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lunes, 21 de junio de 2021

Cara y cruz del PNV ante la guerra de 1936

 

A principios de octubre de 1936, por lo tanto ya empezada la guerra de España y nombrado Franco como principal dirigente del Estado, F. Javier Landáburu[i] y Manuel de Ibarrondo[ii] se dirigieron por carta a José Antonio Aguirre en la que le comunicaron lo acordado con jefes militares complicados en el levantamiento contra la II República. En dicha carta dicen estar preocupados por la suerte de Vizcaya y Guipúzcoa (Álava estaba en manos de los sublevados) ya que los militares “se extrañan de que los nacionalistas de ahí estéis de la mano de los rojos, cuando tantas cosas sagradas y fundamentales nos separan de ellos[iii].

Siguen diciendo en la carta que los militares precisan tomar por las armas las dos provincias vascas que aún no estaban en su poder, por lo que “para evitar que vaya derramándose tanta sangre en nuestro País (sic), nos han dicho que si los nacionalistas de ahí os limitáis, mientras ahí manden los rojos, a ser guardadores de edificios y de personas, si no tomáis las armas contra el Ejército, seréis respetados cuando el Ejército se apodere de esa zona”. Siguen diciendo cual creen los autores de la carta debe ser el papel “que a los nacionalistas cuadra”, añadiendo que siempre han sido defensores del orden y de los valores espirituales y materiales “y nuestra doctrina cristiana y democrática nos obliga inflexiblemente a ello”.

Hacen luego recordatorio de las guerras civiles que en el siglo XIX sangraron al País Vasco, considerando que “todavía no se han cerrado del todo las heridas”, en alusión a la existencia de carlistas que estaban comprometidos con el general Franco, sobre todo los de Navarra. Dicen que el envío de la carta es a costa de muchos peligros, pues “hoy podemos interceder por vosotros; después de que las tropas entren ahí, nuestra defensa sería tardía”.

Con la misma fecha los citados Landáburu e Ibarrondo dirigieron una carta a Telesforo de Monzón comunicándole el resultado de sus entrevistas con los jefes militares. Empiezan diciendo que no pueden apartar de la mente la catástrofe que se cierne sobre Guipúzcoa que, “según se dice, tantas víctimas va causando”. Dicen que esta preocupación es compartida por los jefes militares, y luego se confiesan “instrumentos de esos anhelos de pacificación”, refiriéndose a los jefes del ejército como “hombres respetables”.

Telesforo de Monzón[iv] fue diputado del PNV en 1933 y participó en el Estatuto vasco de 1936. Durante la guerra civil desempeñó la cartera de Gobernación y Defensa del Gobierno Autónomo vasco pero en los años cincuenta se separó del PNV y se relacionó con ETA, ayudando en Francia a refugiados políticos españoles huidos a dicho país. En 1977 regresó a España y fue elegido diputado a Cortes, cargo que desempeñó solo un año al ser elegido miembro del Parlamento vasco en las candidaturas de Herri Batasuna, organización de la que había sido fundador.

¿Cómo es posible que los nacionalistas de Guipúzcoa estuviesen junto a los extremistas contra el Ejército? -se preguntaban Landáburu e Ibarrondo- añadiendo que habían estado celebrando conferencias con las autoridades militares de Vitoria “y estos señores nos dicen que si los nacionalistas vascos de Guipúzcoa os limitáis…” (en el mismo sentido de la carta dirigida a Aguirre, reconociendo que las represalias, de no plegarse a los levantados, serían terribles). Landáburu e Ibarrondo se refieren a la situación en Vizcaya y Guipúzcoa como el “imperio de los rojos”.

Ya en agosto de 1936 el obispo Mateo Múgica había firmado, junto con el obispo de Pamplona Marcelino Olaechea, una “Instrucción pastoral” redactada por el cardenal Gomá sobre la colaboración de los nacionalistas vascos con las fuerzas del Frente Popular, a las que consideraban anticristianas.

Por su parte Aguirre, que había sido elegido Presidente del Gobierno provisional del País Vasco, consiguió escapar a Francia cuando la zona norte de España fue tomada por los sublevados (entre junio y septiembre de 1937).

De todas formas José Andrés-Gallego y Antón M. Pazos, en una nota de su obra citada abajo, señalan que el día 7 de agosto Luis de Alava y Alberto Ruiz de Angoitia comunicaron que el PNV había decidido oponerse a los “invasores de su país”[v].

(Fotografía de euskonews.eus/0332zbk/gaia33209es.html).

[i] 1907-1963. Participó en la redacción de lo que se conoció como Estatuto de Estella (autonomía para el País Vasco). Diputado en el Congreso, fue detenido por las autoridades sublevadas pero puesto en libertad porque se había mostrado contrario a que el Partido Nacionalista Vasco apoyase al Frente Popular. A mediados de 1937, cuando ya las tres provincias vascas habían caído en manos de los sublevados, pudo huir a Francia.

[ii] Fue Presidente del Araba Buru Batzar desde 1935 y colaborador de Landáburu, con el que escribió “Cartilla Foral de Araba” en 1920.

[iii] José Andrés-Gallego y Antón M. Pazos, “Documentos de la Guerra Civil”.

[iv] Cuando ETA secuestró en 1970 al cónsul de la RFA en San Sebastián, Monzón ejerció como mediador del secuestro y en los años siguientes se mostró partidario del terrorismo etarra. Al mismo tiempo no tuvo inconveniente en participar en las instituciones democráticas tras la muerte del general Franco.

[v] José Andrés-Gallego y Antón M. Pazos citan a Fernando de Meer en su obra “El Partido Nacionalista Vasco ante la guerra de España…”.

martes, 22 de enero de 2019

Grecia en el siglo XIX

Otón I de Grecia
(Wikipedia)

Edward Malefakis ha estudiado la historia de Grecia en el siglo XIX en comparación con otros países europeos del sur de Europa (España, Portugal e Italia), llegando a la conclusión de que, aunque hay semejanzas, las diferencias son más. En 1830, cuando se produce la independencia de Grecia del Imperio otomano, y varias décadas antes de que se produzca la unificación italiana, aquí habían existido estados de forma ininterrumpida, entre los que se encontraban el potente Piamonte y la sofisticada Toscana, mientras que el Estado griego surgió de un vacío tras cuatrocientos años de ocupación otomana. A partir de este momento, Grecia era un estado-nación mucho menos completo que España, Portugal e Italia.

El Estado griego creado en 1830 solo comprendía el 37% del territorio que constituye la Grecia actual, y una parte aún menor de lo que la mayoría de los griegos consideran como las tierras que en justicia les pertenecían. Nunca se definió con exactitud qué territorios debían constituir la nueva Grecia. Con la anexión de las islas Jónicas y de Tesalia, Grecia alcanzó el 49% de sus dimensiones actuales a fines del siglo XIX, no obstante la mayoría de los griegos seguían viviendo fuera del Estado, en la diáspora. Solo tras los enormes logros territoriales y demográficos conseguidos en las guerras balcánicas (1912 y 1913) residieron en Grecia más de la mitad de todos los griegos.

El nacionalismo y el irredentismo fueron grandes fuerzas impulsoras para los griegos, hasta el punto de que con la “Megali Idea”[i] (la Gran Idea), se concibió una Grecia imperial que remedara al Imperio bizantino, con la capital en Constantinopla y otros territorios en los Balcanes y Anatolia, donde vivían griegos. Otra fuente de nacionalismo surgió en los años 1880, cuando Bulgaria comenzó a contender por Macedonia y Tracia, que los griegos consideraban suyas. Nada hay comparable al irredentismo griego en España o Portugal, y en el caso de Italia, el irredentismo en torno al Trentino y Venecia-Giulia solo se dio de forma esporádica.

Grecia fue mucho más dependiente de las grandes potencias que ninguna otra de las naciones que aquí se comparan con ella. Las intervenciones militares inglesa, francesa y rusa de los años 1827-30 habían permitido la independencia de Grecia y más tarde la incorporación de las islas Jónicas (1864) y Tesalia (1881). También dichas potencias habían contribuido a asegurar la autonomía de Creta y protegió a Grecia tras su derrota en la guerra de 1897 contra el Imperio otomano.

Pero esta dependencia de las grandes potencias suscitó un profundo resentimiento entre la población griega, aunque hubiese sido beneficiosa en los aspectos que Malefakis señala. En la década de 1850 el puerto principal de Grecia fue bloqueado dos veces porque entraba en conflicto con los intereses de británicos y franceses, viéndose Grecia forzada a aceptar un consejo de control internacional que vigilara sus finanzas y garantizase el pago de las indemnizaciones al Imperio turco a causa de la guerra de 1897. Esto no ocurrió en ningún otro de los estados europeos aquí comparados.

Socialmente Grecia era menos compleja que España, Italia o Portugal: su economía estaba menos desarrollada y era esencialmente agraria, con índices de urbanización muy bajos. La clase comercial  por la tradición marítima no se podía comparar a las burguesías de los otros países y las diferencias sociales eran en Grecia menos acusadas. Incluso las clases no estaban consolidadas, pues dentro del campesinado la estratificación era relativamente escasa. Habían sido expulsados los antiguos terratenientes turcos y entre 1830 y 1850 quedaron disponibles muchas tierras para un campesinado independiente; casi no había una clase de jornaleros rurales sin tierra. Tampoco existía una “elite” consolidada, pues cuatro siglos de dominio otomano habían acabado con la clase dirigente autóctona. Los dirigentes regionales salidos de las guerras y las familias fanariotas[ii] se habían enriquecido con el comercio de granos ruso o con el algodón egipcio, pero no hacen número suficiente.

La política griega estuvo también menos perturbada, ya que la población tenía un fuerte sentimiento de identidad debido al largo dominio turco y a la masiva participación popular en la guerra de independencia. Algunas instituciones de la democracia fueron más fácilmente aceptadas en Grecia: el sufragio universal masculino se estableció muy pronto (1843) y nunca después fue seriamente cuestionado. A partir de 1864 existió una sola cámara legislativa y la censura no fue sistemática, existiendo en las ciudades una vigorosa prensa libre. La Iglesia era menos problemática que en Italia, España y Portugal, en primer lugar por la tradición ortodoxa, menos jerárquica y menos partidaria de inmiscuirse en cuestiones políticas. Salvo en dos ocasiones (1843 y 1862) el ejército tampoco fue en Grecia tan activo políticamente como en España o Portugal, aunque esta situación se alteraría a partir de 1900.

La Corona fue la única institución repetidamente cuestionada, pero más bien por las personas que la encarnaron que por el régimen monárquico. No había arraigo monárquico en Grecia y los reyes del siglo XIX tenían un origen y educación extranjeros[iii], que además fueron incompetentes o con tendencias absolutistas. Otón de Baviera reinó en medio de una tensión casi continua hasta que fue derrocado en 1862, y Jorge de Dinamarca tuvo tiempo a lo largo de cincuenta años de suscitar cierto favor hacia la monarquía.

Los conceptos de izquierda y derecha no tuvieron sentido en Grecia durante el siglo XIX. La principal divisoria era la marcada entre modernizadores (partidarios de aplazar las aspiraciones irredentistas) y populistas (partidarios de estimular los sentimientos nacionalistas). En la década de 1880 a 1890 fueron ejemplos de estas tendencias Trikoupis y Delivannis, respectivamente. El primero estudió en Francia y en 1874 se pronunció contra el rey, acusado de no respetar al Parlamento, pues el monarca era partidario de designar al primer ministro que considerase oportuno sin tener en cuenta el resultado de las elecciones. El segundo era conservador, ultranacionalista y partidario de la “Megali Idea”.

La derrota de Grecia en 1897 fue tan humillante para los griegos como la de 1898 en Cuba para España o la derrota de Italia en Etiopía en 1896. Y todo esto en medio de un siglo en el que el atraso económico había sido la norma, lo que había engendrado una gran pobreza, hasta el punto de que el principal producto de exportación de Grecia fueron las pasas de Corinto… En el siglo XX Grecia será muy distinta.



[i] Desde los años cuarenta del siglo XIX alimentó la política griega. El término se debe al primer ministro durante el reinado del rey Otón, Ioannis Kilettis, curiosamente de origen valaco
[ii] Del barrio constantinopolitano Fanar, donde residían ricos comerciantes griegos.
[iii] Impuestos por las potencias.