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jueves, 9 de marzo de 2023

Antiguos aldeanos

 

                                                    La Orbada, donde nace el río Guareña

El poblado de El Pueblito se encuentra en la dehesa de La Genestosa (Casillas de las Flores), en el extremo sudoccidental de la provincia de Salamanca y muy cerca de la frontera portuguesa. Es uno de los ejemplos estudiados de asentamientos en al alta Edad Media sin haber estado sometidos a ningún poder estatal. Han sido excavadas un par de tumbas en la roca y la datación parece corresponder a la segunda mitad del siglo VII y el primer cuarto del VIII, abandonando la población el asentamiento en los próximos años[i]. Aunque han aparecido restos cerámicos, estos son poco útiles para establecer la cronología, pues se parecen mucho a otros de diversos lugares.

Otro yacimiento es Canto Blanco (Calzada de Coto), al oeste de Sahagún en la actual provincia de León. La ocupación habría tenido lugar entre los siglos VI y VIII, pero continuaría quizá hasta el siglo X. Sus habitantes, pocos en número y de igual manera que en caso de El Pueblito, se organizarían comunalmente para ayudarse en el devenir diario, quedando aislados de cualquier influencia política foránea a la que someterse.

El yacimiento de La Huesa se encuentra en Cañizal, muy cerca del arroyo de San Moral, que desagua en el río Guareña, afluente a su vez del Duero. La Huesa fue habitada entre los siglos VII y X, y Martín Viso dice que debe relacionarse con los restos encontrados en el vecino pago de El Barcial, datado en el siglo X, donde se ha localizado un sarcófago de piedra, un ajimez en arco de herradura y dos fragmentos de celosía, posiblemente asociados a una iglesia.

En El Castellar, sito en Villajimena, actual provincia de Palencia, al nordeste de la capital provincial, se descubrió una pequeña necrópolis de época visigoda con restos de un ajuar; igualmente una pequeña iglesia en torno a la cual se agruparía la pequeña población autárquica, reducida y aislada. La iglesia se amplió más tarde y quizá perduró hasta el siglo XII.

Otro caso es el de Santa María de la Aldea (Baltanás), al sureste de la actual provincia de Palencia, donde se ha excavado un pequeña necrópolis datada en el siglo VII, luego sustituida por otra en el siglo VIII o principios del IX, cuando se levantó una iglesia, edificio que, allí donde ha ido apareciendo, parece haber sido el elemento aglutinador de las comunidades, pero aquí parece que el poblamiento se prolongó hasta la plena o baja Edad Media (en estos dos casos ya no independiente de un poder político superior).

Santa María de Matallana (Villalba de los Alcores) se encuentra hacia el oeste, pero no lejos de Baltanás; es otro poblado donde se descubrió una necrópolis en el lugar llamado Prado de la Guadaña, en uso durante los siglos VII y VIII. Más tardios han aparecido restos de tumbas de lajas, de teja y de fosa que parecen corresponder a los siglos plenomedievales.

El autor citado habla de Fuenteungrillo[ii], en la provincia de Valladolid, que también debió de ser ocupado en los siglos altomedievales. Muy cerca de León se encuentra Villaturiel, donde Nieves Candelas ha estudiado el cementerio de Marialba de la Ribera, que delata la existencia de un poblamiento, en este caso prolongado, entre el siglo IV y el XIII[iii].

Estos datos abonan la idea, expresada por Sánchez-Albornoz hace mucho tiempo, del “desierto estratégico” o frontera tácita entre el poder musulmán y el cristiano en torno a la cuenca del Duero, aunque el gran medievalista limita en el tiempo dicha situación. Si esas pequeñas comunidades se dotaron de algunos jefes o elites locales para regirlas no está claro, pero no cabe duda de que habrían ido creando identidades locales que se manifestarían en reuniones o asambleas documentadas desde finales del siglo IX, y estas asambleas se celebraron precisamente en las pequeñas iglesias.

Martín Viso señala que este modelo se reprodujo en otras zonas del área estudiada, como es el caso de Dueñas, en un valle con parameras que hicieron posible el asentamiento de una población comunal. Así nos encontramos –para los siglos estudiados- con un conjunto de territorios de pequeño tamaño sin que se estableciera una conexión jerárquica entre ellos. Sus formas de vida fueron muy elementales, donde la agricultura y la ganadería –seguramente con predominio de la primera- serían la base del sustento, pero sobre todo la organización comunal que permitió apoyarse unos vecinos en otros.

Cabe preguntarse qué sistemas de defensa emplearon cuando eventuales razias de unos estados y otros actuaron en la zona, pero por la misma naturaleza de aquellas, su objetivo era el castigo, y eventualmente el botín, de escaso interés en estas pequeñas aldeas alisladas de los principales centros de poder al norte y al sur de la cuenca del Duero.



[i] Iñaki Martín Viso ha estudiado algunos casos de asentamientos humanos que vivieron de forma autárquica y elemental durante un período de tiempo más o menos corto según los casos, antes de entrar a formar parte de una entidad política superior, cristiana o musulmana. El autor ciñe su estudio a un área de 90.000 Km2. entre la cordillera Cantábrica y el Sistema Central de Norte a Sur, y los montes de León y la parte más occidental del Sistema Ibérico de Oeste a Este.

[ii] Los restos más antiguos se remontan a época prehistórica.

[iii] Citada por Martín Viso en el trabajo titulado “Tiempos de colapso y resiliencia: espacios sin estado en la península Ibérica (siglos VIII-X)”.

lunes, 12 de diciembre de 2022

El norte de Chile antes de los incas

 

Valle de Copiapó 

A 27º Sur y a una altura sobre el nivel del mar que no llega a 400 metros se encuentra la ciudad chilena de Copiapó, fundada por los españoles a mediados del siglo XVIII, pero siglos atrás el lugar fue centro de una población indígena que ofreció fuerte resistencia a las pretensiones incaicas de incorporar el territorio a su imperio. En el interior, y en plena cordillera andina, se encuentra el volcán[i] del mismo nombre, cuya cumbre supera los 6.000 metros de altitud sobre el nivel del mar.

Los habitantes de Copiapó desarrollaron una cultura caracterizada por la fabricación de cerámica de cuencos rojizos decorados con espirales, líneas paralelas y en ocasiones máscaras; también recipientes panzudos con dos asas, cuello y boca estrechos con el fin de que el líquido contenido se mantuviese fresco, sobre todo agua. También fabricaron ponchos y fajas en miniatura, quizá como adornos, así como figuras a partir de conchas de espóridos, collares de malaquita y otros materiales. También se han conocido cementerios indígenas donde se da la particularidad de que se enterraba a los seres humanos y a los animales, sobre todo camélidos, de tal utilidad y significado religioso que los ajuares aparecen en los de estos últimos.

Conocieron la metalurgia del cobre, oro y plata, que es lo que a los incas interesaba, más allá de extender sus dominios hacia el sur. En un ajuar mortuorio se ha encontrado la figura de una mujer de plata maciza, con la cabeza desproporcionada y los cabellos peinados, los brazos pegados al cuerpo formando un conjunto estilizado. Los minerales se fundían en el lugar conocido como Viña del Cerro, del que hoy se ha hecho una recreación a partir de los datos aportados por la arqueología, habiendo varias minas en el valle de Copiapó y alrededores. También se han conservado hornos de planta circular (guairas) que se situaban a cierta altura para que el flujo de aire favoreciese la fundición (la del cobre necesita alcanzar 1.100 grados). Se han encontrado cuchillos formados por una especie de pala, cuya arista exterior es cortante, y un mango; cinceles, pinzas de cobre a base de dos planchas redondeadas unidas por un mango, y placas de cobre que se han interpretado como protectoras de los guerreros. A los cuchillos se les ha atribuido una función ceremonial, además de práctica, y en relación con las fundiciones se ha estudiado una especie de mastaba (sin finalidad funeraria) pero con muros verticales, desde donde se dirigía la fundición. También se ha querido ver en ella un sitio ceremonial en relación al calendario estacional[ii].

De época muy anterior es la cultura de Pica, posible por la existencia de un oasis, con construcciones en ladera, casas de planta circular y depósitos para almacenar productos agrícolas cultivados en terrazas regadas por canales. Los espacios públicos en cada aldea y mausoleos de adobe han sido interpretados como culto a los antepasados. Tratándose de una cultura que se remonta a varios siglos antes de Cristo, preexistía en los inmediatos al expansionismo incaico.

Los cacicazgos se habían ido conformando siguiendo el curso de los valles, y cuando los ejércitos incaicos llegaron al de Copiapó no pudieron someter a esos pueblos[iii], por lo que lo intentaron con otros que sí quedaron sometidos. A partir de este momento (siglo XV) los incas extendieron sus caminos desde el actual Perú y el norte de Argentina hasta el norte de Chile, generalmente rectilíneos, siguiendo las zonas bajas pero también las serranas, limitados por el amontonamiento de piedras con el fin de asegurar su reconocimiento, pero en ocasiones formando zig-zags para facilitar el tránsito por grandes pendientes[iv]. Por allí discurrieron las caravanas de llamas y alpacas con mercancías, productos agrícolas y metales, así como los chasquis o correos para transmitir las noticias[v]. Está muy estudiado por los especialistas[vi] el recorrido del “camino del inca”: de norte a sur la Quebrada de Carrizo, Pampa del Carrizo, Quebrada de Ochenta, Cachiyuyo, Quebrada de doña Inés Chica (al oeste se deja El Salvador), Cerro Indio Muerto, Llano San Juan, Río de la Sal, Pampa del Inca (dejando al oeste la Sierra Caballo Muerto), Quebrada Chanaral Alto, Inca de Oro, Tres Puntas, Quebrada Salitrosa, Medanoso (dejando al Este Llano de Campos), Llano de Chulo, Llano de Brea y Copiapó (más de 170 km.). La abundancia de topónimos con el término “quebrada” indica las dificultades de seguir el camino por zonas angostas entre montañas, siendo la principal fuente escrita la obra de Gerónimo de Bibar (1558)[vii].

No es extraño encontrar figuras de felinos, pues se trata de animales totémicos en los Andes, y los estudios arqueológicos han descubierto el “Palacete incaico de la Puerta”, una estructura cuadrada con un patio en el centro y habitáculos regulares alrededor. Las piedras utilizadas no están trabajadas en muchos casos, sino acomodadas en sus formas para dar consistencia al conjunto. También se han documentado “albergues” o tambos (palabra derivada del quechua) para descanso de los viajeros, que seguramente utilizaron Almagro y su hueste en la expedición que hicieron a estas tierras. De hecho, cuentas de vidrio españolas aparecen en los yacimientos próximos al camino inca.

El camino inca se empedraba en ocasiones, sobre todo en las proximidades de las aldeas, y para hacer las tierras del norte de Chile más fértiles, los incas construyeron canales por donde discurría el agua para dar ocasión a una floreciente agricultura de papas, yuca, maíz, coca, zapayos, porotos y algarrobas, entre otros productos[viii]. Particularmente la coca era muy demandada, seguramente para combatir el mal de altura, donde se daba la crianza de llamas y alpacas. La fuerte insolación del clima semitropical permitió muy buenos vinos a partir de la conquista y colonización española. El quipucamayoc era el responsable del quipu, artilugio a base de cuerdas y nudos que permitía llevar la contabilidad de las ventas, producciones, etc. cuya interpretación es motivo de controversia.

Los incas influyeron en las creencias religiosas de los pueblos indígenas del norte de Chile, y una reminiscencia actual es la fiesta de la Cruz del Calvario[ix], que muestra un evidente sincretismo entre religión indígena y cristianismo. Se adorna con flores una suerte de altar, se hacen abluciones y se quema un producto como ocurre con el incienso en otros lugares. Esta fiesta se celebra en diferentes cumbres, no muy elevadas, pero sí lo suficiente para que la ceremonia adquiera el significado deseado, y ello es coincidente con el culto al cerro de los incas. El paisaje es pelado y ceniciento delatando la existencia del cercano desierto, pero a lo largo del camino del inca hay oasis, generalmente pequeños, siendo el de Copiapó el que explica fuese el centro de la primitiva cultura de la que hemos hablado.

El río Tarapacá y la quebrada del mismo nombre (hoy San Lorenzo de Tarapacá[x]) son el centro de una serie de geoglifos con representaciones diversas: figuras humanas muy geometrizadas, círculos con estrellas inscritas, curvilíneas que recuerdan las de Nazca, camélidos asiluetados, etc. Cerca del poblado de Pachica hay algunos de estos geoflifos, y también de esta zona es una cerámica muy antigua y reconocible: cuencos y tinajas, algunos recipientes con asa y decoraciones muy variadas, geométricas en algunos casos.

Por estas tierras altas, valles y quebradas, atravesó el español Diego de Almagro acompañado de más de diez mil soldados (entre españoles, indios, negros…) desde el noroeste de la actual Argentina (Shincal) hasta el norte de Chile (Copiapó); en algunos momentos por alturas superiores a 4.000 m. sobre el nivel del mar, con viento frío, nieve y carencia de casi todo; los indios no llevaban ropa de abrigo, sus pies descalzos (el contacto con pueblos indígenas aliviaba a estos expedicionarios). Era el año 1535 y tras dificultades inmensas, dudas y pérdidas en la hueste, Almagro optó por regresar sin haber conseguido su objetivo de un “nuero Perú”. A la vuelta, según algunas fuentes, encontraron a soldados de pie, apoyados en las rocas, helados y ya muertos, junto a sus caballos también inmóviles y rodeados por el hielo…


[i] Para los incas los volcanes eran lugares sagrados donde viven los dioses, y quizá tuviese un significado parecido para los indígenas del norte de Chile.

[ii][ii] Son de gran interés las aportaciones de Lautaro Núñez, Agustín Llagostera, Luis Biones, María Antonieta Costa y Eduardo Muñoz, entre otros.

[iii] En Punta Brava se produjo un enfrentamiento entre incas y copiapós que fue favorable a estos. Hoy es un yacimiento arqueológico en la región de Atacama, a 60 km. al Este de la ciudad de Copiapó.

[iv] Los autores citados advierten de que no es seguro que todos sean de época incaica.

[v] Ver aquí mismo “Chasquis o correos del Imperio”.

[vi] Octavio Meneses, Rodrigo Zalaquett, Paola González y Carlos González, entre otros.

[vii] “Crónica y relación copiosa y verdadera de los Reynos de Chile hecha por…”. El autor era natural de Burgos según él mismo dice en su obra.

[viii] Se han documentado cerca de Arica, en el extremo norte del actual Chile y en la costa. El zapayo es una fruta carnosa y el poroto es una legumbre. En su valle se cultiva el maíz y se fabricaban tejidos de lana muy vistosos e hilados.

[ix] En la localidad de Socoroma (extremo norte de Chile) se sigue practicando esta fiesta religiosa.

[x] Con este nombre fue fundada esta población por los españoles en el s. XVIII después de haber sufrido una epidemia.

Fotografía de PortalFrutícola.com

miércoles, 19 de mayo de 2021

Pueblos blancos extremeños

 


Desde Villafranca de los Barros, en el centro de la provincia de Badajoz, se llega, en dirección sur, a Los Santos de Maimona, y muy cerca se encuentra Zafra. Más al sur está el pueblo natal de Zurbarán, Fuente de Cantos, y siguiendo en la misma dirección encontramos Montemolín y Monesterio. El dominio es de relieves ondulados y planicies, aunque nos encontramos con dos sierras, en el interior de la provincia la de Hornachos y en el límite con la de Córdoba, la del Pedroche. Al sur la Sierra Morena, que separa a Extremadura de Andalucía

Hornachos habrá dado su nombre a la sierra central de la provincia de Badajoz, levantándose sobre la planicie circundante por donde corren los ríos Matachel y Guadámez, que nacen en las estribaciones de Sierra Morena y discurren hasta el Guadiana en dirección norte, dejando entre ambos la citada sierra de Hornachos. El paisaje es mediterráneo, con matorrales predominantes.

Por Villafranca de los Barros discurren los ríos Pendelías y Valdequemao, convergiendo entre ellos. Parece que es ciudad desde 1877, y tiene una iglesia con una fachada gótica y, en ella, un arco carpanel. En el interior destaca un abigarrado retablo de esos que han tapado tantas cabeceras de las iglesias. Villafranca cuenta con un Museo histórico y etnográfico aprovechando un edificio señorial del siglo XVIII, con una portada clasicista. Dentro vemos cerámica romana, miliarios, alguna escultura en bronce de la misma época, la recreación de una villa romana, monedas y así hasta objetos del siglo XX. También cuenta con fondos de la prehistoria, habiendo sido el solar de Villafranca lugar de una mansio romana.

Hacia el sur llegamos a Los Santos de Maimona, donde se puede ver un molino de aceitunas, y en Zafra destaca el palacio de los Duques de Feria, hoy convertido en Parador para turistas. Siempre hacia el sur está Fuente de Cantos y Montemolín. En esta población hay dos calles que, siendo paralelas, convergen a las afueras del pueblo camino de Fuente de Cantos. Otra calle, al norte, es casi recta, separando el caserío de los campos circundantes. Montemolín cuenta con una alta iglesia donde se ha empleado el ladrillo para alguna de sus partes, con doble espadaña y gárgolas de piedra. Alrededor se extienden los campos de trigo y dentro del pueblo encontramos una famosa corrala de comedias.

Monesterio tiene un Museo del jamón, honor que le hace el tener una de las cabañas porcinas más afamadas. Son cerdos negros que pelan las bellotas al comerlas, dejando fuera la cáscara y distinguiendo las amargas de las dulces. El paisaje es de dehesas con bosques claros, y en ellas se da la ganadería extensiva de la que se obtienen jamones de calidad superior. Las casas de estos pueblos están encaladas para combatir el calor de no pocos meses al año. 

(Arriba, dehesa extremeña: fotografía de elmundo.es/viajes/espana).

jueves, 3 de diciembre de 2020

Finca Molino Abajo

 

                              tiempo.com/ram/1797/la-cermica-del-agua-y-su-relacin-con-la-aridez/

Se encontraba en el municipio de Villafranca de los Barros, provincia de Badajoz[i], propiedad de Felipe Solís Campuzano, hombre de confianza del duque de Montpensier, habiendo sido acusado aquel de haber tomado parte en el asesinato del general Prim, huyendo entonces de la justicia[ii].

Antonio de Orleáns (Montpensier), como es sabido, aspiró al trono de España y de Ecuador[iii] pero no consiguió ni una cosa ni la otra. Cuando el rey Alfonso XII de España decidió casarse con su prima, Mercedes de Borbón, hija de Antonio de Orleáns, se creó un problema si el suegro del rey era acusado de haber instigado, dirigido o financiado el asesinato del general Prim en 1870. Pedrol Rius, en su obra “Estudio sobre el proceso del asesinato del general Prim”, sostiene que el enmarañamiento, suspensión y posterior desaparición de parte del sumario, contó con la mano del rey.

Lo cierto es que el general Prim hizo méritos sobrados durante su vida para ser fusilado (de acuerdo con las costumbres de la época), pues participó en múltiples actos de indisciplina y traición como militar, pero es cierto que estas actitudes fueron muy corrientes en el siglo XIX. A título de ejemplos sofocó brutalmente varias revueltas de esclavos en América, por lo que fue destituido en 1848 (tenía Prim treinta y tres años); más tarde participó en varias insurrecciones contra Narváez, por lo que fue desterrado a Alicante, y volverá a conspirar contra Narváez, sin éxito, lo que le llevará al exilio. Fracasó en el pronunciamiento de Villarejo de Salvanés[iv] en 1866 y también en la sublevación del Cuartel del San Gil (Madrid) en el mismo año desde su exilio[v] en Londres. Desde esta ciudad preparó el levantamiento de 1868 que triunfaría con el nombre de revolución “gloriosa”.

Volviendo al asesinato de Prim, en el sumario que ha sido estudiado por varios historiadores, se dice que la causa del fallecimiento del general fue la infección que le provocaron las heridas de bala, siendo los supuestos asaltantes no pocos individuos, entre los que destaca José Paúl y Angulo, pero también hubo supuestos implicados, como el coronel Felipe Solís Campuzano, ayudante de campo del duque de Montepensier, José Lopez, “alias” Jáuregui y otros. Entre los supuestos autores intelectuales –siempre según el sumario- se encuentran el duque de Montpensier y el general Francisco Serrano (en ambos casos según declaración del citado José López).

Dice Romero Ríos que se conservan algo más de 6.000 folios del sumario, habiendo desaparecido un tomo (el 42) y la mitad de una tarjeta de forma triangular que servía de señal para el que poseyese la otra mitad, conteniendo las palabras “España” y “Mont”. Presuntamente –dice Romero Ríos- Felipe Solís entregó a José López una de las mitades de dicha tarjeta, lo que figura en el tomo XL del sumario.

También habla el autor citado de la sociedad secreta “La Internacional”, que promovería la entronización como rey de España de Montpensier, así como cita la lista de los señalados en el sumario, que fue incautada a José María Pastor (uno de ellos), jefe de escoltas del general Serrano. El fiscal del caso fue Joaquín Villando, cesado cuando se vio que la información que había reunido era comprometida, según Pedro Rius, entre otros, para el rey Alfonso XII.

Lo que está claro es el estrecho vínculo entre Solís y Montpensier, que ya se conocían desde 1858, año en que el primero fue nombrado ayudante de campo por el segundo, y un dato que apunta al duque es que sufragó con su dinero los gastos que llevaron al destronamiento de Isabel II en 1868, su cuñada. Mientras, las sospechas sobre el posible autor material del asesinato apuntaban a Felipe Solís, que fue detenido dos meses después del hecho, permaneciendo en prisión al menos tres, pero puesto en libertad por falta de pruebas.

En el tomo 2, folio 976 del sumario[vi] consta que Tomás García Lafuente manifestó saber que Solís era quien, en nombre de Montpensier, proporcionaba el dinero para los sicarios, y otras pruebas fueron las caligrafías de las cartas de Solís con distintos personajes, particularmente con Montpensier y con José López. El juez observó “motivos racionalmente fundados” para imputar a Felipe Solís, por lo que procedió a la detención del mismo, además del registro de varias viviendas que se suponían de su propiedad.

En un auto judicial se dice que hay motivos fundados para suponer que Manuel Angulo, coronel retirado y vecino de Barcelona, había recibido dinero de Solís para favorecer la candidatura de Montpensier a la corona de España. El juez observó motivos fundados –siempre según la parte del sumario que se ha conservado- para considerar a Solís culpable, pero entonces hubo que localizar su paradero, pues de nuevo estaba en libertad.

En definitiva, la parte del sumario que se conserva es bastante elocuente sobre la trama urdida contra el general Prim, entonces Presidente del Gobierno y muñidor del nombramiento de Amadeo de Saboya como rey de España, pero la restauración de la monarquía borbónica en 1875, y el interés del rey Alfonso XII –según Pedrol Rius- para no perjudicar a su suegro, el duque de Montpensier (Antonio de Orleáns), dejaron el asunto sin resolver, por lo que el asesinato de Prim quedó impune.


[i] En el centro de dicha provincia.

[ii] “Un vecino de Villafranca de los Barros…”, Manuel Romero Ríos.

[iii] Ver aquí mismo “Don Antonio quiere ser rey”.

[iv] Sureste de la provincia de Madrid.

[v] Los responsables en España fueron fusilados.

[vi] Ver nota ii.

jueves, 7 de noviembre de 2019

Templarios en el Maestrazgo turolense

Río Gudalope
(https://www.aragon.es/-/rio-guadalope.-salto-de-la-cueva)
Iglesuela[i] recibió en 1242 su carta puebla de manos de los templarios, dentro de la bailía de Cantavieja. El nombre de Iglesuela del Cid recuerda el paso del guerrero castellano por estas tierras. Mirambel fue templaria en el siglo XIII, y recibió la carta puebla en 1243: “damos y concedemos a los cuarenta pobladores y sus descendientes de Mirambel… aguas, caminos, montes, bosques, pastos, carrascales y en general todas les pertenencias que suelen darse en todo poblamiento”.

Pío Baroja pasó una temporada en Mirambel. En su obra “La venta de la Mirambel” nos habla de la singularidad del Maestrazgo. En Castellote se encuentra un castillo templario que, cuando la orden del Temple fue disuelta a principios del siglo XIV, resistió con las armas en la mano. En este pueblo se puede observar en su abrevadero una serie de figuras medievales, donde destacan unas salamandras, animal que se asocia con el fuego, pues se creía que eran incombustibles. Las salamandras de Castellote acompañan a una “dama” que nos remite a cultos matriarcales.

En Cantavieja, en la iglesia de San Miguel, encontramos la tumba del “último templario”. En Bodón hay una virgen negra en la iglesia de la virgen del la Carrasca, evocación de las diosas negras egipcias y de los cultos matriarcales de oriente. El templo es una construcción templaria del siglo XIII.

En el castillo de Culla, a comienzos del siglo XIV, se formó una de las concentraciones más fuertes del Temple en el mundo occidental. Una vez disuelta la orden, las bailías turolenses pasaron al poder de la Orden de San Juan de Jerusalén (hospitalarios), dependientes de la castellanía de Amposta (Tarragona), mientras que los territorios valencianos fueron entregados a la Orden de Montesa, nacida en 1319.

El Maestrazgo turolense está formado por quince municipios en la actualidad: Allepuz, Bordón, Cantavieja, Cañada de Benatanduz, Castellote, La Cuba, Fortanete, La Iglesuela del Cid, Mirambel, Miravete de la Sierra, Molinos, Pitarque, Tronchón, Villarluengo y Villarroya de los Pinares, además de la entidad local de Las Cuevas de Cañart y las pedanías de Montoro de Mezquita, Abenfigo, Las Planas, Los Alagones, Dos Torres del Mercader, Ladruñán, La Algecira y El Crespol.

Cañada de Benatanduz, a más de 1.400 metros sobre el nivel del mar, cuenta con un sólido edificio del siglo XVI que fue hospital para pobres y donde hoy se encuentra la sede del Ayuntamiento. Podemos preguntarnos cómo fue posible que, en lugar tan apartado, los templarios estableciesen una de sus sedes, dándole carta de población a finales del siglo XII. En Castellote (al nordeste de la actual provincia de Teruel) destacan las ruinas de su castillo templario sobre el roquedo, la iglesia gótica de San Miguel y un arco abierto en una esquina entre dos muros.

Iglesuela del Cid, en la raya con la provincia de Castellón, aún conserva parte de las murallas, siendo la mayor parte de su patrimonio monumental posterior a la Edad Media. Mirambel, a casi mil metros de altitud, también tiene murallas y edificios a donde llegó el gusto renacentista. Miravete de la Sierra, a 1.200 metros de altitud, forma parte de los territorios influidos por el Temple, como Molinos y Pitarque, en la primera villa se encuentra una iglesia de estilo gótico flamígero del siglo XV (Nuestra Señora de las Nieves) y la segunda a 1.000 metros de altitud.

Tronchón es un pueblo a 1.100 metros de altitud con calles y casas muy singulares, que se han mantenido sin mancilla a lo largo de los siglos, y Villarluengo recibió carta puebla del rey Alfonso II de Aragón, confirmada por los templarios poco después de la muerte del rey. Villarroya de los Pinales, a más de 1.300 metros de altitud, cuenta con una gran torre de planta cuadrada.

Las Cuevas de Cañart es una población amurallada y Montoro de Mezquita se encuentra a 1.000 metros de altitud, muy cerca de los Órganos de Montoro, una gran roca en cuyas proximidades corre el río Guadalope, afluente del Ebro, y Abenfigo se encuentra en una hondonada respecto de la orografía montuosa del Maestrazgo turolense…

En todos estos territorios actuaron los templarios para su reconquista a favor de la monarquía aragonesa, hasta el punto de que permutaron, en 1291, sus posesiones en Tortosa por estas del Maestrazgo. El esfuerzo de repoblación, dice Miguel Giribets[ii], fue muy grande en el siglo XIII, después de terminada la conquista a manos cristianas de las tierras de Valencia. Cuando la Orden del Temple fue violentamente disuelta a comienzos del siglo XIV, supuso una tragedia socio-cultura (seguimos en esto a Miguel Giribets) para una sociedad en la que los templarios estaban bien enraizados. Aquí los templarios eran dueños de la tierra y, al mismo tiempo, dice Ávila Granados”[iii], señores de la población, en estas tierras se desarrolló la doma de caballos y en las herrerías y fraguas se hacían las armas de hierro, trabajando al mismo tiempo los caldereros, cordeleros, albañiles, yeseros y demás oficios en sus talleres. Tres encomiendas templarias dominaron toda esta organización, la de Cantavieja, la de Castellonte y la más pequeña de Villarluengo.



[i] En su ermita de la virgen del Cid se ve el laberinto en forma de espiral hecho con pequeñas piedras en el suelo, peregrinación simbólica en la que el peregrino recorre una ruta para acabar en el punto central.
[ii] Historiador del esoterismo en la antigüedad y la Edad Media.
[iii] “Templarios en el Maestrazgo”.

jueves, 31 de octubre de 2019

Recópolis y Zorita

Vista de Recópolis

En 1845 nació en Salmeroncillos de Abajo (noroeste de la provincia de Cuenca) Juan Catalina García López, arqueólogo e historiador entre cuyas obras se encuentra la “Biblioteca de escritores de la provincia de Guadalajara…”. Fue el primero que se preguntó por la “Rochafrida del rey Pipino” de la que hablaban las Relaciones Topográficas[i] redactadas en época de Felipe II.

Visitando la Alcarria (escribe Vicente G. Olaya) llegó a un altozano junto al río Tajo, donde encontró en 1893 los restos de lo que luego se conocería como Recópolis, un complejo palaciego de 33 hectáreas, de las cuales 22 estaban amuralladas, ordenado construir en 578 por el rey Leovigildo. Luego, decenas de investigadores han ido desentrañando el devenir de una población palatina visigoda que dio origen, a su vez, a otra ciudad muy cercana, Zorita de los Canes (Guadalajara), primero musulmana y más tarde cristiana.

Leovigildo gobernaba sobre casi toda la península Ibérica, incluido el sureste de Francia, lo que quizá influyó para desear simbolizar su poder con la construcción de Recópolis en honor de su heredero Recaredo. Desde 1992 las excavaciones han estado dirigidas por el profesor Lauro Olmo Enciso, que ha recogido los frutos de sus antecesores, entre ellos Juan Cabré. Este desenterró, en los años cuarenta del siglo XX, un tesoro de monedas de oro que fue ocultado cuando se levantó la basílica de la ciudad.

El palacio de 139 metros de longitud y dos alturas, talleres, viviendas para nobles, tiendas de artesanos con mostradores, comerciantes, un acueducto y dos kilómetros de murallas no han hecho más que empezar a mostrarnos la realidad de lo que fue, pues según los arqueólogos, hay trabajo para muchas décadas.

Los musulmanes de la Edad Media se llevaron las mejores piedras y piezas escultóricas para construir Zorita, habiéndose encontrado en Recópolis una balanza romana junto al edificio del palacio. La ciudad goda se rindió[ii], como otras muchas en 711, por lo que no fue arrasada, sino transformada para sus nuevos ocupantes; los edificios aristocráticos fueron ocupados por gente común y se construyó una mezquita. Entre finales del siglo VIII y principios del IX este lugar sufrió un incendio, que los expertos consideran fue intencionado, por lo que Muhammad I inició, en 855, aguas arriba del río, la construcción de Zorita, una alcazaba para la que se expoliaron las piedras de Recópolis. Allí se pueden ver columnas de mármol en una de las puertas de acceso.

En 1124 Zorita fue conquistada por los cristianos tras diversos intentos y comenzó su transformación medieval. La iglesia de San Benito, por ejemplo, tiene capiteles de Recópolis y a los pies de la puerta de acceso de la alcazaba musulmana quedan los restos del puente que mandó levantar Felipe II para unir las dos orillas del Tajo, aunque una tremenda riada lo arrasó y nunca fue reconstruido.


[i] En ella se ofrecen datos sobre todas las poblaciones en época de Felipe II, lógicamente de forma incompleta.
[ii] Ver aquí mismo “Obispos, emires e impuestos” y "Resistencia y colaboración con el invasor".

martes, 16 de julio de 2019

El puerto de Ferrol

Plano de la ría y puerto de Ferrol

Con la monarquía borbónica Galicia adquirió un valor estratégico que antes no había tenido. La pérdida de Flandes y los territorios italianos hizo que la política atlántica (las colonias americanas) cobrase primacía en la Corte española. Era necesario contar con una flota poderosa que facilitase los intercambios comerciales y que garantizase las rutas marítimas frente a las agresiones británicas, sobre todo.

El Nuevo Mundo desempeñó un papel de gran relevancia en los conflictos internacionales desencadenados por las potencias europeas durante el siglo XVIII. Esto se puso ya de manifiesto en las guerras de sucesión a las coronas de España, Polonia y Austria, cobrando mayor importancia en la segunda mitad del siglo: guerra de los siete años y sublevación de las trece colonias británicas.

Cádiz se convirtió en el puerto central de la reforma llevada a cabo por el ministro Patiño[i], pero dividió el litoral español en tres departamentos marítimos, uno de los cuales tenía su capital en Ferrol (1726), lo que responde a la importancia de su puerto en siglos anteriores. Pero el peso del puerto de Ferrol siguió siendo discreto durante la primera mitad del siglo XVIII[ii], hasta que el marqués de la Ensenada se convirtió en el gran paladín de la opción ferrolana, ya con Fernando VI. Don Zenón de Somodevilla se había formado bajo la protección de Patiño en la administración de la Armada, su verdadera escuela, y durante esta etapa había tenido la ocasión de visitar la comarca de Ferrol: en 1730 residió unos meses en el apostadero de A Graña, dirigiendo la labor de su pequeño astillero.

La marina española ocupó, durante el reinado de Fernando VI, un lugar privilegiado en los planes de Ensenada, recomendándole el monarca que apoyase su política naval “con preferencia a todo”. Por otra parte, siguiendo la tendencia marcada por las grandes potencias navales del momento (Inglaterra y Francia), Ensenada mandó crear cuatro grandes arsenales, tres en la península (Ferrol, La Carraca[iii] y Cartagena) y otro en América (La Habana). Así se formaron, prácticamente de la nada, los arsenales-astilleros de Ferrol, surgiendo fábricas y centros de reparación.

Llama poderosamente la atención –dice Martín García- que casi todos los rivales que le salieron a Ferrol estuvieran ubicados en el propio reino de Galicia. En 1747 fue apremiado Cosme de Álvarez para que preparase los planos de un arsenal en la ría de Ferrol capaz de albergar sesenta navíos de línea y de construir “quatro a un tiempo”, pero en 1749 fue enviado para que estudiase otros puertos, y en la ría de Vigo sondeó y demarcó todos los parajes, desde Redondela hasta las islas Cíes. También analizó las posibilidades en la ría de Pontevedra. Años más tarde, don Juan José Navarro, marqués de la Victoria[iv], ya para el rey Carlos III, expuso algunos inconvenientes que veía en Ferrol (aunque también ventajas): “la escasez, lo estéril, [sic] del clima, siempre variable y expuesto a temporales, lluvias y los ánimos de sus naturales, abatidos, floxos, enemigos del trabaxo…”. Martín García considera que en este informe se ven las rencillas personales y el desprecio que sentía Navarro por el ya caído en desgracia marqués de la Ensenada. Pero se reconocieron varios méritos a Ferrol: sus cualidades defensivas, el fondo de sus aguas y tener la facilidad de poder hacer escuadra para América y en el Canal de Inglaterra.

La bonanza económica y el desarrollo demográfico de los centros urbanos gallegos, como A Coruña y Ferrol, no obsta para reconocer que a finales del siglo XVIII las villas y ciudades de Galicia eran modestas[v]. Según el censo de 1787, la mayoría de ellas no alcanzaban los 5.000 habitantes; solamente tres centros urbanos, según parámetros de la época, alcanzaban tal calificación: la villa de Ferrol y las ciudades de Santiago y A Coruña. En la segunda mitad del siglo XVIII, Ferrol vio un flujo migratorio favorable de importancia, que continuó aunque con menor importancia en la primera mitad del siglo XIX. La Armada necesitaba brazos para las obras, además de los militares que se asentaron en la villa, “las levas honradas” y los maleantes.

La mayoría de estos inmigrantes procedían de la misma Galicia, sobre todos los municipios actuales de la comarca ferrolana y los del norte de la actual provincia de A Coruña. Hacia el sur también fluyeron a Ferrol habitantes del golfo Ártabro y los de los actuales municipios de Monfero y As Pontes. Fuera de este ámbito cercano, vecinos de Santiago y Lugo y los territorios de la Galicia rural. Barceloneses, murcianos y santanderinos se avecindaron en Ferrol, pero también asturianos, franceses, italianos y portugueses. Así, la mayoría de la población ferrolana en 1787 era masculina, joven y solteros.

El nuevo Ferrol trajo consigo nuevas categorías socioeconómicas: en 1797 el 67% eran asalariados por el rey, siguiendo muy de lejos en cantidad los artesanos, jornaleros, tenderos, profesionales liberales, comerciantes, hidalgos y los dedicados al sector primario. Los ahora municipios de Cedeira, Valdoviño, San Sadurniño, A Capela, Pontedeume, Cabanas, Fene, Neda, Narón, Mugardos y Ares, además de Ferrol, experimentaron cambios demográficos que tienen en el puerto ferrolano su principal explicación. Aquí encontraron muchos empleo en la construcción naval, mientras que la villa compraba a su comarca los productos del campo o del mar, destacando en aquellos las harinas.

Las feligresías de la ría ferrolana y sus villas de A Graña, Mugardos, Neda y en menor medida Ares, fueron las que más crecieron durante la segunda mitad del siglo XVIII, pues Ferrol fue incapaz de absorber todo el flujo migratorio.



[i] Nacido en Milán en 1666, falleció en 1736 en La Granja de San Ildefonso, habiendo sido Secretario de Estado con Felipe V.
[ii] “Auge y decadencia… en Ferrolterra…”, Alfredo Martín García. En uno de los capítulos de esta obra se basa el presente resumen.
[iii] Hoy en el municipio de San Fernando, Cádiz.
[iv] Nació en Mesina en 1687 y murió en Isla de León en 1772, habiendo sido Capitán General de la Armada española.
[v] Ver aquí mismo “Las villas gallegas en el siglo XVIII”.

jueves, 11 de julio de 2019

Castelo Branco


De las tres Beiras portuguesas, Castelo Branco es la capital de Beira Baixa, en el interior del país, haciendo frontera con España y muy cerca del curso del Tajo. La ciudad tenía hace un siglo unos 9.300 habitantes, pero ahora supera los 56.000, habiendo perdido habitantes desde los años sesenta pasados. A 319 metros sobre el nivel del mar, se encuentra en un altiplano y al noroeste de la ciudad hay una montaña donde aún se pueden ver los restos de un castillo templario.

Dice Sant’Anna Dionísio que el historiador Alexandre Herculano, al regresar en 1854 de un viaje por la Beira, apuntó lo siguiente: Cielo puro. Horizontes bien distintos. La Beira Baja, parece un plano donde se eleva en el centro el monte de Castelo Branco, en cuya pendiente oriental está la ciudad…

Castelo Branco tiene un museo fundado por el arqueólogo Francisco Tavares Proença en 1910, conteniendo la colección arqueológica del mismo y otras piezas que se han ido incorporando con el paso del tiempo. Una de sus particularidades es la colección de colchas confeccionadas con lino y seda, las colchas de “noivado” o de novios, hechas para el ajuar de los que se casaban. También la colección de pintura, en la que destaca un “San Antonio” de 0,66 por 1,52 m. que se atribuye al pintor Francisco Henriques, que vivió entre el siglo XV y el XVI, perteneciente a la escuela flamenca. Del palacio episcopal se llevaron al museo cuatro tapices de estilo flamenco  datados a finales del siglo XVI. Uno de ellos representa  la historia de Lot y mide 3,50 por 2,60 m.

Otro de los atractivos de la ciudad son los jardines del palacio episcopal, sede este de los obispos de Guarda en invierno. El palacio fue luego ocupado por un liceo, pero conserva su monumentalidad y decoraciones. Los jardines fueron trazados siguiendo el gusto italiano con estanques y juegos de agua, estatuas religiosas y profanas de granito. El obispo Joâo de Mendoça fue el que encargó el jardín, concluyéndose en 1725.

Un arco antiguo que llevó el nombre de “Porta do Pelame”, y hoy del obispo (medio punto) da acceso a la plaza de Luis de Camôes, centro de la ciudad antes de que este se desplazase a la plaza del Municipio y a la Alameda, que tuvo el nombre del dictador Salazar.

Subiendo a la explanada del castillo, a casi 500 m. de altura, muy cerca de donde hubo correrías de españoles y franceses en los años 1648 y 1807 respectivamente, se ve un buen panorama y, cuando el cielo está claro, se divisa el río Tajo.

Castelo Branco es el resultado, en origen, de la evolución de dos villas hispano-romanas en el cerro de Cardosa, donde se encuentra el castillo del que ya hemos hablado, y pertenecieron a los templarios por donación de Fernando Sanches en 1209, pero las dos villas se empeñaron en mantener su individualidad, rigiéndose por fueros distintos.

En la “Guía de Portugal”, editada por la Fundación Calouste Gulbenkian, se dice que “saliendo de la estación del ferrocarril, al sur de la ciudad, se entra en Castelo Branco por una amplia avenida de 30 metros de largo, y ya desde esta se ve el monte de Cardosa con las ruinas del castillo. Luego se desemboca en la Avenida de los Combatientes de la Gran Guerra", que casi nunca falta en las villas y ciudades portuguesas. El edifico de Ayuntamiento (Paços do Conselho) es un edificio del siglo XVII, antigua residencia de la familia de Bartolomé de Fonseca, habitada por sus descendientes, los Mesquitas y Alburquerques hasta 1935, año en que fue adquirida por el municipio. El edificio cuenta con azulejos que pueden verse también en Viseu, Porto y otras muchas villas y ciudades portuguesas.