José María Albiñana |
En un libro de Gil Pecharromán[1]
se explica cómo los monárquicos alfonsinos conspiraron contra la
II República española solo constituirse
esta: “En sus orígenes, apenas proclamada la República, tuvo como eje
a un grupo de nostálgicos primorriveristas, militares como los generales
Barrera, Ponte y Orgaz y civiles como el conde de Vallellano y Santiago Fuentes
Pila. Los conspiradores intentaron, ya desde mayo de 1931, atraerse el apoyo de
los oficiales descontentos con las reformas azañistas y de monárquicos acaudalados,
dispuestos a financiar un golpe de Estado. Se acercaron sin éxito a los
carlistas, que iniciaban en Navarra la reorganización de sus milicias requetés, y al nacionalismo vasco, uno
de cuyos dirigentes, José Antonio Aguirre, se entrevistó varias veces con el
general Orgaz. Finalmente, los rumores de lo que se preparaba llegaron al
Gobierno y Azaña creyó ponerlos fin en septiembre enviando a un destierro
honorable a Orgaz y algún otro de los militares implicados.
Pero la trama apenas fue tocada y en los meses
siguientes se integraron en su organización militares como los generales
Villegas y Cavalcanti. Los conspiradores buscaron aproximaciones, aún mal
conocidas, a una trama civil paralela, inspirada por el antiguo grupo
constitucionalista de Manuel Burgos y Mazo y Melquíades Álvarez, quienes, con
la colaboración del propio jefe del Estado Mayor del Ejército, general Goded, y
quizá con alguna connivencia por parte de Lerroux, se disponían no a terminar
con la República,
sino a rectificar su rumbo,
expulsando a la izquierda del Poder. En enero de 1932, el antiguo responsable
de la Guardia Civil,
general Sanjurjo, fue colocado al frente del cuerpo de Carabineros, un puesto
de menor relieve, en lo que se interpretó como un castigo por sus críticas a la
política gubernamental de orden público. Era lo que necesitaban los
conspiradores para captar a un militar de gran popularidad. Poco después,
Sanjurjo se convertía en responsable máximo de una conspiración tan confusa
como mal organizada”.
El mismo autor sigue diciendo que el debate en
las Cortes del Estatuto de autonomía para Cataluña y el desarrollo de las
reformas militares contribuyeron a aumentar la determinación de los
conspiradores. Los carlistas admitieron que, a título individual, sus seguidores
colaborasen con los golpistas y el jefe del Partido Nacionalista Español,
nacido en 1930, José María Albiñana, “se movía como pez en el agua en los
círculos de la conspiración, en los que hacía valer la experiencia de sus Legionarios
en la lucha callejera y su antigua amistad con los generales Barrera y Ponte.
Así se tuvo que batir la
II República desde el primer momento:
intentar dar solución a graves problemas seculares, modernizar España,
establecer un régimen de libertades y democrático (que realmente nunca lo fue
del todo), combatir el desorden público que venía de un lado y de su opuesto y
lidiar con los conspiradores que no solo se manifestaron de forma palpable en
1932 y en 1936.
Albiñana es un ejemplo de contradicción donde
los haya: antiguo liberal y anticlerical que incluso estuvo en contacto con
Santiago Alba, visto que la carrera política que pretendía para sí se truncaba
una y otra vez (llegó a apoyar a la dictadura de Primo cuando esta se agotaba,
sin saberlo, claro) fue evolucionando hacia posiciones de extrema derecha, de
un nacionalismo español rudo y nada racional, sin contenido ideológico salvo en
la superficie… pero había sido un estudiante contestatario y violento,
pretendiendo una notoriedad que nunca tuvo ni en un lado ni en otro del
espectro político (su vida pública empezó cuando alboreaba el siglo XX y su
muerte tuvo lugar en 1936). Fue pobre y rico, escritor infatigable, sarcástico
político, en México hizo su fortuna que dilapidó, expulsado de ese país, estuvo
varias veces en la cárcel en España y otras tantas se libró por la influencia
de sus amigos. A la postre, el Partido Nacionalista Español, que fundó con el
solo objeto de ser su jefe, pues nunca fue tenido en cuenta por fuerza política
alguna, se diluyó en los grupos fascistas que encontraron su camino a partir de
1933 y durante la guerra civil posterior.
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