domingo, 11 de marzo de 2018

El horror desde cerca




El Centro de Exposiciones Arte Canal de Madrid, muestra el horror de nuestra historia relativamente reciente entre el pasado mes de diciembre y el 17 de junio del presente año. El tren y los zapatos, estos son los dos elementos que la exposición sobre los campos de Auschwitz, y por extensión de todos los campos de exterminio, internamiento, concentración, etc. que llevó a cabo el nazismo, sintetiza de aquella monumental matanza.

Oswiezim es una pequeña población polaca, al sur del país, donde los nazis instalaron los campos para el mayor sufrimiento de judíos y gitanos, sobre todo. La ciudad se remonta al siglo XII como baluarte defensivo en una época de continuas guerras, pero su población era mixta (alemanes y polacos entre otros). Destruida a mediados del siglo XVII, luego quedó bajo dominio del imperio austro-húngaro. Famosa por la fabricación de vodka y otros licores, buena parte de la población vivía, por lo menos desde principios del siglo XX, del trabajo en la fábrica de una familia judía. Ahora Oswiezim es una plácida población a orillas del río Sola, muy cerca de su confluencia con el Vístula.

El lugar fue elegido por los nazis para construir cinco campos de concentración –en realidad de exterminio- y una prisión, de los que fueron liberadas las personas que no habían perecido a finales de enero de 1945, por uno de los ejércitos soviéticos al mando del mariscal Iván Kónev. Allí sufrió cautiverio Primo Levi, escritor que nos ha dejado testimonios espeluznantes de lo que vio y experimentó; pero también hubo gitanos, que llamaron porrajmos al exterminio que sufrió esta etnia a manos de los nazis. Se conservan algunas filmaciones sobre la vida de niños gitanos en un orfanato de la época.

La exposición muestra un buen número de carteles propagandísticos de los nazis en relación al territorio que habría de reconquistarse: no solo donde había mayoría de población alemana, sino aquellas tierras que antes habían sido alemanas y las que se necesitaban para esclavizar al mundo eslavo, judío y gitano. Debemos a Ludwig Neumann, fotógrafo alemán de origen judío, muchas fotografías que ilustran la vida durante el mandato de los nazis. Él mismo estuvo internado en Dachau durante poco tiempo.

En Auschwitz estuvo también Jan Komski, pero con nombre falso. Aunque consiguió escapar en 1942, pocos días después fue capturado, pero ahora con su verdadero nombre, lo que le libró de la muerte. A él debemos dibujos de la vida en los campos: cuerpos descarnados, miradas hundidas, semblantes sin esperanza, tristeza infinita…

En la exposición se ven botes del gas Zyklon B, fabricado con fines criminales por el conjunto de industrias colorantes, luego químicas, conocido como IG Farbenindustrie, del que formó parte la muy “respetable” Bayer, todavía hoy existente. Allí se habla de la conferencia de Wannsee, que preparó la “solución final” a principios de 1942, al suroeste de Berlín. El edificio de tres plantas, sobrio salvo en el centro de la fachada, con la cornisa curvada y dos columnas jónicas, no invita e pensar en tan atroces intenciones.

Pero también se nos habla de quien ha empleado parte de su vida a denunciar los crímenes del nazismo: es el caso, entre otros, de Serge Klarsfeld (su padre sufrió en Auschwitz la monstruosidad nazi). De origen judío y nacido a comienzos del III Reich, su labor de denuncia ha permitido poner al descubierto casos como el de quien llegó a ser Secretario General de la ONU, Kurt Waldheim, pero no solo. También tiene un interés extraordinario el álbum de Karl Hocker, conteniendo más de cien fotografías hechas por su autor durante su estancia en Auschwitz: “cámaras de gas y crematorios en donde diariamente se eliminan miles de vidas ante la pasividad y divertimento de los protagonistas de estas fotografías”. La exposición también muestra las viviendas de los militares al mando de los campos de exterminio, la felicidad de sus hijos, con árboles y piscinas, la pasividad de sus esposas, quizá orgullosas del estatus de sus maridos.

Enaguas, vestidos, batas de médicos asesinos, fotografías de nazis entregados a una causa terrible, gafas de los presos, objetos menudos de adorno o para ungüentos, cucharas, herramientas, una casa de barracón original, alambradas y postes, mil explicaciones, libros, objetos de culto judío, escenas de las costumbres gitanas, músicos para amenizar los pocos momentos de solaz, pero también piezas originales de los hornos crematorios, hierros, látigos…

La exposición, extraordinaria, permite interiorizar, mejor que de ninguna otra manera –como no sea habiendo vivido en aquellos campos de la muerte- lo que fue el holocausto, el régimen nazi, la locura de una población Europea que no podemos estar seguros de que haya aprendido la lección.


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