Entre las mercancías propias del comercio gallego, y más concretamente de las rías del sur, estaba la sardina. Fray Martín aboda por el restablecimiento de la "antigua pesquería", pues ya había decaído bastante en relación a la actividad de los siglos anteriores. De las sardinas habla como de un alimento gustoso y necesario y considera que con la comercialización de dicho producto desde Galicia se podría "inundar" todo el reino de León, parte del de Castilla y todo el "terreno" de Madrid; y lo que interesa permanentemente a Sarmiento, a precio más moderado que hasta el momento. Evidentemente, la abundancia del producto lo abarataría, posibilitando su comercialización y la mejora de las condiciones de vida de los pescadores gallegos. Es partidario, por otra parte, de que se regulen por las autoridades los precios de los portes, actividad que realizaban, como es notorio, los maragatos fundamentalmente. Se queja de la tiranía "exorbitante" de los portes, considerando que constituyen un gran inconveniente para el desarrollo del comercio. Bien sabía nuestro autor que en dicha actividad radicaba, en buena medida, la mejora de la economía de los pueblos. También sabía Sarmiento que en la economía de subsistencia no habría progreso ni mejora. Posibilitar el comercio y liberarle de trabas y dificultades era la solución en un siglo en el que tantos frenos habría que vencer todavía hasta la total liberalización de dicha actividad. Argumentos varios son expuestos por el fraile benedictino con esa minuciosidad y detenimiento propios de quien no tiene ninguna prisa en terminar mil y una razones para demostrar sus muy pensadas teorías. Por ello el autor del texto que comentamos termina insistiendo en que su fin principal es que, en toda España se introduzca "el comercio interior universal" y que en todas sus costas se aumente y se proteja la "universal pesquería".
Otro de los productos gallegos cuya comercialización propone Sarmiento es el vino del Ribeiro, el cual considera debe ser transportado en carros, para lo que es necesario el camino correspondiente a Pontevedra desde donde se embarcaría a otras partes y en especial para otras costas de Galicia. Pontevedra es el lugar elegido de llegada del vino del Ribeiro, ya que considera que está geográficamente tan bien situada "que no se necesita alterar cosa de lo antiguo". Este comercio del vino había hecho del gremio de toneleros el más rico del pasado siglo (XVII). Curiosísima es la forma en que describe Sarmiento por la que se embarcaba vino desde los "Pardiñeiros" o "Almagacenes" en donde se recogía y se empipaba hasta la ocasión de embarcarle. De Pontevedra salía ese vino a Inglaterra, Asturias, Portugal, etc.
Pero en lo que a vino se refiere Sarmiento demuestra un extraordinario conocimiento de Galicia. Señala las comarcas de Monterrei, el sur de la provincia de Ourense; Valdeorras, lindando con León; Hermitas en la retorcida orografía de la Galicia oriental; Quiroga, las llanuras de Lemos, los campos aledaños a la capital orensana, las comarcas del Ribeiro y Arnoia; Salvaterra y Tui, a orillas del Miño; el valle del Miñor, entre Gondomar y Baiona; el Morrazo, Pontevedra, Poio, Salnés, Ulla, Mariñas, Betanzos, Viveiro y Ribadeo. De todos los vinos parecía ser el más apreciado el del Ribeiro, "ya por la abundancia, ya por más selecto, ya por la mayor cercanía a Pontevedra, ya finalmente por lo apasionados que de él son los Ingleses".
En esa revitalización tan necesaria del comercio, por la que se preocupaba Sarmiento, para lo cual insiste una y otra vez en el camino carretero y otras obras imprescindibles, otras mercancías son señaladas como objeto de comercio: la cerámica de Buño, el trigo de Bergantiños, el hierro de las tierras orientales. Siempre la mentalidad utilitaria y el conocimiento del terreno, lo que le hace hablar de los olivos de Galicia, cultivo truncado más tarde; de la feria de lienzos de Maceda, de la pontevedresa que se remontaba al siglo XV; de su recorrido, por tierra, de la mayoría de las rías gallegas, en las cuales plantea la necesidad de que se impulse nada menos que una técnica que hoy da tan buenos resultados económicos: la acuicultura. Que en todas las rías -dice Sarmiento- "se planten también ostreras, o vivares de tan regalados mariscos". Y todo ello argumentado con esa fuerza que los ilustrados del siglo XVIII supieron imprimir: "la razón lo abraza todo".
El camino carretero que propone Sarmiento para unir la costa a Castilla es el que "en derechura" sale de Pontevedra a Levosende, Puente de San Clodio, Ourense, Limia, Sanabria y Castilla. Descarta los que se podrían pensar por Sotelo de Montes, más al norte, por "escabroso y largo", y el de Filgueira, más al sur, por ser "a trasmano" con relación al Ribeiro. Ese camino aparece en el mapa de Tomás López de 1784, saliendo de Pontevedra hacia el río Caldelas en su curso medio; luego continúa hacia oriente tocando apenas el obispado de Tui y entrando en la provincia de Ourense hasta atravesar el Avia antes del lugar de Levosende, ya en dirección sur. De nuevo cruza el camino el rio Avia en Puente San Clodio y se dirige hacia Ourense siguiendo el valle del Miño. Desde aquella ciudad continúa en dirección sureste hacia el lago de Limia (la laguna de Antela, hoy desecada), tras atravesar el Arnoia, dejando al norte la sierra de San Mamede, pasando por Laza y bordeando la sierra Seca, ya en la parte oriental de la provincia de Ourense. El camino seguía por La Gudiña, Villavieja y Lubián, atravesando las estribaciones meridionales de la sierra Segundera para llegar a Sanabria y de aquí a Castilla.
No pocas serían las dificultades que habrían de salvar los ingenieros, maestros y directores de caminos que emprendieran la obra propuesta por Sarmiento. Tendrían que superar los montes de Barcia por Seixo, entre los obispados de Santiago, Ourense y Tui y luego las escabrosidades que solo muy posteriormente y con más perfectos medios técnicos se pudieron superar desde las montañas que enmarcan el valle de Monterrei hasta los límites sudorientales de Galicia.
En Sarmiento destaca la erudición, complemento ideal de aquel conocimiento que viene de la propia vida, del andar y ver las cosas que nos rodean. Desde los acontecimientos más recientes, como las incursiones inglesas de 1719, lamentándose Sarmiento de la escasa defensa de las villas, y que dio ocasión a la quema de la Maestranza o Real Arsenal, la cárcel pública y el palacio arzobispal en Pontevedra, hasta los más fantásticos personajes de la historiografía ("el español Gargoris") y la cita de clásicos (Antonino, Virgilio, Silio Itálico, Justino, Pompeyo, Plinio, Vespasiano, Tito). Pero también conoce la existencia delos viejos caminos romanos y por ello advierte "que los que hayan de hacer el camino [el carretero propuesto anteriormente] vayan prevenidos de esta reflexión, pues si debaxo de la tierra se conservan aún ruinas de las calzadas Romanas... es verosímil que se tropiece con alguna porción en los tres, o quatro puntos, en donde las ha de atravesar el nuevo camino". Y añade: "Acaso se descubrirán algunas columnas Miliares..." lo que -dice Sarmiento- ampliaría nuestros conocimientos de la geografía y de muchos lugares del Itinerario de Antonino y del Anónimo de Rávena. ¡Admirable precaución a la que estamos tan poco acostumbrados!
Conoce la Cruz de Ferro en el camino de Santiago y la razón del amontonamiento de las piedras que la sustentan, describe las murallas de la villa de Pontevedra "altas, anchas y de piedra", y dice haber visto el faro de A Coruña y el de A Lanzada, defendiendo la mayor antigüedad de éste último. Celtas, griegos, romanos, de todo pueblo invasor o visitante nos habla Sarmiento, así como de cofradías, fiestas populares, costumbres, topónimos... no hay nada que escape a su curiosidad reflexión.
Y como hemos dicho, a sus lecturas une la observación permanente de la realidad: "Viniendo yo por el Puente do Cesso, que está sobre la ría de Cormes, y Laxe encontré un Patache...". La experiencia, ese valor nunca olvidado: "un Arquitecto, y un Yingeniero solamente theoricos, serán buenos para cosas mayores, y para hacer con el lápiz sobre una Mesa grandes muestras de sus habilidades. Pero de ningún modo para construir un camino en País en que jamás han estado".
Junto a las vías públicas o el comercio, la industrialización de España es otra de sus preocupaciones. Sarmiento propone que en las inmediaciones de Valdeorras se estableciese una fábrica de paños medianos, asegurando que tendrían mucha venta, ya que Galicia tenía que importar dichos géneros. En efecto, las merinas extremeñas pasaban los meses de verano en las estribaciones más occidentales de la corcillera Cantábrica y en los montes leoneses, lo que haría factible instalar la fábrica de paños allí donde se pudiese obtener a bajo coste la materia prima.
Sarmiento no deja de tratar los más graves asuntos con una buena dosis de humor que, en ocasiones, aflora mezclado con el escepticismo de quien ya se encuentra en la edad madura. Para explicar las causas de la decadencia de la pesca durante el siglo XVIII, con relacióna etapas anteriores en las rías gallegas, indica que fueron las guerras las cuasantes de ese abandono, particularmente las "hostilidades" de piratas y enemigos. Señala que no fueron las sardinas las que "apostataron de la Ría, y se pasaron a los Hereges del Norte... sino los pescadores..." por las causas indicadas. Aquel escepticismo -y cierta amargura- se pone de manifiesto cuando descubre que la villa de Pontevedra no obtuvo ayuda para reponer el puente sobre la ría tras su destrucción parcial por los ingleses y, sin embargo, se intentase que los pontevedreses contribuyesen para fabricar dos puentes "en remoto parage", solo por conveniencia de un particular. "Ni aún para oirlo -dice Sarmiento- alcanza la paciencia", y añade: "La Guerra, el hambre, la peste, y el título de Puentes y Caminos son cuatro pestes, que arruinan a muchos y hacen felices a pocos". ¿Como no ver en en estas sentencias la sagacidad, el conocimiento preciso del terreno y el afán de justicia pero también la denuncia?
Sarmiento es buen conocedor de la naturaleza del hombre, tanto cuando nos habla de asuntos pedagógicos como cuando glosa a Feijoo en la "grandísima miscelánea" que representa la "Demostración crítico-apologética...". También cuando indaga en la toponimia y en su ensayo "El porque sí", en el que da respuesta a las acusaciones de sus opositores. El humor vuelve aquí a destaparse y Sarmiento pone en la conciencia del lector la dicotomía entre el viejo método de admitir como verdades cosas no probadas y el por él defendido del imperio de la razón.
En relación con el hombre de su tiempo Sarmiento bien sabe lo que estudios muy posteriores han revelado notoriamente: "Y como por ser Animal terrestre [el hombre] tiene un natural horror a habitar sobre las aguas, y mucho más a engolfarse en el Mar, aún cuando no está alterado..." invita a las autoridades a encontrar medios para adiestrar a los marineros y marinos "sobre las ondas irritadadas del Océano".
Jean Delumeau ha investigado en nuestro siglo sobre el miedo al mar en las sociedad preindustrial que conoció y vivió Sarmiento. Sancho Panza con su "si quieres aprender a rezar vete al mar" o aquel personaje de Erasmo que exclama "¡Qué locura confiarse al mar!", pueden ser dos ejemplos anteriores al siglo XVIII. Pero también Rousseau (sigo al citado Delumeau) confesará que "perdido en el mar inmenso de mis desdichas, no puedo olvidar los detalles de mi primer naufragio". También Jean de Léry, Deschamps, Ronsard, Du Bellay, Baudelaire y el mismo Víctor Hugo. Delumeau nos dice que el mar es, para el hombre anterior a la sociedad industrial, el dominio de Satán. Disipar los temores hacia el mar por dominio del arte de navegar es el afán que Sarmiento quiere poner en la conciencia de los gobernantes de su tiempo.
A lo largo de todo el texto que comentamos brota con facilidad la idea del empirismo y racionalismo que impregna la personalidad y la obra de Fray Martín, la medodología inspirada en la observación y la experimentación. Ello es así aún cuando vaya en contra de las autoridades: una fiscalidad inadecuada, la mala administración de los caudales públicos, el abandono de servicios básicos como la defensa de las costas, la construcción de caminos, la explotación de las minas o el impulso de la industria. Y si se trata de la moral, la política, la economía o el estudio de la sociedad, así lo podemos comprobar en la "Carta al Concejo de Pontevedra" de 1748, en la ya citada "Demostración crítico-apologética..." y en su "Viaje a Galicia" de 1745.
Y al lado de las ideas trascendentales y positivas está también el estudio de la cultura popular: el folklorismo, las costumbres y las radiciones, las fiestas, los espectáculos públicos, los bailes. Todo ello, separadamente o en amalgama, fue objeto del estudio sarmentiano.