trece en la meseta norte, destacando Valladolid; uno en Galicia, dos en Toledo, uno en Bilbao y otro en Extremadura (Trujillo). Entre Andalucía y la meseta norte, por lo tanto, veintitrés conflictos, una clara mayoría respecto al resto. De dichos conflictos la mitad (14) fueron antiseñoriales, dándose los que enfrentaban a la nobleza contra el obispo (Galicia), contra los conversos (Carmona, Toledo y Valladolid) y otros que enfrentaban a bandos nobiliarios entre sí.

Teniendo en cuenta que el período estudiado abarca diecisiete años (casi todo el reinado de Enrique IV) la concentración de estos conflictos es notable. En el reinado anterior (Juan II) celebrándose Cortes en Valladolid (1442), los procuradores exigieron al monarca la revocación de las donaciones de aldeas, villas y lugares a los nobles. El rey, por su parte, respondió que ni él ni sus sucesores podrían seguir haciendo mercedes a la nobleza e incluso –la expresión estaba contenida en la exigencia popular- la revuelta en caso de incumplimiento sería legítima. En Córdoba se celebraron Cortes en 1455 y en Salamanca diez años más tarde, pidiéndose en ellas que el nuevo rey, Enrique IV, confirmase lo aceptado por su predecesor, pero aquel lo ignora y las mercedes a costa del realengo van en aumento.

Cuando se produce el conflicto sucesorio, las políticas de Enrique y su hermana Isabel se divulgan. La futura reina envió cartas a las ciudades y villas diciendo que las mercedes concedidas desde 1464 debían retraerse y que no concederá nuevas mercedes, lo que provoca una cascada de apoyos a su causa. Entre las que se pasan al partido isabelino, desde 1469 a 1474, están Salamanca y Trujillo, Medina del Campo, Bilbao, Sepúlveda, Aranda, Ágreda y Moya[ii], que resistieron contra las mercedes a Pacheco[iii]. En el último año del reinado de Enrique luchan al lado de Isabel, Tordesillas y Segovia, habiéndose incorporado a dicho partido en 1469 Vizcaya. Extremadura se dividió entre los Stúñiga y los Álvarez de Toledo (estos apoyaron la causa isabelina); Murcia y Asturias estuvieron con Isabel desde el primer momento. Si tenemos en cuenta que la corona de Aragón respaldó a Isabel, encontramos una explicación del porqué de su triunfo.

Los representantes de las ciudades y villas alegaban que toda enajenación del patrimonio real a favor de los señores iba en detrimento del reino, además de salir perjudicados los habitantes que caen bajo el poder señorial. Pidieron, por tanto, permanecer en el realengo, suponiendo que el rey era el dispensador de la justicia, administrada arbitrariamente, las más de las veces, en manos de los señores.

Isabel, en pleno conflicto sucesorio, hizo llamamientos a “respetar la ley y la opinión del pueblo”, presentándose así como la antítesis de Enrique IV, que argumentó estar presionado por la nobleza y que los daños para el reino serían mayores si esta se levantara contra él. En efecto, la sublevación del infante Alfonso, que había sido jurado como heredero por Pacheco, le llevó a “reinar” durante tres años en medio de un conflicto generalizado, pero Alfonso murió e mediados de 1468, con lo que la opción isabelina cobró aún más fuerza.

En las Cortes de Ocaña (1469) también los procuradores habían pedido al rey que cesase en su política de favorecer al señorío, pero aquel hizo caso omiso, perjudicando a personas que tenían maravedís u otras rentas situadas en las villas y ciudades de realengo que habían sido entregadas a nobles. Se le pidió que jurase de nuevo la ley dada por Juan II en Valladolid (1442) e incluso se le amenazó con la pena de excomunión (¿). El monarca solo accedió a revocar las mercedes concedidas con anterioridad a septiembre de 1464, pero no las que afectaban a maravedís, pedidos, monedas y otros derechos. Más adelante, estando en Córdoba, decidió anular las mercedes que había dado, pero tal decisión no se ejecutó, teniendo los procuradores reunidos en Cortes (Santa María de Nieva[iv]) en 1473, que volver a insistir sobre lo mismo.

Enrique IV había hecho gala de una gran generosidad con los poderosos: en 1465 entregó Portillo (al sureste de la actual provincia de Valladolid) a don Ramón Pimentel, merced que fue confirmada en Colmenar tres años más tarde. Estando en Plasencia había entregado al mismo la villa de Castromocho (al suroeste de la actual provincia de Palencia), y en 1473 le entregará el título de duque de Benavente y conde de Carrión. Dió a don Rodrigo Ponce de León el marquesado de Cádiz; a don Luis Portocarrero, señor de Palma del Río, le confirmó Écija; también don Pedro González de Mendoza recibió, en 1471, 40.000 maravedís anuales cargados a las alcabalas de Toledo, y la reina doña Juana se sumó a esta política cuando, a finales de 1469, dio la villa de Aranda y su tierra a la condesa de Tendilla, doña Elvira de Quiñones.

El arzobispo de Toledo, a finales de 1470, escribió al rey quejándose de la situación creada por el conflicto sucesorio, lo que imponía “la ley de la fuerza”. A esto se sumó la mala situación económica y las guerras intestinas entre diversas casas nobiliarias, que asolaban las montañas de Asturias y Galicia, así como Extremadura y Andalucía, donde se dieron los más graves enfrentamientos, agudizados por las intromisiones granadinas en ellos.

En varios lugares se levantaron las hermandades tratando de salvar los derechos de los súbditos castellanos, y a ello hay que sumar los abusos de algunos cargos públicos: en 1471 el rey tuvo que ordenar se persiguiese a los escribanos de Segovia que habían hecho escrituras falsas. Las malas cosechas y el hambre hicieron el resto; subieron los precios y la moneda se devaluó, pero los problemas venían de antes del reinado de Enrique IV.


[i] “La propaganda política en torno al conflicto sucesorio de Enrique IV…”.

[ii] Al este de la actual provincia de Cuenca.

[iii] Juan Fernández Pacheco murió en Trujillo en 1474, habiendo participado en los arreglos para que la discutida hija del rey castellano (Juana) se casase con el rey portugués Alfonso V (1468). En 1475 contrajeron matrimonio por el interés de ambos en tener bajo su mando a Castilla (si triunfaba la pretensión de Juana) y Portugal al mismo tiempo.

[iv] Santa María la Real de Nieva, en el oeste de la actual provincia de Segovia.

Ilustración: castillo de la Rocha Forte en Conxo, Santiago de Compostela (cadenaser.com/emisora/2017). 

lunes, 18 de enero de 2021

Violencia entre bandos menestrales

 


Rafael Narbona Vizcaíno ha estudiado los conflictos entre bandos populares en la Valencia del siglo XIV[i], poniendo como ejemplo un largo pleito con extorsiones, riñas, peleas, violencia y asesinato entre 1378 y 1380. Pretende el autor citado “desentrañar las claves sociológicas de los antagonismos y solidaridades menestrales”. El pleito que detalla con minuciosidad –dice- no es excepcional sino, al contrario, muy común en los documentos del archivo de Justicia Criminal de Valencia durante la segunda mitad del siglo XIV.

Aunque la historiografía “nos tiene muy acostumbrados a aceptar la sociabilidad medieval cuanto menos como un ámbito de estudio benemérito”, dicha sociabilidad también sirvió para el conflicto en el seno de la familia, del vecindario o del oficio. El caso que estudia Narbona es un proceso desarrollado ante el Justicia Criminal de Valencia desde 1380, tras la correspondiente denuncia, las pesquisas del Justicia, las aportaciones de los testigos, las alegaciones de las partes, los interrogatorios, las sentencias y las ejecuciones capitales.

En los dos años anteriores se había ido produciendo la ruptura de las relaciones profesionales, de amistad y vecinales entre Guillem Hilari y Pere Guaita, hasta la ejecución en la horca de éste como instigador del asesinato del primero. En 1378, Bevenguda, viuda del marinero Guillem Hilari, junto a su hijo Vicent y su hija Romia, denunciaron a Pere Guaita y a Pere Sánxez por apedrear su domicilio durante nueve noches.

La mayoría de los implicados tenía el oficio de peleteros y eran vecinos, pues poseían viviendas colindantes. Las pesquisas del Justicia llevaron hasta la casa de Pere Guaita, quien se encontraba impedido por las heridas causadas en la riña con Hilari, razón por la que fue dado bajo fianza y se le tomaron testimonios en su domicilio. Se trató de una historia de violentas pasiones y de odios desenfrenados entre junio de 1378 y junio de 1380. Se empezó por la ruptura de relaciones entre las partes implicadas aunque, poco después, se hizo una tregua.

Pero a principios de abril de 1379 Pere Guaita fue multado por llevar armas prohibidas en la calle y usarlas en contra de los Hilari. Después, el enfrentamiento volvería a reproducirse, hasta que a mediados de mayo Guillem Hilari apareció gravemente herido en la calle con una gran herida en la espalda y en medio de un gran charco de sangre (pareciendo que hubiesen degollado a un toro, dice Rafael Narbona siguiendo las fuentes). Moribundo, fue trasladado a casa de Vicent Hilari y, según se hizo constar en la denuncia, el crimen se había cometido cuando la víctima regresaba del domicilio de su hermana Romia y se dirigía al de su hermano Vicent. La madre de todos ellos, Bevenguda, acusó de confabulación a un grupo de hombres como causante de la muerte, entre los cuales estaban Pere Guaita y Pere Sànxez, pero también otros, uno de los cuales recaudador de impuestos. La mayor parte de estos estaban unidos por distintos lazos de parentesco, que también se alargaban hasta el grupo enemigo formado por los hermanos Hilari y otros.

Las conclusiones a todas las diligencias condujeron hasta la confesión del asesinato, llevado a cabo por otros a instigación de Pere Guaita, quien ejercía una poderosa relación tutelar y cierta ascendencia sobre los ejecutores materiales. El pleito concluyó con la ejecución del asesino en las horcas de Carraixet[ii] y con el ajusticiamiento de Pere Guaita tres días después en el cadalso próximo al Palacio real. Sus cadáveres quedaron expuestos durante largo tiempo ante los transeúntes, pues un pregón publicado por el Justicia prohibió tocar y descender los cuerpos de los patíbulos bajo pena de muerte, con el fin de exhibir y hacer público el escarmiento dado a los criminales.

De todas formas, para sacarles la confesión a los condenados, fueron sometidos a tormento, diciendo luego ellos, cuando iban al patíbulo, que no eran culpables y que la confesión se había producido para no sufrir. No acabó aquí todo, pero para lo que nos interesa es suficiente.

El autor del estudio (Narbona Vizcaíno) explica cómo se tejió aquella espiral de violencia desde una espesa red de relaciones familiares, vecinales y profesionales, sin otro fin que la venganza. Las denuncias, las paces, las treguas, las amenazas, los encuentros armados y las emboscadas, tipifican esta frecuente violencia de los bandos populares, donde las relaciones de parentesco, vecinales o profesionales se presentaban inherentes a un conjunto de reciprocidades, solidaridades, socorro y ayuda mutua entre las partes enfrentadas.

Los gremios amparaban a sus miembros, las fiestas populares socializaban a la población, las necesidades de unos eran socorridas por otros, pero al tiempo la violencia no estaba ausente, como demuestra la investigación tomada como base para éste resumen.


[i] “Bandos populares en la Valencia del Trescientos…”.

[ii] Es un curso de agua al norte de la actual provincia de Valencia.

miércoles, 13 de enero de 2021

Patronos "paternales" (2)

 

María del Pilar Calvo Caballero observa que coinciden las altas cotas de conflictividad con momentos de crisis política y movilización obrera. Entre 1919 y 1921 fue un período álgido en la dureza de la patronal castellana y leonesa, pero las raíces de sus actitudes de resistencia arrancan de finales del siglo XIX, conforme perciben la toma de conciencia obrera. En los años de la crisis agrícola-pecuaria prende la difusión del ideario socialista y empieza el pánico en la patronal.

En 1890 “El Norte de Castilla” publica un artículo titulado “El motín de Dueñas”, donde se dice que el mismo no es ajeno a “las predicaciones constantes de doctrinas subversivas… que algunos ilusos vienen haciendo” y añade que “entre las personas pudientes de Dueñas reina un pánico indescriptible”. Unos días después el mismo periódico solicitó aumentar el número de guardias civiles y el mismo temor presidió una asamblea en 1891 de la Cámara de Comercio de Valladolid, cuya directiva solicitó “atención acerca de las huelgas y pretensiones de la clase obrera para… evitar la reproducción de los últimos sucesos…”, habiendo existido un precedente en Burgos, que contó con una primera organización socialista en 1886[i].

La región castellano-leonesa nunca sobresalió por la conflictividad obrera, pero bastaron pocos conflictos para estimular la resistencia de la patronal, nacida de la toma de conciencia obrera. Entre las reivindicaciones de la época destacan rebajar la jornada laboral y contra el despido, lo que se ve en 1902 con las huelgas agrícolas de Nava del Rey y de tipógrafos en Salamanca. La resistencia patronal brotó con fuerza ya durante las huelgas de 1901 en las industrias de metales, ebanistería, tallistas, torneros y silleros de Valladolid, que volvieron al trabajo sin conseguir nada. La patronal despidió a los promotores en una huelga de fundidores tras un mes de resistencia, siendo estos ejemplos de los numerosos de dura resistencia patronal para poner a salvo su autoridad o condición de “derecho divino”, rasgo cultural progresivamente liquidado por la lucha obrera y los avances legislativos.

Esta resistencia se da al tiempo que otras estrategias: un año después de una huelga de canteros, los patronos vallisoletanos contrataron mano de obra portuguesa e idéntica actitud se registró en el campo. “El Adelantado de Segovia” habla de la ausencia de conflictos “por estar la tierra muy repartida”, pero hubo duros episodios en una huelga agrícola sucedida en Nava del Rey, donde la patronal[ii] resistió ante las demandas obreras de subida salarial. El núcleo más duro fue el textil bejarano, pues unos meses después de iniciada una huelga (1903) el diputado liberal salmantino Vicente Oliva solicitó crear jurados mixtos y denunció la intransigencia patronal, observando que esta actuaba guiada por los pañeros madrileños asentados en Salamanca.

La propuesta de los jurados no era nueva y se vio que la toma de conciencia entre los obreros era firme desde, por lo menos, 1901, estallando varios conflictos en 1904, aunque la prensa tendió a silenciarlos. Dichos conflictos –señala Calvo Caballero- lejos de ser una partida, fueron continuidad de la lucha obrera y de resistencia patronal, pues las huelgas del campo castellano, aunque empiezan con bríos, terminan fracasando ante la actitud de los patronos, que dan marcha atrás sobre sus concesiones. Esto parece demostrar las cortas dimensiones del obrerismo agrario, porque su asociacionismo era “conformista” y “respetuoso con el amo”, siendo más que el salario, la estabilidad lo que preocupaba al obrero del campo castellano.

La oleada de huelgas en el campo castellano durante el verano de 1904 tuvo sus antecedentes en la provincia de Palencia a finales del año anterior, desde principios de 1904 en Villada, en La Unión de Campos (norte de la provincia de Valladolid), en Sahagún y en la más cruda de Medina de Rioseco. El periódico “El Norte de Castilla” se esforzó en explicar que estas movilizaciones no obedecían a la influencia del socialismo, lo que parece desmentir la fundación de la Asociación de Obreros del campo y otros oficios para pedir menor jornada y salario mínimo. Por su parte, desde el Gremio de Labradores, los patronos intentaron romper aquella organización aprobando sin precedentes bases de salarios mínimos, retiros obreros, seguros de enfermedad y pensiones de viudas[iii].

Pero los obreros de Medina advirtieron la estrategia patronal, porque quedaban cabos sueltos (en palabras de Calvo Caballero), como las demandas salariales y el reconocimiento de su sociedad: jornal semanal de 50 reales en sementera y de 44 reales en diciembre y enero, además de obligar a cada patrono a sostener todo el año un mozo por cada par de mulas, preferidos de la localidad, y compensación económica por los días perdidos por huelga. La prensa, por su parte, se solidarizó con los patronos.

Esta situación efervescente propició medidas preventivas: en Salamanca se elevó el jornal mínimo; el alcalde de Carrión de los Condes agrupó a todos para convenir el freno de la conflictividad, pero esta fue imparable durante el verano en Tierra de Campos[iv], consecuencia del contagio de unas zonas hacia otras, siendo la mala cosecha de 1904 y el encarecimiento de las subsistencias, junto con prácticas caciquiles, los detonantes.

Las agrupaciones socialistas exigieron, además, despedir a los obreros no asociados, lo que explicaría la hostilidad de los propietarios al asociacionismo obrero. La patronal siguió resistiéndose despidiendo a los obreros huelguistas y recurrió a los no asociados, forasteros y maquinaria; cuando los obreros obstaculizaron la recolección, como en los casos de Villada y Villalón, los patronos renuncian al uso de maquinaria, y en Cisneros fueron quemadas la segadora y la vivienda de un propietario. Entonces la patronal cedió a las peticiones, pero pasado el susto vuelve sobre sus pasos recurriendo al apoyo de las autoridades, Guardia Civil y prensa.

La imposición patronal después de las huelgas de 1904 no apagó la llama socialista, que estuvo detrás de los conflictos, como las huelgas de 1905 en Carrión y Dueñas, acudiendo los patronos de esta última al gobernador civil. También se dieron exposiciones al Gobierno contra las admisiones temporales de trigo desde Tamariz de Campos en 1906 y, en cuanto a los patronos, como en el caso italiano de la llanura Padana, sus asociaciones no pasaron de ser temporales.

La oleada inédita de huelgas agrícolas de estos años eclipsó el conflicto de las minas leonesas de Ciñera (norte de la provincia) y de las palentinas de Villaverde de la Peña[v] y Barruelo, la huelga de los carpinteros burgaleses contra el trabajo nocturno, la conflictividad industrial en Barruelo y Valladolid (1904-1905) y en Béjar hasta el final de la década. Estos tres casos responden a un mismo tipo de conflictividad: los patronos recurren a esquiroles y al respaldo de la autoridad. El recurso de los esquiroles parece tener su máximo en la huelga de curtidores de Béjar (principios de 1907), y el respaldo de las autoridades se vio mejor que en ningún otro sitio en Valladolid con el empleo de soldados en las tahonas, en la huelga de panaderos de 1904 y en el despliegue de guardias civiles para garantizar la libertad del trabajo y la vigilancia de las calles donde vivían esquiroles.

Las reivindicaciones obreras fueron subidas salariales (curtidores, tejedores, panaderos y mineros) y los mineros también reclamaron la supresión de los destajos; los tejedores se negaban a sortear el trabajo; y la reducción de la jornada fue pedida por los carpinteros de Valladolid en 1905. El número de huelguistas fue variado, normalmente poco numeroso salvo en Béjar, donde se llegó a unos tres mil en 1903-1904, con mítines y desórdenes, en los que los carpinteros de Valladolid destacaron: esperar en el andén junto a los patronos a los esquiroles madrileños, en un intento de buscar su solidaridad, lo que solo consiguieron en un caso y a costa de ser detenidos, como fue con dos dirigentes socialistas.

También interceptaron la comida que se llevaba a los esquiroles, llegando a la violencia, durando la tensión los siete meses de huelga. La patronal no fue a la zaga (uno llegó a usar un revólver aunque sin consecuencias). El diferente grado del conflicto marcó los resultados de la huelga; aunque la tónica de la patronal era negarse a mejora alguna, cuando la conflictividad fue menor, solían dividirse los patronos en beneficio de las demandas obreras, llegando estas a ser negociadas patrono a patrono. Cuando la conflictividad fue mayor, los patronos se niegan a reconocer a las asociaciones obreras y exigen que cada individuo negocie sus reivindicaciones, “pero de ninguna manera en nombre de la colectividad”. Fue evidente el temor al asociacionismo por parte de la patronal, “paternal” o no.


[i] A. M. Bernal, a quien cita Calvo Caballero, habla de la crisis finisecular en toda España entre 1880 y 1905.

[ii] La Junta de Labradores tenía entre sus bases no ceder a las pretensiones obreras so pena de fuertes multas, y reforzó su autoridad cuando su presidente fue, a la vez, alcalde.

[iii] R. Robledo Hernández señala que lo que más asustó a los patronos fue la formación de sociedades obreras.

[iv] La autora cita quince pueblos y el abulense Madrigal de las Altas Torres.

[v] Noroeste de la provincia de Palencia.

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