Restos de Pidna (http://www.wondergreece.gr/v1/en/Regions/Pieria_Prefecture/Culture/Castles/11067-Ancient_Pidna) |
En el norte de Grecia y a orillas del Egeo se
encuentra Pidna, la ciudad donde en 168 antes de Cristo tuvo lugar una batalla
que engrandeció al aristócrata romano Emilio Paulo. Con ello terminó lo que se
conoce como tercera guerra macedónica y vencido Perseo, último rey de la
dinastía antigónida. Antes, Emilio Paulo había sido derrotado por los lusitanos
en la península Ibérica, dejando en el campo de batalla mil hombres, según las
fuentes antiguas.
Emilio Paulo partició –según Javier Navarro- en
la formación de unos lazos de amicitia
que generaron el grupo político más influyente de la vida romana en ese momento
(a partir de 182 antes de Cristo). Este grupo, además de dirigir la expansión
militar de la república romana, recibió con gusto las influencias helenísticas,
lo que para la aristocracia era un orgullo. A esta amicitia se unieron los miembros de la gens Servilia, otra de la nobleza. Estos lazos le valieron a Paulo
para alcanzar un segundo consulado en 168, lo que le permitió combatir al rey
macedonio y apresarlo junto a otros once mil prisioneros (1), por lo que se celebró
un triunfo de tres días de duración.
Es precisamente tras la batalla de Pidna cuando
Emilio Paulo demostró su perfil más helenista: realizó un viaje por toda Grecia
para asentar partidos prorromanos en ella; en Atenas solicitó un tutor para un
hijo suyo y se le ofreció al filósofo Metrodoro, que además era pintor. En este
viaje tuvo su primer contacto con Polibio pero antes de abandonar Grecia
decidió organizar en Anfípolis, al nordeste de Pidna, un triunfo sobre Perseo:
su intención fue involucrar al mundo griego en las costumbres romanas. En él,
Paulo, con un velo en la cabeza, leyó un discurso en latín mientras que un
pretor traducía al griego. Macedonia quedó dividida en cuatro partes con
expresa prohibición de acuerdo alguno entre ellas. Tras unas competiciones de
atletas Paulo procedió a la clausura de los juegos de la ciudad encendiendo una
enorme pira de armas de los macedonios vencidos.
La parte más brutal de este romano refinado y
aristócrata fue la destrucción de setenta ciudades en Epiro, otras en Macedonia
y Etolia, la deportación o esclavización de ciento cincuenta mil personas y la
persecución despiadada de todo elemento antirromano. Su helenismo no tenía nada
que ver con los objetivos políticos: dominar Grecia. Como botín personal se
quedó con la biblioteca del rey Perseo y a su regreso a Roma celebró un
triunfo.
El primer día –dice Javier Navarro- contempló
el desfile de doscientas cincuenta carretas cargadas de pinturas, estatuas y
todo tipo de obras de arte obtenidas del saqueo de Macedonia. Al día siguiente
una larga columna portaba las armas de los macedonios conquistados en Pidna y
setecientos cincuenta toneles con tres talentos de plata cada uno. El último
día se destinó para el triumphator:
el cortejo se inició con ciento veinte bueyes destinados al sacrificio y que se
prepararían en una cena para sesenta mil personas; nuevas carretas con objetos
de oro y sobre todo cuatrocientas coronas enviadas por otras tantas ciudades
griegas; luego los carruajes portando a los hijos de Perseo y al propio rey y
por último el vencedor seguido por su ejército y coronado de laurel.
El triunfo suponía la máxima gloria para un imperator. Este vestía de púrpura,
adornado de oro moviéndose en procesión. Junto a él desfilaban los lictores,
magistrados, senadores, soldados y cautivos de guerra. Los clamores de todo el
mundo a su alrededor lo elevaban a la categoría de los dioses, por ello no era
de extrañar que un esclavo le susurrara al oído: “mira tras de ti, recuerda que
eres un hombre” (respice post te, hominem
te esse memento).
Emilio Paulo murió en 160 a. de C. y su funeral fue
grandioso: se suspendieron todos los negocios públicos y una enorme procesión con
las máscaras de sus antepasados y las representaciones de Hispania, Liguria y
Macedonia le acompañaron a la pira, a la vez que se celebraban juegos
gladiatorios y representaciones teatrales. Buen consejo el que los esclavos
daban a los que, en vida, celebraban un triunfo.
(1) Javier Navarro, “El impacto del helenismo
en la aristocracia romana…”.