Mostrando entradas con la etiqueta edad moderna. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta edad moderna. Mostrar todas las entradas

jueves, 8 de junio de 2023

Europeos de toda condición

 

                                                "Paisaje pastoril", Giuseppe Zais (s. XVIII)

La inmensa mayoría de los habitantes de Europa durante los siglos XVII y XVIII pertenecían a grupos sociales con grandes necesidades, pero disponían de recursos para dar remedio a las mismas, como eran la caza, la pesca, el bosque donde se obtenía leña, etc. Todo ello si no había que contar con el permiso de un señor que prohibía o cobraba por dichos aprovechamientos. Se llegó a casos de conflictividad más o menos enconada que no por ello cambiaron un ápice las relaciones entre unos grupos y otros.

Una gran parte de la población europea vivía diseminadamente, pues las ciudades –aún habiendo crecido mucho desde la Baja Edad Media- no absorbían más que a una proción reducida de habitantes, y además de forma desigual, pues no eran lo mismo las ciudades italianas o de las costas mediterráneas, algunas francesas y flamencas, inglesas y alemanas, que las de otros territorios. Venecia, Roma, Florencia, Nápoles y otras ciudades italianas absorbieron no poca población para el comercio, el arte o la navegación, e igualmente podemos decir de Valencia y Barcelona, Sevilla, Rótterdam, La Haya y Amberes, Nuremberg y otras ciudades alelamans, además de las capitales de los estados: Londres, París, Madrid, etc.

Naardem, a mediados del siglo XVII, era una población pequeña, e igualmente Bilbao, Arnhem y otras (la primera y la tercera en el oeste y este de la actual Holanda, respectivamente). Se podrían poner muchos ejemplos de poblaciones medianas o pequeñas en el conjunto de Europa. Los habitantes de estas poblaciones –al igual que muchos aldeanos- disponían de pequeños huertos, y los que vivían en zonas rurales, de graneros, cuadras y parcelas para ser cultivadas; esto último si no se trataba de aparceros o arrendatarios de las tierras de otros.

Esta multitudinaria población rural y de las pequeñas ciudades, tenía en la práctica religiosa y en la diversión con ocasión de las fiestas, los principales factores de la sociabilidad, mientras que los niños asistían a la escuela –cuando lo hacían- hasta una edad todavía temprana, para pasar luego a desempeñar un oficio o a trabajar con la familia a la que pertenecían. Bartolomé Molaener nos ha dejado un vívido testimonio de una escuela a mediados del siglo XVII, donde no parecía haber orden ni método predeterminado.

En algunas casas de campo la convivencia con los animales no alarmaba a nadie, aunque esto ha permanecido en las zonas rurales más apartadas de Europa hasta el siglo XX. Los problemas de salubridad eran entonces evidentes, máxime si tenemos en cuenta que la higiene era limitada a las posibilidades de agua: un pozo o un río cercano. A ello se añaden los problemas derivados del consumo de bebidas alcohólicas, sobre todo entre los varones, pero tenemos testimonios sobrados de que en las tabernas de la época también había mujeres de condición humilde que participaban de esa costumbre. Se sumaba a todo ello las enfermedades infecciosas, y tanto los documentos conservados como las pinturas de la época nos suministran datos sobre mortalidad alta aun contando con numerosa prole la mayoría de las familias.

Tanto en la aldea como en la pequeña ciudad tenían sus oficios los barberos (que suplían la falta de cirujanos y dentistas), las cocineras, los zapateros, herreros, toneleros, panaderos, mineros, etc., pero también había en algunos centros talleres de hilados, forjas y otras pequeñas fábricas. Inglaterra, anticipada a la revolución industrial, no tendrá grandes fábicas hasta el siglo XIX. Por el contrario estaban los mendigos, las viudas sin recursos, los inválidos y los que buscaban empleo provenientes de otros lugares, encontrando algunos de ellos remedio enrolándose en las levas para la guerra, mal endémico de todos los tiempos, pero debemos tener en cuenta que se estaban construyendo en Europa los estados-nación, con las consecuencias de ello en cuanto a rivalidades, diplomacia y conflicto generalizado. Pero era en el clero –sobre todo- donde los más pobres encontraban la caridad de la limosna o el alimento.

Muchos de los que formaban la mayoría de la sociedad fabricaban para sí mismos los cestos, ajuares, tinajas, aperos de labranza y otros objetos necesarios para la vida diaria, así como el vestido, si bien las ciudades estaban bien surtidas de plazas para el mercado de todo tipo de artículos: comestibles, cera, sebo, material de construcción, herramientas, vestidos, etc. Delft, por ejemplo, contaba con su mercado periódico, y para garantizar la llegada de mercancías contaba con puertas bien vigiladas. No era el único caso. Entre ciudadanos y aldeanos estaba el clero de toda condición, desde el cura o pastor rural hasta el más encumbrado obispo al frente de sus estados. La sociedad de la época supo distinguir bien lo que era la relgión y lo que era el rito, el dogma, el control.

Los grupos medianos de la sociedad europea vivían en sus modestas casas, casi siempre con algún patio donde llevar a cabo algunas actividades domésticas, como almacenar carbón, leña o lavar la ropa. Estos europeos tenían la intimidad de la que carecían otros, lo que nos ha quedado como testimonio en algunas pinturas de la época. Algo más elevados en rango estaban los prestamistas, que no faltaron en ninguna ciudad, y el oficio no fue desempeñado exclusivamente por judíos, pero esta era otra diversidad en aquella sociedad, donde cristianos de diversas iglesias convivían después de la gran reforma religiosa del siglo XVI. El canto y la música fueron comunes en la Europa de aquellos siglos, sobre todo a partir de la práctica religiosa, pero no solo, de forma que era común ver en las aldeas a alguien que tocaba el violín para animal una fiesta y su baile, al tiempo que la comunidad se daba a juego (sobre todo de naipes).

Entre los europeos que habían abrazado algunas de las iglesias protestantes, fue común la lectura de la Biblia, lo que era motivo para la enseñanza en el seno de la familia, pero también en la iglesia del pueblo o de la aldea. Más elevados en la escala social estaban los miembros de ciertas corporaciones, como los que regían un hospital u hospicio, los pañeros, los cirujanos y médicos, los profesionales del derecho, los jueces, algunos funcionarios municipales y estatales, encontrándose en la cumbre de la pirámide social los caballeros y sus damas, demostrando externamente su estatus en la vestimenta de ricos brocados, sedas y joyas.

Entre estos grupos había una gran diferencia en cuanto a alimentación: sopas, gachas, verduras, patatas, pescado de río o de mar para los más modestos; ricas carnes, caza, selectos preparados con frutas, especias y productos importados para los grupos más pudientes. En medio de todos ellos estaban los hidalgos, nobles solo de nombre que habitualmente pasaban necesidades elementales, de lo que nos ha dejado un documento precioso el pintor Jacob Duck a mediados del siglo XVII: al que se le han confiscado todos sus bienes muebles y, en su casa vacía, viste como un caballero para salvar las apariencias. Son los siglos de los alquimistas y de los grandes avances científicos, sobre los que la mayor parte de la sociedad permaneció ignorante. Disponemos de muchos documentos que hablan del interés por encontrar aquella sustancia que fuese panacea para todos los remedios (alquimia), pero también de cómo unas mnorías inquietas se esmeraban en el estudio de la geometría, de la astromonia, la geografía o la medicina.

martes, 9 de mayo de 2023

Sefardíes en Túnez

 

Entre los expulsados del reino de Aragón, un número de safardíes que embarcaron en los puertos aragoneses y catalanes [incluye a los puertos del reino de Valencia] eligieron Túnez como destino final, escribió el cronista Andrés Bernáldez[i], y sigue diciendo que muchos llegaron a Italia y otros a tierra de moros, al reino de Túnez y de Tremecén…

Antes de seguir procede conocer la situación política de Túnez durante la Baja Edad Media y los siglos “modernos”, gobernado por la dinastía de los hafsíes, bereberes masmuda, entre 1229 y la segunda mitad del siglo XVI. Tras la muerte de Abou Amr Uthman en 1488, que había gobernado Ifriqiya, el Este de Argelia y el oeste de Libia, se desencadenó el desorden entre sus sucesores: uno de ellos asesinó a su tío y cegó los ojos a su hermano, pero fue vencido en 1489. Gobernó entonces Abû Zakariyâ’ Yahyâ hasta 1494, en que murió de peste, y le sucedió Muhammad IV hasta 1526. En este tiempo es cuando llegarán a Túnez sefardíes procedentes de la península Ibérica.

La inestabilidad política ha sido caldo de cultivo para que las minorías sufriesen más, y la dura política del sultán Mulay al Hassan (1526-1543) llevó a revueltas en varias de las regiones, que propiciaron la derrota frente a los turcos primero y luego frente al ejército del rey de España, Carlos I: esto fue un impacto muy negativo para la comunidad sefardí de Túnez. La matanza y el pillaje de las tropas españolas hizo que los judíos huyeran (1535) al desierto, mientras que otros fueron pasados a filo de espada o cautivados[ii].

Los sefardíes en Túnez fueron conocidos como grana, liorneses o portugueses, siendo los segundos, llegados desde Livorno[iii], durante el siglo XVII. Al igual que Marruecos y Argelia, –dice Houssen Eddine- Túnez fue una plataforma de recepción tradicional de judíos ibéricos, estableciéndose entonces relaciones entre los judíos locales que estaban asentados en el norte de África desde hacía muchos siglos. Ya a finales del siglo XIV hubo judíos que abandonaron España para huir de los “progromos” que tuvieron lugar, estableciéndose relaciones comerciales entre ellos y los tunecinos en el siglo XV. Desde Túnez algunos sefardíes mantuvieron contactos comerciales con Valencia, Mallorca y Almería.

Houssen Eddine encontró un documento que califica de “raro”, fechado en 1495, donde un tal Ruy López de Medina, judío originario de Coria convertido al cristianismo, es acusado de haber sacado de la península Ibérica oro, plata y las demás cosas vedadas. El calificativo de raro se debe a que Ruy López declara en él que de sus seis hijos, cuatro habían sido cautivos de los musulmanes, que volvió a España con su esposa y sus hijos “desnudo y muy pobre”, pero –se pregunta Houssen Eddine- el sufrimiento de Ruy López ¿tuvo lugar en la ciudad de Túnez o en su camino de vuelta a tierras españolas? Y el mismo autor señala que quizá López no era sincero en esto último, porque se trataba de no descubrir el que se hubiese llevado objetos de valor en la época, lo que prohibió el edicto de expulsión de 1492.

Los sefardíes que llegaron a Túnez desde finales del siglo XVI a través de Livorno y otras ciudades europeas, viajaron luego a otros países, tomando Túnez como un destino provisional. Uno conocido como “el tunecino” salió de España en dirección a Túnez y en 1510 se marchó a Roma, Florencia y finalmente Venecia, donde murió. Un caso particular es el de Abraham Zacuto, que quizá podría encabezar la nómina de sefardíes notables; había nacido en Salamanca en 1452 y murió en Damasco en 1515, habiendo estudiado medicina y astronomía, marchándose a Portugal después de la expulsión de 1492. Cuando el rey Manuel decretó la expulsión de los judíos de su reino en 1496, Zacuto se marchó a Túnez. Como este caso hay otros, ya se trate de notables o de simples comerciantes y artesanos, debido en parte a la complicada geopolítica del Mediterráneo en los siglos que estamos tratando.

Un Abraham Levy, mallorquín, se marchó a Tremecén a partir de 1492, y está en Túnez en 1507, pero los grandes desplazamientos probablemente solo fueron posibles en los casos de unos pocos, pues el coste de los mismos era alto. Con la ocupación por los Reyes Católicos de Mazalquivir[iv] en 1505, Orán en 1509, Bujía y Trípoli en 1510, no había tranquilidad para los judíos, y de ahí el trasiego de un lugar a otro, bien a corta distancia o a larga.

Durante el siglo XVII encontramos sefardíes en Livorno y Pisa, pero también había judíos livorneses en Argelia, y en el siglo XVIII destaca la obra del trinitario toledano fray Francisco Ximénez de Santa Catalina, hoy fuente esencial para los estudios orientales españoles. Mostró interés por las crónicas tunecinas y adquirió y copió manuscritos moriscos, así como estudió la regencia otomana de Túnez[v]. Durante el siglo XVII y parte del XVIII hubo prosperidad económica y una relativa tolerancia religiosa, pero esto no es suficiente para evitar el sufrimiento de las minorías, a no ser que algunos hubiesen alcanzado importantes puestos en la Administración pública o en la profesión.

Y cabe preguntarse cuál fue la actitud de los habitantes locales respecto de los judíos venidos de fuera: algunos musulmanes les prohibieron entrar en las ciudades, y en otras ocasiones los sefardíes fueron asentados en barrios destinados a ellos, como ocurría en las ciudades ibéricas. En cuanto a Fez, quizá la capital de los migrantes judíos en el norte de África, parece que dio buena acogida, o al menos tolerancia, a los judíos cristianos de la península Ibérica, pues el interés económico primaría, pagarían el impuesto de capitación (yizia) y así contribuyeron a aumentar los ingresos del estado.

Queda por dilucidar si hubo o no continuidad entre la diáspora sefardí antes y después de 1535: Houssen Eddine considera que tras las acciones militares de Carlos I en Túnez se instaló una crisis financiera en el país que no haría atractivo nuevos avecinamientos; por otra parte, los sultanes hafsíes tuvieron que pagar a los españoles lo que estos les impusieron, y este puede ser el comienzo del fin de la dinastía. Pero hay entonces un factor que vino a favorecer la instalación de liorneses en Túnez por medio de la comunidad morisca de origen ibérico, y cita a Lionel Levy cuando este aporta datos de lo que llama “el siglo morisco en Túnez” (el XVII): colaboración comercial entre sefardíes liorneses y moriscos tunecinos.


[i] Conocido como el cura de Los Palacios, nació en Fuentes de León (Badajoz) a mediados del siglo XV, y falleció en Los Palacios (Sevilla) en 1513. Es autor de la crónica “Historia de los reyes Católicos Don Fernando y Doña Isabel”.

[ii] Houssen Eddine Chachia, “La diáspora sefardí en Túnez: de finales del siglo XV a mediados del siglo XVIII”.

[iii] Ciudad de Italia en el noroeste de la Toscana.

[iv] Actualmente en el noroeste de Argelia.

[v] “El trinitario Fray Francisco Ximénez en Túnez…”, número 13 de la revista Casa de Velázquez, enero de 2014.

lunes, 1 de mayo de 2023

Chuetas de Mallorca

 

Los individuos del barrio llamado de la Calle (Call), en la ciudad de Palma (reino de Mallorca), según Real Cédula de 1782, debían ser respetados en cuanto al lugar donde habitaban, así como en cualquier otro sitio de la ciudad o isla, y tampoco debía insultárseles ni maltratárseles. Así lo estableció el rey Don Carlos “por la gracia de Dios”.

Años antes habían acudido a la justicia real Juan Bonín, Tomás Aguiló, Tomás Cortés, Francisco Forteza, Bernardo Aguiló y Domingo Cortés, diputados y judíos de dicho barrio y ciudad, los cuales habían expuesto “la paciencia y tolerancia con que sufrían su exclusión, casi total, de las clases, empleos, honores y comodidades de que debía participar cualquier Vasallo natural y de buenas costumbres en los dos estados Eclesiástico y Secular”, y añadían que pagaban los impuestos y se les motejaba con el apodo de chuetas, el cual consideraban injurioso, siendo varios cientos de familias del Reino de Mallorca.

Pero lo cierto es que los suplicantes eran descendientes de judíos de origen que se habían convertido al cristianismo, siendo ellos “Christianos desde su nacimiento, y lo habían sido sus padres y abuelos” desde 1435[i]. A continuación acreditaban las pruebas de “su lealtad, obediencia, religión y servicios públicos” que habían obtenido de los curas párrocos, prelados de comunidades religiosas y otros sujetos. Señalaron también los gremios a los que pertenecían: consulados, artistas, comerciantes… “empleos u oficios de que hasta ahora hubiesen sido excluidos por la sola consideración de su origen”[ii].

Contra las pretensiones de los citados chuetas se mostraton el Consejo del Estado Eclesiástico del Reino de Mallorca, el Rector Procancelario y los Catedráticos de la Universidad Literaria, pero sin resultado, pues la Audiencia Real acordó que se les favoreciera “y conceda toda protección para que así lo ejecuten, derribándose cualquier señal que los haya distinguido de lo restante del Pueblo, de modo que no quede vestigio alguno: Que se prohíba insultar y maltratar a dichos Individuos, ni llamarlos con voces odiosas y de menosprecio, y mucho menos Judíos ó Hebreos y Chuetas, o usar de apodos de qualquiera manera ofensivos”.

Según ha estudiado Antonio Cortijo Ocaña los chuetas fueron perseguidos, religiosa y económicamente, durante los siglos XVII y XVIII[iii], y Rafael Ramis Barceló ha estudiado las alegaciones concernientes al Tribunal de la Inquisición de Mallorca durante los siglos XVIII y XIX[iv]. El primer autor citado señala que los judeoconversos mallorquines fueron objeto de varios procesamientos inquisitoriales y autos de fe en el período que va desde 1511 y 1691 (y con posterioridad en el siglo XVIII)[v]. El rey Carlos III, influido por las ideas ilustradas, fue partidario de suavizar la situación de los conversos, no obstante lo cual siguió habiendo discriminaciones. Con Campomanes como ministro los chuetas vieron mejorada su situación jurídica como consecuencia de un largo proceso que incoaron ante el Consejo de Castilla entre 1773 y 1788.

Pero lo cierto es que en la segunda mitad del siglo XVIII todavía regían los estatutos de limpieza de sangre, aunque los conversos de Mallorca y de la península habían ido asimilándose a la sociedad mayoritaria, hasta el punto de que algunos fueron alcanzando posiciones holgadas económicamente. Según Cortjo Ocaña hubo familias de conversos dedicadas al comercio, los seguros marítimos y a la banca, datos que se constatan para 1670.

Miguel de Lardizábal y Uribe es el autor de un libro titulado “Apología por los agotes de Navarra y los chuetas de Mallorca, con una breve digresión a los vaqueiros de Asturias” (1786)[vi], y este libro debió de ser escrito como consecuencia de la petición hecha por los chuetas que citamos al comienzo de este resumen. En 1691 se había publicado el libro “La fe triunfante en cuatro autos celebrados en Mallorca”, del jesuita Francisco Garau, donde se puede leer el odio a la minoría de los conversos mallorquines: “Serán doscientas familias hoy –dice el jesuita- las que consta este gremio, y habrá pocas que no sean parientes entre sí […] sin que se vea en toda la ciudad un casamiento de la Calle fuera de la Calle […]. Allí pues tiene sus bodas, donde corre la paridad de su mancha, para que no pueda quejarse el uno del otro […]. Y es tan innata la aversión a esta gente en los cristianos antiguos mallorquines, aun de la plebe, que se han visto doncellas que a pesar de su orfandad y pobreza han querido más pordiosear pobres y huérfanas que escuchar partidos de muchas comodidades que les ofrecían”.

“El largo camino que va de la conversión forzosa de los chuetas –dice Cortijo Ocaña- en el tardío medievo, a la petición de los mismos del levantamiento de las cortapisas legales discriminatorias que pesan contra ellos en 1773, pasa por un período de relativa pax Hebraica y un recrudecimiento de la actividad inquisitorial […] a finales del siglo XVII”. Y como el castigo por judaizar –o por ser sentenciado por ello- llevaba consigo el embargo de los bienes de los encausados, Antoni Picazo Muntaner aporta los siguientes datos para la Mallorca de 1677: censos[vii] embargados por valor de 6.941 en libras, y capital embargado por valor de 154.736 en libras.

Hasta que se llegue a la Real Cédula un siglo más tarde, los sufrimientos y discrinaciones que padecieron los chuetas muestan, una vez más, el comportamiento de las mayorías con respecto a las minorías, sobre todo en épocas de dificultad o por prejuicios religiosos. “Acosados de extranjeros rigores” los chuetas se habían avecindado en Mallorca dando crecientes muestras de su acomodación a las exigencias de la mayoría y sus instituciones, “a excepción de algunos, cuya conversión, dictada por la necesidad y no inspirada de un libre conocimiento, había padecido algunos intervalos en tiempos y personas determinadas”. Desde la Real Cédula, “unidos los hombres con este sacramento [el bautismo], cesaba toda distinción de linajes y por lo mismo no debía (sic) desmerecer las más honoríficas por su extracción humilde o por culpa de sus mayores…”.

De esta forma Juan Bonín y consortes serían reconocidos como iguales “a los demás vasallos honrados y hombres buenos de estos dominios”, y sin embargo sabemos que, en la práctica, aún habría comportamientos por parte de la población y de algunas autoridades que ponían en cuestión aquel deseo del Rey Carlos III.

La obra atribuida a Rembrandt (arriba) muestra uno de tantos rostros “de la eterna tragedia humana: el rabino debilitado está sentado entre sus libros, con las manos entrelazadas, mirando al vacío. Sabio y atemporal, ya no puede sentir la mortalidad de su cuerpo […]. Está ligado a este mundo únicamente por la fuerza de su espíritu”. (Se trata de un óleo sobre tabla de 71 por 54 cm. que se encuentra en el Szépmûvészeti Múzeum de Budapest).


[i] Año en el que fueron obligados los judíos a convertirse al cristianismo en el reino de Mallorca.

[ii] Bibliotheca Sefarad.

[iii] “La persecución económica de los chuetas…”.

[iv] “Las alegaciones Fiscales del Tribunal de la Inquisición de Mallorca”.

[v] “De la Sentencia-Estatuto de Pero Sarmiento a la problemática chueta (Real Cédula de Carlos III, 1782)”.

[vi] Los agotes eran un grupo minoritario de la sociedad en los valles del Baztán y Roncal (Navarra), en Guipúzcoa, en algunos territorios de Aragón y en el País Vasco francés, habiéndose especializado en el trabajo de la madera, el hierro y la piedra. Los vaqueiros de alzada eran los ganaderos asturianos que practicaban una trashumancia de corto recorrido, yendo con sus ganados en el verano a las montañas (brañas) donde había pastos y en el invierno bajando al valle.

[vii] Contrato por el que se sujeta un inmueble al pago de una pensión anual como interés de un capital recibido.

domingo, 30 de abril de 2023

"... aliviar los ajes de la arruinada vejez..."

 

                                                (peakpx.com/es/hd-wallpaper-desktop-ngqja)

La colonización de la Luisiana y la Florida, en el sureste de los actuales Estados Unidos, fue una labor lenta, penosa y llena de dificultades. Sus costas fueron descubiertas por Ponce de León en 1513, al mismo tiempo que Núñez de Balboa descubría el Pacífico, y aquel le puso el nombre de Florida por ser el domingo de Pascua Florida. La intención de Ponce era la de “navegar hacia las islas de Bimini[i], porque los indios de Borinquen[ii] le habían revelado una quimera: aliviar los ajes de la arruinada vejez comunicando el vigor y gracia de la mocedad”[iii]. Un año después el rey Carlos le dio orden de que tomara posesión y poblara la “isla” de la Florida, para lo que salió de Puerto Rico en 1521 con doscientos hombres y 50 caballos[iv].

Ponce de León había descubierto la Florida a su costa, como era común en el siglo XVI, y predentió establecer una cabeza de puente aunque fracasó, como ocurrió con las expediciones de Vázquez de Ayllón a la Carolina (1526) y la de Pánfilo de Narváez a la Florida (1528). En 1538 Hernando de Soto salió de Sanlúcar de Barrameda con diez barcos y desembarcó en la bahía de Tampa[v] (Florida). En 1549 el dominico Luis Cáncer de Barbastro[vi] lo intentó de nuevo, pero fue muerto por los nativos.

Por orden de Felipe II el virrey Velasco[vii] organizó una expedición en 1558 nombrando gobernador a Tristán de Luna y Arellano, el cual fundó dos establecimientos, uno en Panzacola con el nombre de María de Filipino, que duró muy pocos años, y otro en Santa Helena, precursora de la actual San Agustín, al nordeste de la península de Florida y primer asentamiento definitivo en Norteamérica llevado a cabo por europeos, pero fue obra ya de Pedro Menéndez de Avilés (1565). El objetivo fue expulsar de la zona a los colonos franceses que se habían establecido allí.

Mucho más tarde, en 1682, Robert la Salle reclamó para Francia el valle del Mississippí, al que bautizó con el nombre de la Luisiana en honor del rey Luis XIV, pero en 1698 una expedición española llevó a cabo la fortificación de la bahía de Panzacola (Pensacola, al Este de Nueva Orleáns), de forma que cuando llegaron los franceses fueron rechazados, dirigiéndose entonces hacia el oeste para fundar varias colonias: Biloxi, Movila[viii] y Nueva Orleáns.

En Panzacola hubo convictos desde su fundación, militares, religiosos franciscanos y de San Juan de Dios que dirigían el hospital, e indios que realizaban diversos trabajos. Pero los conflictos con los colonos franceses de Movila fueron frecuentes durante el siglo XVIII, llegándose a capitulaciones y reconquistas, sin contar con los huracanes frecuentes en la zona. La toma de La Habana por los ingleses en 1762 (en el contexto de la guerra de los siete años) obligó a España a entregar la Florida a Gran Bretaña, y en compensación Francia entregó la Luisiana a España en 1763, nombrándose poco después el primer gobernador español, Antonio de Ulloa[ix], sustituido en 1768 por Alejandro O’Reilly, irlandés de nacimiento pero formando en el ejército español.

O’Reilly llegó a Nueva Orleáns en 1769 al frente de un ejército de más de 2.000 hombres con el que pacificó el territorio que se hizo depender militarmente de La Habana y judicialmente de la Audiencia de Santo Domingo. Fue también autor del primer plan español de fortificación de la Luisiana, concentrando la mayoría de las tropas en Nueva Orleáns. En 1776 el coronel Francisco Bouligny[x] redactó una “Memoria de la Luisiana” para el Secretario de Indias José Gálvez, donde explicó su plan de fortificación del país con el objetivo de combatir a los ingleses. Importancia especial tuvo la localización en el río Mississippí de una fragata con no menos de treinta cañones, la cual estaría siempre en el río como batería flotante, y se propuso la reconstrucción de dos baterías en la zona denominada Torno de los Ingleses, la reconstrucción del fuerte de Manchak[xi] español sobre la isla de Nueva Orleáns y la construcción de otro igual en la orilla opuesta.

En cuanto a la ciudad de Nueva Orleáns, Boulingy planteó rodearla con muros, y en el año 1779 el rey Carlos III declaró la guerra a Gran Bretaña en el contexto de las aspiraciones por el control de la zona. Era entonces gobernador de la Luisiana Bernardo de Gálvez, que apoyará la independencia de las colonias rebeldes de Gran Bretaña con el suministro de armas, medicinas, alimentos, dinero y vestuario. Al tiempo expulsó a los ingleses de dos ploblaciones de la costa de Florida, Movila y Panzacola, destruyó la primera y conquistó la segunda, con lo que los ingleses huyeron y Gálvez fue objeto de honores.

Aunque se intentó reconstruir la ciudad de Panzacola en un lugar nuevo, la zona llamada de las Barrancas junto al fuerte de San Carlos, la Hacienda real no etaba para tales gastos, por lo que se desechó el proyecto. En cuanto a Movila su reconstrucción consistió en 25 manzanas, 20 de las cuales estaban destinadas a viviendas y las otras cinco a los edificios públicos. Las manzanas adyacentes al río se dividieron en diez solares, mientras que las restantes tenían ocho. Salvo el costado oriental de la calle Real, que presentaba una hilera de casas con huertas al fondo, cada una de las manzanas disponía de viviendas en las esquinas, y los jardines y las huertas se dispusieron en el centro, si bien no todo lo planificado fue llevado a cabo de tal manera.

También se construyeron presidios y fuertes, y en cuanto a San Marcos de Apalache estuvo ligado a la cadena de misiones de los franciscanos a raíz de la fundación del presidio de San Agustín. Entre 1614 y 1616 se había creado la misión de San Francisco de Apalache, y en 1630 la población urbana con el mismo nombre[xii]. Se construyó un fuerte en Los Nogales, situado a 26 pies sobre la superficie del río Yaroo (Mississippí arriba). Otro fuerte se construyó en San Carlos de Arkansas[xiii], y en 1787 se decidió la construcción del fuerte de San Felipe de Placaminas, terminado en 1792.

La Luisiana fue devuelta a Francia en 1803 por el Tercer Tratado de San Ildefonso que se había firmado en 1800: a cambio recibía España territorios en la Toscana. Cuando a principios del siglo XIX los cazadores de esclavos estadounidenses perseguían a los semínolas negros del norte de la Florida española, surgieron nuevos conflictos. En 1816 los estadounidenses invadieron el norte de la Florida y así comenzó la primera guerra semínola[xiv], y en 1821 fue Estados Unidos quien controló el territorio definitivamente, mientras España se preparaba para perder también el resto de sus territorios en la América continental.


[i] Al oeste de las Bahamas y al sureste de Miami.

[ii] Se identifica con la isla de Puerto Rico.

[iii] José Antonio Cubeñas Pelluzzo, “Presencia española e hispánica en la Florida…”. Citado por José Miguel Morales Folgueras (ver nota iv).

[iv] José Miguel Morales Folgueras, “La última frontera del imperio español en el siglo XVIII…”. En esta obra se basa el presente resumen.

[v] Ripley Bullen (1902-1976) dice que el lugar de desembarco fue Shaw’s Point, a la entrada de un canal al sur de Tampa. Bullen trabajó en el Museo de Historia Natural de Florida y en su universidad; fue también arqueólogo y se le tiene como el mejor conocedor de la arqueología en el sureste de los Estados Unidos.

[vi] Nació en torno a 1480 y se le reconoce su obra como filólogo.

[vii] Era natural de Carrión de los Condes (1511) y murió en México en 1564.

[viii] Las dos al nordeste de Nueva Orleáns.

[ix] Naturalista al que se considera descubridor del platino.

[x] Natural de Alicante (1736), su familia era franco-española, llegando él a ser gobernador interino de la Luisiana.

[xi] Al noroeste de Nueva Orleáns.

[xii] Al noroeste de la península de la Florida.

[xiii] Dio nombre al estado que se encuentra al norte de Luisiana.

[xiv] Los indígenas de la zona resistieron a la dominación estadounidense hasta pasada la primera mitad del siglo XIX.

martes, 25 de abril de 2023

Los tres reinos (2)

 

                                            Castillo de Durham (es.hoteles.com/go/inglaterra)

La revuelta de 1639 intentó atajarla Carlos I con un ejército que resultó insuficiente y fue derrotado, tomando los escoceses las ciudades inglesas de Newcastle y Durham. El rey convocó entonces el Parlamento (1630) pero este le negó todo tipo de ayuda económica en represalia a once años de gobierno personal del rey[i], y al tiempo el virrey de Irlanda, Thomas Wertworth (conde de Stranfford), se dirió al rey para ofrecerle un ejército irlandés en su ayuda, lo que sonó en Inglaterra como una invasión católica.

Irlanda, como Escocia, era predominantemente agrícola y ganadera, y la autoridad del rey en la isla era reducida al área colonial de The Pale, una “zona de seguridad” de Dublín y sus alrededores, donde se encontraba la sede del poder político y militar inglés hasta 1922. Aunque el virrey debía tener en cuenta al Parlamento irlandés, este no tenía los poderes que el de Londres. Ya la reina Isabel I había fundado, en 1592, la universidad protestante de Trinity College, y la cercana catedral de San Patricio era la principal sede de la Iglesia reformada de Irlanda.

En el resto de la isla la población católica vivía del campo y hablaba gaélico; estos habitantes se hacían llamar “antiguos irlandeses” para diferenciarse de los colonos, pero en torno a 1600 los “antiguos ingleses” de Irlanda también se consideraban nativos de la isla, pues eran descendientes de la población anglonormanda que conquistó Irlanda en el siglo XII[ii], siendo también católicos; por otra parte mantenían estrechos vínculos comerciales con Inglaterra y España.

En 1541 el Parlamento de Dublín había aprobado que Irlanda pasaba de señorío a reino, y con Isabel I (1558-1603) y su sucesor Jacobo I se llevó a cabo un control más extenso sobre el territorio con planes estatales de colonización: los “nuevos ingleses” cumplieron en esto un papel “modernizador”, pero encontraron una fuerte resistencia en Ulster, la provincia gaélica por antonomasia. Desde finales del siglo XVI sus dos principales señores, O’Neill y O’Donnell, buscaron conjuntamente el apoyo de Felipe II de España, pero los aliados hispano-irlandeses fueron derrotados, y con el tratado anglo-español de 1604 el objetivo del nuevo rey de España (Felipe III) en Irlanda pasó a conseguir la libertad de conciencia para los católicos de la isla. Desde 1607 la colonización de Ulster fue una realidad, obteniendo los colonos escoceses e ingleses las mejores tierras.

Los nativos irlandeses y los “viejos ingleses” vieron deteriorada su situación jurídica, política y económica fuera de Ulster, y desde 1625 el rey Carlos I Estuardo siguió la política fiscal que ya estaba aplicando en Inglaterra: aumento de impuestos, para lo que fue de utilidad el virrey Thomas Wertworth con proyectos de plantaciones en Connacht (oeste de Irlanda), pero consiguió atraerse por igual el odio de los católicos y de los protestantes de la isla, alzándose en armas los primeros, y los segundos se alinearon en el Parlamento de Londres contra el rey, el cual entregó al virrey de Irlanda para ser decapitado en 1641, poco antes del estallido de la gran rebelión en la isla, lo que provocó la huída en masa de los colonos protestantes[iii] o su atrincheramiento en Ulster.

Con cuatro millones de habitantes (cinco desde 1630) Inglaterra no tenía un gran ejército permanente, y las guerras con los señores irlandeses y con España habían dejado al estado en la ruina. Jacobo I puso fin al conflicto con España (1604, ver más arriba), en 1616 ejecutó a Sir Walter Raleigh[iv], todo un símbolo de la época isabelina, y en 1623 dejó que su hijo Carlos viajase de incógnito a España para ver si sería posible su boda con la infanta María de Austria, hermana del rey Felipe IV. Las exigencias de este sobre la necesidad de que Carlos se convirtiese al catolicismo o, en su defecto, la libertad de conciencia para los súbditos católicos de Jacobo, abortó el intento.

En cuanto a Escocia, Jacobo I advirtió que no la gobernaría por medio de un virrey, y ante el debate de los tratadistas que se fijaban en España[v], Francis Bacon sostuvo que no eran comparables los dos casos, británico y español, augurando la separación de Portugal de la monarquía española (desde 1640)[vi]. Carlos I cambió la política de paz con España que había seguido su padre y se vio envuelto en dos conflictos en el exterior: el intento de restaurar en el Palatinado al príncipe protestante Federico V y, de más envergadura, la guerra con España (1625-1630), por la que Inglaterra se alió con las Provincias Unidas que aspiraban a su independencia de la monarquía española, y también en la ya iniciada guerra de los treinta años contra los Habsburgo.

Los problemas para financiar estos conflictos llevaron a Carlos a una política fiscal muy agresiva: un impuesto sobre los navíos al que se opuso el Parlamento, por lo que decidió disolverlo; acudió entonces a financieros extranjeros, pero salió derrotado en el Palatinado y en Cádiz (1625). Convocó el Parlamento en 1626, pero este quiso investigar lo ocurrido en Cádiz[vii] y algunos parlamentarios fueron arrestados, negándose entonces el Parlamento a discutir hasta que no fueran liberados. El rey volvió a disolverlo. Cuando un nuevo Parlamento le presentó al rey en 1628 una “Petición de Derechos” para que se evitase cualquier detención arbitraria y para que el rey no pudiese exigir nuevos tributos, pues la corona tenía ya una deuda extraordinaria[viii] y se había interrumpido el comercio con España, el rey disolvió de nuevo el Parlamento y nueve parlamentarios fueron arrestados, comenzando un gobierno en solitario del rey por once años.

Durante este tiempo el rey aumentó los ingresos y situó a la Royal Navy a la altura de las tres armadas más potentes del momento (España, Francia y Holanda). Para conseguirlo se pusieron en vigor antiguos impuestos como el Ship Money, una tasa anual sobre la fabricación de buques de guerra sufragada por las ciudades costeras a cambio de su protección. El impuesto se convirtió en permanente desde 1635 y se extendió al interior del país so pretexto de beneficio común por la seguridad de la costa. Algunos pequeños propietarios agrícolas fueron convertidos en caballeros y, como tales, sujetos a una tasa. La voracidad recaudatoria del rey, junto con la excusa de que sus colaboradores discriminaban a los puritanos anglicanos, que llegaron a controlar el Parlamento, llevaron a este a decidir la muerte del rey (1649).


[i] Lo había disuelto tres veces.

[ii] El papa autorizó dicha conquista para combatir los ritos paganos que eran comunes en la isla.

[iii] Los favorecidos por la política real.

[iv] Marino, corsario, pirata y escritor inglés.

[v] Respeto a las instituciones de cada reino bajo un mismo rey.

[vi] Como se sabe, también Cataluña se separó de la monarquía española durante unos años.

[vii] Estaba complicado Georges Villiers, duque de Buckingham y favorito de los reyes Jacobo y Carlos. En 1623 había acompañado a este último a España para negociar el matrimonio con la hermana de Felipe IV. En 1628 un oficial del ejército le asesinó.

[viii] Solo el embargo sobre navíos y mercancías inglesas en Andalucía y Portugal (formando parte de la corona española) sumó cerca de 250.000 ducados.

Los tres reinos (1)

 

Hay una selecta historiografía sobre la construcción  del estado formado por Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda, así como el protagonismo escocés en las revoluciones políticas británicas del siglo XVII. Oscar Recio Morales[i] ha sintetizado en un bien organizado trabajo este asunto, explicando “las dificultades de la Corona en la construcción del Estado moderno en las islas británicas”. La ausencia de una transformación social radical –dice- podría explicar un relativo escaso interés fuera de las islas británicas sobre dichas revoluciones si lo comparamos con la atención que se ha dado a la francesa de 1789. La situación interna de Escocia, Irlanda e Inglaterra han contribuido a aquella dificultad.

Recio Morales considera que la visión anglocéntrica que ha prevalecido sobre las revoluciones británicas del siglo XVII es un error, y hay historiadores escoceses e irlandeses que las consideran como “una etapa más de la expansión imperialista inglesa”. Pero fueron los escoceses de las Lowlands quienes desarrollaron una teoría colonialista para “civilizar” a los “salvajes” de las Highlands, y el más entusiasta de la Unión de las coronas inglesa y escocesa fue el escocés Jacobo VI/I Estuardo[ii], siendo él mismo quien repartió entre escoceses e ingleses las tierras de los irlandeses en Ulster desde 1609. Fue también en territorio escocés donde estalló la rebelión de 1637[iii] que daría origen a la primera revolución política británica del siglo XVII[iv].

El intento de Carlos I Estuardo de llevar al límite la rivalidad con los Austrias españoles “fue una de las principales causas de la ruptura con el Parlamento[v], y con la llegada al trono de Jacobo II Estuardo en 1685 se puso en práctica una política absolutista como la de los Borbones franceses. A principios del siglo XVII las islas británicas estaban formadas por el principado de Gales y los reinos de Inglaterra, Escocia e Irlanda, pero el proceso de unión política comenzó en la Edad Media aunque interrumpido por la guerra de los “cien años” (1337-1453) y las luchas civiles “de las Dos Rosas” (1455-1487), perviviendo estructuras feudales en las partes más remotas de las islas mucho después, lo que provocó permanentes conflictos.

Debe recordarse que Gales había sido conquistado por Eduardo I de Inglaterra en 1282, integrándose su nobleza muy pronto en las instituciones inglesas y llegándose al “Acta de Unión” en 1536. En Escocia e Irlanda las cosas fueron muy distintas: al morir en 1603 Isabel I Tudor sin descendencia, las conexiones dinásticas con los Estuardos escoceses hicieron rey de los tres reinos a Jacobo I (1603-1625), pero este régimen de gobierno único de reinos separados tuvo continuas crisis. Las diferencias eran étnicas, lingüísticas, económicas, sociales y –desde el triunfo de la reforma protestante- también religiosas. Hasta 1560 Escocia había sido un reino católico e independiente con una corte en Edimburgo, y sus conexiones con el continente, especialmente con Francia, le permitieron mantenerse neutral en la guerra entre Felipe II de España e Isabel I de Inglaterra (1585-1603).

Desde 1560 Escocia se convierte en un bastión del calvinismo al mismo tiempo que mantiene sus vínculos con los países protestantes del norte de Europa y el Báltico, estableciendo los escoceses en ellos un pujante comercio, al tiempo que sus ejércitos se alinearon contra los Habsburgo en la guerra de los Treinta Años. La autoridad de la corte de Edimburgo, no obstante, era limitada, concentrándose las principales ciudades en las Lawlands, con Saint Andrews como capital espiritual y sede, desde 1413, de una prestigiosa universidad. La lengua gaélica era hablada por los habitantes de las tierras altas, los cuales tenían más lealtad al clan al que pertenecían que a monarca alguno, y esto se acentuó más cuando Jacobo I abandonó Edimburgo y se instaló en Londres en 1603: su objetivo fue someter a los clanes más díscolos, que a su vez tenían diferencias casi irreconciliables entre ellos. Las Highlands siguieron siendo un territorio de frontera y de inestabilidad política hasta su derrota en Culloden[vi] a mediados del siglo XVIII.

Pero aún cabe hablar de una tercera región de Escocia, la formada por los archipiélagos de las Orcadas[vii], Shetlands[viii] y Hébridas, muy vinculadas culturalmente a Escandinavia desde su conquista vikinga en el siglo VIII. Orcadas y Shetlands fueron transferidas desde Noruega a escocia en 1469, y su independencia política empezó a decrecer con Jacobo I. En el siglo XVII Escocia tenía un millón de habitantes (igual que Irlanda), dándose una emigración al norte de Europa y a Irlanda, y desde la Edad Media las ciudades inglesas de Newcastle, Durham y York fueron objeto de incursiones y saqueos, siendo estas mismas ciudades objeto de los rebeldes escoceses en 1638.

Desde 1603 Jacobo VI de Escocia asumió el título de Jacobo I de Inglaterra, y llevó a cabo un procesdo de “inglesización” de Escocia, pero contó con la oposición del Parlamento inglés a la unificación territorial, pues no quería tener que cargar con el mantenimiento de un territorio mucho más pobre que Inglaterra; también se opuso a que se igualase el estatudo de los vasallos de ambos reinos[ix]. Jacobo era, como rey de Inglaterra, Gobernador de la Iglesia anglicana, lo que le permitió llevar a su país de origen los jueces de paz ingleses y el sistema episcopal. Su hijo Carlos I, ya muy alejado de Escocia, aceleró desde su llegada al trono (1625) la política religiosa de Jacobo I, lo que provocó que el conflicto estallase (1637) cuando William Laud, arzobispo de Canterbury, intentó introducir en Escocia una versión modificada del Libro Común de Oración, produciéndose levantamientos en toda Escocia, y los lídres firmaron un “Pacto Nacional Escocés” (1638) en defensa de la Iglesia escocesa.

Una asamblea general negó la supremacía del rey sobre la Iglesia de Escocia, rechazó el sistema episcopal y reintrodujo la estructura presbiteriana. Fue entonces cuando Edimburgo fue tomada por los rebeldes escoceses, Carlos I perdió su primer reino y la “guerra de obispos” (1639-1640) se convirtió en el inicio de las guerras civiles.


[i] “Las revoluciones del siglo XVII en las islas británicas: una perspectiva multiterritorial”.

[ii] Entre 1602 y 1606 Jacobo intentó la colonización de la isla de Lewis (al noroeste de Escocia), en las Hébridas (al sur de la isla de Lewis) y en el extremo norte de Escocia.

[iii] Es lo que se ha llamado guerra de los tres reinos, cuando estaban bajo la unión personal de Carlos I Estuardo.

[iv] Este resumen está basado en la obra citada en la nota i.

[v] El empeño del rey Carlos en ayudar a Federico V del Palatinado para recuperar las tierras que había perdido a manos del emperador Fernando II de Habsburgo, chocó con el Parlamento, partidario más bien de atacar las posesiones españolas en América en busca de resultados económicos a corto plazo.

[vi] Al norte de Escocia. Los rebeldes (jacobitas) eran partidarios de la vuelta al trono de Jacobo II de Inglaterra y sus descendientes Estuardo, desposeidos tras la revolución de 1688. Desde finales del siglo XIII la corona escocesa había firmado tratados defensivos con Francia, que mantuvo hasta 1560 una guarnición militar en Escocia. Hasta la Unión de las Coronas en 1603 también fue patente la influencia de Francia en la corte de Escocia. Recio Morales considera que el exilio católico escocés y la capacidad de influencia de la monarquía hispánica en Escocia quedan por estudiar.

[vii] En el extremo norte de Escocia.

[viii] Al norte de las Orcadas.

[ix] El Parlamento ratificó la unión de las coronas en un mismo rey, pero no la unión de los dos reinos y la equiparación de sus habitantes.