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martes, 24 de noviembre de 2020

Construir un manicomio

 

Los más importantes expertos franceses que teorizaron sobre la construcción de asilos para dementes, buscaron la colaboración de profesionales para trazar sus planos. Uno de ellos fue Hippolyte Lebas[i] en 1818, pero no fue el único. Lo mismo se hizo en España cuando se trató de construir un manicomio-modelo (así se le llamó) dando su parecer la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando a los proyectos que se presentaron a un concurso en 1859.

María José Navarro Bometón[ii] ha estudiado éste asunto y señala que dos tipos de factores influyeron en el proyecto madrileño: de índole social, reclamando un lugar adecuado, y los avances médicos y científicos para una obra que tenía valor terapéutico. Los teóricos franceses, ya desde Pinel[iii], recabaron las directrices de la psiquiatría, pues la evolución de esta insistía en la morfología de las plantas y las clasificaciones nosológicas (variedad de enfermedades). El gobierno español quiso para el manicomio-modelo que fuese decoroso, al igual que otros cinco que se pensaban para otras tantas provincias, manicomios que, a la vez, serían escuelas de formación para futuros especialistas.

Pero tan buenas intenciones no se cumplieron en realidad, empleándose un viejo palacete en Leganés que se encontraba en pésimas condiciones. En todo caso se produjo el concurso, surgieron las polémicas y se habló mucho de seguridad e higiene. El médico de Cámara de Isabel II, Pedro María Rubio –sigue diciendo Navarro Bometón- había visitado en 1845 un hospital en Zaragoza y le causó una deplorable impresión. Fue el principio de una serie de planes médicos e higiénicos, se llevó a cabo una estadística de dementes y hubo otras varias reuniones.

Las condiciones que se impusieron para los concursantes a ejecutar el manicomio-modelo fueron que el edificio fuese sencillo y elegante a un tiempo, su distribución, metódica y regular y que “nada revele ni excite la idea de reclusión”. Por Real Decreto en 1846 se nombró una Comisión que se ocupó de elegir el terreno, uno de cuyos miembros fue Aníbal Álvarez Bouquel[iv], que tendría una gran influencia en los trabajos; por su parte, las demandas de Rubio se atendieron con una Ley de Beneficencia en 1849, que preveía un manicomio en cada provincia, y se redactó un Reglamento en 1852 donde se dijo que el manicomio de Madrid se instalaría en el antiguo palacete de los duques de Medinaceli, en Leganés. Allí se inauguró, en 1854, la Casa de Dementes de Santa Isabel, pero esto nada tenía que ver con las pretensiones de Rubio: la situación no era la adecuada y ni siquiera contaba con agua potable.

Volviendo al proyecto del manicomio-modelo, debía albergar a quinientos enfermos y tener instalaciones para los trabajadores y sirvientes, debía constar de una sección para hombres y otra para mujeres y, dentro de cada sección, habría subdivisiones para “pensionistas” (de primera y segunda clase), pobres (adultos, viejos, niños y detenidos judicialmente), “tranquilos” y para “agitados y sucios”. El edificio debía constar de entrada principal, cementerio, laboratorios, talleres, baños, oficinas, farmacia y almacenes.

Ocho trabajos se presentaron al concurso para ser seleccionado uno, lo que no ocurrió hasta 1860, siendo elegido el que llevaba el nombre de “Perseverancia”. Otro, cuyo nombre era “Toda casa de enagenados…” (sic) contemplaba una tahona y un matadero. La planta baja de esta última propuesta era simétrica, dividida cada una de las dos partes por un pasillo y compartimentos a cada lado.

Uno de los que participaron en la selección del proyecto fue Amador de los Ríos[v], arqueólogo e historiador, formando parte de una Comisión de la Real Academia que opinó sobre la especificidad y novedad de los hospitales en España; uno de los proyectos fue rechazado por la excesiva vegetación que se preveía en cada uno de los patios, “nociva para la salud de los dementes”, pero también se rechazó por el uso de determinados materiales y por la ostentosa ornamentación que pretendía, “un delirio de imaginación injustificable”.

No dejó de haber polémica en la opinión pública, aunque los que participaron en ella, sobre todo, fueron arquitectos, si bien algunas opiniones se vertieron anónimamente, particularmente uno que se calificó de “frenópata”, nombre antiguo para referirse a los psiquiatras. El ganador, autor de la propuesta “Perseverancia”, fue el arquitecto Cristóbal Lecumberri Gandarias (1819-1882), que se había formado en Francia, especializándose luego en arquitectura hospitalaria. En 1863 fue nombrado, junto a Concepción Arenal, visitador de prisiones, y publicó varios estudios sobre colonias agrícolas y escuelas de reforma para jóvenes. Su proyecto fue exhibido en la Exposición Internacional de Londres de 1862.

La obra de Lecumberri comprendía dos partes simétricas a partir de un cuerpo central, una capilla y las dependencias de servicios generales, con espacios muy amplios. Reunía las condiciones de luz y zonas ajardinadas, a lo que contribuyó la ubicación algo elevada del edificio y, separadamente, el arquitecto incluyó una alquería para enfermos masculinos.

Las autoridades habían comprado la Dehesa de Amaniel (hoy Dehesa de la Villa, en la Ciudad Universitaria), con una superficie de casi 980.000 m2., pero no se llevó a cabo tal manicomio-modelo y, años más tarde, el arquitecto Grases Riera puso todo su empeño en construir un manicomio y centro asistencial en la finca de Vista Alegre, en el entonces municipio de Carabanchel, lo que se llevaría a cabo por el doctor Esquerdo, que adquirió una finca junto a las huertas del arroyo Luche[vi] (muy cerca de la actual estación de metro de Aluche.


[i] 1782-1867, profesor de historia y del arte.

[ii] “La Academia y el concurso de un manicomio modelo (1859)”.

[iii] Philippe Pinel (1745-1826), médico psiquiatra partidario de un gran rigor en el método de estudio de los enfermos mentales.

[iv] Nacido en Roma en 1809 falleció en Madrid en 1870, siendo un arquitecto y teórico de la arquitectura.

[v] Nacido en Baena (Córdoba) en 1816, falleció en Sevilla en 1878.

[vi] Afluente del Manzanares, dio nombre al barrio de Aluche. 

En la ilustración, el manicomio de Leganés en el siglo XIX (juanmalcala.es/historia/el-manicomio-de-leganes/).

martes, 10 de noviembre de 2020

Delirios de grandeza

 


El loco en la pintura ha sido tratado de forma muy variada, siendo Goya, quizá, el que nos ha dado una visión verdaderamente dramática de su suerte. Ahí está su obra “La casa de los locos”, pintada en 1814, donde se amontonan, de forma irregular unos y otros, desnudos, sentados, movidos en un espacio lúgubre. Y no es el único ejemplo del pintor aragonés.

Siglos antes, El Bosco pintó “La nave de los locos”, un óleo sobre tabla de pequeño formato que se muestra en el Museo del Louvre. Algunos parecen cantar, particularmente un fraile y una monja, otros se han caído al agua y en una pequeña barca se amontonan personajes sin lógica alguna.

Van Gogh parece haberse incluido en el corro de locos que giran en un patio cerrado por altos muros. Podríamos poner otros muchos ejemplos, incluso de retratos expresionistas de personas particulares, a veces el propio autor.

En el caso de Géricault, éste pinto una serie de retratos de locos para el doctor Georget, médico psiquiatra entusiasmado con el estudio de la locura, como es el caso de uno con la mirada perdida en el espacio, desaliñado y con una barba descuidada, no viejo, contrastando el color de la encarnación con el pardo de los ropajes (1822).

Aunque se tiene a Géricault como el pintor de oficiales con sus caballos, el de “La balsa de la Medusa” y otras pinturas románticas y heroicas, lo cierto es que también pintó muchos retratos, tanto de sanos como de locos, y otro ejemplo de estos, el que aquí se ilustra, es el “Hombre con delirios de mando militar”, obra de entre 1819 y 1822, un óleo sobre lienzo de 81 por 65 cm. que pertenece a una colección privada.

Si excelente es la caracterización del loco (o disminuido) de “La hija de Ryan”, película dirigida por David Lean, no menos logrado está el personaje que, de igual manera, tiene delirios de grandeza, en éste caso militar, y se viste con el gorro de soldado, se pone una vieja medalla en el pecho, quizá sin estar relacionada con las armas, mientras no puede esconder ni su semblante alocado ni su pobreza superior. Delgado, otra vez los ojos desviados y la barba descuidada, el fondo oscuro y el rostro pálido, viejo en éste caso, transmite la idea perfecta del que se cree lo que no es.