Entre los siglos III y I antes de Cristo el
reino del Ponto ocupó un territorio al sur y este del mar Negro, pero en
ocasiones se extendió hacia Bitinia, Capadocia e incluso Tracia. Sus reyes
tenían un origen persa, pero el reino –y la propia corte- fue helenizada por
las colonias griegas a las orillas del mar Negro: las colonias colonizan
culturalmente a la metrópoli, cabría decir. En la corte la helenización se dio
porque algunos reyes pónticos se casaron con griegas, en ocasiones de la
estirpe macedonia de Alejandro Magno.
El mayor grado de influencia de lo helénico,
según Luis Ballesteros (1), se dio en época de Mitrídates VI Eupátor, con
capital en Sinope, en el centro de la costa norte de Anatolia, saliendo en una
pequeña península hacia el mar. En época de Jenofonte (siglos V-IV a. de C.)
era ciudad importante pero más tarde fue incorporada al imperio persa de los
Aqueménidas. De todas formas, en el siglo II la corte ya se encontraba
organizada según el modelo helenístico de los sucesores de Alejandro.
Ha sido Estrabón, como en tantas ocasiones, el
que nos ha dejado testimonio del Ponto, pues era natural de Amasya, no lejos de
Sinope pero en el interior de Anatolia, que estando a gran altura, aún así
necesitó ser fortificada en la antigüedad. No es extraño que Estrabón, ya en el
siglo I a. de C., hubiese asimilado por completo la cultura griega. Por su
parte, los reyes pónticos estaban orgullosos de compartir el origen persa y la
cultura griega.
Los reyes del Ponto se sucedían
hereditariamente según la voluntad del que reinase en cada momento, eligiendo
generalmente al mayor de sus hijos legítimos, contrariamente a lo que ocurría
en Capadocia, donde la nobleza debía aceptar la elección del sucesor. Entre los
reyes del Ponto existió la costumbre –aunque no en todos los casos- de casarse
con hermanas, a fin de afianzar aún más la legitimidad del heredero. En
ocasiones se asociaba al poder al heredero: Antíoco III sucedió a su hermano
Seleuco III cuando este fue asesinado, pero ya era gobernador de algunas
satrapías. Algo parecido ocurrió con los Ptolomeos respecto a Chipre y
Cirenaica, según señala Luis Ballesteros, y en general la asociación al trono
del heredero fue común en los reinos helenísticos. El hecho de que la mayoría
de los reyes pónticos se llamasen Mitrídates no tiene nada que ver con el culto
a Mitra, pues no parece haya aumentado durante sus mandatos, todo ello si
exceptuamos el caso de Farnaces II, que lucharía contra César en el siglo I
antes de Cristo.
Los herederos asociados al trono cumplían una función militar: la ciudad costera de Amastris, en la
costa norte de Anatolia, al oeste de Sinope, fue conquistada por Ariobarzanes,
hijo de Mitrídates I, y otros príncipes herederos lucharon al frente de ejércitos
contra Roma o fueron gobernadores de algunos territorios sobre los que el Ponto
ejercía influencia (Capadocia). Cuando Mitrídates Eupátor (VI) llegó a un
momento avanzado de su reinado (88
a. de C.) trasladó
su capital a Pérgamo, otra muestra de helenización creciente; Arcatias, más
adelante, fue encargado de incorporar Tracia al dominio póntico. Tras la muerte
de Mitrídates en el año 83 a.
de C. el Bósforo fue asignado a Macares, uno de los hijos del rey.
Más de dos siglos de dinastía heleno-persa
permitieron que el Ponto se helenizase hasta la Cólquide, manteniendo
dicho estado continuos enfrentamientos con los reinos helenísticos, con
Capadocia y Bitinia, más tarde con Roma, hasta que esta incorporó el reino a
sus dominios.
Fuente: Ballesteros Pastor, Luis; “El reino del
Ponto”, 2005.
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